viernes, 29 de enero de 2016

El segundo ataúd de la serie. Foto cortesía del Human Provincial Museum

La momia a la que le hicieron la autopsia


En 1971, los trabajadores chinos que cavaban un refugio antiaéreo en la región de Changsha se toparon con un gigantesco mausoleo de la época de los Han (190-168 a.C.), en el que los arqueólogos encontraron los restos del gobernador de Dai y de los miembros de su familia. El recinto estaba repleto de hermosos objetos que delataban la privilegiada posición social de sus ocupantes y que ampliaban nuestros conocimientos sobre la dinastía de los Han de una forma totalmente inesperada, pero nada llamó más la atención de los investigadores que la extraordinaria tumba de Xin Zhui, la esposa del gobernador.
A doce metros de profundidad, dentro del último de cuatro ataúdes rectangulares de madera sellados con laca, colocados uno dentro de otro a la manera de las muñecas rusas y enterrados bajo varias capas de carbón y de arcilla blanca, se encontraba el cuerpo embalsamado de la dama Dai, envuelto en veinte capas de tejido unidas por cintas de seda. Pero lo que allí había no era un esqueleto, ni siquiera una momia normal. Se trataba de un fantasmal cadáver que mantenía la piel elástica y húmeda, músculos casi intactos que permitían flexionar los brazos y las piernas por las articulaciones, y ¡abundantes restos de sangre todavía en las venas! Tan increíble era el estado de conservación de Xin Zhui que fue posible hacerle la autopsia, comprobándose con asombro que el estado de su cuerpo se correspondía casi con el de una persona que acababa de morir. Todos sus órganos estaban virtualmente intactos, y se encontraron semillas de melón dentro de su aparato digestivo. Como consecuencia de la autopsia, los forenses descubrieron que la mujer había fallecido con 50 años como consecuencia de un ataque al corazón, y que sufría del hígado, tenía diabetes, hipertensión, obesidad, cálculos biliares y un elevado nivel de colesterol.
¿Cómo pudieron los antiguos chinos conseguir un grado de conservación semejante, muy superior a lo mejor que pudieron ofrecer los mismísimos egipcios? Además del envoltorio de seda, el cuerpo había estado sumergido en una misteriosa disolución que contenía magnesio, ligeramente ácida y probablemente capaz de esterilizar en parte la piel y las mucosas del cadáver, aunque es improbable que por sí sola pudiese mantener el cuerpo sin pudrirse durante tanto tiempo. Los ataúdes habían sido colocados en una bóveda en forma de embudo forrada de arcilla, rodeados de cinco toneladas de carbón que absorbían la humedad. La tumba se encontraba doce metros bajo tierra, recubierta de más de medio metro de arcilla y capas adicionales de tierra apisonada. De esta forma, mientras que el cuerpo se mantenía en un ambiente húmedo, ni el aire ni el agua podían filtrarse desde el exterior. Quizá por ello, las bacterias capaces de soportar la acidez de la disolución salina no habían sobrevivido mucho tiempo a la falta de oxígeno y, por tanto, el cuerpo se mantuvo prácticamente intacto durante milenios.
El descubrimiento de la increíble momia de Xin Zhui, uno de los más importantes de todo el siglo XX, no solo enseñó al mundo que también los antiguos chinos sabían conservar cadáveres, sino que también ha servido para mejorar lo que sabemos de cómo cuidar las momias. Por ejemplo, en 2003 los científicos introdujeron una solución especial en los vasos sanguíneos de la dama Dai con objeto de ayudar a preservarla, y desde entonces continúan con sus experimentos. Con el tiempo, los arqueólogos han encontrado otros cuerpos de la misma época conservados de la misma forma y con los mismos métodos, con resultados igual de impresionantes. Pero la verdad es que, a día de hoy, nadie sabe a ciencia cierta cómo las técnicas utilizadas en la China de los Han pudieron garantizar que algunos ricos dignatarios y sus familias pudieran acercarse tanto a su propio concepto de la inmortalidad.
¡Hasta pronto!
Nota- Una versión de este artículo aparece en el texto del libro "La ciencia de la inmortalidad", obra del autor.

viernes, 15 de enero de 2016

El ingeniero ocultista detrás del programa espacial


John Whiteside Parsons, más conocido como "Jack"

