jueves, 31 de marzo de 2016

La medicina de los frany


Caballeros de la quinta cruzada llegan al fuerte de Damieta

La medicina de los frany

Tomando en consideración el nivel de la medicina occidental en el siglo XXI resulta sorprendente contemplar el desastroso nivel de conocimientos existente en la cristiandad hace unos mil años, en plena época de las cruzadas. Es sabido que por aquel entonces la medicina y, en general, la ciencia y la tecnología, estaban infinitamente más avanzadas en el mundo árabe, una zona donde, a diferencia de lo que sucedía en el bando cristiano, el ardor guerrero y el fanatismo religioso convivían con un nivel intelectual relativamente alto por parte de las élites y de los ambientes académicos.
Así, mientras los sabios musulmanes se esforzaban por estudiar la naturaleza con un criterio que podríamos calificar de pre-científico, utilizando como base los antiguos escritos de griegos y romanos que habían sido traducidos al árabe desde hacía siglos y haciendo gala de una observación cuidadosa y unos diagnósticos a menudo sorprendentemente precisos, los cristianos de los siglos XI y XII navegaban todavía entre las sombras de la brujería y la superstición, encomendándose a Dios y a los santos para que curasen sus enfermedades y empleando prácticas tan ridículas como a veces espantosas con vistas a lograr la sanación.
Entre los innumerables ejemplos de la lamentable situación de la medicina occidental en la época de las cruzadas, ninguno mejor que la anécdota narrada en su día por Usama Ibn Munqidh, el perspicaz emir sirio que nos legó inolvidables testimonios de la época de los frany (francos), así llamados por los musulmanes en referencia al país de origen del que procedían la mayoría de los invasores cristianos, y que recoge el gran escritor libanés Amin Maalouf en su excelente obra de imprescindible lectura, Las cruzadas vistas por los árabes. En ella, Usama nos cuenta cómo un galeno de la zona estaba curando con cierto éxito a un caballero que tenía un absceso en una pierna y a una mujer que se encontraba enferma, cuando apareció un médico franco que le acusó de no saber tratarlos, tras lo cual,
<<…dirigiéndose al caballero le preguntó: “¿Qué prefieres, vivir con una sola pierna o morir con las dos?” Como el paciente contestó que prefería vivir con una sola pierna, el médico ordenó: “Traedme un caballero fuerte con un hacha bien afilada.” Pronto vi llegar al caballero con el hacha. El médico franco colocó la pierna en un taco de madera, diciéndole al que acababa de llegar: “¡Dale un buen hachazo para cortársela de un tajo!” Ante mi vista, el hombre le asestó a la pierna un primer hachazo y, luego, como la pierna seguía unida, le dio un segundo tajo. La médula de la pierna salió fuera y el herido murió en el acto. En cuanto a la mujer, el médico franco la examinó y dijo: “Tiene un demonio en la cabeza que está enamorado de ella. ¡Cortadle el pelo!” Se lo cortaron. La mujer volvió a empezar entonces a tomar las comidas de los francos con ajo y mostaza, lo que agravó su estado. “Eso quiere decir que se ha metido el demonio en la cabeza”, afirmó el médico. Y, tomando una navaja barbera, le hizo una incisión en forma de cruz, dejó al descubierto en hueso de la cabeza y lo frotó con sal. La mujer murió en el acto. Entonces yo pregunté: "¿Ya no me necesitáis?” Me dijeron que no y regresé tras haber aprendido muchas cosas que ignoraba de la medicina de los frany>>
Sin comentarios.
¡Hasta pronto!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

miércoles, 16 de marzo de 2016

La "teoría" de la correlación de Orión

A la izquierda las estrellas del Cinturón. A la derecha las pirámides de Gizeh
 
 

