miércoles, 18 de septiembre de 2013

Carta de navegación de las Islas Marshall
 

Navegantes de leyenda

 
Cuando, en el año 1769 y durante el transcurso de sus legendarias exploraciones,  el capitán británico James Cook se topó en el archipiélago de Tahití con un navegante polinesio llamado Tupaia, apenas pudo creer lo que estaba viendo. Tupaia era capaz de alejarse cientos de kilómetros de tierra firme sin perder la orientación y sin ayuda técnica aparente. Además, cuando los oficiales del Endeavour pudieron comprobar la información suministrada por su interlocutor, se dieron cuenta de que, de forma increíble, éste disponía de un conocimiento preciso de la situación relativa de casi todas las islas que se encontraban extendidas a lo largo de una zona del océano mayor que los Estados Unidos.

Pero el magnífico navegante polinesio no hacía magia. Tan solo continuaba con una tradición marinera que desde hacía milenios había permitido a sus ancestros descubrir y colonizar la mayor parte de los archipiélagos que jalonan el inmenso Océano Pacífico, guiándose únicamente por las señales del cielo, del mar y por el movimiento de las olas. Unos conocimientos tan asombrosos que los primeros españoles que cartografiaron Oceanía creyeron que los indígenas habían sido creados directamente en aquellas islas, puesto que no entendían como podían haber sido capaces de llegar hasta ellas.
Los antiguos navegantes polinesios disponían de grandes canoas de doble casco que podían transportar docenas de pasajeros junto con sus provisiones durante largos viajes. Estas embarcaciones portaban velas para la navegación por alta mar, e incluso disponían de estructuras cerradas, a modo de cabañas. Podían mantener velocidades medias de hasta 8 nudos. Para orientarse, y por extraordinario que pueda parecer, aquellos intrépidos exploradores calculaban la distancia recorrida únicamente observando el sol, las estrellas, el mar de fondo y el régimen del oleaje, además de utilizar como referencia las islas que iban dejando atrás. Los viajes podían llegar a durar semanas, y como consecuencia de ellos los navegantes construían auténticos mapas “mentales” que cubrían sectores enormes.
Las hazañas técnicas de los navegantes polinesios desafían a la imaginación. En sus mentes, creaban una especie de “brújulas estelares” utilizando la posición de estrellas fácilmente reconocibles para mantener el rumbo. Conocían perfectamente los diferentes regímenes de vientos que soplaban según qué zona y, lo más asombroso de todo, eran capaces de distinguir las características del mar de fondo, compuesto por corrientes combinadas provocadas por vientos que soplaban a cientos o incluso miles de kilómetros de distancia, mediante la observación de los movimientos de la embarcación, algo difícil de entender para los navegantes occidentales. Las alteraciones casi imperceptibles del mar de fondo delataban incluso la presencia de islas relativamente cercanas cuando estas todavía no resultaban visibles. Tan importante era este sistema para estos extraordinarios marinos, que los “mapas” que utilizaban, fabricados con nervios de hojas de palmera, fibra de coco y conchas, no mostraban la posición relativa de las islas, sino las de los nodos de las corrientes oceánicas, así como los modelos típicos de las olas.
Increíble, ¿verdad? Pues así es como llegaron  a colonizar medio planeta.
¡Hasta la semana que viene!

 

 

 

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