domingo, 18 de diciembre de 2016

Scott, Napoleón y la leyenda de la maldición del estaño


Los miembros del equipo de Scott en el Polo Sur, el 18 de enero de 1912.

Scott, Napoleón, y la leyenda de la maldición del estaño



En el mundo de los metales el estaño es un caso muy raro. No solo se funde a una temperatura bastante reducida (232ºC), sino que cuando se enfría por debajo de 13,2ºC su estructura cristalina cambia, haciendo que el material engorde, se vuelva frágil y acabe por desmenuzarse en una especie de polvo blanco. Además, y por si esto fuera poco, cuando se dobla una barra de estaño el metal produce un chirrido característico causado por el rozamiento interno, que parece literalmente un grito.
Estas curiosas propiedades del estaño nunca impidieron que en la antigüedad fuese un auténtico material estratégico, buscado por todas partes para fabricar el omnipresente bronce -los fenicios se atrevieron a cruzar el estrecho de Gibraltar y llegar hasta las islas Casitéridas (¿Gran Bretaña?) - ni que haya sido utilizado durante milenios para fabricar todo tipo de objetos, desde juguetes hasta latas de conserva. La razón de esto último tiene que ver con su resistencia a la corrosión, una propiedad que, como hemos visto, desaparece sin embargo por completo en cuanto hace un poco de frío.
La extraña tendencia de este metal a descomponerse a temperaturas bajas, en lo que ha venido a conocerse como la “peste del estaño”, ha ocasionado todo tipo de problemas a lo largo de la historia, alguno de los cuales ha llegado a convertirse en célebre. En ese sentido, entre los más comentados en libros, artículos de divulgación y páginas web, se encuentran los acaecidos al infortunado capitán Scott y a su condenada expedición al Polo Sur de 1912, así como los que supuestamente habrían aquejado al ejército de Napoleón unos cien años antes, durante la desastrosa campaña de Rusia del invierno de 1812. Ahora bien, ¿sucedieron de verdad ambos incidentes o se trata más bien de leyendas urbanas?
En el caso de la frustrada hazaña del explorador británico, la desafortunada intervención del estaño habría tenido que ver con las soldaduras de las latas que contenían el queroseno que servía para alimentar el motor de dos trineos, además de para calentarse y preparar la comida. En su diario, el capitán Scott revela como en el último tramo de su viaje se encontraron con varias latas vacías, algo que durante mucho tiempo ha sido atribuido a que la “peste del estaño” destruyó las soldaduras hechas a base del metal y sometidas a temperaturas de muchos grados bajo cero. Sin embargo, no existen pruebas concluyentes de que esto fuese así. Algunas de las latas supervivientes tienen los sellos intactos y un análisis de las mismas ha mostrado que el combustible no estaba contaminado por el estaño, algo a lo que también se atribuyó en su día el mal comportamiento de los motores. De hecho, las soldaduras podrían no haberse estropeado de forma significativa, ya que el estaño utilizado probablemente no fuese de gran pureza. No obstante, lo relatado en el diario del infortunado explorador deja la puerta abierta a que la corrosión de las soldaduras pudiese haber intervenido de alguna manera en el desastre.
Por el contrario, caben pocas dudas de que la historia de lo sucedido a la Grande Armeé de Napoleón sea poco más que una leyenda urbana. Aunque es muy posible que los botones de estaño de las guerreras de los soldados franceses se viesen afectados por las inclementes temperaturas del terrible invierno ruso, hay muchas formas de atar, coser o mantener cerrada una prenda de tela, por lo que no parece probable que la fragilidad del estaño fuese demasiado responsable de las congelaciones. No está claro cual es el origen de este mito, que ha sido repetido hasta la saciedad en las últimas décadas, pero probablemente su veracidad sea similar a la de los relatos que circulan en algunos países nórdicos – de modo particular en Noruega – acerca de cómo los órganos de las iglesias se desmenuzaban literalmente en invierno por culpa de esta peculiaridad. En cualquier caso, es una realidad que la insólita capacidad del estaño para estropearse a bajas temperaturas ha ocasionado tantos problemas que su famosa “peste” ha dañado irremediablemente la imagen de este sorprendente metal, pagado en la antigüedad a precio de oro y que convive con nosotros a diario en forma de hoja de lata.
¡Hasta pronto!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química


viernes, 2 de diciembre de 2016

Los orígenes enigmáticos del primer portulano de Occidente

La Carta Pisana en el pergamino original
 

Los orígenes enigmáticos del primer portulano de Occidente

 
En la Biblioteca Nacional de París se conserva desde 1839 una legendaria carta náutica, la Carta Pisana, sobre la que se han vertido auténticos ríos de tinta. Y no es para menos. Supuestamente confeccionada en la segunda mitad del siglo XIII (no puede ser anterior a 1256 ni posterior a 1290 debido a ciertos detalles de la información que proporciona), es el primer ejemplo que se conserva de los llamados portulanos medievales, una colección de extraordinarios mapas en los que se representan por primera vez las costas del Mediterráneo y del Mar Negro, así como parte del Océano Atlántico, con un aspecto extrañamente moderno, muy alejado de las rudimentarias representaciones hasta entonces habituales en la cartografía medieval.
 
El sorprendente mapa, bautizado con ese nombre debido a que fue encontrado en Pisa, en Italia, muestra con todo lujo de detalle los accidentes costeros así como muchos de los puertos que en aquella época jalonaban los mares mencionados, pero carece de información alguna acerca del interior, lo que prueba que se trata con toda probabilidad de una carta de navegación, la primera conocida en Occidente. Es también el primer mapa que se conserva en el que se introducen los círculos de rumbos, en concreto dos, con dieciséis divisiones correspondientes a las direcciones de la rosa de los vientos, algo que, junto con su orientación, parece estar relacionado con la difusión del uso de la brújula en la zona del Mediterráneo.
 
Tradicionalmente, se cree que la Carta Pisana y sus posibles predecesoras fueron desarrolladas en el área de influencia genovesa, entre otras cosas porque la densidad de puertos que muestra es mayor en la zona del Mar Tirreno, difundiéndose después la nueva cartografía hacia Venecia y Mallorca, donde se confeccionaron muchos de los ejemplares de los siglos XIV y XV que guardan un estrecho parecido tanto entre sí como con su ilustre precursor de Génova. Pero el verdadero misterio reside en saber cuales pudieron ser las fuentes originales de este extraordinario mapa, cuya precisión, especialmente en lo tocante a las longitudes geográficas, hace que no se encuentre nada ni remotamente parecido entre el resto de la cartografía antigua o medieval.
 
