viernes, 10 de octubre de 2014

Los premios más divertidos de la ciencia

Rana sometida a levitación magnética. IgNoble de Física en 2000
 

Los premios más divertidos de la ciencia

 

Creados en 1991 por los editores de la revista de humor científico Annals of Improbable Research, los premios Ig Noble pretenden, según reza su página web, “hacer reír a la gente, y luego hacerla pensar”. La denominación de los premios, que no son sino una parodia de los célebres galardones concedidos por la Academia Sueca, es un juego de palabras entre la voz castellana “innoble”  y el apellido de Alfred Nobel. Se conceden cada año a las investigaciones más extravagantes, inútiles o disparatadas que se producen a lo largo y ancho del planeta, aunque la organización se esfuerza en recalcar que en todos los casos se trata de investigaciones serias que utilizan el método científico para llegar a sus conclusiones. Además, y a diferencia de los Premios Nobel, pueden concederse en un número variado de categorías que no tienen por qué coincidir de un año para otro.
 
Es difícil establecer un ranking de las nominaciones que han resultado más divertidas a lo largo de las últimas dos décadas, ya que cada año se nos sorprende con nuevas investigaciones cuyo propósito y contenido parecen poner en duda el que las personas que las llevaron a cabo estuviesen en su sano juicio. En 2012, se concedió el premio de Anatomía a dos investigadores que demostraron que los chimpancés podían reconocerse entre ellos observando fotografías de sus traseros, en 2010 el de Salud Pública a tres norteamericanos que encontraron experimentalmente que los microbios se aferran con preferencia a los científicos que tienen barba y, en 2013, el de Probabilidad a los investigadores anglosajones que demostraron matemáticamente que cuanto más tiempo permanezca una vaca acostada, más pronto se levantará y, además es difícil predecir cuándo volverá a acostarse. Hay trabajos sobre los efectos secundarios de tragarse una espada, sobre si la gente nada más rápido en agua que en sirope o sobre la supuesta comunicación de los arenques a través de pedos. También sobre despertadores que salen corriendo y se esconden para asegurarse de que te despiertas, muñecas hinchables que transmiten la gonorrea o acerca de cuantos ciudadanos de Alabama irán al infierno si no se arrepienten.
 
No obstante, no todos estos “descubrimientos” son auténticos despropósitos. Por ejemplo, el aparentemente estúpido premio de Biología de 2006, concedido a un equipo europeo por demostrar que la hembra del mosquito Anófeles se sentía igualmente atraída por el olor de los pies humanos que por el del queso Limburger, desembocó en una estrategia para combatir la malaria que se está aplicando en África con un éxito notable. Asimismo, no todos los ganadores son perfectos desconocidos. En el año 2000, el físico ruso Andréy Gueim obtuvo el IgNoble de física por hacer levitar una rana en un campo magnético y en 2010 el auténtico Premio Nobel de Física por descubrir el grafeno.
 
En realidad, estos famosos premios esconden una velada crítica al sistema científico actual, que presiona de tal forma a los científicos e instituciones para que publiquen resultados y puedan mantener la financiación que a menudo da como resultado un completo despilfarro de valiosos recursos que podrían ser utilizados en investigaciones mucho más relevantes.
 
Y, para terminar, no podemos olvidar la defensa de la democracia que llevan a gala los organizadores de los premios. Con cierta regularidad, la revista concede un premio IgNoble de la Paz a aquellos gobiernos e instituciones que sacan adelante normativas ridículas destinadas a limitar los derechos de los ciudadanos. Por ejemplo, en 2013 se le concedió uno al presidente de Bielorrusia por ilegalizar los aplausos en público, y a la policía estatal del país por arrestar por aplaudir… ¡a un hombre manco!
 
¡Hasta la semana que viene!

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