domingo, 11 de octubre de 2015


Grabado con la imagen del "autómata"


El increíble fraude de “el Turco”


Lejos de ser algo exclusivo de nuestros días, la fascinación por los autómatas y la inteligencia artificial ha acompañado a nuestra especie desde los tiempos de Herón de Alejandría (ver “una camarera automática” en este mismo blog), e incluso con anterioridad. La costumbre de engañar a los incautos con supuestas maravillas, también. Por eso no es de extrañar que la historia de la ciencia esté jalonada de fraudes. Uno de los más descarados, y a la vez de mayor éxito, fue la del supuesto autómata-ajedrecista conocido como “el turco”.
“El turco” era una cabina de madera con un tablero de ajedrez y un mecanismo de relojería en su interior, que incorporaba un maniquí vestido con túnica y turbante (de ahí el nombre) y que había sido construido por el ingeniero e inventor húngaro Wolfgang von Kempelen en 1770 como consecuencia de una especie de apuesta con la archiduquesa María Teresa de Austria. Desde el momento en que vio la luz por primera vez hasta que fue destruido por un incendio en 1854, el “turco” recorrió Europa durante más de ocho décadas, derrotando uno tras otro a casi todos sus oponentes, incluyendo a algunos de los mejores jugadores de ajedrez de la época y a muchos personajes famosos, como Napoleón Bonaparte o Benjamín Franklin. Durante las actuaciones, se mostraba el interior de la cabina para que los espectadores pudiesen comprobar que no había nada más que engranajes y espacio vacío. Todo apuntaba a que se trataba de una auténtica maravilla de la técnica, pero en realidad se trataba de un truco de magia.
Tal y como reveló el hijo de su último propietario, el “turco” era manipulado por una persona escondida en su interior, siempre un excelente jugador de ajedrez. El jugador se ubicaba en el espacio oculto comprendido entre la zona donde estaban los engranajes y la parte posterior de la cabina, y se desplazaba en una silla montada sobre rieles. Siguiendo los movimientos en el tablero gracias a unos indicadores magnéticos situados debajo del mismo, jugaba en un pequeño tablero secundario que había en el interior. Para mover el brazo del autómata, utilizaba lo que era en esencia un pantógrafo(*), y contaba también con controles para mover la cabeza, los ojos, e incluso para hacer ruido con el mecanismo de relojería, con objeto de disimular sonidos como el de la tos. Asimismo, disponía de un sistema para comunicarse con la persona que coordinaba el espectáculo.
Aunque hoy en día pueda parecer increíble que, a pesar de los cientos de exhibiciones públicas, nadie se diese cuenta del truco y no se filtrase el secreto de alguna manera, la verdad es que el pseudo-autómata se mantuvo en activo durante ochenta y cinco años, pasando al menos por las manos de cuatro propietarios y unos quince operadores ocultos, en lo que es un ejemplo impresionante del poder del ilusionismo. Su constructor, un auténtico genio olvidado de finales del siglo XVIII, tuvo la suficiente habilidad como para completar un ingenioso mecanismo de manipulación oculta, complementado con una minuciosa puesta en escena, donde las puertas de la cabina se abrían en un orden preciso y todos los movimientos del maestro de ceremonias estaban pensados para despistar a la audiencia.
Sin embargo, y aunque "el turco" es la más famosa de sus obras, von Kempelen fue, más allá de un brillante estafador, un inventor e ingeniero de primera fila entre cuyas producciones se encuentran varias asombrosas máquinas parlantes, una de las cuales fue más tarde adquirida por uno de los propietarios de “el turco” para que pudiera decir “jaque”… ien la lengua deseada!
¡Hasta pronto!

(*) Un pantógrafo es un mecanismo articulado en el que unas varillas están conectadas de tal manera que se pueden mover desde un pivote.

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