Por un lado, es evidente que gran parte de la información reflejada en la carta es de carácter eminentemente práctico, probablemente obtenida a través de la experiencia de los marineros. Además, el uso de dialectos en los nombres de algunos lugares apunta a que los detalles fueron recopilados a partir de diversas fuentes regionales. Sin embargo, a lo largo del tiempo se han sugerido otras alternativas, como la posible influencia sobre la carta de la antigua cartografía grecorromana, o como la propuesta por parte del geógrafo y explorador sueco Otto Nordenksjöld acerca de la supuesta existencia de un original perdido de origen español, posiblemente obra de Ramón Llull. También existen hipótesis más especulativas e incluso disparatadas, como la que asegura que la carta es copia de un mapa muy antiguo y extraordinariamente preciso, en el que algunos han visto la huella de una civilización desaparecida.
 
La idea de Nordenksjöld partía de la base de que todos los portulanos posteriores no eran sino copias retocadas de la Carta Pisana o de un ejemplar anterior que, según los partidarios del origen antiguo del mapa, podría haber llegado hasta Italia procedente de los archivos bizantinos tras el saqueo de Constantinopla en 1204. Sin embargo, y a pesar del indudable parecido entre todas ellas, un examen detallado de las cartas náuticas de los dos siglos posteriores muestra una cierta evolución que hace pensar en un desarrollo paulatino de la idea original a partir de su origen incierto, no existiendo prueba alguna que relacione a la Carta Pisana con las vicisitudes de la Cuarta Cruzada ni con ninguno de los cartógrafos de la antigüedad. Bien es verdad que algunos estudiosos han respaldado con ciertos argumentos que los artesanos que la confeccionaron pudieron haberse visto influenciados por los trabajos del geógrafo fenicio Marino de Tiro, esto último probablemente a través de fuentes musulmanas, o por los viejos mapas de la red de calzadas costeras del Imperio romano que se conservaban en los archivos de Constantinopla. En este último caso, una vez más sería el célebre saqueo la fuente del enigmático mapa.
 
Sea cual sea la respuesta, lo cierto es que la Carta Pisana es, por derecho propio, uno de los trabajos de cartografía más influyentes de la historia y, al mismo tiempo, uno de los que más controversias ha despertado. Desde los que no ven en el más que la cristalización de las nuevas ideas acerca de la navegación y la cartografía que se desarrollaron en el área del Mediterráneo durante el transcurso de la Baja Edad Media hasta los que piensan que se trata de un documento de origen templario que contiene instrucciones secretas, pasando por los que opinan sin ningún tipo de prueba que el mapa es copia de un original mucho más completo y confeccionado por una misteriosa civilización perdida de la edad del Hielo que algunos identifican con la Atlántida, nadie parece indiferente a la fascinación que suscita uno de los documentos más extraordinarios de toda la ciencia medieval.
 
¡Hasta pronto!

viernes, 11 de noviembre de 2016

Orffyreus y el movimiento perpetuo*

Diagrama de la célebre máquina de Orffyreus
 

Orffyreus y el "movimiento perpetuo"

 
Desde el principio de los tiempos, las personas de mente despierta observaron con curiosidad el movimiento sin descanso de los ríos, de las nubes o de los astros. El Sol, por ejemplo, salía y se ponía todos los días, sin excepción, una y otra vez, desde tiempo inmemorial, sin que nadie pareciese empujarle. Este aparente “movimiento perpetuo natural” no parecía ser obra de los dioses, sino de algún tipo de mecanismo intrínseco a las cosas naturales. ¿No sería posible remedar este mecanismo de algún modo? ¡Qué fácil sería la vida si las máquinas se pudiesen mantener siempre en movimiento, sin necesidad de hacer ningún esfuerzo!
 
El más notorio de los defensores del movimiento perpetuo fue Johann Ernst Elias Bessler, más conocido como Orffyreus (1680-1745). Aunque había estudiado teología y medicina, Orffyreus era un apasionado de la mecánica y, en concreto, de los mecanismos de relojería. Parece ser que experimentó durante años con cientos de modelos de móvil perpetuo, y aseguraba haber construido al menos cuatro que funcionaban perfectamente. En 1717 publicó un panfleto titulado Perpetuum Mobile Triumphans by Orffyreus, donde afirmaba haber conseguido que “un material muerto no solamente se mueva a si mismo, sino que levante peso y haga trabajo”. Sus máquinas tuvieron tanto éxito que legiones de curiosos pagaban por verlas en funcionamiento, aunque se dice que el bueno de Orffyreus empleaba a menudo el dinero en obras de caridad. En una ocasión, llegó a poner su secreto a la venta por el equivalente a unos 25,000 Euros. Al enterarse de lo lucrativo del negocio, el Príncipe de Hessen-Kassel, del que llegó a ser consejero, estableció un impuesto sobre el dinero recolectado, lo cual se dice que enfadó tanto a Bessler que en un arranque de cólera destrozó uno de sus fascinantes modelos.
 
Pero el mayor éxito de Bessler, y quizás el más enigmático de todos los intentos de construir un móvil perpetuo, tuvo lugar el 12 de Noviembre de 1717, cuando bajo los auspicios del Landgrave de Hessen el mecánico aficionado construyó una rueda de buen tamaño que fue puesta en movimiento y encerrada en una habitación sellada. Según las crónicas, el 26 de Noviembre y posteriormente el 4 de Enero de 1718, la habitación fue abierta, encontrándose, para sorpresa de todos, que la misteriosa rueda parecía seguir girando a la misma velocidad que al principio. Sin embargo, solamente algunas personas tuvieron ocasión de examinar el mecanismo en secreto, y solo lo hicieron en parte. En verdad impresionado, el Landgrave envió al filósofo y matemático holandés Willem Gravesande a examinar el artefacto, y el profesor quedó igualmente convencido de estar ante un ejemplo genuino de movimiento perpetuo. Por desgracia, el Landgrave no había informado a Orffyreus acerca de este examen, y éste, montando de nuevo en cólera, destruyó el mecanismo.
 