La "teoría" de la correlación de Orión


En 1989, en la revista Discussions in Egyptology, el ingeniero Robert Bauval adelantaba por primera vez una hipótesis que en la década siguiente levantaría una gran polémica en el mundo de la arqueología.  Desarrollada ampliamente por Bauval y su amigo Alan Gilbert en el best seller The Orion Mystery, Unlocking the Secrets of the Pyramids ("El Misterio de Orión, descubriendo los secretos de las pirámides"), la llamada Teoría de la Correlación de Orión afirmaba la existencia de una relación directa entre el emplazamiento de las tres grandes pirámides de la meseta de Gizeh y la posición relativa de las tres estrellas principales del cinturón de Orión: Alnitak, Alnilam y Mintaka.
Según Bauval y Gilbert, los constructores de las pirámides intentaron deliberadamente  plasmar sobre la Tierra una imagen de las estrellas a las que el alma inmortal del faraón debía viajar. Para sustentar su teoría, los heterodoxos autores aportaban como prueba principal el evidente parecido visual entre la disposición de las pirámides respecto a la de las estrellas pero, siendo conscientes de algunas ligeras diferencias, aseguraron que la coincidencia perfecta se producía nada menos que en 10.500 a.C., momento en que según Bauval las tres estrellas estuvieron alineadas en relación a la Vía Láctea exactamente igual que las pirámides con respecto al Nilo. En su libro, el ingeniero especulaba con que pudo ser en esa época cuando se concibió el proyecto de las pirámides, que además formaría parte de un plan más ambicioso que prácticamente incluía a todas las principales construcciones del antiguo Egipto.
La "Teoría" de la Correlación de Orión alcanzó gran repercusión en 1994, cuando la BBC emitió el documental The Great Pyramid: Gateway to the Stars, pero fue casi unánimemente rechazada por los especialistas. Ciertamente Orión era una constelación bien conocida en el antiguo Egipto, que ya aparece mencionada en los Textos de las Pirámides con el nombre de Sha y que estaba relacionada con el dios Osiris, pero el problema no era únicamente la extravagante fecha propuesta por Bauval y Gilbert, sino el hecho de que la posición de las pirámides tiene otra explicación mucho mejor. Resulta que las pirámides están construidas a lo largo del borde de un acantilado que va del noreste al sudoeste y cada una de ellas está orientada hacia el norte, lo cual explica su disposición. Además, el trabajo del famoso egiptólogo Mark Lehner sugiere que la ligera compensación de la tercera pirámide (la de Micerinos) se debe a la alineación de las esquinas que miran al sudoeste con el borde del acantilado.
Esto no desvirtúa el hecho de que la orientación estelar era realmente importante para los constructores de la meseta de Gizeh. De hecho, las tres pirámides están orientadas hacia los puntos cardinales con mucha precisión, y cada vez hay más egiptólogos que aceptan que los llamados “canales de ventilación” de la Gran Pirámide, cuatro pequeños huecos de unos 20 cm que parten de las paredes de la Cámara del Rey y de la llamada “Cámara de la Reina”, apuntan directamente a las estrellas, algo que Bauval también señala como argumento a su favor.  En concreto, las pequeñas aberturas estarían alineadas con los puntos de culminación de las estrellas Sirio, Alnitak, Thuban (en la constelación del Dragón, la estrella más cercana al polo norte en la época del faraón Kéops) y Kochab, en la Osa Menor.
Pero el mayor inconveniente de la hipótesis de Bauval, por atractiva que resulte, es que para que la correlación encaje con cierta precisión (aunque no del todo, entre otras cosas porque no está clara cuál era la posición del Nilo hace doce mil años) tiene que retrasar el diseño de las pirámides hasta una fecha en la que no solo faltaban milenios para que la civilización egipcia apareciese, sino que el mundo se encontraba todavía en plena Edad de Piedra. Si los primitivos habitantes de la zona soñaron con construir las pirámides ya en 10.500 a.C., ¿cómo consiguieron mantener vivo el proyecto durante más de ocho mil años hasta que a los faraones les dio por ejecutarlo? Más probable parece que los arquitectos de la IV dinastía se congratulasen al comprobar que una vez terminadas las tres pirámides de la meseta, junto con todo el complejo que las rodea (no olvidemos las pequeñas pirámides, los templos y la esfinge) el conjunto guardaba cierto parecido con la disposición de uno de sus grupos favoritos de estrellas imperecederas. Esas a las que el faraón se marcharía una vez se viese obligado a abandonar la Tierra.
¡Hasta pronto!