jueves, 22 de septiembre de 2016

Areteo, el litio, y los orígenes del tratamiento del trastorno bipolar

Grabado que representa a Areteo de Capadocia
 

Areteo, el litio, y los orígenes del tratamiento del trastorno bipolar

 
El litio es un metal extraordinario. Su átomo es muy pequeño, pues tan solo cuenta con tres protones, lo que le convierte en el único elemento químico que, junto con el hidrógeno y el helio, se produjo durante el Big Bang. Es también el elemento sólido más ligero y, junto al sodio, el único metal que flota en el agua. Además, el tamaño de su átomo le confiere propiedades eléctricas muy especiales. Por ejemplo, las baterías de iones de litio son ligeras, potentes y resistentes, además de recargables un gran número de veces, resultando ideales para equipos portátiles como teléfonos móviles, tabletas y otros objetos imprescindibles en la vida moderna. De hecho, el consumo de litio ha aumentado tanto que asegurar su suministro en el futuro es fuente de preocupación, sobre todo porque el 85% de la producción mundial procede de una única región, compartida por Argentina, Bolivia y Chile y conocida como el “Triángulo del Litio”.
 
Sin embargo, y por extraño que pueda parecer, una de las principales aplicaciones del pequeño metal alcalino tiene que ver con nuestro cerebro, y más concretamente con el tratamiento de mentes enfermas. En un tiempo tan lejano como el siglo I de nuestra era, Areteo de Capadocia, un notable médico del que se sabe muy poco, fue quizá el primero en percatarse de que los episodios intensos de manía y de depresión que afectaban a algunas personas eran dos manifestaciones de una misma enfermedad. Además, era tan observador que notó que beber ciertas aguas con fama de medicinales ayudaba a mejorar a estos enfermos. Aunque él no lo sabía, ni que decir tiene que se trataba de aguas con alto contenido en litio. Con esta y otras muchas observaciones, el genial galeno del mundo grecorromano escribió un tratado titulado Sobre las causas y los síntomas de las enfermedades, el cual se convirtió, por derecho propio, en uno de los mejores manuales clínicos de la antigüedad, en el que se describen, entre otros males, la epilepsia, la melancolía y la locura. El de Capadocia estaba convencido de que las enfermedades mentales obedecían a causas físicas, y así se propuso tratarlas.
 
Aunque seguramente en su época se trató de un médico bien valorado, los extraordinarios conocimientos de Areteo se perdieron en las brumas de los siglos, hasta que a finales del siglo XIX se reconoció la eficacia de ciertas sales de litio para calmar a los maníaco-depresivos y estabilizar sus estados de ánimo, sin tener la menor idea de por qué esto funcionaba. Con el tiempo, se ha descubierto que este ligero metal ejerce su acción estabilizante a través de varios mecanismos, uno de los cuales consiste en reemplazar al sodio en los canales sinápticos de las neuronas, pues tiene sus mismas propiedades químicas pero es más pequeño y, por tanto, se cuela. El pequeño intruso también activa la despolarización de las membranas pero, al hacerlo más lentamente que el sodio, la tormenta eléctrica desencadenada por el trastorno bipolar no puede tener lugar. Parece ser que el litio también bloquea otros mecanismos neuronales importantes, tales como el bombeo de calcio, habiéndose convertido en un fármaco completamente imprescindible en la psiquiatría de hoy en día.
 
Sin duda todo un homenaje a Areteo de Capadocia, ese contemporáneo de Nerón y Vespasiano del que puede decirse que fundó el estudio sistemático de las enfermedades neurológicas en un tiempo en que la medicina, todavía impregnada de magia y superstición, trataba las enfermedades mentales mediante conjuros y purificaciones.
 
¡Hasta pronto!
 