De hecho, la explicación del misterio podría ser sencilla. Como excelente relojero que era, Orffyreus había desarrollado un mecanismo de engranajes capaz de mantener el movimiento durante un tiempo prolongado, algo nada extraordinario ya en aquella época. Por descontado, si la rueda se hubiese dejado funcionar durante el tiempo suficiente, habría terminado por pararse. Otra posibilidad nada desdeñable es que se tratase de un fraude, ya que el hecho de que la habitación estuviese cerrada impedía observar lo que sucedía en su interior. De hecho, el intrépido relojero fue acusado de ello en muchas ocasiones, llegando a decirse que había otras personas que manipulaban los instrumentos.
 
En cualquier caso, Orffyreus, que había destruido todos sus dibujos y modelos cuando pensó que iba a ser arrestado por este motivo, murió en 1745 al caerse de uno de sus aparatos, llevándose a la tumba su secreto para siempre. En las décadas que siguieron, la creencia en la posibilidad de que existiese el movimiento perpetuo languideció, hasta que el desarrollo de la nueva ciencia de la termodinámica durante la primera mitad del siglo XIX enterró el sueño para siempre.
 
¡Hasta pronto!
 
*Extractado y adaptado de El científico que derrotó a Hitler

 

lunes, 24 de octubre de 2016

El astrólogo omeya que pudo volar

Representación figurada del "vuelo" de ibn-Firnas


El astrólogo omeya que pudo volar

 


La Córdoba de los siglos IX y X debió ser, sin duda, un lugar fascinante, lleno de tipos extraordinarios que se afincaron allí atraídos por la reputación de la brillante capital de al-Andalus, por aquel entonces una de las cuatro ciudades mayores y más avanzadas del planeta. Uno de esos personajes fabulosos fue Abbas ibn Firnas (Abbas Abu al-Qasim ibn Firnas ibn Wirdas al-Takurini), un auténtico Leonardo que, si atendemos a todo lo que se dice de el, practicaba con maestría la medicina, la alquimia, la ingeniería, la astrología, la prestidigitación, la música y la poesía.
 
Nacido en lo que hoy es Ronda, en la provincia de Málaga, se sabe que Abbas era un mawlá omeya de origen bereber que trabajó al servicio de tres emires cordobeses, incluido Abderramán II, hasta 887, que fue el año en el que murió. Su gran habilidad como poeta y como astrólogo le valió el aprecio de los gobernantes cordobeses durante muchas décadas, pero ha pasado a la historia sobre todo por sus inventos y sus contribuciones a la ciencia. Una de las principales fue el traerse desde Irak las tablas astronómicas indias del Sind Hind, que con el tiempo resultarían fundamentales para el desarrollo de la ciencia en Europa. Entre los muchos artilugios que inventó, es célebre un “simulacro del cielo” que montó en una habitación de su casa para solaz de sus invitados, en el que se representaban los astros y las nubes y hasta se simulaban con luz y sonido los relámpagos y los truenos. También diseñó y construyó una magnífica esfera armilar, así como la primera clepsidra de flujo constante conocida hasta la fecha en al-Andalus. Según parece, descubrió asimismo un novedoso método para tallar el cristal de cuarzo que permitió a los andalusíes el no tener que importarlo, lo que supuso un gran impulso económico para los hornos cordobeses.
 
Pero la principal hazaña que se recuerda del extraordinario sabio andalusí es su supuesto intento de volar, algo que perduró en la memoria colectiva durante siglos, sirviendo de inspiración a romances y relatos a lo largo de la España hispano-musulmana. En efecto, y según una de las dos únicas fuentes conocidas, el Nafh at-tib del argelino Al-Maqqari, escrito a principios del siglo XVII:
 
«Se las ingenió para que su cuerpo volara. Se revistió con plumas y se colocó dos alas. Voló por el aire una gran distancia; pero el ingenio no le sirvió en la caída, ya que se daño el trasero. No tuvo en cuenta que el ave solamente cae sobre el arranque de su cola y no se fabricó ninguna» (Al-Maqqari, 1986: IV, 348-349)
 
Parece claro que Al-Maqqari se inspiró en el Mugrib, un texto del siglo XIII del historiador ibn Sa´id, quien apunta a que el intrépido aeronauta dió «...un salto en el cielo de la zona de Ruşãfa, alzarse por el aire y planear sobre él hasta que cayó a una considerable distancia» (Ibn Sa´id, 1953-55: 333)
 
Por lo que se vé, el “vuelo” debió ser algo parecido a un salto con ala delta empleando un artilugio construido con madera y tela, aunque los historiadores no mencionan cuanta distancia recorrió el bueno de Abbas. Por otra parte, algunas fuentes secundarias indican que el sabio cordobés se inspiró en el salto previo de un tal Armen Firman, quien se habría tirado desde una torre cordobesa unos veinte años antes utilizando un armazón de madera, pero la mayoría de los especialistas creen que el tal Firman no sería otro que el propio ibn Firnas, ya que no solo ambos nombres son muy parecidos sino que Abbas, del que se dice que fue un “joven” testigo del salto de Armen, habría tenido en realidad por aquel entonces no menos de cuarenta años, lo que parece apuntar hacia una confusión.
 
Fuesen cuales fuesen los auténticos detalles del extraordinario suceso, la fama de Abbas ibn Firnas ha trascendido el tiempo y el espacio para convertirle en uno de los símbolos más queridos de la luminosa Córdoba del siglo IX, así como en uno de los héroes favoritos de las modernas historiografía y literatura musulmanas. No en vano, en su honor hoy en día se han bautizado un centro astronómico en su ciudad natal, Ronda, un puente en la Córdoba de sus amores y hasta un cráter de la Luna. Por no hablar de las muchas representaciones figuradas del famoso “vuelo” que jalonan varios museos y edificios a lo largo del mundo islámico, ese que se enorgullece de contar entre sus antepasados nada menos que con un legendario pionero de la aviación.
 
¡Hasta pronto!

domingo, 9 de octubre de 2016

Ovnis, cosmonautas, y la invasión de la prensa amarilla

El astronauta L. Gordon Cooper Jr., antes del lanzamiento del Mercury
 

Ovnis, cosmonautas, y la invasión de la prensa amarilla

 
Es un hecho que por internet circulan innumerables bulos que narran los extraños avistamientos de los que, supuestamente, fueron testigo los astronautas de los años sesenta del siglo pasado durante el transcurso de la carrera espacial, incluyendo el célebre alunizaje de 1969. Ciertamente, muchos de los astronautas de los proyectos Gemini y Apollo se tropezaron con objetos que a la postre no resultaron ser sino satélites artificiales, piezas de sus cohetes propulsores y cosas por el estilo pero, a lo largo de los años, muchas revistas de temática ufológica o sensacionalista han publicado informes falsos, fotografías retocadas y conversaciones tergiversadas o que nunca llegaron a ocurrir como si hubiesen sido ciertas, alimentando la leyenda de que los cosmonautas de los años sesenta trabajaban literalmente rodeados de extraterrestres.
 
