La fabulosa fortuna de Nicolás Flamel
Uno de los casos más famosos de
supuestos alquimistas que aparentemente tuvieron éxito en la búsqueda de la
“piedra filosofal” es el de Nicolás Flamel, un librero francés que murió en
Paris en 1418 y que ha sido popularizado por la saga de “Harry Potter”.
En una obra atribuida a él,
“Exposición de las figuras jeroglíficas”, Flamel narra cómo, en su búsqueda por
descifrar un extraño libro que había llegado a sus manos, conoció en España a un médico y alquimista judío
que le puso sobre la pista del secreto de la transmutación. Tras tres años de
estudio y trabajo, Flamel nos explica que, “En el año de restauración de la
humanidad, 1382, proyecté la Piedra Roja sobre una cantidad equivalente de mercurio
(*) el día 25 de Abril… transmutándolo en casi la misma cantidad de oro puro,
mejor sin duda que el oro común, más blando y maleable”.
La explicación detallada de como
lo hizo resulta muy confusa, envuelta en el típico lenguaje alegórico de los
alquimistas, por lo que nadie ha conseguido descifrarla. Pero lo cierto es que,
a partir de 1385, este personaje se convirtió en un hombre inmensamente rico
que se compró una mansión en Paris y financió durante años la construcción de
asilos, hospitales e iglesias, a las que únicamente exigía que grabasen su
nombre en los muros exteriores de los edificios. Se dice que llegó incluso a
ser requerido por el rey de Francia para que le ayudase a reponer las arcas del
reino y, por si fuera poco, la tradición cuenta que poco después de su muerte y
de la de su esposa se exhumaron sus cuerpos, comprobándose que en las tumbas
sólo había troncos de árbol. Como consecuencia de ello, se ha especulado largo
y tendido con la inmortalidad de Flamel, tal vez fruto de haber sabido
encontrar el legendario “Elixir de la vida”.
Sin embargo, es muy posible que
la realidad sea más prosaica. De entrada, es probable que la fortuna del supuesto
alquimista fuera, al menos en parte, fruto de su labor como escribano y librero,
un oficio que resultaba muy lucrativo en una época donde escaseaban los hombres
letrados. Además, su mujer había estado casada dos veces con anterioridad, por
lo que debió aportar una notable herencia a su nuevo matrimonio. A tenor del testamento de Flamel, y a pesar
de mostrar en él una buena dosis de generosidad, no parece que su fortuna fuese
realmente tan inmensa como se ha especulado, aunque pudo ocultar parte de la
misma. Por otra parte, la autoría real del famoso libro que se le atribuye
viene siendo cuestionada desde hace tiempo, ya que el original no apareció
hasta el siglo XVII, siendo publicado como una obra perdida de Flamel cuando,
en realidad, nunca había sido mencionada con anterioridad y no existe ninguna
prueba de que fuese suya. De hecho, ni siquiera hay pruebas fehacientes de que
se dedicase a la alquimia. Por lo demás, se ha insinuado en repetidas ocasiones
que el propio editor del libro pudo ser el autor del mismo, en un intento por
enriquecerse a base de atraer el interés de los lectores hacia un hallazgo
extraordinario.
De modo que, después de todo, el
potentado librero, al no disponer de un reactor nuclear ni de un acelerador de
partículas, quizás no fabricase oro ni alcanzase la inmortalidad, salvo en los
sueños de sus seguidores y en las fantásticas aventuras de “Harry Potter”.
¡Hasta la semana que viene!
(*) Los alquimistas medievales no
denominaban mercurio al auténtico mercurio, sino a cierta sustancia o
sustancias que se generaban durante el proceso de manipulación.
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