jueves, 24 de octubre de 2013

Infantería australiana en Ypres, 1917

El científico que descendió al infierno

Fritz Haber (1868-1934) fue un científico muy peculiar. Pudo haber pasado a la historia únicamente como un gran benefactor de la humanidad. Sin embargo, y por razones psicológicas que parecen difíciles de comprender, Haber decidió poner todo su talento al servicio de la muerte, hasta el punto de haberse ganado a pulso el dudoso honor de ostentar el título de “padre de la guerra química”.
Hasta 1910, la única manera de obtener los codiciados nitratos para fabricar fertilizantes y explosivos era extraerlos de depósitos naturales, como el famoso “nitrato de chile”. Junto con su colega Carl Bosh, sobre esa fecha Haber desarrolló la síntesis catalítica del amoníaco a partir del nitrógeno atmosférico, un logro extraordinario por el que recibiría el Premio Nobel de Química en 1918. Los abonos nitrogenados desarrollados a partir del descubrimiento de Haber supusieron una revolución en la agricultura que está detrás de gran parte del crecimiento demográfico de la humanidad en el último siglo.
Sin embargo, y por mucho que dijera lo contrario, a Haber le importaban un bledo los fertilizantes. Era un fanático nacionalista con rasgos psicopáticos que únicamente intentaba dotar al Imperio Alemán con la capacidad de fabricar explosivos de nitrógeno de alta potencia. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se puso al frente del programa experimental de armas químicas del ejército, buscando por todos los medios como saltarse la Convención de La Haya de 1899 para la prohibición de las armas químicas que su gobierno había firmado.
Después de comprobar que los compuestos a base de bromo que venían utilizándose hasta la fecha producían poco más que la irritación de las mucosas, el grupo liderado por Haber experimentó con el cloro, hasta producir los terroríficos gases de los que nos hablan los libros de historia, en especial el fosgeno y el simpático “gas mostaza”, un agente vesicante que destruye las mucosas ocasionando espantosas lesiones y quemaduras. En ocasiones, el malvado químico llegó a dirigir personalmente los ataques en el campo de batalla con objeto de comprobar sus resultados. Aterrada al ver a lo que se dedicaba su marido, Clara, la primera mujer de Haber, se suicidó en el jardín de su casa pegándose un tiro.
Al acabar la contienda, y tras recibir el Nobel de Química por la síntesis del amoníaco, Haber fue acusado por las potencias aliadas de haber cometido crímenes de guerra (aunque ni que decir tiene que los aliados también habían utilizado gases), permaneciendo en Alemania hasta 1933, cuando se tuvo que exiliar por ser judío de origen. Murió al año siguiente, mientras buscaba refugio en Inglaterra, antes de poder comprobar como los nazis utilizaban un derivado de otro maléfico gas inventado por él, el Zyklón B, para asesinar a millones de personas en los campos de concentración, incluyendo a algunos de sus parientes.
Es lo que tiene el llevar a la ciencia hacia el lado oscuro. Pasas en poco tiempo del cielo al infierno.
¡Hasta la semana que viene!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

jueves, 10 de octubre de 2013



Catedral de San Carlos de Bariloche
 

Perón, la fusión atómica

y los nazis de la Patagonia

Envuelta en un aura de misterio, la localidad de San Carlos de Bariloche, en la Patagonia argentina, siempre ha estado ligada a leyendas relativas a nazis escondidos (*) que han derivado en todo tipo de fantasías y especulaciones acerca del desarrollo de tecnologías revolucionarias (ovnis, propulsión anti-gravedad, etc…) en secretos laboratorios ubicados tanto en la misma Patagonia como en la vecina Antártida. Sin embargo, muchos de estos delirios tienen su origen en un pintoresco suceso que, por increíble que pueda parecer, es absolutamente verídico.
 
En la isla Huemul, situada en el lago Nahuel Huapi, al lado de esta famosa localidad, hay unas curiosas ruinas que todos los años atraen a cientos de turistas. Se trata de los restos del muy secreto “Proyecto Huemul”, en el que el gobierno de Juan Domingo Perón despilfarró el equivalente a 300 millones de dólares americanos durante la década de los 50 del pasado siglo intentando obtener energía barata mediante la fusión nuclear.
 
A finales de la II Guerra Mundial, algunos científicos alemanes habían llevado a cabo experimentos para estudiar la posibilidad de inducir reacciones termonucleares mediante el empleo de ondas de choque. De entre todos ellos, quizás el  más heterodoxo fuese Ronald Richter, de origen austriaco, quien propuso como método para conseguirlo el lanzamiento de partículas de alta velocidad sobre un plasma de deuterio, sin que ni el gobierno alemán ni sus colegas le hiciesen demasiado caso.
 
Pero, al acabar la guerra, entre los muchos nazis que se exiliaron a Argentina se encontraban tanto Richter como Kurt Tank, el prestigioso diseñador de aviones de la Luftwaffe. Por alguna razón, Tank creyó las afirmaciones de Richter acerca de la viabilidad de la fusión, y se lo recomendó al general Perón, quien creía a cierra ojos que cualquier científico procedente de Alemania debía ser una lumbrera, tipo Heisenberg o Von Braun. De esta forma, el populista presidente aprobó los fondos para la construcción, a partir de 1949, de un reactor experimental de fusión en la isla, en la confianza de que Richter le proporcionaría en breve una fuente de energía barata e inagotable con la que Argentina se pondría a la cabeza del mundo en materia de tecnología nuclear.  Por lo demás, el proyecto se desarrolló bajo un ocultismo absoluto, no pudiendo los científicos argentinos tener acceso a ningún aspecto del mismo.
 
