domingo, 18 de diciembre de 2016

Scott, Napoleón y la leyenda de la maldición del estaño


Los miembros del equipo de Scott en el Polo Sur, el 18 de enero de 1912.

Scott, Napoleón, y la leyenda de la maldición del estaño



En el mundo de los metales el estaño es un caso muy raro. No solo se funde a una temperatura bastante reducida (232ºC), sino que cuando se enfría por debajo de 13,2ºC su estructura cristalina cambia, haciendo que el material engorde, se vuelva frágil y acabe por desmenuzarse en una especie de polvo blanco. Además, y por si esto fuera poco, cuando se dobla una barra de estaño el metal produce un chirrido característico causado por el rozamiento interno, que parece literalmente un grito.
Estas curiosas propiedades del estaño nunca impidieron que en la antigüedad fuese un auténtico material estratégico, buscado por todas partes para fabricar el omnipresente bronce -los fenicios se atrevieron a cruzar el estrecho de Gibraltar y llegar hasta las islas Casitéridas (¿Gran Bretaña?) - ni que haya sido utilizado durante milenios para fabricar todo tipo de objetos, desde juguetes hasta latas de conserva. La razón de esto último tiene que ver con su resistencia a la corrosión, una propiedad que, como hemos visto, desaparece sin embargo por completo en cuanto hace un poco de frío.
La extraña tendencia de este metal a descomponerse a temperaturas bajas, en lo que ha venido a conocerse como la “peste del estaño”, ha ocasionado todo tipo de problemas a lo largo de la historia, alguno de los cuales ha llegado a convertirse en célebre. En ese sentido, entre los más comentados en libros, artículos de divulgación y páginas web, se encuentran los acaecidos al infortunado capitán Scott y a su condenada expedición al Polo Sur de 1912, así como los que supuestamente habrían aquejado al ejército de Napoleón unos cien años antes, durante la desastrosa campaña de Rusia del invierno de 1812. Ahora bien, ¿sucedieron de verdad ambos incidentes o se trata más bien de leyendas urbanas?
En el caso de la frustrada hazaña del explorador británico, la desafortunada intervención del estaño habría tenido que ver con las soldaduras de las latas que contenían el queroseno que servía para alimentar el motor de dos trineos, además de para calentarse y preparar la comida. En su diario, el capitán Scott revela como en el último tramo de su viaje se encontraron con varias latas vacías, algo que durante mucho tiempo ha sido atribuido a que la “peste del estaño” destruyó las soldaduras hechas a base del metal y sometidas a temperaturas de muchos grados bajo cero. Sin embargo, no existen pruebas concluyentes de que esto fuese así. Algunas de las latas supervivientes tienen los sellos intactos y un análisis de las mismas ha mostrado que el combustible no estaba contaminado por el estaño, algo a lo que también se atribuyó en su día el mal comportamiento de los motores. De hecho, las soldaduras podrían no haberse estropeado de forma significativa, ya que el estaño utilizado probablemente no fuese de gran pureza. No obstante, lo relatado en el diario del infortunado explorador deja la puerta abierta a que la corrosión de las soldaduras pudiese haber intervenido de alguna manera en el desastre.
Por el contrario, caben pocas dudas de que la historia de lo sucedido a la Grande Armeé de Napoleón sea poco más que una leyenda urbana. Aunque es muy posible que los botones de estaño de las guerreras de los soldados franceses se viesen afectados por las inclementes temperaturas del terrible invierno ruso, hay muchas formas de atar, coser o mantener cerrada una prenda de tela, por lo que no parece probable que la fragilidad del estaño fuese demasiado responsable de las congelaciones. No está claro cual es el origen de este mito, que ha sido repetido hasta la saciedad en las últimas décadas, pero probablemente su veracidad sea similar a la de los relatos que circulan en algunos países nórdicos – de modo particular en Noruega – acerca de cómo los órganos de las iglesias se desmenuzaban literalmente en invierno por culpa de esta peculiaridad. En cualquier caso, es una realidad que la insólita capacidad del estaño para estropearse a bajas temperaturas ha ocasionado tantos problemas que su famosa “peste” ha dañado irremediablemente la imagen de este sorprendente metal, pagado en la antigüedad a precio de oro y que convive con nosotros a diario en forma de hoja de lata.
¡Hasta pronto!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química


viernes, 2 de diciembre de 2016

Los orígenes enigmáticos del primer portulano de Occidente

La Carta Pisana en el pergamino original
 

Los orígenes enigmáticos del primer portulano de Occidente

 
En la Biblioteca Nacional de París se conserva desde 1839 una legendaria carta náutica, la Carta Pisana, sobre la que se han vertido auténticos ríos de tinta. Y no es para menos. Supuestamente confeccionada en la segunda mitad del siglo XIII (no puede ser anterior a 1256 ni posterior a 1290 debido a ciertos detalles de la información que proporciona), es el primer ejemplo que se conserva de los llamados portulanos medievales, una colección de extraordinarios mapas en los que se representan por primera vez las costas del Mediterráneo y del Mar Negro, así como parte del Océano Atlántico, con un aspecto extrañamente moderno, muy alejado de las rudimentarias representaciones hasta entonces habituales en la cartografía medieval.
 
