domingo, 11 de noviembre de 2018

Midgley, el azote de la atmósfera

Un hombre suministrándose gasolina con plomo


Midgley, el azote de la atmósfera



El mundo vive en la actualidad, y desde hace muchas décadas, el reinado del petróleo, cuya primera destilación la obtuvo el persa Al-Razi en el siglo IX, aunque no se puede hablar propiamente de la industria del petróleo a gran escala hasta bien entrado el siglo XIX. Sin embargo, fue a partir de la invención del motor de combustión interna cuando el mundo comenzó a utilizar a destajo la gasolina, uno de los productos derivados del llamado oro negro al que hasta entonces no se le había encontrado utilidad alguna. Durante la primera mitad del siglo XX, el consumo de gasolina no paró de aumentar, permitiendo que de la mano del automóvil la gente se desplazase por el planeta de una forma impensable tan solo unos pocos años atrás.

Sin embargo, la gasolina entonces disponible daba algunos problemas, muy especialmente su enojosa tendencia a entrar en combustión a destiempo, con el consiguiente perjuicio para los motores. Fue entonces cuando Thomas Midgley Jr. (1889-1944), un ingeniero norteamericano que trabajaba para la General Motors, desarrolló un aditivo, el tetraetilo de plomo, que terminaba con el problema. El inconveniente era, naturalmente, que el plomo es un metal tóxico, algo bien conocido desde los tiempos del Imperio romano, razón por la cual la industria trató de ocultar convenientemente cualquier mención a que el producto así tratado pudiese resultar ponzoñoso. De hecho, el nombre que la General Motors dio al aditivo- “etilo”- era por sí mismo y a todas luces un intento descarado de evitar el que la prometedora sustancia pudiese ser asociada con el plomo y con su indeseable consecuencia, el saturnismo.

Pero el hecho es que la asociación existía. En 1923, Midgley tuvo que cogerse unas vacaciones en Florida afectado de envenenamiento, algo que también les sucedió a varios trabajadores de las plantas de producción del aditivo. Los rumores empezaban a circular entre la opinión pública, de modo que en octubre de 1924 se organizó una infame rueda de prensa destinada a demostrar la inocuidad del tetraetilo de plomo, en la que Midgley llegó a verter el producto en sus manos y a inhalarlo durante un minuto, asegurando que podría hacer esto a diario sin ningún problema. Midgley había sido nombrado vicepresidente de la nueva General Motors Chemical Company y no tuvo ningún escrúpulo en participar en la mascarada. Sin embargo, y como era de esperar, poco tiempo después el controvertido químico volvió a caer enfermo, teniendo que cogerse una baja tras ser diagnosticado de envenenamiento por plomo.

Sea como fuese, el subterfugio funcionó, y la gasolina con plomo siguió utilizándose de forma extensiva a lo largo y ancho del planeta, envenenado la atmósfera de las ciudades hasta que a mediados de los años setenta la acumulación de informes acerca de los efectos de las partículas de plomo sobre la salud de los niños y el advenimiento de los convertidores catalíticos terminaron con el problema. Midgley, por su parte, había abandonado la vicepresidencia de la GMCC y, en cierto modo, había renegado del tetraetilo de plomo, pasando a dedicar sus esfuerzos a los sistemas de refrigeración y aire acondicionado. Allí la industria buscaba refrigerantes que fuesen menos tóxicos y menos inflamables que los que había, y el inteligente y capaz Midgley y sus colegas dieron pronto con el diclorodifluorometano, el primero de los CFCs, más conocido como freón.

Pero a la postre, resultó que el freón tampoco era demasiado inocente. Treinta años después de que falleciese Midgley, el mundo se dió cuenta de los efectos devastadores de los CFCs sobre la capa de ozono, lo que desembocó en el Protocolo de Montreal de 1987, en el que se obligó a la industria a sustituir paulatinamente estos gases, el freón incluido. En 2010, la revista Time colocó a la gasolina con plomo y a los CFCs en la lista de los "cincuenta peores inventos del siglo". Un embarazoso homenaje para Thomas Midgley Jr., un químico excelente del que, sin embargo, una vez se dijo que "tuvo más impacto sobre la atmósfera que ningún otro organismo individual en toda la historia de la Tierra".

¡Hasta pronto!