lunes, 22 de abril de 2013

¡Una camarera automática!




¡Una camarera automática!


¿Os imagináis que en una fiesta un robot os sirviese el gin-tonic? Esto, que hoy en día aún suena un poco a ciencia-ficción pudo muy bien pasar cientos de años antes de nuestra era, si nos atenemos a lo descrito en su obra pneumática por Filón de Bizancio, un personaje del que sabemos muy poco, y que debió vivir a finales del siglo III o a principios del II a.c. El tal Filón escribió varias obras sobre mecánica, desaparecidas en gran parte. Aunque lo más probable es que la mayoría de su obra no sea sino una recopilación de los logros de otros inventores, lo cierto es que en los fragmentos que se conservan se demuestra la existencia, al menos entre ciertos grupos de filósofos de la zona del Mediterráneo Oriental, de unos asombrosos conocimientos  acerca de cómo utilizar la presión del aire y del agua para mover dispositivos.
Y entre todos los artilugios descritos, destaca sin duda un autómata capaz de escanciar en una copa primero vino y después agua a continuación, a gusto del consumidor.
Según lo descrito, el robot sujetaba en la mano derecha una jarra de vino. En su cuerpo, había dos depósitos con vino y agua, respectivamente, conectados mediante tubos a la jarra. Cada depósito estaba atravesado por un tubo conectado con otro vertical que tenía un orificio que funcionaba a modo de válvula. La mano izquierda estaba unida por una articulación al hombro, así como a los dos tubos-válvula. Cuando el visitante ponía una copa en la palma de la mano, el brazo izquierdo bajaba, tirando de los tubos hasta que el orificio quedaba en la posición que permitía al aire entrar en los depósitos, empujando el líquido hacia abajo. La diferente altura y recorrido de los tubos hacía que el depósito de vino vertiese primero su contenido. Una vez la copa estaba medio llena, la mano bajaba más por causa del peso, desplazando el tubo del vino de manera que el orificio se cerraba, mientras que el orificio correspondiente al tubo del agua se colocaba para permitir la misma operación a partir del otro depósito. De esta forma, el autómata pasaba a escanciar agua que diluía el vino. Cuando la copa estaba llena, el mayor peso cerraba la válvula del agua, dejando la copa lista para su consumo. Al retirar la copa, el brazo regresaba a su posición original, haciendo el vacío en los depósitos que, de este modo, paraban de escanciar. El dispositivo permitía, por tanto, retirar la copa en cualquier momento, en función del grado de dilución con que nos gustase el vino.
Asombroso, ¿verdad? ¿Y si los antiguos tenían más recursos de los que pensamos?

Aquí os dejo una dirección que incluye información muy detallada, además de un excelente vídeo sobre el funcionamiento del autómata (está en inglés).

lunes, 8 de abril de 2013

¿Es cierta la historia de Arquímedes y los espejos?

 

¿Es cierta la historia de Arquímedes y los espejos?


Vamos a inaugurar este blog con un debate situado en la antigüedad.

Además del famoso “Eureka”, la anécdota más difundida de la vida de Arquímedes es la supuesta utilización de espejos ustorios para incendiar las naves romanas durante el asedio de Siracusa. Y digo “supuesta” porque a lo largo de los siglos ha existido un encendido debate acerca de si fue real o no.

A favor del sí se encuentra la evidencia proporcionada por muchos experimentos en el sentido de que es perfectamente posible quemar objetos grandes de madera concentrando sobre ellos la luz del sol, ya sea mediante espejos o por otros medios. También el hecho de que la anécdota fuese mencionada por escritores del mundo clásico de la talla de Galeno o Luciano de Samosata, o que el sabio Teón de Alejandría se refiriese a una obra de Arquímedes, ahora perdida, que trataba sobre los espejos.

Sin embargo, hay argumentos de peso a favor del no. Por ejemplo, resulta llamativo que las primeras referencias conocidas al asunto sean del siglo II, más de 300 años después del sitio de Siracusa. Además, los mejores historiadores romanos no lo mencionan, ni siquiera Polibio, quien nació tan solo unos años después del evento. Por su parte, Plutarco, en su crónica del conflicto, describe con detalle los artilugios utilizados por Arquímedes en la defensa de la ciudad, incluyendo postes, pesos, “manos de hierro” y “picos de grulla”, pero no habla de ningún espejo.

Además, los experimentos llevados a cabo apuntan hacia la necesidad de que el objetivo se mantenga quieto en una situación de cielo despejado. Aunque lo segundo no es raro en Sicilia, es muy improbable que los romanos anclasen sus barcos, por no mencionar el balanceo normal de los mismos en el agua. De igual modo, es poco probable que un líder consumado como era el cónsul Marcelo concentrase en el llamado “Puerto Grande” de Siracusa un número de quinquerremes que restringiese mucho su movilidad, ya que los militares romanos de la época habían estudiado el desastre que habían sufrido los atenienses en ese mismo lugar un par de centurias atrás. Por último, el lanzamiento de proyectiles en llamas parece un método mucho más simple de incendiar los barcos que se acercasen a las murallas.

Si bien existen documentos que demuestran que, al menos desde principios de la Edad Media, los ingenieros bizantinos habían trabajado a nivel teórico en un sistema defensivo formado por espejos, no existen pruebas de que éste fuese llevado a la práctica y, en cualquier caso, entre estos ingenieros y Arquímedes hay un abismo temporal de casi ocho siglos.

De modo que, ¿utilizó verdaderamente Arquímedes un sistema de espejos para incendiar las naves romanas, o se trata de una leyenda inventada con posterioridad?