Grabado que representa al Nóvgorod "navegando" como buenamente puede
Armas de pesadilla...para sus dueños
A
lo largo del tiempo, el desarrollo de nuevas armas ha protagonizado
cambios en el devenir de los conflictos bélicos que han influido
profundamente en la historia de la humanidad, contribuyendo como
pocas cosas a construir y derribar imperios, a sustentar ideologías
y, en definitiva, a transformar la sociedad. La introducción de las
armas de hierro, por ejemplo, modificó hace milenios toda la
organización política del mundo conocido, la invención del arco
largo inglés alteró parte de la historia de la Baja Edad Media y el
advenimiento de las armas de fuego está sin duda detrás del fin de
la época medieval y del nacimiento del estado moderno.
Sin
embargo, no siempre la introducción de armamento novedoso ha venido
acompañada del éxito, ya que en demasiadas ocasiones las
expectativas no se correspondieron con la realidad. Y si no, que se
lo digan a las tripulaciones de los bombarderos británicos que
sobrevolaban Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, que fueron
testigo de como casi la mitad de las nuevas bombas de alta capacidad,
apodadas como “blockbusters”, se estrellaban contra el
suelo sin llegar a detonar. O a los soldados del ejército de
Federico el Grande, cuyos mosquetes -teóricamente de última
generación- tenían tanto peso desplazado hacia la boquilla que a
menudo los disparos alcanzaban el objetivo por debajo del blanco.
Una
de las cosas que mas problemas han ocasionado a lo largo de la
historia ha sido la tendencia, típica de muchas carreras de
armamento, a incrementar el tamaño de las armas hasta el punto de
terminar entregando mastodontes sin ningún valor operativo. En este
sentido, es muy conocido el caso del Maus, un carro de combate
desarrollado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial que
pesaba más de 180 toneladas y del que solo se llegaron a construir
dos prototipos, pero la costumbre es muy anterior, tal como
atestiguan algunas de las descomunales quinquerremes del periodo
helenístico que con frecuencia volcaban o directamente se hundían
en el momento de su botadura, debido al enorme peso que desplazaban.
El colmo de la fantasía tuvo lugar en el Renacimiento, donde el afán
de los comandantes italianos por competir en materia de equipamiento
condujo al diseño de máquinas tan extravagantes como el Ribaudo
de Antonio della Scala, una especie de ametralladora gigantesca
integrada por 144 cañones, de los cuales doce podían dispararse al
mismo tiempo. El problema es que resultaba tan pesada que necesitaba
cuatro caballos solo para moverla, lo que imposibilitaba su uso en el
campo de batalla ya que nunca daba tiempo a colocarla en posición.
En
otras ocasiones, lo que convertía a las armas en un costoso fiasco
no era tanto su tamaño como el diseño, aparentemente revolucionario
pero en la práctica completamente absurdo. Quizá el paradigma de
ésto fuesen los dos famosos acorazados «circulares» de la flota
rusa, el Almirante Popov y el Novgorod, construidos en
la década de 1860 con el casco redondo, que resultaban imposibles de
gobernar ya que no había forma de que avanzasen en línea recta y
que acabaron sus días convertidos en atracción turística. Tampoco
los aviones se salvaban de la pesadilla de algunos diseñadores que
no parecían estar en sus cabales, como es el caso de los
responsables del Royal Aircraft Factory BE.9, un avión británico de
la Primera Guerra Mundial al que apodaban «el púlpito» porque el
ametrallador se situaba en una especie de púlpito en la nariz del
aeroplano, en frente del motor, en una posición en la que durante el
vuelo corría el riesgo de ser absorbido y despedazado por este
último. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los desesperados
ingenieros nazis entregaron, junto a verdaderas maravillas de la
técnica, algunos engendros incalificables, como el desastroso Sack
AS-6, un avión de hélice ¡con las alas circulares!
Pero
si hablamos de este tipo de objetos, nada más costoso que el célebre
VZ-9 Avrocar, el muy secreto
platillo volante que
la USAAF intentó poner en marcha en la década de los cincuenta del
siglo XX y cuyo proyecto se
fue al garete después de docenas de ensayos fallidos y millones de
dólares en pérdidas, dado que el aparato apenas conseguía despegar
y sus problemas de aerodinámica impedían
completamente el poder
gobernarlo. Algo que los
norteamericanos podían haberse ahorrado simplemente recordando la
historia de los acorazados redondos del zar.
¡Hasta
pronto!
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