Sin embargo, es menos conocido que, por extraño que pueda parecer, algunos de los héroes que protagonizaron aquella época llegaron a ser firmes partidarios de los extraterrestres. Es el caso de Gordon Cooper, uno de los miembros originales del proyecto Mercury, quien se pasó media vida asegurando que el gobierno americano estaba ocultando información. Aunque a menudo hacía referencia a «cientos» de avistamientos realizados tanto por él como por otros pilotos, su principal argumento era que, en 1957, unos trabajadores de su equipo que hacían un seguimiento de los aviones que aterrizaban en la base Edwards de la fuerza aérea en California le entregaron una película y varias fotografías de un extraño objeto con pinta de platillo que había aterrizado a menos de cincuenta metros de ellos antes de volver a despegar. Según Cooper, el Pentágono le reclamó el asombroso material y él nunca llegó a volver a verlo. Por el contrario, la versión oficial de este incidente es que lo que se observó y fotografió fue un globo meteorológico. En cualquier caso, Cooper tardó veinte años en relatar lo sucedido en una entrevista, lo que sin duda restó precisión a sus recuerdos.
 
Otros astronautas, como Donald “Deke” Slayton, o el ruso Vladimir Kovalenok (este último ya en 1981) declararon en su día haber visto cosas raras, y según una leyenda urbana Joe Walker habría admitido que tenía instrucciones de detectar ovnis. También Edgar Mitchell, uno de los tripulantes del Apollo 14, aseguró durante una entrevista telefónica en el año 2008 que el gobierno norteamericano estaba ocultando que los extraterrestres nos habían visitado. Mitchell llevaba ya mucho tiempo denunciando una conspiración al respecto, aunque el hecho de que el antiguo héroe creyese en la telepatía y en otros fenómenos paranormales, así como que hubiese fundado en su día el “Instituto de Estudios Noéticos”, no ayudó demasiado a que le tomasen en serio. Además, Mitchell siempre reconoció no haber sido nunca un testigo presencial en un incidente ovni, estando su convicción más basada en el testimonio de terceras personas que en el suyo propio.
 
Por supuesto, estas cosas encantaban a la prensa, que siempre que pudo intentó sacarles partido. Prueba de ello es una anécdota relatada por Frank Borman, uno de los tripulantes de la Gemini 7, que al ofrecerse en 1997 para acudir al programa de televisión Unsolved Mysteries con objeto de desmentir que hubiese visto un ovni en 1965, se encontró con la impagable respuesta: “Bueno, no estamos seguros de quererle en el programa”. Y años más tarde, “Buzz” Aldrin, uno de los dos astronautas que pisaron la Luna por primera vez en 1969, fue objeto de una mala pasada cuando su explicación de como un objeto misterioso que observaron él y sus compañeros no era a su juicio más que uno de los pequeños paneles que se habían desprendido de la nave, fue suprimida a propósito en la entrevista publicada por el Science Channel para dar la impresión de que la tripulación del Apollo 11 se había topado con un objeto de naturaleza desconocida. Bastante molesto, Aldrin se puso en contacto con los gestores del programa para que rectificasen su postura, pero, como era de esperar, no le hicieron ni el más mínimo caso.
 
Después de todo, ¿a quién le importa una verdad prosaica si puede ganarse audiencia vendiendo una noticia sensacional?
 
¡Hasta pronto!
 
Nota: Este artículo es una adaptación ampliada del texto incluido en uno de los capítulos del libro "Los vikingos de Marte", obra del autor del blog.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Areteo, el litio, y los orígenes del tratamiento del trastorno bipolar

Grabado que representa a Areteo de Capadocia
 

Areteo, el litio, y los orígenes del tratamiento del trastorno bipolar

 
El litio es un metal extraordinario. Su átomo es muy pequeño, pues tan solo cuenta con tres protones, lo que le convierte en el único elemento químico que, junto con el hidrógeno y el helio, se produjo durante el Big Bang. Es también el elemento sólido más ligero y, junto al sodio, el único metal que flota en el agua. Además, el tamaño de su átomo le confiere propiedades eléctricas muy especiales. Por ejemplo, las baterías de iones de litio son ligeras, potentes y resistentes, además de recargables un gran número de veces, resultando ideales para equipos portátiles como teléfonos móviles, tabletas y otros objetos imprescindibles en la vida moderna. De hecho, el consumo de litio ha aumentado tanto que asegurar su suministro en el futuro es fuente de preocupación, sobre todo porque el 85% de la producción mundial procede de una única región, compartida por Argentina, Bolivia y Chile y conocida como el “Triángulo del Litio”.
 
Sin embargo, y por extraño que pueda parecer, una de las principales aplicaciones del pequeño metal alcalino tiene que ver con nuestro cerebro, y más concretamente con el tratamiento de mentes enfermas. En un tiempo tan lejano como el siglo I de nuestra era, Areteo de Capadocia, un notable médico del que se sabe muy poco, fue quizá el primero en percatarse de que los episodios intensos de manía y de depresión que afectaban a algunas personas eran dos manifestaciones de una misma enfermedad. Además, era tan observador que notó que beber ciertas aguas con fama de medicinales ayudaba a mejorar a estos enfermos. Aunque él no lo sabía, ni que decir tiene que se trataba de aguas con alto contenido en litio. Con esta y otras muchas observaciones, el genial galeno del mundo grecorromano escribió un tratado titulado Sobre las causas y los síntomas de las enfermedades, el cual se convirtió, por derecho propio, en uno de los mejores manuales clínicos de la antigüedad, en el que se describen, entre otros males, la epilepsia, la melancolía y la locura. El de Capadocia estaba convencido de que las enfermedades mentales obedecían a causas físicas, y así se propuso tratarlas.
 
