jueves, 23 de abril de 2015


Uno de los montajes de Mumler


Fantasmas en exposición

William H. Mumler era un joven grabador y joyero, muy aficionado a la nueva técnica de la fotografía, que en 1861 descubrió, al hacerse un auto-retrato, como la forma misteriosa de una chica joven aparecía de manera enigmática en el negativo. Aunque tardó un tiempo en darse cuenta, lo que Mumler había descubierto por casualidad no era otra cosa que el célebre método de la doble exposición, consistente en disparar dos fotos seguidas, una detrás de la otra, sin pasar el carrete. De esta forma, se utiliza el mismo espacio para mostrar dos imágenes diferentes una encima de la otra, con resultados a menudo impresionantes. Hoy en día, la técnica parece trivial, pero durante la segunda mitad del siglo XIX protagonizó uno de los mayores escándalos de la denominada “edad de oro del espiritismo”.
Mumler, que por aquel entonces contaba con 29 años y era muy avispado, se dio cuenta de inmediato del potencial de la nueva técnica para engañar a los incautos. Alan Kardec había publicado cuatro años antes El libro de los espíritus, uno de los best-seller más influyentes de todo el siglo XIX, inaugurando la fiebre del espiritismo. Al  mismo tiempo, en Norteamérica la Guerra Civil estaba costando cientos de miles de vidas, llevando la angustia de los familiares a buscar desesperadamente cualquier indicio de la “supervivencia” de sus seres queridos. Al principio, Mumler hizo correr medio en broma la noticia de que había conseguido fotografiar a una prima suya ya fallecida, pero cuando comprobó la repercusión de la noticia decidió abandonar el oficio de joyero, instalando un estudio primero en Boston y después en Nueva York en donde fotografiaba a la gente potentada en compañía de los espíritus de los difuntos.
Por supuesto, el “fantasma de la prima” no era, con toda seguridad, más que el residuo de un negativo anterior capturado con la misma placa. Pero, por increíble que pueda parecer, tanto esta como todas las posteriores manipulaciones de Mumler, la mayoría de ellas consistentes en exposiciones previas de fotografías que el antiguo grabador solicitaba a los familiares con objeto de “facilitar la entrada en contacto” con el muerto, tuvieron un éxito arrollador, convirtiendo al antiguo grabador en un experto fotógrafo del “más allá” que cobraba a sus clientes cinco veces el precio de una fotografía normal.
Sin embargo, aunque sus extraordinarios montajes conseguían convencer a muchos escépticos, no todo el mundo se tragó los trucos de Mumler. Varios fotógrafos se dedicaron a explorar la técnica de la doble exposición y denunciaron lo que ellos consideraban un fraude, apuntando a que los supuestos espectros proyectaban sombras en direcciones distintas a las de las personas reales que aparecían en las fotografías, un indicio claro de la existencia de un montaje. Aparte de eso, a Mumler se le acusó de robar fotos, de incluir imágenes de personas que estaban vivas haciéndolas pasar por difuntos y de otras lindezas por el estilo. En 1869, las quejas contra el “fotógrafo de los espíritus” desembocaron en su detención, seguida de uno de los juicios más mediáticos de la época, en el transcurso del cual la acusación llamó a declarar al mismísimo P.T. Barnum, el polémico rey del show business que mostró al tribunal lo fácil que era trucar una fotografía. Sin embargo, la propia fama de embaucador de Barnum, responsable de fraudes resonantes como el de la “sirena de las Fidji” o el “gigante de Cardiff”, no ayudó demasiado a la causa y Mumler fue absuelto por falta de pruebas, algo que los partidarios del espiritismo celebraron como una gran victoria.
Mumler continuó haciendo fotos, algunas de ellas célebres como la que le hizo a la viuda de Lincoln con el fantasma de su marido, hasta su muerte en 1884, pero sus finanzas nunca se recuperaron de los gastos que le supuso el juicio. Mantuvo hasta el final que sus fotografías no eran un fraude, pero quemó todos los negativos poco antes de morir. Así, nadie ha podido comprobar en profundidad el tipo de trucos que utilizó este auténtico maestro de la fotografía, uno de los inventores del método de la doble exposición que puso todo su talento al servicio de los creyentes en el “más allá”.
¡Hasta pronto!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

viernes, 10 de abril de 2015


El HMS Britannia, torpedeado en 1918 por el submarino alemán UB-50
 
 

