Infantería australiana en Ypres, 1917
El científico que descendió al infierno
Fritz Haber (1868-1934) fue un científico muy
peculiar. Pudo haber pasado a la historia únicamente como un gran benefactor de
la humanidad. Sin embargo, y por razones psicológicas que parecen difíciles de
comprender, Haber decidió poner todo su talento al servicio de la muerte,
hasta el punto de haberse ganado a pulso el dudoso honor de ostentar el título de “padre
de la guerra química”.
Hasta 1910, la única manera de
obtener los codiciados nitratos para fabricar fertilizantes y explosivos era
extraerlos de depósitos naturales, como el famoso “nitrato de chile”. Junto
con su colega Carl Bosh, sobre esa fecha Haber desarrolló la síntesis catalítica
del amoníaco a partir del nitrógeno atmosférico, un logro extraordinario por el
que recibiría el Premio Nobel de Química en 1918. Los abonos nitrogenados
desarrollados a partir del descubrimiento de Haber supusieron una revolución en
la agricultura que está detrás de gran parte del crecimiento demográfico de la
humanidad en el último siglo.
Sin embargo, y por mucho que
dijera lo contrario, a Haber le importaban un bledo los fertilizantes. Era un
fanático nacionalista con rasgos psicopáticos que únicamente intentaba dotar al Imperio
Alemán con la capacidad de fabricar explosivos de nitrógeno de alta potencia. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se puso al frente del programa
experimental de armas químicas del ejército, buscando por todos los medios
como saltarse la Convención de La Haya de 1899 para la prohibición
de las armas químicas que su gobierno había firmado.
Después de comprobar que los
compuestos a base de bromo que venían utilizándose hasta la fecha producían
poco más que la irritación de las mucosas, el grupo liderado por Haber experimentó con el cloro,
hasta producir los terroríficos gases de los que nos hablan los libros de
historia, en especial el fosgeno y el simpático “gas mostaza”, un agente
vesicante que destruye las mucosas ocasionando espantosas lesiones y quemaduras. En ocasiones, el malvado químico llegó a dirigir
personalmente los ataques en el campo de batalla con objeto de comprobar sus
resultados. Aterrada al ver a lo que se dedicaba su marido, Clara, la primera
mujer de Haber, se suicidó en el jardín de su casa pegándose un tiro.
Al acabar la contienda, y tras
recibir el Nobel de Química por la síntesis del amoníaco, Haber fue acusado por
las potencias aliadas de haber cometido crímenes de guerra (aunque ni que decir tiene que los aliados también habían utilizado gases), permaneciendo en Alemania hasta
1933, cuando se tuvo que exiliar por ser judío de origen. Murió al año siguiente,
mientras buscaba refugio en Inglaterra, antes de poder comprobar como los nazis
utilizaban un derivado de otro maléfico gas inventado por él, el Zyklón B, para
asesinar a millones de personas en los campos de concentración, incluyendo a
algunos de sus parientes.
Es lo que tiene el llevar a la
ciencia hacia el lado oscuro. Pasas en poco tiempo del cielo al infierno.
¡Hasta la semana que viene!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química