martes, 14 de mayo de 2013


La fabulosa fortuna de Nicolás Flamel

Uno de los casos más famosos de supuestos alquimistas que aparentemente tuvieron éxito en la búsqueda de la “piedra filosofal” es el de Nicolás Flamel, un librero francés que murió en Paris en 1418 y que ha sido popularizado por la saga de “Harry Potter”.

En una obra atribuida a él, “Exposición de las figuras jeroglíficas”, Flamel narra cómo, en su búsqueda por descifrar un extraño libro que había llegado a sus manos,  conoció en España a un médico y alquimista judío que le puso sobre la pista del secreto de la transmutación. Tras tres años de estudio y trabajo, Flamel nos explica que, “En el año de restauración de la humanidad, 1382, proyecté la Piedra Roja sobre una cantidad equivalente de mercurio (*) el día 25 de Abril… transmutándolo en casi la misma cantidad de oro puro, mejor sin duda que el oro común, más blando y maleable”.
La explicación detallada de como lo hizo resulta muy confusa, envuelta en el típico lenguaje alegórico de los alquimistas, por lo que nadie ha conseguido descifrarla. Pero lo cierto es que, a partir de 1385, este personaje se convirtió en un hombre inmensamente rico que se compró una mansión en Paris y financió durante años la construcción de asilos, hospitales e iglesias, a las que únicamente exigía que grabasen su nombre en los muros exteriores de los edificios. Se dice que llegó incluso a ser requerido por el rey de Francia para que le ayudase a reponer las arcas del reino y, por si fuera poco, la tradición cuenta que poco después de su muerte y de la de su esposa se exhumaron sus cuerpos, comprobándose que en las tumbas sólo había troncos de árbol. Como consecuencia de ello, se ha especulado largo y tendido con la inmortalidad de Flamel, tal vez fruto de haber sabido encontrar el legendario “Elixir de la vida”.
Sin embargo, es muy posible que la realidad sea más prosaica. De entrada, es probable que la fortuna del supuesto alquimista fuera, al menos en parte, fruto de su labor como escribano y librero, un oficio que resultaba muy lucrativo en una época donde escaseaban los hombres letrados. Además, su mujer había estado casada dos veces con anterioridad, por lo que debió aportar una notable herencia a su nuevo matrimonio.  A tenor del testamento de Flamel, y a pesar de mostrar en él una buena dosis de generosidad, no parece que su fortuna fuese realmente tan inmensa como se ha especulado, aunque pudo ocultar parte de la misma. Por otra parte, la autoría real del famoso libro que se le atribuye viene siendo cuestionada desde hace tiempo, ya que el original no apareció hasta el siglo XVII, siendo publicado como una obra perdida de Flamel cuando, en realidad, nunca había sido mencionada con anterioridad y no existe ninguna prueba de que fuese suya. De hecho, ni siquiera hay pruebas fehacientes de que se dedicase a la alquimia. Por lo demás, se ha insinuado en repetidas ocasiones que el propio editor del libro pudo ser el autor del mismo, en un intento por enriquecerse a base de atraer el interés de los lectores hacia un hallazgo extraordinario.
De modo que, después de todo, el potentado librero, al no disponer de un reactor nuclear ni de un acelerador de partículas, quizás no fabricase oro ni alcanzase la inmortalidad, salvo en los sueños de sus seguidores y en las fantásticas aventuras de “Harry Potter”.  
¡Hasta la semana que viene!


(*) Los alquimistas medievales no denominaban mercurio al auténtico mercurio, sino a cierta sustancia o sustancias que se generaban durante el proceso de manipulación.

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