viernes, 20 de junio de 2014

Zona portuaria de Nashville en diciembre de 1862
 

Guerra, plagas y el caso del “burdel flotante”


A principios del siglo XIX, las enfermedades venéreas se habían transformado en uno de los mayores problemas de salud pública en el mundo. En el ámbito militar causaban habitualmente muchas más bajas que los combates, incapacitando a miles de soldados y convirtiéndose en un verdadero quebradero de cabeza. Sin embargo, no fue sino hacia mediados de siglo cuando las autoridades comenzaron a tomarse en serio la posibilidad de tomar las riendas del problema introduciendo técnicas de prevención y controles en los burdeles.
Uno de los incidentes menos conocidos y que más contribuyeron a despertar esta conciencia tuvo lugar en 1863, durante la Guerra Civil norteamericana, después de la captura de Nashville, en Tennessee, por parte de las fuerzas de la Unión. En esta localidad había un “barrio rojo”, conocido como Smokey Row por causa del humo de opio que lo envolvía, donde legiones de prostitutas ejercían el oficio más antiguo del mundo provocando que por cada soldado de la Unión que caía en combate docenas lo hiciesen por culpa de la sífilis o la gonorrea. Aterrado por lo que estaba presenciando, al comandante de Nashville, Robert S. Granger, no se le ocurrió otra idea que detener a todas las chicas, meterlas en un barco, y mandarlas por el rio a otra parte, en este caso a Louisville, en Kentucky. Lo que siguió fue uno de los episodios más pintorescos de la guerra y, de paso, de toda la historia de la lucha contra las enfermedades.
En una caótica operación en la que se vio a las chicas saltando por las ventanas medio desnudas, escapando de los guardias que las perseguían a punta de bayoneta y mezclándose con damas de buena reputación (muchas de las cuales acabaron también en el barco), 150 mujeres fueron subidas a bordo del Idaho, un pequeño vapor que habitualmente transportaba pasajeros, a las órdenes de su co-propietario, el capitán John Newcomb, quien se preguntó consternado como iba a llevar a las chicas por sus propios medios, con pocas provisiones, sin servicios médicos ni de seguridad y una tripulación de tan solo una decena de hombres(*). Lo que no sabía es que, además, nadie había avisado a Louisville de la próxima llegada del alegre cargamento.
Durante una semana, el Idaho cubrió 150 km a lo largo de los ríos Cumberland y Ohio sin poder atracar en ningún sitio, ya que todas las autoridades locales rechazaban cualquier intento de desembarco de las prostitutas. Newcomb, que se las veía y deseaba para controlar a sus pasajeras, se encontró con que la mitad de ellas estaban enfermas. Compadecido,  decidió pagarles la comida y las medicinas de su propio bolsillo, convirtiendo parte de su pequeño barco en un improvisado hospital. Como al llegar a Louisville también le dieron calabazas, se vio obligado a seguir hacia Cincinatti. Convertido en un nuevo “holandés errante”, el ya conocido como “burdel flotante” continuó hasta su nuevo puerto de destino, donde se encontró a un auténtico pelotón en orden de batalla con órdenes estrictas de impedir semejante invasión desde el sur y a un ejército similar de ciudadanos intentando subir al barco por todos los medios con objeto de pasar un buen rato. Con su mezcla de burdel-hospital flotante destrozado por las continuas peleas entre las chicas y harto de lo que estaba sucediendo, Newcomb se saltó todas las jerarquías y le envió un telegrama al mismísimo Secretario de Guerra en Washington preguntándole que debía hacer. Enfurecido, el secretario culpó del fiasco a Granger, obligándole a recibir “el cargamento” de vuelta bajo amenaza de despido. Obligado por las circunstancias, a Granger no le quedó otra que buscar una alternativa. La que encontró fue tan genial como sencilla. Ya que no podía quitarse de encima a las prostitutas de Smokey Row, las obligaría a presentar un certificado médico para poder ejercer.
La hazaña de Newcomb, uno de esos héroes anónimos de los que la historia casi no registra el rastro, no cayó en saco roto. Como no podía ser de otro modo, el escándalo llamó la atención de la prensa y de la opinión pública norteamericana. El gobierno de Estados Unidos, presionado por el colectivo de médicos y cirujanos, adoptó la única decisión posible en tiempo de guerra: Legalizar los burdeles bajo supervisión médica estricta, lo que redujo la tasa de enfermedades venéreas en el ejército de la Unión de forma inmediata y apreciable. Otros ejércitos pronto copiaron la medida.
El incidente de Nashville fue uno de esos oscuros sucesos que, por extraño que pueda parecer, contribuyeron decisivamente a la extensión de las medidas de prevención y salud pública a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, con consecuencias de largo recorrido para toda la especie humana. Para Newcomb, el héroe de esta historia, no hubo sin embargo mucho consuelo. El gobierno tardó años en devolverle el dinero que gastó en cuidar de las prostitutas y en arreglar el barco y, lo que es peor,  se convirtió en la rechifla del río, siendo conocido a partir de entonces como el “capitán del burdel flotante”, un título poco honroso para un hombre tan valiente como sensato.
(*) Los militares acabaron pidiéndole a Newcomb que se buscase la vida y le negaron una dotación de guardias. En Louisville le ofrecieron una, pero fue casi peor, ya los guardias pasaban más tiempo entreteniéndose con las chicas que controlándolas.

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