El ingeniero ocultista detrás del programa espacial


Que la realidad supera a la ficción es una gran verdad que ha sido repetida muchas veces. Que la exploración espacial está llena de aventuras asombrosas también. Pero de entre todas las historias que jalonan el camino de los hombres por acercarse a las estrellas, ninguna tan increíble como la de Jack Parsons, el ingeniero aeroespacial que se convirtió en uno de los ocultistas más célebres de todo el siglo XX.
Parsons fue un auténtico genio de la propulsión de los cohetes, siendo pionero en el desarrollo tanto de combustibles sólidos como líquidos. Nacido en 1914, tuvo una infancia difícil, pero pronto desarrolló un gran interés por la cohetería. Junto con su amigo Edward Forman, experimentó durante su adolescencia con los combustibles, llegando a mantener correspondencia con los mayores expertos de la época, incluidos Willy Ley y el célebre Werner Von Braun. En 1936, junto con un grupo de graduados del CALTECH, comenzó a desarrollar combustibles en una serie de peligrosos experimentos que les valió el título de “escuadrón suicida”. Su proyecto atrajo el interés del ejército, que en 1939 comenzó a financiarlo porque lo veía útil para facilitar el despegue de los aviones. Tras vencer muchas dificultades, Parsons y sus colegas tuvieron éxito y en 1942 fundaron la compañía Aerojet, que a partir de Noviembre de 1943 se convirtió en el célebre Jet Propulsion Laboratory de Pasadena.
Sin embargo, esta lumbrera de la ingeniería aeroespacial tenía un lado oscuro pues, por increíble que pueda parecer, mientras desarrollaba tecnología de vanguardia se sumergía al mismo tiempo en el ocultismo más profundo. Al parecer, su interés por la materia se despertó durante la adolescencia, pero no fue hasta 1939, después de un cierto flirteo con el comunismo, cuando se echó en brazos del Thelema, el movimiento religioso fundado por el siniestro ocultista inglés Aleister Crowley, definido por la prensa como “el hombre más malvado del mundo”. El polifacético Parsons creía que la magia podía ser explicada en términos de la física cuántica, y progresó rápidamente en el escalafón de la Agape Lodge, la rama californiana de la Ordo Templi Orientis, hasta convertirse en su líder y mano derecha de Crowley.  Parsons, que también había metido a su mujer en el ajo, terminó liándose con su cuñada de 17 años y formando una comuna sectaria, donde las orgías sexuales bañadas en todo tipo de drogas se sucedían noche tras noche.
Las escandalosas actividades de Parsons comenzaron a pasarle factura, con la policía y el FBI recibiendo denuncias del vecindario por practicar la magia negra, y el Jet Propulsion Laboratory terminó echándolo a la calle. El genial ingeniero fundó entonces otras compañías que también fueron investigadas por el FBI, en este caso por un supuesto delito de espionaje. Mientras tanto, por la comuna empezaron a desfilar todo tipo de personajes, incluyendo a L.Ron Hubbard, el futuro fundador de la Iglesia de la Cienciología, que acabó largándose con el dinero de Parsons y con su cuñada. Durante este periodo, el ingeniero metido a ocultista empezó a perder la cabeza, informando de que en su casa acaecían sucesos paranormales, incluyendo poltergeist y apariciones fantasmales, mientras continuaba sus rituales sexuales con otras mujeres. Finalmente, harto de sus correligionarios vendió sus propiedades y se dio de baja de la orden.
En 1946, Parsons obtuvo un empleo en el programa de misiles Navaho y volvió a casarse, siguiendo con sus actividades ocultistas y trabajando también como experto en explosivos para la policía y los tribunales. Sin embargo, al comenzar la Guerra Fría sus antiguas simpatías hacia el comunismo y su mala fama le impidieron continuar con su carrera científica en los Estados Unidos. En 1950, decidió emigrar a Israel para trabajar en el programa de cohetes de aquel país, pero fue acusado de espionaje. Finalmente, se dedicó a fabricar explosivos y pirotecnia hasta que murió en 1952, con solo 37 años, por causa de una explosión en su laboratorio. Aunque oficialmente fue un accidente, algunos dicen que se suicidó y otros que lo asesinaron, existiendo incluso una versión que afirma que falleció durante una ceremonia en la que intentaba fabricar un homúnculo. Sus seguidores llegaron a decir que su muerte provocó varias oleadas de OVNIs.
Así acabó la increíble historia del que fue una vez definido como “el hombre que más contribuyó a la ciencia de los cohetes”, recordado como una de las figuras más emblemáticas de todo el programa espacial. En 1972, y en reconocimiento a sus muchos méritos, la Unión Astronómica Internacional le puso su nombre a un cráter de la cara oculta de la Luna. Sin duda, un homenaje muy apropiado para el extraño ingeniero ocultista que fundó el legendario Jet Propulsion Laboratory de Pasadena, ese que se encarga de construir y operar los robots que se pasean por otros planetas.
¡Hasta pronto!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química