Convoyes, submarinos y chapuzas matemáticas

 
Que las matemáticas son imprescindibles para el buen funcionamiento de la ciencia es bien sabido. Que lo son para la correcta administración de las naciones en tiempo de guerra también lo es. Sin embargo, no muchas personas están al tanto del curioso papel que el deficiente conocimiento de las matemáticas más sencillas por parte de algunos oficiales ingleses jugó en el desarrollo de la Batalla del Atlántico, durante la Primera Guerra Mundial.
 
A poco de comenzar la guerra, el Almirantazgo se vio sorprendido por la eficacia del submarino, un arma nueva que los alemanes utilizaban con gran habilidad, sobre todo como medio de sabotear las rutas comerciales de los aliados. Cuando en 1917 el almirante Tirpitz ordenó una campaña sin restricciones a lo largo de las costas inglesas, los aliados llegaron a perder más de tres millones de toneladas de buques mercantes en menos de seis meses, lo que puso a Inglaterra literalmente contra las cuerdas. La solución al problema era, obviamente, la implantación de un sistema de convoyes como el  que en tiempos inauguró el Imperio español, pero influyentes oficiales del Almirantazgo rechazaron la posibilidad porque les parecía que juntar los barcos simplemente aumentaría la probabilidad de que se produjesen pérdidas, sin pararse a pensar que el perímetro de unas naves agrupadas es mucho más fácil de defender que el de los barcos navegando por separado.
 
El colmo de los despropósitos tuvo lugar cuando el contraalmirante Duff, Jefe de la División Antisubmarina y un burócrata de la peor tradición, mantuvo a los miembros del Alto Mando en la higuera suministrándoles interminables estadísticas según las cuales la amenaza no era tan seria, ya que de entre unas cinco mil entradas y salidas semanales de barcos solo se perdían unos cuarenta, es decir, menos del 1%. Pero las estadísticas estaban mal. De hecho, terrible y ominosamente mal. Los subalternos de Duff no solo contabilizaban todo tipo de embarcaciones, incluyendo ferries, pequeños pesqueros y cosas por el estilo, sino que contaban todas las entradas y salidas de cada barco. Por increíble que pueda parecer, los ingleses tardaron meses en descubrir que el número real de barcos mercantes diferentes que entraban o salían cada semana del país era ¡tan solo de 130!, lo que significaba que cada semana los submarinos alemanes hundían ¡más de la cuarta parte! Como recuerda Geoffrey Reagan en su magnífica obra, The Guiness book of Naval Blunders, eso solo significaba una cosa: la paralización inminente de todo el comercio británico y la subsiguiente derrota de la Gran Bretaña.
 
Cuando el primer ministro Lloyd George recibió la noticia de que, a menos que hiciese algo en seguida, tendría que capitular ante los alemanes, no pudo por menos que exclamar, completamente atónito:
 
¡Qué asombroso error de cálculo! La metedura de pata en la que han basado toda su política es un batiburrillo aritmético que no habría sido perpetrado por el empleado más humilde de cualquier oficina.”
 
Amenazados de despido, los funcionarios del Almirantazgo montaron por fin un sistema de convoyes, aunque a regañadientes. De hecho, ordenaron que el sistema fuese puesto en práctica solamente para los barcos que volvían a casa, con la consecuencia de que, a partir de ese momento, los alemanes solamente hundían los que salían de casa. Entonces, al primer ministro se le agotó la paciencia y despidió fulminantemente a parte de la  cadena de mando, incluyendo al primer lord del mar, Sir John Jellicoe. Convenientemente escoltados, los convoyes comenzaron a surcar los mares casi sin oposición, el mal momento pasó y los otrora temibles sumergibles del káiser perdieron la batalla.
 
Por lo demás, dicen las malas lenguas que el nuevo lord del mar ordenó someterse a un curso acelerado de matemáticas a todos los miembros de la Oficina del Almirantazgo.
 
¡Hasta la próxima!