lunes, 23 de octubre de 2017

El molibdeno, el "Gran Berta" y el western de Colorado


Uno de los primeros modelos del gigantesco cañón "Gran Berta"


El molibdeno, el "Gran Berta" y el western de Colorado



En la larga historia de los conflictos bélicos, hay muchos casos de anécdotas relacionadas con el empleo repentino de una tecnología de nivel superior, pero posiblemente ninguna sea tan pintoresca como la protagonizada por una oscura mina situada en Bartlett Mountain, no lejos de Leadville, en Colorado, en tiempos de la Primera Guerra Mundial.

El origen del rocambolesco relato tiene que ver con las dificultades por las que a principios del siglo XX atravesaba la industria debido al aumento del calibre de los cañones. En efecto, a medida que este aumentaba, la cantidad de pólvora requerida para dispararlos era tan grande que el calor que se desprendía era suficiente para dañar paulatinamente la estructura del cañón hasta el punto de hacerlo inutilizable. Los alemanes, en concreto, llegaron a emplear durante la guerra monstruos como el “Gran Berta”, un gigantesco artefacto de más de 40 toneladas que disparaba enormes obuses de mil kilogramos y en los que el problema del calor se tornaba acuciante.

Agobiados por el asunto, los avispados teutones dieron con una vieja receta francesa, según la cual si añadías molibdeno al acero la resistencia de éste al calor aumentaba. La razón es que el molibdeno es un poderoso metal que no se funde a menos de 2.600º C, teniendo además la propiedad de aumentar la cohesión de los átomos de hierro.  De este modo, de cara a mejorar el rendimiento y duración de los cañones la producción de acero al molibdeno resultaba muy conveniente.

Pero el problema es que apenas había molibdeno en Alemania, de modo que los germanos tuvieron que dirigir sus miras hacia el único sitio en el mundo donde entonces se producía en cantidades industriales: Bartlett Mountain. La historia minera del lugar había comenzado durante el boom de la explotación de la plata en 1879, pero aunque se habían encontrado grandes cantidades de molibdenita (la principal mena del molibdeno), nadie se había propuesto aprovecharlo en serio, dada la casi nula demanda del metal por aquel entonces. Sin embargo, a comienzos de la Gran Guerra las técnicas de extracción habían mejorado mucho, llamando la atención de los alemanes. Estos decidieron crear una sucursal de la compañía Metallgesellschaft en Nueva York, bajo el engañoso nombre de American Metal.

Debido a su neutralidad, el despistado gobierno norteamericano no puso trabas en un principio a que la sucursal de patriótico nombre enviase a uno de sus ejecutivos a intentar negociar el suministro de molibdeno, sin reparar en que el directivo, de nombre Max Schott, era en realidad un peligroso agente que se puso a reclutar sicarios con vistas a apoderarse de toda la producción de la mina de Colorado. A partir de ese momento, en Bartlett Mountain se pudo asistir en vivo a una especie de western que incluía pistoleros, extorsiones y emboscadas, a consecuencia del cual el molibdeno era enviado de forma masiva a Alemania sin que los americanos tomasen cartas en el asunto.

Sin embargo, en el frente occidental los franceses y los ingleses terminaron por hacerse con algunas piezas de artillería germanas fabricadas con el excelente acero al molibdeno, con lo que uno puede imaginar su consternación al darse cuenta de que el enemigo les estaba machacando con unos cañones construidos a base de una materia prima que se encontraba en medio del territorio del que ya era su supuesto aliado. De este modo, y aunque la historia no ha registrado los gritos e insultos que debieron escucharse en las cancillerías y embajadas desde Paris hasta Washington, el caso es que los federales tomaron el control de la situación, cerrando las instalaciones de la pintoresca American Metal y acabando para siempre con sus actividades. La Clymax Molybdenum Company, por su parte, reanudó la explotación de molibdenita en 1924, pero la historia nunca volvió a concederle a la mina el protagonismo que había tenido antaño.

Y es que en la guerra ya no puedes fiarte ni de tus aliados.

¡Hasta pronto!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

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