El HMS Invincible, uno de los cruceros de batalla que se hundieron en Jutlandia
Acetona, biotecnología y el origen legendario del estado de Israel
La cordita, o “pólvora sin humo”, es una mezcla de nitrocelulosa,
nitroglicerina y vaselina que requiere de una pequeña cantidad de acetona
(menos de un 1%) como disolvente. A
principios del siglo XX, el gobierno británico la adoptó como propelente
estándar para la munición de sus barcos de guerra, a pesar de que la acetona se
obtenía de la madera con un ridículo rendimiento del 1%. Pero, cuando estalló
la Primera Guerra Mundial, el suministro de cordita para la Royal Navy adquirió
un carácter estratégico y la tradicional escasez de acetona pasó a amenazar
seriamente el ritmo de producción del explosivo. Hay incluso una teoría que
intenta explicar el desastre que sufrieron los cruceros de batalla británicos
durante la Batalla de Jutlandia por el empleo de la vieja cordita MK.I., de alto
contenido en nitroglicerina, en lugar de la más moderna y segura variedad M.D. debido
a la falta de acetona.
Fue entonces cuando Jaim Weizmann, un brillante judío originario del
Imperio ruso que había emigrado a Occidente y trabajaba en el Departamento de
Química Orgánica de la Universidad Victoria de Manchester, descubrió, mientras ponía
algunas de las bases de la moderna biotecnología intentando encontrar bacterias
que transformasen el butanol en almidón, que la bacteria Clostridium acetobutylicum era capaz de obtener acetona a partir de
la miel de caña (melaza) con un rendimiento superior al 10%. Weizmann, que más
tarde sería conocido como el “padre de la fermentación industrial”, cedió los
derechos de la fabricación de acetona al gobierno y fue inmediatamente nombrado
director científico de los Laboratorios del Almirantazgo. A partir de entonces,
la historia se transforma en leyenda.
Según algunos testimonios de la época, incluyendo las Memorias de guerra publicadas en 1933 por el que fue primer
ministro británico, David Lloyd George, Weizmann, que además de un genio de la incipiente
biotecnología era un sionista convencido y el principal agente del lobby judío en Inglaterra, solicitó al
agradecido gobierno británico su apoyo al establecimiento de un "hogar
nacional judío" en lo que entonces era todavía territorio perteneciente al
Imperio otomano. Con posterioridad, Weizmann desmintió en su autobiografía que
las cosas sucediesen de esta manera, pero lo cierto es que, el 2 de noviembre
de 1917, el Secretario del Foreign Office, Arthur James Balfour, firmaba la
célebre declaración que lleva su nombre, la primera en la que una potencia
mundial se mostró favorable al derecho del pueblo judío a establecerse en la
antigua tierra de Israel. La Declaración Balfour, considerada por muchos como
el acta de fundación del moderno estado hebreo, está detrás de gran parte de la
historia de Oriente Medio en el siglo XX y lo que llevamos del XXI.
Weizmann, quien en 1918 había cofundado la Universidad hebrea de Jerusalén,
utilizó la diplomacia durante años para obtener apoyo y financiación en favor
de la causa del estado judío, siendo uno de los principales diseñadores de la
estrategia sionista. Finalmente, fue elegido en 1949 como el primer presidente de
Israel, cargo que desempeñó hasta el día de su muerte, el 9 de noviembre de
1952.
¿Fue la trascendental Declaración Balfour un regalo del gobierno británico
a Weizmann por los servicios prestados a la causa británica a través de una
bacteria? Tal vez nunca lo sepamos a ciencia cierta. Es obvio que en la
posición británica influyeron otros condicionantes geopolíticos, pero no es
fácil desdeñar la aportación del hombre que permitió a los ingleses mantener el
suministro vital de cordita durante los últimos años de la Gran Guerra. Un
hombre cuya trayectoria se convirtió en un mito que combina los albores de la
biotecnología con los del moderno Estado de Israel.
¡Hasta la próxima!
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