viernes, 26 de septiembre de 2014


El mapa de Henricus Martellus de 1489
 

Un mapa que ¿cambió el mundo?


En 1489, en plena era de los descubrimientos y tres años antes de que Colón llegase a las Indias, un oscuro cartógrafo alemán del que poco se sabe dibujó en Florencia un extraño mapa del mundo que se cree tuvo una asombrosa influencia en los acontecimientos que siguieron, estando recubierto desde entonces por una aureola de intriga y misterio en la que se mezclan nuevos descubrimientos, prácticas de desinformación y secretos de estado del siglo XV.
Basado en los antiguos mapas de Claudio Ptolomeo que se habían convertido en la base de la cartografía renacentista en Occidente, el mapamundi de Heinrich Hammer, que usaba el nombre latinizado de Henricus Martellus Germanus, incorporaba tanto los descubrimientos de Marco Polo como detalles revelados de fuentes africanas, así como los hallazgos más recientes de los navegantes portugueses, mostrándose especialmente detallado en lo referente a la red fluvial y a las costas africanas. Pero, al igual que las obras anteriores del cardenal D’Ailly y de Paolo Toscanelli, el mapa mostraba la isla de Cipango (Japón) a tan solo 3.500 millas al oeste de la Península Ibérica, extendiendo de forma exagerada el tamaño del continente euroasiático. Un error de bulto que resulta de lo más sospechoso, ya que a partir del examen de mapas anteriores resulta evidente que la extensión más o menos correcta de la masa continental era bien conocida en esa época. Asimismo, el tamaño de África está también muy exagerado, extendiéndose la friolera de 11º más de la cuenta hacia el sur, algo extraño si tenemos en cuenta que cuando el año anterior Bartolomeu Dias circunnavegó el Cabo de Buena Esperanza ya era posible determinar la latitud con bastante exactitud. Dejando al margen que el detalle de las costas africanas ofrecido en el mapa evidencia la filtración de información secreta desde Portugal,  parece claro que alguien involucrado en el diseño del mapa quiso confundir a sus destinatarios mostrando que la ruta oriental hacia las Indias resultaba más dificultosa de lo que en realidad era. Para terminar de arreglarlo, el mapa incluye por primera vez una inexistente y gigantesca península en extremo oriente, la llamada “cola de tigre” o “Península de Catigara”, que parece una reminiscencia de la línea costera continua que unía Asia con el sur de África en los antiguos mapas de Ptolomeo, y que de haber estado verdaderamente allí habría dificultado enormemente el viajar por mar hacia el Este hasta las islas de las especias (las Molucas).
Pero, ¿quién podía estar interesado en semejante engaño? Muchos estudiosos piensan que el hermano de Colón, Bartolomé, introdujo estos señuelos en 1488 o 1489 mientras trabajaba para el rey de Portugal. De hecho existen muchos indicios de que el mapa fue confeccionado allí originalmente y Martellus simplemente hizo una copia, que fue la que trascendió. Los hermanos Colón habrían intentado convencer a los monarcas ibéricos, especialmente a los Reyes Católicos, de que financiasen su viaje hacia el Oeste utilizando este mapa manipulado, así como otros posteriores que no eran sino copias o desarrollos del mismo. Dado el éxito de la empresa, puede considerarse el mapa de Martellus como uno de los trabajos de intoxicación más exitosos de la historia, bien pudiendo decirse que contribuyó a cambiar el mundo para siempre. Tal fue su influencia que detalles como el de la inexistente “cola de tigre” fueron incorporados a muchos de los mapas que se confeccionaron en Occidente durante décadas.
Pero no acaban aquí las curiosidades de este asombroso mapa. Utilizando una red de distorsión, el cartógrafo e historiador belga (nacionalizado argentino) Paul Gallez, informó en la década de los 90 de las extrañas coincidencias entre el contorno costero y el sistema fluvial mostrados en la “cola de tigre” tal como aparece en el mapa, y la auténtica longitud y posición relativa de los ríos y otros accidentes geográficos de la vertiente oriental de Sudamérica, lo cual, a su juicio, respalda la hipótesis de que alguien exploró el continente americano mucho antes que el genovés. Aunque esta teoría no cuenta con el respaldo de la mayoría de la comunidad científica, supone una intriga más a añadir a aquellas que desde hace 500 años rodean a este legendario y enigmático mapa.
¡Hasta la semana que viene!

sábado, 13 de septiembre de 2014


El USS Eldridge en 1944
 

El bulo del destructor “teletransportado”

Si hay una leyenda urbana grabada a fuego en los corazones de los partidarios de las teorías de la conspiración, es la del “Experimento Filadelfia” (también llamado “Proyecto Rainbow”), el supuesto intento, por parte de la marina norteamericana, de dotar de invisibilidad a los destructores de escolta con vistas a protegerlos de los submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
 
