Calavera conservada en el Museo Británico
El fraude de las calaveras de cristal
Conocidas desde hace ciento cincuenta años, las llamadas calaveras de
cristal han sido popularizadas en novelas, series y películas de ciencia
ficción, tales como la última entrega de la saga de Indiana Jones. Para muchos
de los miembros del movimiento New Age o
de la teoría de los antiguos astronautas estas esculturas talladas en cristal
de cuarzo proceden sin duda de alguna civilización desaparecida, cuando no
directamente de los extraterrestres, poseyendo incluso poderes extraordinarios
que hacen palidecer de asombro a la ciencia moderna. Sin embargo, un examen
atento de su historia y características muestra que se trata de objetos
manufacturados, al menos en su mayoría, poco antes de ser aparentemente
descubiertos, careciendo por completo de extraños poderes y no siendo, por
tanto, nada misteriosos.
El más famoso de estos cráneos es el llamado Mitchell-Hedges, supuestamente
encontrado en 1924 por la adolescente Anna Le Guillon Mitchell-Hedges mientras
acompañaba a su padre adoptivo en una excavación en la antigua ciudad maya de
Lubaantun, en Belice, donde el aventurero esperaba encontrar nada menos que las
ruinas de la Atlántida. Sin embargo, y al margen de las evidencias que apuntan
a que los detalles de la historia son en su mayoría inventados, existen pruebas
documentales de que Mitchell-Hedges padre adquirió la pieza en Londres a mediados
de la década de los cuarenta. Asimismo, las pruebas realizadas en los últimos años
han demostrado que el cristal del que esta hecha la escultura ha sido tallado con
una herramienta moderna, siendo probablemente una copia efectuada en los años
treinta de la calavera que se exhibe en el Museo Británico desde 1898.
Esta última pieza, al igual que otra que se encuentra en París, en el Museo del muelle Branly, obraba originalmente
en poder de Eugène Boban, un anticuario que comerciaba con artefactos
precolombinos durante la segunda mitad del siglo XIX. Al igual que en el caso
del Mitchell-Hedges, los exámenes realizados con microscopio electrónico y
tomografía computerizada en la Institución Smithsonian delatan la utilización
de herramientas comunes en la época mencionada. El año pasado, nuevos estudios
sobre el cráneo de Paris han encontrado en él la presencia de carburo de silicio, un abrasivo que no empezó a
utilizarse en los talleres hasta el siglo XX. Hoy en día, todas las pruebas disponibles
apuntan a que varias de las calaveras fueron fabricadas en Alemania,
probablemente entre 1867 y 1886, fechas que coinciden con las polémicas actividades de
Boban, mientras que otras parecen ser copias posteriores de los originales
decimonónicos.
Lo cierto es que, a finales del siglo XIX, el gran interés que suscitaban
los sensacionales descubrimientos de las antiguas ruinas precolombinas en las
selvas del Yucatán y otros lugares dieron pie a la proliferación de todo tipo
de falsificaciones. Por un lado, los auténticos cráneos y máscaras de piedra de
las antiguas civilizaciones de Mesoamérica son mucho más estilizados que las calaveras
modernas y presentan evidencias claras del uso de herramientas más o menos
primitivas. Asimismo, ninguno de los antiguos mitos y leyendas que se han
conservado desde la época precolombina hace referencia a las calaveras de cristal. Es casi seguro que Boban
ideó el fraude para obtener notoriedad, haciéndolo formar parte de su más que
lucrativo negocio de tráfico de piezas arqueológicas, en el que se mezclaban
auténticas antigüedades con falsificaciones más o menos descaradas. Algunas de
tales piezas acabaron en los museos en una época en donde todas las instituciones
competían por hacerse con los mejores ejemplares y no se hacían demasiadas
preguntas, alimentando la leyenda de que las extrañas calaveras habían sido
confeccionadas empleando una técnica asombrosa y desconocida. Una técnica que,
sin embargo, solo cobra vida en los sueños de los seguidores de la teoría de
los antiguos astronautas y en su indomable capacidad para negar toda evidencia.
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