sábado, 8 de noviembre de 2014

Calavera conservada en el Museo Británico
 

El fraude de las calaveras de cristal

 
Conocidas desde hace ciento cincuenta años, las llamadas calaveras de cristal han sido popularizadas en novelas, series y películas de ciencia ficción, tales como la última entrega de la saga de Indiana Jones. Para muchos de los miembros del movimiento New Age o de la teoría de los antiguos astronautas estas esculturas talladas en cristal de cuarzo proceden sin duda de alguna civilización desaparecida, cuando no directamente de los extraterrestres, poseyendo incluso poderes extraordinarios que hacen palidecer de asombro a la ciencia moderna. Sin embargo, un examen atento de su historia y características muestra que se trata de objetos manufacturados, al menos en su mayoría, poco antes de ser aparentemente descubiertos, careciendo por completo de extraños poderes y no siendo, por tanto, nada misteriosos.
 
El más famoso de estos cráneos es el llamado Mitchell-Hedges, supuestamente encontrado en 1924 por la adolescente Anna Le Guillon Mitchell-Hedges mientras acompañaba a su padre adoptivo en una excavación en la antigua ciudad maya de Lubaantun, en Belice, donde el aventurero esperaba encontrar nada menos que las ruinas de la Atlántida. Sin embargo, y al margen de las evidencias que apuntan a que los detalles de la historia son en su mayoría inventados, existen pruebas documentales de que Mitchell-Hedges padre adquirió la pieza en Londres a mediados de la década de los cuarenta. Asimismo, las pruebas realizadas en los últimos años han demostrado que el cristal del que esta hecha la escultura ha sido tallado con una herramienta moderna, siendo probablemente una copia efectuada en los años treinta de la calavera que se exhibe en el Museo Británico desde 1898.
 
Esta última pieza, al igual que otra que se encuentra en París, en el Museo del muelle Branly, obraba originalmente en poder de Eugène Boban, un anticuario que comerciaba con artefactos precolombinos durante la segunda mitad del siglo XIX. Al igual que en el caso del Mitchell-Hedges, los exámenes realizados con microscopio electrónico y tomografía computerizada en la Institución Smithsonian delatan la utilización de herramientas comunes en la época mencionada. El año pasado, nuevos estudios sobre el cráneo de Paris han encontrado en él la presencia de carburo de silicio, un abrasivo que no empezó a utilizarse en los talleres hasta el siglo XX. Hoy en día, todas las pruebas disponibles apuntan a que varias de las calaveras fueron fabricadas en Alemania, probablemente entre 1867 y 1886, fechas que coinciden con las polémicas actividades de Boban, mientras que otras parecen ser copias posteriores de los originales decimonónicos.
Lo cierto es que, a finales del siglo XIX, el gran interés que suscitaban los sensacionales descubrimientos de las antiguas ruinas precolombinas en las selvas del Yucatán y otros lugares dieron pie a la proliferación de todo tipo de falsificaciones. Por un lado, los auténticos cráneos y máscaras de piedra de las antiguas civilizaciones de Mesoamérica son mucho más estilizados que las calaveras modernas y presentan evidencias claras del uso de herramientas más o menos primitivas. Asimismo, ninguno de los antiguos mitos y leyendas que se han conservado desde la época precolombina hace referencia a las calaveras de cristal. Es casi seguro que Boban ideó el fraude para obtener notoriedad, haciéndolo formar parte de su más que lucrativo negocio de tráfico de piezas arqueológicas, en el que se mezclaban auténticas antigüedades con falsificaciones más o menos descaradas. Algunas de tales piezas acabaron en los museos en una época en donde todas las instituciones competían por hacerse con los mejores ejemplares y no se hacían demasiadas preguntas, alimentando la leyenda de que las extrañas calaveras habían sido confeccionadas empleando una técnica asombrosa y desconocida. Una técnica que, sin embargo, solo cobra vida en los sueños de los seguidores de la teoría de los antiguos astronautas y en su indomable capacidad para negar toda evidencia.
¡Hasta pronto!

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