Grabado decimonónico que muestra el aspecto del uro
Göring, la "selección inversa" y el retorno de los uros
Dicen
que la realidad supera la ficción, y aunque esa aseveración se haya
utilizado a veces alegremente, en pocas ocasiones lo ha sido de forma
tan acertada como a la hora de describir las actividades de unos
oscuros científicos alemanes con vistas a resucitar el uro, el
antiguo y casi mítico bóvido salvaje que hace miles de años
llenaba los bosques europeos y que el mismísimo Julio César
describió como «no
mucho más pequeño que un elefante, extraordinario en tamaño y
fuerza, que no temía al hombre ni a bestia alguna».
Un animal extinto a partir del siglo XVII, antepasado de todas las
razas de bovinos que pululan por los campos de Europa y que,
involuntariamente, protagonizaría una de la historias más extrañas
de la Segunda Guerra Mundial.
Los
hermanos Lutz y Heinz Heck, que eran hijos del que fuera prestigioso
director del zoo de Berlín, se habían sentido fascinados desde
pequeños por las historias de los viejos guerreros germanos, altos y
de cabelleras rubias, quienes al estilo del mítico Sigfrido se
habían enfrentado a aquellas legendarias bestias en el interior de
los impenetrables bosques de la Alemania primitiva. Tras estudiar y
convertirse en competentes zoólogos por derecho propio, en la década
de los veinte los hermanos concibieron la posibilidad de recrear a
los perdidos animales utilizando la ciencia moderna. Para ello,
idearon un programa de «selección
inversa», en el que
cruzarían ejemplares que mostrasen alguna de las características de
los enormes y agresivos bóvidos con vistas a terminar por reproducir
la especie.
Decididos
a resucitar el uro, los intrépidos hermanos recorrieron Europa desde
Escocia hasta Cerdeña recolectando ejemplares de distinta razas,
incluyendo por supuesto al toro de lidia, para a continuación poner
en marcha su programa y llegar a obtener de esta manera una raza
nueva, hoy conocida como «bovino
de Heck»,
que recordaba en muchos aspectos al extinto animal, a pesar de ser
mucho más pequeño, con los cuernos más cortos y menos agresivo.
Animados por lo que ellos
consideraban un completo éxito, los Heck ampliaron su catálogo
intentando recrear al tarpan, un antiguo caballo de los tiempos
ancestrales. Así, cuando los nazis llegaron al poder en 1933, se
encontraron con una serie de experimentos biológicos que encajaban
de forma espléndida en su propio sueño de recrear la pureza del
mundo germánico, apoyando de forma entusiasta los esfuerzos de los
dos hermanos, uno de los cuales, Lutz, se convirtió en un nazi
convencido que pronto ingresó en las SS. Imbuido de fanatismo, el
zoólogo
del nacionalsocialismo se hizo íntimo amigo de Hermann Göring,
figura prominente del nuevo régimen y amante de la caza y de la vida
salvaje. A Göring, Hetz le suministró muchos animales de su
zoológico hasta que, hacia 1938, los nuevos «uros»
recreados pasaron a corretear por la reserva privada del megalómano
comandante de la Luftwaffe.
Pero
cuando estalló la guerra, Göring vió en el bosque polaco de
Bialowieza la posibilidad de recrear los antiguos bosques germanos
donde solo los arios de raza pura podrían cazar. Ni corto ni
perezoso, hablo con su correligionario, el siniestro Heinrich
Himmler, quien en julio de 1941 envió un batallón que arrasó 34
pueblos, deportó a siete mil personas y asesinó a varios cientos
más con
el único objeto
de dejar el lugar
despoblado, libre
de presencia humana para
que los
cazadores arios de Göring pudiesen
poner en práctica su sueño de perseguir al uro en sus
bosques ancestrales.
Naturalmente, Hetz suministró los «uros»
y otros especímenes
que hicieron las delicias de los animales de dos piernas.
Pero
la historia no acabó mal ni para los Hetz ni para sus engendros.
Para cuando Alemania hubo perdido la guerra, el bosque de Bialowieza
había caído en poder del Ejército Rojo, el ganado de Lutz había
perecido bajo las bombas aliadas y el zoo de Berlín había sido
destruido, pero el ex-zoólogo nazi fue absuelto de crímenes de
guerra y los ejemplares propiedad de su hermano fueron repartidos por
zoológicos y granjas de Europa, donde décadas después sus
descendientes siguen siendo objeto de estudio y de explotación
turística*. Por desgracia, los bovinos de Heck están lejos de ser
auténticos uros, ya que únicamente mediante selección artificial
no es posible recuperar todos los genes silenciados o perdidos por el
genuino ancestro, pero siguen
siendo
tan agresivos que requieren una vigilancia especial. Como les
pasaba a sus valedores,
los nazis.
¡Hasta pronto!
*No sin bastante polémica, los bovinos de Heck están siendo recientemente introducidos en reservas naturales de Alemania y los Países Bajos.