Aunque seguramente en su época se trató de un médico bien valorado, los extraordinarios conocimientos de Areteo se perdieron en las brumas de los siglos, hasta que a finales del siglo XIX se reconoció la eficacia de ciertas sales de litio para calmar a los maníaco-depresivos y estabilizar sus estados de ánimo, sin tener la menor idea de por qué esto funcionaba. Con el tiempo, se ha descubierto que este ligero metal ejerce su acción estabilizante a través de varios mecanismos, uno de los cuales consiste en reemplazar al sodio en los canales sinápticos de las neuronas, pues tiene sus mismas propiedades químicas pero es más pequeño y, por tanto, se cuela. El pequeño intruso también activa la despolarización de las membranas pero, al hacerlo más lentamente que el sodio, la tormenta eléctrica desencadenada por el trastorno bipolar no puede tener lugar. Parece ser que el litio también bloquea otros mecanismos neuronales importantes, tales como el bombeo de calcio, habiéndose convertido en un fármaco completamente imprescindible en la psiquiatría de hoy en día.
 
Sin duda todo un homenaje a Areteo de Capadocia, ese contemporáneo de Nerón y Vespasiano del que puede decirse que fundó el estudio sistemático de las enfermedades neurológicas en un tiempo en que la medicina, todavía impregnada de magia y superstición, trataba las enfermedades mentales mediante conjuros y purificaciones.
 
¡Hasta pronto!
 
(*) Adaptado y ampliado a partir de un extracto de El secreto de Prometeo y otras historias sobre la tabla periódica de los elementos.

jueves, 8 de septiembre de 2016

El rostro alienígena que nunca existió

La "cara de Marte" en fotos de 1976 y 1998, respectivamente
 

El rostro alienígena que nunca existió


Este verano se cumplieron cuarenta años de la célebre hazaña de las Viking, las sondas que la NASA envió a explorar el planeta Marte en 1976, en lo que supuso una de las misiones de mayor éxito acometidas por la agencia a lo largo de su historia. En el transcurso de su periplo, las Viking enviaron a la Tierra cantidades ingentes de información, cartografiando el planeta, analizando su atmósfera y su medioambiente, y llevando a cabo tres famosos y algo polémicos experimentos que tenían como objeto la búsqueda de materia orgánica y señales de vida en el planeta rojo, que al final arrojaron resultados que fueron considerados negativos. De paso, una de las fotos de la Viking 1 creó la polémica de la célebre «cara de Marte», un accidente del terreno que debido a la limitada resolución de la imagen mostraba una forma que se asemejaba a la gigantesca escultura de un rostro humano.

La célebre “escultura” se encontraba situada en una región conocida como Cidonia, rodeada de una serie de accidentes del terreno donde la gente ha creído ver también unas pirámides, los restos de una fortaleza y hasta los de una ciudad. Como era de esperar, casi de inmediato la interpretación ufológica de la “cara” en cuestión fue que se trataba de un monumento abandonado por una antigua cultura extraterrestre. En los años que siguieron al viaje de las Viking, varios libros y artículos, uno de los cuales llegó a presentarse a la Sociedad Astronómica Americana, apuntaban al origen artificial de la estructura, y en 1986 el norteamericano Richard C.Hoagland publicó un libro sobre el tema, The monuments of Mars: A city in the Edge of Forever, en el que conectaba las supuestas ruinas marcianas con las pirámides de Egipto y con la esfinge, y que se convirtió en todo un best-seller. Años después, Johannes von Buttlar publicaba otro libro sobre el tema, donde afirmaba que los marcianos habían colonizado nuestro planeta en la antigüedad, vendiendo cientos de miles de ejemplares en toda Europa. Se fundaron asociaciones destinadas a investigar el asunto e incluso algunos especialistas con buena formación científica, tales como el doctor en Ingeniería Eléctrica y especialista en procesamiento de imágenes Mark J. Carlotto, el geólogo James Erjavec o el astrónomo Tom Van Flanders, apoyaron la hipótesis artificial, dando alas a una pléyade de aficionados a la ufología que acusaban a la NASA y al gobierno americano de encubrimiento, convirtiendo el asunto de la “cara de Marte” en un auténtico casus belli.
 
La fiebre desatada por la ya célebre “escultura” alcanzó tintes surrealistas en 1993, cuando tras perder la NASA el contacto con la sonda Mars Observer, se montó una manifestación frente al Jet Propulsion Laboratory de Pasadena para acusar al gobierno de ocultar nuevas pruebas. Pero en 1998, más de veinte años después del viaje de las Viking, la sonda Mars Global Surveyor tomó fotografías de la zona con un nivel de resolución muy superior a las de 1976, demostrando que ahí no había nada que se pareciese ni remotamente a una cara. Sencillamente, se trataba de otra paraeidolia provocada por las caprichosas formas de lo que no era más que un montículo erosionado al que los juegos de luces y sombras a baja resolución dotaban del aspecto de un rostro humano.
 
Fotos posteriores más detalladas todavía no han hecho sino despejar la más mínima duda sobre el asunto, a pesar de lo cual no se ha terminado del todo con el debate. De hecho, cuando salieron a la luz las fotos de 1998, muchos aficionados despechados las quisieron explicar asegurando, indistintamente, que las fotos estaban trucadas, que el monumento había sido bombardeado con armas nucleares para hacer desaparecer el rostro (sin explicar como transportó el gobierno americano semejantes armas hasta el planeta rojo) o incluso que había quedado recientemente destruido… ¡en una reciente conflagración entre ejércitos marcianos! Sin embargo, hoy en día incluso los ufólogos más recalcitrantes admiten que resulta muy improbable que estemos ante algo de origen artificial, y quizá por eso los desesperados internautas se han lanzado a escudriñar las fotos que nos envían los astromóviles que operan en Marte, habiendo encontrado ratones, árboles, calaveras, gorilas, estatuas egipcias, cangrejos, semáforos, cucharas, tuberías y hasta el manillar de una puerta. La “cara de Marte” mientras tanto, ha quedado firmemente asentada en la cultura popular, estando presente en películas (Misión a Marte), series de televisión (Expediente X) e incluso en los videojuegos (Final Fantasy). Un curioso destino para una escultura alienígena que nunca existió.
 