Por desgracia, Richter no tenía ni mucho menos el genio que se le suponía. De hecho,  era poco más que un científico extravagante con delirios de grandeza. Los conceptos, métodos y tecnologías que utilizaba no podían en modo alguno proporcionarle las temperaturas necesarias para alcanzar la ignición del deuterio, lo cual no fue obstáculo para que, en Marzo de 1951, informase al gobierno de que había alcanzado el éxito. Entusiasmado, el crédulo Perón comunicó a la opinión pública mundial que pronto distribuiría al pueblo argentino energía de fusión dentro del equivalente a las botellas del reparto de la leche.
 
Sin embargo, al ver que el tiempo pasaba y la prometida energía no llegaba, Perón comenzó a preocuparse y envió a la isla una comisión fiscalizadora que destapó el fiasco, mostrando la inviabilidad del proyecto y el fraude al que había sido sometido el gobierno de la nación. El proyecto fue inmediatamente cancelado, con Richter y Perón convirtiéndose en el hazmerreir de la comunidad científica internacional, no obstante lo cual hay que decir que parte de la maquinaria utilizada por el alemán fue posteriormente empleada por los físicos argentinos para trabajar de forma más seria en el desarrollo de reactores nucleares.
 
Curioso, ¿verdad?
 
¡Hasta la semana que viene!
 
(*) El antiguo Hauptsturmführer de las SS, Erich Priebke, tristemente célebre por su participación en la Masacre de las Fosas Ardeatinas, residió en esta localidad desde el final de la guerra y hasta 1994, fecha en la que fue detenido. Otros supuestos casos de nazis ocultos en la zona han sido muy controvertidos, habiéndose llegado a afirmar que el lugar sirvió de refugio... ¡al mismísimo Hitler!.

viernes, 4 de octubre de 2013

 

El enigmático “disco de Sabu”


En Enero de 1936, el eminente egiptólogo británico Walter Bryan Emery descubrió, en una mastaba al norte de la necrópolis de Saqqara, a unos 30 kmts del Cairo, un curioso objeto que reposaba al lado de los restos de Sabu, un alto funcionario egipcio a quien Emery consideraba como posible hijo de Adyib, sexto faraón de la I Dinastía egipcia, allá por 2900 a.c.
El objeto en cuestión es un extraño disco de esquisto metamórfico pulido, tallado a partir de un único bloque de piedra, que tiene el aspecto de un volante cóncavo, con tres segmentos en forma de solapa o pala curva en los que la piedra da la impresión de haber sido doblada sobre sí misma, apuntando hacia un saliente central horadado. Con poco más de 60 cm. de diámetro y 10 de grosor, la enigmática pieza de unos 5000 años de antigüedad presenta varias características cuando menos sorprendentes.
Al margen de su extraño diseño, muy diferente de cualquier otra cosa que se haya encontrado procedente de la I Dinastía, lo primero que llama la atención es la primorosa calidad del trabajo de talla lítica, especialmente en lo relativo a las asombrosas palas curvadas. Pero, sobre todo, el misterio se centra en cual pudo ser el propósito de este objeto. La presencia del orificio interior en forma de tubo sugiere que el disco se montaba sobre un eje, tal vez formando parte de un candelabro, una lámpara o un incensario, aunque también podría pertenecer a algún tipo de bandeja o herramienta, ya que no se ha encontrado en él resto alguno de ceniza. De hecho, la fragilidad del esquisto apuntaría más bien hacia un uso ornamental. Sin embargo, algunos investigadores heterodoxos han mencionado la posibilidad de que se tratase de la copia en piedra de un artefacto metálico, tal vez de cobre, o incluso de que estuviésemos ante el remedo de una pieza perteneciente a una máquina compleja, tal como una hélice o un mezclador de palas, algo de lo que no existe el menor indicio hasta la fecha.
El hecho de que el objeto se encontrase justo al lado del cadáver parece indicar que se trataba de algo muy querido por Sabu, o que quizás pensase que podría utilizar de alguna forma en el más allá. Por lo demás, el resto de los objetos encontrados en la tumba no tienen nada de particular, tratándose de vasijas de piedra o cerámica, huesos y fragmentos de cobre, marfil y pedernal, formando parte del típico ajuar funerario de un alto dignatario de la I Dinastía. En este entorno, la enigmática “vasija”  con palas curvadas y eje parece totalmente fuera de lugar.
¿Qué es realmente el “disco de Sabu” (también llamado “disco de Saqqara”) y para que servía? ¿Se trata de parte de un objeto ornamental, de uno de carácter religioso o, tal vez, de una herramienta?  Tal vez nunca lo sepamos. En cualquier caso, si pasáis por el Museo del Cairo, no dejéis de visitar la urna de cristal en la que está expuesto, en la primera planta, no lejos de la sala de las momias. Merece la pena verlo.
¡Hasta la semana que viene!