Publicidad del "Revigator"
Beba usted agua radiactiva
Lejos de ser una práctica
moderna, la costumbre de aprovechar los descubrimientos científicos para tratar de venderle a la gente remedios o
cosméticos más o menos milagrosos es tan vieja como la propia ciencia. Aunque
hay muchos ejemplos de ello, quizás el caso más extravagante fue la
distribución industrial de productos radiactivos supuestamente beneficiosos
para la salud durante las primeras décadas del siglo XX
Al poco tiempo de descubrirse el
fenómeno de la radiactividad, comenzaron las especulaciones acerca de sus supuestos
efectos beneficiosos para todo tipo de dolencias e inconvenientes. De esta
forma, y sin esperar a que la actividad investigadora esclareciese cuales eran
los verdaderos efectos de la radiación sobre el cuerpo humano, comenzó a
desarrollarse una floreciente industria de productos radiactivos “milagrosos”,
sobre todo en los Estados Unidos. Esta línea de productos incluía desde pastas
de dientes, cremas de belleza, jabón, servilletas, pendientes o pisapapeles, hasta
chocolate y botellas de agua irradiada. En este último caso, la idea era que el
agua normal que bebemos estaría “desnaturalizada”, faltándole un componente
esencial que no era otro que la radiación natural. Al asociar esta idea con la
muy arraigada creencia en los beneficios para la salud asociados al consumo de
agua procedente de determinados manantiales, los vendedores de humo
consiguieron arrasar en el mercado.
Los anunciados beneficios de la
radiactividad parecían incontables: Podría
curar la gota y el reumatismo, la diarrea y el dolor de estómago o la impotencia,
la artritis y las lesiones de la piel. Según la carta que un tal Dr.Davis envió
al “American Journal of Clinical Medicine”, "la radioactividad previene la locura,
despierta nobles emociones, retrasa el envejecimiento y da lugar a una vida
espléndida, juvenil y dichosa." Las marcas de productos radiactivos comenzaron
a extenderse, con componentes tan peligrosos como las sales de uranio, de radio
o de torio. Un producto llamado “Radioendocrinator”, con el equivalente a 250
microcurios de radiactividad, estaba diseñado nada menos que para ser colocado sobre
el cuerpo, en la vecindad de diversas glándulas endocrinas. Otro, denominado
“Revigator”, consistía en un carísimo dispensador de agua irradiada del que se vendieron miles
de ejemplares en las décadas de los 20 y los 30. La compañía propietaria de la
patente, “Radium Ore Revigator Company”, abrió sucursales a lo largo y ancho de
los Estados Unidos mientras las instrucciones del producto recomendaban el
beberse un promedio de 6 o más vasos diarios y su publicidad aseguraba que “…la familia dispone de dos galones de
auténtica, saludable agua radiactiva… la vía natural hacia la salud.”
Aunque estudios recientes han
demostrado que el agua del “Revigator” era más peligrosa por su contenido de
metales tóxicos (arsénico y plomo, sobre todo) que por su nivel de
radiactividad, no puede decirse lo mismo de alguno de sus competidores. En
concreto, el agua de cada una de las botellas de otro producto llamado “Radithor”,
del que se vendieron cientos de miles de
unidades entre la clase pudiente norteamericana, contenía como mínimo un
microcurio de radio 226 y otro de radio 228. Anunciado como “una cura para los
muertos vivientes” y para la impotencia masculina, el producto sacudió a la opinión pública en
la primavera de 1932 al provocar la espantosa muerte de Eben Byers, un famoso
millonario y deportista que consumía varias botellas de “Radithor” al día y que,
en contraste con la publicidad, se convirtió en un auténtico muerto en vida
antes de fallecer con los huesos destrozados por la radiación.
A partir de dicho incidente, la
administración norteamericana se tomó en serio el asunto, prohibiendo el
consumo incontrolado de productos radiactivos. Una decisión de lo más juiciosa
pues, tal y como tituló el Wall Street
Journal su artículo sobre el incidente Byers, "The Radium Water Worked Fine Until His Jaw Came Off" (*)
(*) “El agua de radio funcionó bien
hasta que se le cayó la mandíbula”.
¡Hasta la semana que viene!