(*) Adaptado y ampliado a partir de un extracto de El secreto de Prometeo y otras historias sobre la tabla periódica de los elementos.

jueves, 8 de septiembre de 2016

El rostro alienígena que nunca existió

La "cara de Marte" en fotos de 1976 y 1998, respectivamente
 

El rostro alienígena que nunca existió


Este verano se cumplieron cuarenta años de la célebre hazaña de las Viking, las sondas que la NASA envió a explorar el planeta Marte en 1976, en lo que supuso una de las misiones de mayor éxito acometidas por la agencia a lo largo de su historia. En el transcurso de su periplo, las Viking enviaron a la Tierra cantidades ingentes de información, cartografiando el planeta, analizando su atmósfera y su medioambiente, y llevando a cabo tres famosos y algo polémicos experimentos que tenían como objeto la búsqueda de materia orgánica y señales de vida en el planeta rojo, que al final arrojaron resultados que fueron considerados negativos. De paso, una de las fotos de la Viking 1 creó la polémica de la célebre «cara de Marte», un accidente del terreno que debido a la limitada resolución de la imagen mostraba una forma que se asemejaba a la gigantesca escultura de un rostro humano.

La célebre “escultura” se encontraba situada en una región conocida como Cidonia, rodeada de una serie de accidentes del terreno donde la gente ha creído ver también unas pirámides, los restos de una fortaleza y hasta los de una ciudad. Como era de esperar, casi de inmediato la interpretación ufológica de la “cara” en cuestión fue que se trataba de un monumento abandonado por una antigua cultura extraterrestre. En los años que siguieron al viaje de las Viking, varios libros y artículos, uno de los cuales llegó a presentarse a la Sociedad Astronómica Americana, apuntaban al origen artificial de la estructura, y en 1986 el norteamericano Richard C.Hoagland publicó un libro sobre el tema, The monuments of Mars: A city in the Edge of Forever, en el que conectaba las supuestas ruinas marcianas con las pirámides de Egipto y con la esfinge, y que se convirtió en todo un best-seller. Años después, Johannes von Buttlar publicaba otro libro sobre el tema, donde afirmaba que los marcianos habían colonizado nuestro planeta en la antigüedad, vendiendo cientos de miles de ejemplares en toda Europa. Se fundaron asociaciones destinadas a investigar el asunto e incluso algunos especialistas con buena formación científica, tales como el doctor en Ingeniería Eléctrica y especialista en procesamiento de imágenes Mark J. Carlotto, el geólogo James Erjavec o el astrónomo Tom Van Flanders, apoyaron la hipótesis artificial, dando alas a una pléyade de aficionados a la ufología que acusaban a la NASA y al gobierno americano de encubrimiento, convirtiendo el asunto de la “cara de Marte” en un auténtico casus belli.
 
La fiebre desatada por la ya célebre “escultura” alcanzó tintes surrealistas en 1993, cuando tras perder la NASA el contacto con la sonda Mars Observer, se montó una manifestación frente al Jet Propulsion Laboratory de Pasadena para acusar al gobierno de ocultar nuevas pruebas. Pero en 1998, más de veinte años después del viaje de las Viking, la sonda Mars Global Surveyor tomó fotografías de la zona con un nivel de resolución muy superior a las de 1976, demostrando que ahí no había nada que se pareciese ni remotamente a una cara. Sencillamente, se trataba de otra paraeidolia provocada por las caprichosas formas de lo que no era más que un montículo erosionado al que los juegos de luces y sombras a baja resolución dotaban del aspecto de un rostro humano.
 
Fotos posteriores más detalladas todavía no han hecho sino despejar la más mínima duda sobre el asunto, a pesar de lo cual no se ha terminado del todo con el debate. De hecho, cuando salieron a la luz las fotos de 1998, muchos aficionados despechados las quisieron explicar asegurando, indistintamente, que las fotos estaban trucadas, que el monumento había sido bombardeado con armas nucleares para hacer desaparecer el rostro (sin explicar como transportó el gobierno americano semejantes armas hasta el planeta rojo) o incluso que había quedado recientemente destruido… ¡en una reciente conflagración entre ejércitos marcianos! Sin embargo, hoy en día incluso los ufólogos más recalcitrantes admiten que resulta muy improbable que estemos ante algo de origen artificial, y quizá por eso los desesperados internautas se han lanzado a escudriñar las fotos que nos envían los astromóviles que operan en Marte, habiendo encontrado ratones, árboles, calaveras, gorilas, estatuas egipcias, cangrejos, semáforos, cucharas, tuberías y hasta el manillar de una puerta. La “cara de Marte” mientras tanto, ha quedado firmemente asentada en la cultura popular, estando presente en películas (Misión a Marte), series de televisión (Expediente X) e incluso en los videojuegos (Final Fantasy). Un curioso destino para una escultura alienígena que nunca existió.
 
¡Hasta pronto!