¡Hasta pronto!





miércoles, 22 de junio de 2016

Juanelo Turriano y la leyenda del autómata

Busto de Juanelo Turriano, obra de Berruguete
 

Juanelo Turriano y la leyenda del autómata


En la mágica ciudad de Toledo, yendo desde la plaza del Ayuntamiento hacia la de Zocodover a través del arco de Palacio, el caminante se encuentra con una vía cuyo nombre hace referencia a un extraño episodio del pasado: la calle del “hombre de palo”.
Las primeras noticias de este suceso que se mueve entre las brumas de la leyenda parecen datar de finales del siglo XVI o principios del XVII, cuando empezaron a circular escritos acerca de la presencia de un curioso autómata de madera que recogía limosnas y que supuestamente había estado situado en dicha calle. Como no podría ser de otra manera, existen varias versiones acerca de las características del artefacto, pues si bien algunos lo describen como un muñeco de madera estático, para el cronista Horozco se trataba de un «hombre de palo armado con un escudo en el lado izquierdo y en el brazo derecho una talega, hincado en un madero, y andábase alrededor y en tocando en el escudo volvía y daba con la talega de arena a quien pasaba y le daba». Según él, el autómata servía para conmemorar la vuelta de Inglaterra al catolicismo, mientras que otros cronistas lo consideraban destinado a recaudar fondos para la construcción de un hospital cercano.
Sin embargo, otras versiones menos verosímiles de la historia parecen salidas de la película Ex machina. En estos casos estaríamos hablando de un autómata que recorría las calles pidiendo limosna o comida para su creador y que era capaz hasta de hacer reverencias y emitir sonidos. ¿Y quién habría sido el creador? Nada menos que Giovanni Torriani, más conocido como Juanelo Turriano, relojero de la corte del emperador Carlos V y matemático mayor del rey Felipe II, un Leonardo da Vinci que construía relojes astronómicos (como el famoso cristalino, considerado el mecanismo más preciso de la época), máquinas de diversa índole y, por supuesto, autómatas, aunque estos últimos solían tener más bien el tamaño de pequeñas marionetas.
Como  a tantos inventores que se han movido entre la historia y la leyenda, a Turriano, uno de esos personajes fabulosos que produjo el Renacimiento, se le han atribuido quizá demasiadas cosas, entre ellas el diseño de una ametralladora y de varios artefactos voladores, aunque está fuera de duda que llegó a viajar al Vaticano para participar en la reforma del calendario, que diseñó las campanas del Monasterio del Escorial y que fue el responsable del célebre Artificio, una extraordinaria máquina compuesta de aparatos de madera engranados que conseguía elevar el agua del río Tajo hasta el Alcázar, salvando un desnivel de más de 100 metros y de la que tuvo que fabricar dos ejemplares, una para el ejército y otra para el abastecimiento de la ciudad.
Según la leyenda, es aquí donde está la conexión entre el genio de Cremona y el enigmático autómata, ya que al dejar de funcionar la primera de las dos máquinas el ejército requisó la segunda y ni el rey ni las autoridades locales le pagaron el encargo, arruinando a Turriano y condenándolo a la más absoluta miseria. Es en ese contexto en el que el gran ingeniero renacentista habría construido el “hombre de palo”, con vistas a que recorriese a diario el camino que iba desde su casa hasta el palacio arzobispal para recoger comida y después regresar. Sin embargo, y dada la nueva situación de indigencia del otrora acomodado inventor y relojero, para muchos el célebre autómata no habría sido sino el propio Juanelo, siendo su fama de constructor de marionetas el origen de la curiosa leyenda.
Sea como fuere, se dice que el autómata fue destruido poco antes de la muerte de Turriano en 1585, según algunos por causa de la inquisición, que veía en el artefacto un engendro del averno, y según otros por orden del mismísimo rey, molesto por el continuo recordatorio de haber abandonado a su antiguo protegido en la miseria. En ese sentido, circula una curiosa historia ocultista de acuerdo con la cual el Greco, que era un gran amigo del prodigioso inventor, dejó reflejadas en El entierro del conde de Orgaz las pistas que delatarían a los responsables del triste final del infortunado robot, protagonista de una extraña leyenda urbana que ha sobrevivido a través de los siglos en esa antigua ciudad imperial por cuyas calles uno parece transportarse hacia otra realidad.
¡Hasta pronto!

jueves, 2 de junio de 2016

Cohetes renacentistas en la tierra de los vampiros

Algunos de los diseños de Haas

Cohetes renacentistas en la tierra de los vampiros


 En 1961, el profesor Doru Todericiu, de la Universidad de Bucarest, andaba buceando entre los polvorientos archivos de la ciudad rumana de Sibiu cuando se topó con un voluminoso manuscrito que parecía un compendio de dibujos y datos técnicos relacionados con la artillería. Ante los asombrados ojos del especialista, comenzaron a desfilar todo tipo de maravillosos y temibles artilugios, pero cuando la excitación se tornó en sorpresa fue al comprobar que los diseños mostrados incluían nada menos que la descripción de un cohete por etapas, lo que tratándose de un documento fechado en el siglo XVI resultaba poco menos que increíble.
Una vez descartado el que se tratase de una falsificación, la pregunta inmediata era quién fue el autor de semejante tratado de balística, cuyos detalles se adelantaban en casi un siglo a la primera descripción hasta entonces conocida de ese tipo de cohetes, que procedía de la Polonia de mediados del siglo XVII. La respuesta sirvió para presentar al mundo la figura de Conrad Rudolf Haas, un extraordinario ingeniero militar que trabajó para el ejército imperial austriaco del sacro emperador romano.
Los orígenes de Haas están envueltos en un cierto aire de misterio, ya que aunque probablemente nació cerca de Viena, no es segura su nacionalidad (tal vez fuese austríaco, pero también pudo ser transilvano de origen germano). Se sabe que era hijo de una familia acomodada, que a pesar del interés del chico por la alquimia intentó que se hiciese médico. Sin embargo, el joven Conrad se decantó por la carrera militar, sirviendo durante décadas en el ejército del emperador Fernando I, hermano de Carlos V.  En 1551, se trasladó a lo que hoy es Sibiu para hacerse cargo del arsenal de la ciudad, convirtiéndolo rápidamente en uno de los centros de tecnología militar de vanguardia más importantes de la época.  Fue allí, trabajando como ingeniero jefe de armamento, donde llevó a cabo muchos experimentos con diversos tipos de misiles y donde se cree que completó el famoso manuscrito.
Escrito en alemán, el impresionante tratado contiene detalles que resultan asombrosos, incluso para el nivel de un gran ingeniero renacentista. Así, sus diseños, centrados en la combinación de las técnicas de los fuegos artificiales con el armamento militar, no solo incluyen los fundamentos de los cohetes de varias fases sino también la descripción de mezclas de carburantes líquidos, de aletas en forma de ala delta y de toberas en forma de campana. La sugerencia de utilizar propelentes basados en compuestos de amonio en lugar de los habituales de salitre fue una genialidad insólita para la época. Sus dibujos de cohetes de varias fases no son en esencia muy distintos del aspecto de un moderno Titán o de un Saturno V, hasta el punto de que puede decirse que Haas se adelantó en cientos de años a las ideas de Robert Goddard, Konstantin Tsiolkovski o Hermann Oberth, por no mencionar más que a algunos de los más destacados pioneros en el campo de la astronáutica.
Algunos de los misiles de Haas fueron utilizados con éxito contra las tropas turcas, por lo que, a pesar de su profesión y de su pasado como oficial de la guardia imperial, el genial ingeniero puede que dudase del futuro de la humanidad en caso de que se siguieran desarrollando armas de semejante potencia. Quizá por eso escribiese, al final de su extraordinario tratado, las siguientes palabras:
«Pero mi consejo es más paz y que no haya guerra, dejando los rifles almacenados, de modo que la bala no se dispare, y la pólvora no se queme ni se moje, para que el príncipe conserve su dinero, y el jefe del arsenal su vida; este es el consejo que da Conrad Haas .»
Por desgracia, no consta que ni el emperador ni los príncipes de la tierra de los vampiros le hiciesen el más mínimo caso.
¡Hasta pronto!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

