Rana sometida a levitación magnética. IgNoble de Física en 2000
Los premios más divertidos de la ciencia
Creados en 1991 por los editores de la revista de humor científico Annals of Improbable Research, los
premios Ig Noble pretenden, según reza su página web, “hacer reír a la gente, y
luego hacerla pensar”. La denominación de los premios, que no son sino una
parodia de los célebres galardones concedidos por la Academia Sueca, es un
juego de palabras entre la voz castellana “innoble” y el apellido de Alfred Nobel. Se conceden
cada año a las investigaciones más extravagantes, inútiles o disparatadas que
se producen a lo largo y ancho del planeta, aunque la organización se esfuerza
en recalcar que en todos los casos se trata de investigaciones serias que
utilizan el método científico para llegar a sus conclusiones. Además, y a
diferencia de los Premios Nobel, pueden concederse en un número variado de
categorías que no tienen por qué coincidir de un año para otro.
Es difícil establecer un ranking de las nominaciones que han resultado más
divertidas a lo largo de las últimas dos décadas, ya que cada año se nos
sorprende con nuevas investigaciones cuyo propósito y contenido parecen poner
en duda el que las personas que las llevaron a cabo estuviesen en su sano
juicio. En 2012, se concedió el premio de Anatomía a dos investigadores que
demostraron que los chimpancés podían reconocerse entre ellos observando
fotografías de sus traseros, en 2010 el de Salud Pública a tres norteamericanos
que encontraron experimentalmente que los microbios se aferran con preferencia
a los científicos que tienen barba y, en 2013, el de Probabilidad a los
investigadores anglosajones que demostraron matemáticamente que cuanto más tiempo permanezca
una vaca acostada, más pronto se levantará y, además es difícil predecir cuándo
volverá a acostarse. Hay trabajos sobre los efectos secundarios de tragarse una
espada, sobre si la gente nada más rápido en agua que en sirope o sobre la
supuesta comunicación de los arenques a través de pedos. También sobre despertadores
que salen corriendo y se esconden para asegurarse de que te despiertas, muñecas
hinchables que transmiten la gonorrea o acerca de cuantos ciudadanos de Alabama
irán al infierno si no se arrepienten.
No obstante, no todos estos “descubrimientos” son auténticos despropósitos.
Por ejemplo, el aparentemente estúpido premio de Biología de 2006, concedido a
un equipo europeo por demostrar que la hembra del mosquito Anófeles se sentía
igualmente atraída por el olor de los pies humanos que por el del queso
Limburger, desembocó en una estrategia para combatir la malaria que se está aplicando
en África con un éxito notable. Asimismo, no todos los ganadores son perfectos
desconocidos. En el año 2000, el físico ruso Andréy Gueim obtuvo el IgNoble de
física por hacer levitar una rana en un campo magnético y en 2010 el auténtico Premio Nobel de Física por descubrir el grafeno.
En realidad, estos famosos premios esconden una velada crítica al sistema
científico actual, que presiona de tal forma a los científicos e instituciones
para que publiquen resultados y puedan mantener la financiación que a menudo da
como resultado un completo despilfarro de valiosos recursos que podrían ser
utilizados en investigaciones mucho más relevantes.
Y, para terminar, no podemos olvidar la defensa de la democracia que llevan
a gala los organizadores de los premios. Con cierta regularidad, la revista
concede un premio IgNoble de la Paz a aquellos gobiernos e instituciones que
sacan adelante normativas ridículas destinadas a limitar los derechos de los
ciudadanos. Por ejemplo, en 2013 se le concedió uno al presidente de
Bielorrusia por ilegalizar los aplausos en público, y a la policía estatal del
país por arrestar por aplaudir… ¡a un hombre manco!
¡Hasta la semana que viene!
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