viernes, 17 de noviembre de 2017

El pronóstico del tiempo y el desastre de Balaclava


Entrada del puerto de Balaclava durante la Guerra de Crimea

El pronóstico del tiempo y el desastre de Balaclava


Que el tiempo atmosférico ha influido en algunos de los acontecimientos más relevantes de la historia es una realidad bien conocida por todos, baste para ello mencionar el episodio de la Armada Invencible o los intentos de los franceses de Napoleón y los alemanes de Hitler para sobrevivir al terrible invierno ruso, por no hablar de la fracasada invasión del Japón en 1281 por parte de las huestes de Kublai Kan (con una flota entera de cientos de barcos y miles de hombres destrozada en el transcurso de una espantosa tormenta). Sin embargo, menos conocido es el episodio que se encuentra detrás de los modernos esfuerzos por generalizar las predicciones meteorológicas.
Durante milenios, resultó muy costoso tratar de predecir en serio los vaivenes en las inclemencias del tiempo, primero porque se consideraban obra del capricho de los dioses y más tarde porque resultaba francamente difícil el estudiarlos, no existiendo ningún seguimiento sistemático de las tormentas, las sequías o los tifones. Los intentos llevados a cabo habían dado resultados muy limitados, e incluso los progresos de la Edad Moderna se veían frenados por la falta de medios adecuados para trasmitir los resultados de las observaciones meteorológicas con cierta rapidez. La invención del telégrafo en 1832 supuso una esperanza a este respecto, pero los avances en la materia se producían con bastante lentitud.
Este era el estado de cosas cuando, a mediados del siglo XIX, las potencias occidentales, con Francia e Inglaterra a la cabeza, se involucraron en la Guerra de Crimea, un conflicto centrado en el intento de detener las ambiciones territoriales del Imperio ruso en detrimento del cada vez más frágil Imperio otomano. Así, en septiembre de 1854 los aliados desembarcaron en Crimea, viéndose obligados a pasar el invierno en la zona. Pero, tras unos días de descenso continuado de las temperaturas, el 14 de noviembre se desencadenó una espectacular y violenta tormenta que arrasó el puerto de Balaclava, provocando el hundimiento de varios buques de la armada franco-británica y dañando de paso a muchos otros. Entre otras consecuencias, el desastre privó a los ingleses de los suministros de uniformes de abrigo que necesitaban para pasar el invierno, lo que causó enormes inconvenientes y entorpeció considerablemente las operaciones.
Entonces, el enojado emperador Napoleón III volvió sus ojos hacia la ciencia, esa cuya capacidad de predicción acababa de localizar pocos años antes nada menos que un nuevo planeta, Neptuno. Si la los científicos habían sido capaces de semejante hazaña, ¿cómo era posible que el ejército y la flota de dos de las mayores potencias del planeta se mantuviesen a merced de los elementos? Ni corto ni perezoso, Napoleón encargó a Urbain Le Verrier, director del Observatorio de París y uno de los principales científicos involucrados en el descubrimiento del octavo planeta del Sistema Solar, que averiguase si el desastre pudo de alguna forma haberse prevenido.
Puesto manos a la obra, Le Verrier recopiló los informes de diversos observatorios europeos y pronto puso en evidencia que la tormenta no solo había viajado por el continente en los días anteriores a la catástrofe, sino que su trayectoria podía haberse predicho. El subsiguiente aviso a la flota fondeada en Balaclava podría haber permitido a las naves prepararse para afrontar el temporal y, de esta forma, haber minimizado los daños. A la vista de esto, y con el beneplácito del emperador, Le Verrier estableció en Francia el primer servicio nacional de aviso de tormentas del mundo, utilizando informes meteorológicos comunicados a través del telégrafo, algo que pronto fue copiado por las otras potencias militares de la época y que desató el interés por el estudio sinóptico y el desarrollo de pronósticos relacionados con los sistemas meteorológicos, cambiando la ciencia de la meteorología para siempre.
Por lo demás, la Guerra de Crimea, a la que muchos consideran como la primera conflagración verdaderamente “moderna”, fue testigo de cosas como la introducción de la fotografía en los conflictos militares o el desarrollo de nuevos métodos para la higiene y tratamiento de los heridos en los hospitales de campaña, algo que supuso un hito en la reducción del número de bajas por enfermedad. Y es que no hay nada como pasarlas canutas para que se produzcan importantes avances con impacto a largo plazo sobre la sociedad.
¡Hasta pronto!


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