Retrato de Robert Grosseteste
Profetas del mañana en la Inglaterra medieval
«Las máquinas para navegar pueden
ser hechas sin remeros, de manera que los grandes barcos serán movidos por un
solo hombre con mayor velocidad que si estuvieran llenos de hombres. También se
pueden fabricar carros de modo que, sin animales, puedan moverse con increíble
rapidez…; también pueden construirse máquinas voladoras de forma que un hombre
sentado en la mitad de la máquina maneje algún motor que accione alas
artificiales que batan el aire como un pájaro volador. También una máquina de
tamaño pequeño para levantar o bajar pesos enormes…También se pueden hacer
máquinas para pasear por el mar y los ríos, incluso por el fondo, sin ningún
peligro…Y tales cosas pueden ser fabricadas casi sin límites, por ejemplo,
puentes sobre los ríos sin columnas o soportes, y mecanismos y máquinas
inauditas».
El autor de esta extraña profecía, en la que se deja entrever el advenimiento del automóvil, del avión, de las grúas modernas, del submarino y del puente colgante, no es otro que Roger Bacon, el enigmático filósofo y teólogo de la orden franciscana que vivió en el siglo XIII y que rechazó la corriente principal escolástica, proponiendo el uso de las matemáticas y el empirismo como las mejores formas de acceder al conocimiento. Bacon, que trasteó con la pólvora y con la óptica y de quién se dice que fabricaba autómatas, se enfrentó al establishment de la época, siendo acusado varias veces de herejía y de brujería. Según él, «la matemática es la puerta y la llave de toda ciencia».
Unos años antes, el erudito inglés Robert Grosseteste, amigo y protector de Bacon, había escrito en su obra De Luce que el universo se originó a partir de un solo punto de luz, y que «Al principio, la materia y la luz estaban vinculados entre sí. Pero la rápida expansión llevó finalmente a un 'estado perfecto', con la cristalización de la luz-materia y la formación de la esfera exterior -el llamado 'firmamento'- del cosmos», lo que resulta ser una descripción asombrosamente aproximada de lo que los científicos creen que sucedió inmediatamente después del Big Bang. Grosseteste, obispo de Lincoln de la orden franciscana, no dudaba en considerar a las matemáticas como el código con el que Dios había escrito el universo pues, en palabras suyas, «es muy importante la utilidad de considerar el estudio de las líneas, de los ángulos y de las figuras, porque es imposible conocer la filosofía natural sin ellas: valen absolutamente para todo el universo y sus partes».
¿Fue la Inglaterra del siglo XIII el momento y el lugar en los que despertó el método científico, de la mano de grandes visionarios que, cual viajeros del tiempo, fueron capaces de vislumbrar el futuro? ¿Estuvieron algunas escuelas inglesas de la orden franciscana detrás de la corriente de pensamiento que con el tiempo desembocó en la llamada Revolución científica? Quizás se trate de una simplificación. Sin duda hubo otros personajes dentro y fuera de Inglaterra ajenos a la orden que tuvieron un papel relevante en el desarrollo del empirismo y del dominio de las matemáticas sobre el estudio de la naturaleza, pero la lectura de estos fragmentos no deja de sorprender por la completa ausencia, en textos escritos por sacerdotes cristianos, del enfoque teológico que durante la Alta Edad Media había impregnado todas las áreas del saber y según el cual el conocimiento de las cosas naturales solo tenía sentido en cuanto que mostraba las verdades ocultas que tenían que ver con Dios.
En cualquier caso, estos son dos de los ejemplos más impactantes de ideas que, surgidas en la mente de personas que vivieron en una época supuestamente oscura, anticipaban conocimientos o desarrollos tecnológicos increíblemente adelantados a su tiempo, indicándonos que, después de todo, quizás la Edad Media fuese una época bastante más luminosa de lo que puede parecer.
¡Hasta la semana que viene!
El autor de esta extraña profecía, en la que se deja entrever el advenimiento del automóvil, del avión, de las grúas modernas, del submarino y del puente colgante, no es otro que Roger Bacon, el enigmático filósofo y teólogo de la orden franciscana que vivió en el siglo XIII y que rechazó la corriente principal escolástica, proponiendo el uso de las matemáticas y el empirismo como las mejores formas de acceder al conocimiento. Bacon, que trasteó con la pólvora y con la óptica y de quién se dice que fabricaba autómatas, se enfrentó al establishment de la época, siendo acusado varias veces de herejía y de brujería. Según él, «la matemática es la puerta y la llave de toda ciencia».
Unos años antes, el erudito inglés Robert Grosseteste, amigo y protector de Bacon, había escrito en su obra De Luce que el universo se originó a partir de un solo punto de luz, y que «Al principio, la materia y la luz estaban vinculados entre sí. Pero la rápida expansión llevó finalmente a un 'estado perfecto', con la cristalización de la luz-materia y la formación de la esfera exterior -el llamado 'firmamento'- del cosmos», lo que resulta ser una descripción asombrosamente aproximada de lo que los científicos creen que sucedió inmediatamente después del Big Bang. Grosseteste, obispo de Lincoln de la orden franciscana, no dudaba en considerar a las matemáticas como el código con el que Dios había escrito el universo pues, en palabras suyas, «es muy importante la utilidad de considerar el estudio de las líneas, de los ángulos y de las figuras, porque es imposible conocer la filosofía natural sin ellas: valen absolutamente para todo el universo y sus partes».
¿Fue la Inglaterra del siglo XIII el momento y el lugar en los que despertó el método científico, de la mano de grandes visionarios que, cual viajeros del tiempo, fueron capaces de vislumbrar el futuro? ¿Estuvieron algunas escuelas inglesas de la orden franciscana detrás de la corriente de pensamiento que con el tiempo desembocó en la llamada Revolución científica? Quizás se trate de una simplificación. Sin duda hubo otros personajes dentro y fuera de Inglaterra ajenos a la orden que tuvieron un papel relevante en el desarrollo del empirismo y del dominio de las matemáticas sobre el estudio de la naturaleza, pero la lectura de estos fragmentos no deja de sorprender por la completa ausencia, en textos escritos por sacerdotes cristianos, del enfoque teológico que durante la Alta Edad Media había impregnado todas las áreas del saber y según el cual el conocimiento de las cosas naturales solo tenía sentido en cuanto que mostraba las verdades ocultas que tenían que ver con Dios.
En cualquier caso, estos son dos de los ejemplos más impactantes de ideas que, surgidas en la mente de personas que vivieron en una época supuestamente oscura, anticipaban conocimientos o desarrollos tecnológicos increíblemente adelantados a su tiempo, indicándonos que, después de todo, quizás la Edad Media fuese una época bastante más luminosa de lo que puede parecer.
¡Hasta la semana que viene!
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