La historia es hoy en día célebre. Sometido a la acción de potentes campos electromagnéticos producidos por unas enormes bobinas instaladas siguiendo las supuestas investigaciones secretas de Albert Einstein, Nikola Tesla y otros destacados científicos, a finales de octubre de 1943 el destructor USS Eldridge (DE-173) y los escasos tripulantes destacados a bordo no solo se habrían vuelto completamente invisibles durante unos minutos, sino que habrían sido teletransportados  desde el puerto de Filadelfia en el que se encontraban hasta el de Norfolk, situado a más de 350 kilometros de distancia, para también desvanecerse allí y volver a aparecer en Filadelfia poco después. Según la leyenda, el resultado del experimento habría sido catastrófico para la tripulación, con varios de los hombres literalmente “fundidos” con la estructura del barco, otros enloquecidos, o posteriormente desmaterializados durante una trifulca en un bar. Como consecuencia de las aterradoras consecuencias, la marina habría decidido suspender el proyecto.
 
A pesar de que la única fuente original conocida que describe el suceso fue la carta que un supuesto testigo, Carlos Miguel Allende, hizo llegar en 1955 a Morris K. Jessup, un astrónomo y escritor aficionado a los ovnis, la leyenda del experimento se extendió como la pólvora, pasando a convertirse en uno de los relatos más divulgados de la segunda mitad del siglo XX. A ello contribuyeron la sorprendente reacción de la Oficina de Investigación Naval en Washington D.C., al decidir interrogar a Jessup tras recibir por correo una copia de uno de sus libros sobre ovnis con unas delirantes anotaciones hechas a mano por Allende u otras personas, y la posterior muerte del astrónomo, que se suicidó en extrañas circunstancias.
Sin embargo, todo el asunto quedó pronto en evidencia. En primer lugar (y muy fundamentalmente), aunque es cierto que Einstein colaboró con su gobierno en varios proyectos, la supuesta aplicación en el experimento de la "teoría del campo unificado" en la que trabajaba es completamente falsa, ya que dicha teoría no ha sido desarrollada con éxito todavía ni existe ninguna ley física conocida que permita utilizar campos de fuerza para volver invisibles o teletransportar a las personas o a las cosas. Asimismo, en 1943 Nikola Tesla era ya tan solo un anciano de 87 años a punto de fallecer, por lo que su supuesta intervención en el proyecto no resulta creíble.
En segundo lugar, los archivos de la marina donde se conserva la hoja de servicios del Eldridge muestran que el destructor nunca estuvo en Filadelfia en 1943. Todos los que sirvieron en él durante la Segunda Guerra han declarado que jamás participaron en un asunto semejante, ni oyeron hablar de él. Lo mismo han declarado los tripulantes del Andrew Furuseth, el mercante desde el que, según la leyenda, Allende fue testigo de la desmaterialización temporal del Eldridge.
Por último, Allende resultó ser Carl M. Allen, un aficionado a los ovnis bastante trastornado y que en alguna ocasión confesó haberse inventado la historia. Jessup, por su parte, se suicidó probablemente como consecuencia de su reciente divorcio y de sus constantes depresiones, tal y como su propia hija ha declarado. En cuanto a la peculiar reacción de la Oficina de Investigación Naval, resulta menos extraña si tenemos en cuenta que a mediados de los 50 el gobierno norteamericano investigaba de forma rutinaria cualquier rumor sobre tecnologías avanzadas, incluyendo los ovnis o la alquimia (*)
Para muchos investigadores, Allen simplemente sacó la idea del “barco invisible” del proceso de desmagnetización al que se sometía a los navíos para volverlos inmunes a las minas magnéticas, lo mezcló todo con algunos recuerdos personales (hay testigos de la pelea del bar que relatan que, por supuesto, nadie desapareció) e intentó darle credibilidad al asunto recurriendo a Einstein. Después, otras personas han continuado alimentando el mito con falsas declaraciones. Sin embargo, y a pesar de sus evidentes inconsistencias, lo sugestivo del relato y los extraños detalles que rodearon su divulgación han hecho que, casi 60 años después de salir a la luz, el bulo del “experimento Filadelfia” siga teniendo una significativa legión de seguidores, habiéndose convertido en una de las leyendas urbanas de más éxito de toda la historia de la ciencia. La que ha convertido a un oscuro destructor de escolta que nunca llegó a entrar en combate en el protagonista de una extraña y terrorífica historia de viajes por el tiempo y el espacio.
¡Hasta pronto!
(*) Aunque parezca increíble, existen algunos indicios de que a mediados de los años 40  militares norteamericanos llegaron a emplear tiempo y dinero en rastrear posibles indicios de tecnología atómica en documentos sobre alquimia.