viernes, 13 de mayo de 2016

La fugitiva, su sobrino y el amanecer de la era Atómica


Representación de la fisión del núcleo del átomo de uranio-235


La fugitiva, su sobrino, y el amanecer de la Era Atómica

 
Nacida en Austria, Lise Meitner fue una auténtica lumbrera que llevaba varias décadas trabajando en Alemania con su colega Otto Hahn cuando tras el Anschluss  de 1938 se vio obligada a salir corriendo para evitar que los nazis la detuviesen por ser de ascendencia judía. Por suerte, consiguió escapar cruzando la frontera holandesa equipada con un anillo de la madre de Hahn que éste le regaló para que pudiese sobornar a los guardias fronterizos, y llegar hasta Suecia, donde entró a trabajar en un inhóspito laboratorio de un instituto adjunto a la Universidad de Estocolmo. Desde allí se carteaba con Hahn, quien procuraba ponerle al tanto de las investigaciones que había iniciado con ella y que ahora llevaba a cabo junto a Fritz Strassman, y que consistían en bombardear uranio con neutrones para ver lo que pasaba.
En diciembre de aquel año, la brillante fugitiva llevaba meses intrigada por los extraños resultados de los alemanes, que creían haber identificado isótopos de radio como consecuencia del bombardeo. Esto era muy raro, porque el átomo de radio tiene cinco protones menos que el de uranio y tanto las predicciones teóricas como los experimentos llevados a cabo hasta la fecha indicaban que en las colisiones de partículas fundamentales con núcleos atómicos solo podían producirse elementos con dos protones menos o bien con uno más. Entonces la exiliada Lise recibió una nueva carta de Hahn en la que este le explicaba que lo que en realidad habían encontrado era bario, un elemento químicamente parecido al radio pero con la mitad de tamaño del átomo de uranio. Esto ya era el colmo. ¿Podía tratarse de un error? Meitner lo dudaba, porque sus colegas alemanes eran dos químicos excelentes, pero los resultados eran tan extravagantes que el propio Hahn le rogaba a la genial austriaca «... quizá tú puedas sugerir alguna explicación fantástica. Nosotros nos damos cuenta de que esto no puede realmente producir bario».
A Meitner no se le ocurría nada, pero tenía un sobrino, Otto Robert, de apellido Frisch, que era muy inteligente y también se dedicaba a la física. Robert tenía la costumbre de pasar las navidades con su tía, y aunque estaba a punto de trasladarse a Inglaterra, trabajaba todavía en Copenhague, por lo que no le costó gran cosa visitarla en la pequeña ciudad de Kungälv, donde estaba descansando con unos amigos. Allí la encontró reflexionando sobre la carta de Hahn, y se sintió intrigado de inmediato. Meitner, por su parte, agradeció de veras el poder charlar con alguien que pudiese  entender el problema. Un día, caminando por el bosque nevado (Frisch equipado con sus esquíes), los dos familiares se pusieron a especular sobre el tema hasta que, estimulados el uno por el otro, se les ocurrió la por aquel entonces totalmente descartada posibilidad de que un núcleo atómico pudiera partirse. Entonces, se sentaron en un tronco y, por increíble que pueda parecer, calcularon rápidamente que uno de los isótopos del uranio podía ser lo suficientemente inestable como para que su núcleo se rompiese en dos pedazos al recibir el impacto de un neutrón. Lise también calculó la masa de los hipotéticos productos de la rotura, encontrando con asombro que había una diferencia de masa con respecto al átomo original que, de acuerdo con la célebre ecuación de Einstein, equivalía a la energía que adquirían los primeros al separarse.
Preso de la excitación que todo científico experimenta cuando presiente que ha descubierto algo verdaderamente extraordinario, el inquieto sobrino regresó a Copenhague y habló de sus especulaciones al gran físico Niels Böhr, quien al escucharle no pudo menos que exclamar: «¡Qué idiotas hemos sido todos! ¡Esto es maravilloso!»
Antes de escribir el artículo que les haría célebres tanto a él como, sobre todo, a su tía, Frisch también le preguntó a un biólogo del laboratorio cómo se llamaba el proceso por el que una célula se dividía en dos. A los pocos segundos, el sobrino más listo de Lise Meitner había bautizado el mecanismo descubierto por los dos químicos alemanes con el nombre de fisión nuclear, cambiando el mundo para siempre e inaugurando una nueva etapa en la historia de la humanidad.
¡Hasta pronto!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

