Esquema de la molécula de benceno
Solitarios, serpientes y trineos: los sueños más geniales de la historia
De entre todos los golpes de genio que jalonan la historia de la
ciencia, quizá la categoría más extraña sea la de aquellos
científicos que han dado con la clave de un enigma mientras se
echaban en los brazos de Morfeo.
Tal vez el más conocido
de estos incidentes oníricos sea
el de Dmitri Mendeléyev, un apóstata de
la teoría atómica que tenía un gran
conocimiento de los elementos químicos
pero que se encontraba desesperado intentando ordenarlos. Según él,
el 14 de febrero
de 1869, después de desayunar,
decidió retrasar un viaje y se entregó al
curioso juego de escribir sobre tarjetas el nombre de todos
ellos, junto con sus principales propiedades,
para a continuación hacer un solitario.
Así, reflexionando sobre por qué algunos
grupos de elementos parecían desplegarse
como los palos de la baraja, el genio ruso
se durmió. Más tarde escribiría:
“Durante un sueño, vi una tabla en la que
todos los elementos encajaban en su lugar. Al despertar, tomé nota
de todo en un papel”.
Lo
que Mendeléyev había intuido
durante su corto descanso
era que las propiedades de los
elementos ordenados por su peso atómico se repetían con
una determinada regularidad, lo que permitía
ordenarlos en una tabla constituida por
filas (“períodos”) y columnas (“grupos”). Por
eso, bautizó su hallazgo como “tabla periódica”, ese
instrumento que revolucionó la química de finales del siglo XIX,
dotándola de la potencia y el alcance que tiene en la actualidad.
El
segundo caso, casi tan célebre como el primero,es el que tuvo
como protagonista al químico alemán August Kekulé, una especie de
“soñador reincidente”
que hacia 1860 ya se había hecho famoso por haber intuido la forma
en la que los átomos de carbono se enlazan con los de hidrógeno
dentro de las moléculas orgánicas. Cuenta la leyenda que, durante
su estancia en Londres, Kekulé se quedó dormido en el carruaje que
lo llevaba a la pensión en la que vivía. Entonces, y siempre
según él, “los átomos retozaron
delante de mis ojos”, lo que le permitió más tarde desarrollar
una teoría para la estructura de las moléculas. Pero ahí no
terminaron los sueños del
alemán. Años
después, mientras sus colegas se hallaban desconcertados ante la
molécula de benceno, un compuesto formado por 6 átomos de carbono y
otros 6 de hidrógeno cuya estructura era un misterio que no había
forma de desentrañar, el químico alemán se quedó dormido en su
sillón, cerca de
la chimenea. De pronto,
“…largas
hileras, a veces muy bien encajadas, se emparejaban y retorcían en
un movimiento parecido a una serpiente. Pero ¡mira! ¿Qué era eso?
Una de las serpientes se había unido a su propia cola y la forma
giraba con sorna ante mis ojos. Como invadido por un destello de
iluminación me desperté…”.
Kekulé
se despertó y describió el benceno como una molécula en forma de
hexágono, con los átomos de hidrógeno unidos a los vértices. En
lo que posiblemente se
tratase de la intuición más importante
de toda la historia de esta
rama de la ciencia, el
avezado soñador se había topado con una química completamente
nueva, la de los anillos de átomos de
carbono. Con el tiempo, a su
célebre sueño
se le atribuyeron connotaciones
sexuales, muy al estilo de Freud,
pues por aquel entonces se encontraba
físicamente alejado de su mujer, a la que
veía con poca frecuencia. Estuviese inspirado por ella (en forma de
serpiente) o no, lo cierto es que el
sueño de August
ha quedado inmortalizado para siempre.
Aunque
las visiones de Mendeléyev y Kekulé son
ciertamente las más famosas, existen muchos otros ejemplos de científicos e
inventores de los que se dice (o dijeron ellos mismos) que alcanzaron
algunos de sus mayores logros en sueños. Entre ellos se encuentran
Niels Bohr, cuyo modelo atómico habría sido fruto de un sueño en
el que el gran científico se encontraba
sentado en el Sol, viendo como los planetas se movían alrededor, y
Albert Einstein, cuyo interés por la luz se habría despertado por
causa de un sueño de su adolescencia, en el que descendía en un
trineo por una pendiente pronunciada en la que llegaba a alcanzar dicha
velocidad.
Sean del todo ciertos o no, puede que
estos casos pongan de manifiesto una extraña capacidad de nuestra
mente, la de tratar un problema intrincado
en un contexto onírico y surrealista que le permite cristalizar la
auténtica, y a veces revolucionaria, solución.
¡Hasta
pronto!
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