El sorprendente mapa, bautizado con ese nombre debido a que fue encontrado en Pisa, en Italia, muestra con todo lujo de detalle los accidentes costeros así como muchos de los puertos que en aquella época jalonaban los mares mencionados, pero carece de información alguna acerca del interior, lo que prueba que se trata con toda probabilidad de una carta de navegación, la primera conocida en Occidente. Es también el primer mapa que se conserva en el que se introducen los círculos de rumbos, en concreto dos, con dieciséis divisiones correspondientes a las direcciones de la rosa de los vientos, algo que, junto con su orientación, parece estar relacionado con la difusión del uso de la brújula en la zona del Mediterráneo.
 
Tradicionalmente, se cree que la Carta Pisana y sus posibles predecesoras fueron desarrolladas en el área de influencia genovesa, entre otras cosas porque la densidad de puertos que muestra es mayor en la zona del Mar Tirreno, difundiéndose después la nueva cartografía hacia Venecia y Mallorca, donde se confeccionaron muchos de los ejemplares de los siglos XIV y XV que guardan un estrecho parecido tanto entre sí como con su ilustre precursor de Génova. Pero el verdadero misterio reside en saber cuales pudieron ser las fuentes originales de este extraordinario mapa, cuya precisión, especialmente en lo tocante a las longitudes geográficas, hace que no se encuentre nada ni remotamente parecido entre el resto de la cartografía antigua o medieval.
 
Por un lado, es evidente que gran parte de la información reflejada en la carta es de carácter eminentemente práctico, probablemente obtenida a través de la experiencia de los marineros. Además, el uso de dialectos en los nombres de algunos lugares apunta a que los detalles fueron recopilados a partir de diversas fuentes regionales. Sin embargo, a lo largo del tiempo se han sugerido otras alternativas, como la posible influencia sobre la carta de la antigua cartografía grecorromana, o como la propuesta por parte del geógrafo y explorador sueco Otto Nordenksjöld acerca de la supuesta existencia de un original perdido de origen español, posiblemente obra de Ramón Llull. También existen hipótesis más especulativas e incluso disparatadas, como la que asegura que la carta es copia de un mapa muy antiguo y extraordinariamente preciso, en el que algunos han visto la huella de una civilización desaparecida.
 
La idea de Nordenksjöld partía de la base de que todos los portulanos posteriores no eran sino copias retocadas de la Carta Pisana o de un ejemplar anterior que, según los partidarios del origen antiguo del mapa, podría haber llegado hasta Italia procedente de los archivos bizantinos tras el saqueo de Constantinopla en 1204. Sin embargo, y a pesar del indudable parecido entre todas ellas, un examen detallado de las cartas náuticas de los dos siglos posteriores muestra una cierta evolución que hace pensar en un desarrollo paulatino de la idea original a partir de su origen incierto, no existiendo prueba alguna que relacione a la Carta Pisana con las vicisitudes de la Cuarta Cruzada ni con ninguno de los cartógrafos de la antigüedad. Bien es verdad que algunos estudiosos han respaldado con ciertos argumentos que los artesanos que la confeccionaron pudieron haberse visto influenciados por los trabajos del geógrafo fenicio Marino de Tiro, esto último probablemente a través de fuentes musulmanas, o por los viejos mapas de la red de calzadas costeras del Imperio romano que se conservaban en los archivos de Constantinopla. En este último caso, una vez más sería el célebre saqueo la fuente del enigmático mapa.
 
Sea cual sea la respuesta, lo cierto es que la Carta Pisana es, por derecho propio, uno de los trabajos de cartografía más influyentes de la historia y, al mismo tiempo, uno de los que más controversias ha despertado. Desde los que no ven en el más que la cristalización de las nuevas ideas acerca de la navegación y la cartografía que se desarrollaron en el área del Mediterráneo durante el transcurso de la Baja Edad Media hasta los que piensan que se trata de un documento de origen templario que contiene instrucciones secretas, pasando por los que opinan sin ningún tipo de prueba que el mapa es copia de un original mucho más completo y confeccionado por una misteriosa civilización perdida de la edad del Hielo que algunos identifican con la Atlántida, nadie parece indiferente a la fascinación que suscita uno de los documentos más extraordinarios de toda la ciencia medieval.
 
¡Hasta pronto!