viernes, 29 de abril de 2016

El bombardeo que fundó la quimioterapia


Soldados equipados con máscaras antigás


El bombardeo que fundó

la quimioterapia



Durante la Segunda Guerra Mundial, ninguno de los bandos en conflicto llegó a desplegar armas químicas, aunque ello se debió más al temor a las represalias del enemigo que a cualquier otra cosa. Por ejemplo, los alemanes acumularon ingentes cantidades de organofosforados que nunca utilizaron, mientras que los aliados dispusieron de grandes reservas de sustancias como el gas mostaza. Por extraño que pueda parecer, un incidente relacionado con este último se convirtió, por una de esas curiosas carambolas del destino, en el acta fundacional de la quimioterapia contra las células cancerosas.
A principios de diciembre de 1943, el USS Liberty, un carguero americano repleto de explosivos y de gas mostaza, se encontraba en el puerto italiano de Bari junto con otros barcos que transportaban suministros a las tropas aliadas cuando en la tarde del día 3 un puñado de bombarderos alemanes atacaron por sorpresa, alcanzando al Liberty y haciéndolo explotar. Como consecuencia, se desprendió una nube de gas mostaza que envolvió todo el puerto, provocando el envenenamiento de un buen número de personas. Entre los presentes, se encontraba el doctor Cornelius Rhoads, un destacado investigador norteamericano en el campo de la anemia y de la leucemia que formaba parte de la División de Armas Químicas del Ejército de Estados Unidos y que participó en la tarea de prestar atención a los intoxicados.
Al analizar las células de la sangre de los afectados, a Rhoads le llamó la atención el hecho de que a los pocos días de la exposición al gas todos los tipos de glóbulos blancos quedaban prácticamente aniquilados, dando un recuento que se acercaba a cero, en tanto en cuanto el resto de las células y tejidos no parecían estar dañados. ¿No sería el gas mostaza un tóxico específico para los glóbulos blancos? De ser así, tal vez se pudiera estar frente a un tratamiento eficaz contra la leucemia, una enfermedad caracterizada por una producción excesiva de este tipo de células.
Puesto manos a la obra, el oncólogo norteamericano llevó a cabo una serie de ensayos clínicos secretos con la mecloretamina, un derivado de la mortal sustancia que utilizaban los militares. A los pocos meses, tanto él como otros colegas demostraron la eficacia del tratamiento con este fármaco en enfermos con linfoma de Hodgkin y otros tipos de leucemia. Era la primera vez en la historia de la medicina que un compuesto químico se mostraba efectivo para combatir el cáncer, de manera que cuando los resultados de los ensayos se hicieron públicos dieron lugar al comienzo del desarrollo de lo que más tarde sería conocido como quimioterapia.
Durante el resto de su vida, Rhoads se convirtió en una eminencia en la lucha contra el cáncer, siendo también un pionero de la radioterapia y acumulando honores y distinciones. Sin embargo, cierto incidente relacionado con varias cartas desafortunadas de tintes racistas que envió en 1931 mientras trabajaba en Puerto Rico dio lugar a una polémica que, con ciertos altibajos, le acompañó durante el resto de su vida. Aunque las investigaciones que se llevaron a cabo exoneraron al oncólogo de las sospechas de haber cometido crímenes durante sus tratamientos de aquella época, nada pudo evitar que la American Association for Cancer Research cambiase la denominación de un premio que llevaba su nombre.
Sin duda toda una mancha en la reputación del hombre que convirtió un oscuro bombardeo de la Segunda Guerra Mundial en el amanecer de una especialidad que ha salvado millones de vidas desde aquella lejana tarde de 1943.
¡Hasta pronto!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

jueves, 31 de marzo de 2016

La medicina de los frany


Caballeros de la quinta cruzada llegan al fuerte de Damieta

La medicina de los frany

Tomando en consideración el nivel de la medicina occidental en el siglo XXI resulta sorprendente contemplar el desastroso nivel de conocimientos existente en la cristiandad hace unos mil años, en plena época de las cruzadas. Es sabido que por aquel entonces la medicina y, en general, la ciencia y la tecnología, estaban infinitamente más avanzadas en el mundo árabe, una zona donde, a diferencia de lo que sucedía en el bando cristiano, el ardor guerrero y el fanatismo religioso convivían con un nivel intelectual relativamente alto por parte de las élites y de los ambientes académicos.
Así, mientras los sabios musulmanes se esforzaban por estudiar la naturaleza con un criterio que podríamos calificar de pre-científico, utilizando como base los antiguos escritos de griegos y romanos que habían sido traducidos al árabe desde hacía siglos y haciendo gala de una observación cuidadosa y unos diagnósticos a menudo sorprendentemente precisos, los cristianos de los siglos XI y XII navegaban todavía entre las sombras de la brujería y la superstición, encomendándose a Dios y a los santos para que curasen sus enfermedades y empleando prácticas tan ridículas como a veces espantosas con vistas a lograr la sanación.
Entre los innumerables ejemplos de la lamentable situación de la medicina occidental en la época de las cruzadas, ninguno mejor que la anécdota narrada en su día por Usama Ibn Munqidh, el perspicaz emir sirio que nos legó inolvidables testimonios de la época de los frany (francos), así llamados por los musulmanes en referencia al país de origen del que procedían la mayoría de los invasores cristianos, y que recoge el gran escritor libanés Amin Maalouf en su excelente obra de imprescindible lectura, Las cruzadas vistas por los árabes. En ella, Usama nos cuenta cómo un galeno de la zona estaba curando con cierto éxito a un caballero que tenía un absceso en una pierna y a una mujer que se encontraba enferma, cuando apareció un médico franco que le acusó de no saber tratarlos, tras lo cual,
<<…dirigiéndose al caballero le preguntó: “¿Qué prefieres, vivir con una sola pierna o morir con las dos?” Como el paciente contestó que prefería vivir con una sola pierna, el médico ordenó: “Traedme un caballero fuerte con un hacha bien afilada.” Pronto vi llegar al caballero con el hacha. El médico franco colocó la pierna en un taco de madera, diciéndole al que acababa de llegar: “¡Dale un buen hachazo para cortársela de un tajo!” Ante mi vista, el hombre le asestó a la pierna un primer hachazo y, luego, como la pierna seguía unida, le dio un segundo tajo. La médula de la pierna salió fuera y el herido murió en el acto. En cuanto a la mujer, el médico franco la examinó y dijo: “Tiene un demonio en la cabeza que está enamorado de ella. ¡Cortadle el pelo!” Se lo cortaron. La mujer volvió a empezar entonces a tomar las comidas de los francos con ajo y mostaza, lo que agravó su estado. “Eso quiere decir que se ha metido el demonio en la cabeza”, afirmó el médico. Y, tomando una navaja barbera, le hizo una incisión en forma de cruz, dejó al descubierto en hueso de la cabeza y lo frotó con sal. La mujer murió en el acto. Entonces yo pregunté: "¿Ya no me necesitáis?” Me dijeron que no y regresé tras haber aprendido muchas cosas que ignoraba de la medicina de los frany>>
Sin comentarios.
¡Hasta pronto!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química