Publicidad del prontosil
El colorante que evitaba gangrenas
En diciembre de 1935, el microbiólogo alemán Gerhard Domagk estaba
completamente desesperado. Hacía unos días que la vida de su hijita Hildegard
corría un grave riesgo como consecuencia de una brutal infección bacteriana
adquirida al clavarse una aguja por accidente. Los médicos decían que a la
pobre niña de 6 años había que amputarle el brazo. Sufriendo esa agonía que tan
solo los padres que están viendo consumirse a sus hijos son capaces de experimentar,
Domagk tomó la decisión más importante de su vida: Inyectar a su hija una
muestra de prontosil rubrum, un
colorante rojo del que sospechaba que tenía acción bactericida desde que tres
años atrás comprobase cómo unos ratones a los que se les había suministrado
habían sobrevivido a una infección. El tratamiento era enormemente arriesgado,
ya que los ensayos con prontosil hacía poco que habían comenzado y nadie sabía
qué efectos podía tener en el organismo humano. Además, el colorante no parecía
tener efecto alguno sobre las bacterias en los tubos de ensayo, lo que arrojaba
dudas sobre los experimentos. Pero a Domagk le daba igual. A su hija no le
quedaba alternativa y él iba a saltarse todas las normas.
Como forma de consuelo, no era la primera vez que alguien intentaba
utilizar un colorante como fármaco. Paul Ehrlich ya había curado hacía décadas
la enfermedad del sueño con rojo de trípano y algunos médicos alemanes llevaban
tiempo sobre la pista del prontosil, habiendo llegado a curar con él a un bebé.
Sin embargo, fuera de Alemania la mayoría de los facultativos e investigadores
veían con escepticismo estas prácticas, que
en algunos ensayos habían provocado graves efectos secundarios, al margen de
convertir a los sujetos de las pruebas en auténticos “pieles rojas”.
Al principio, Hildegard no mejoraba, pero después se recobró por completo,
evitando la amputación. A los pocos días, el resultado del temerario
tratamiento corrió como la pólvora, primero por Alemania y después por el mundo
entero. Aunque Domagk no era médico, las infecciones se estaban cobrando tantas
vidas que el mundo abrazó rápidamente las promesas del nuevo fármaco, de modo
que los franceses del Instituto Pasteur tardaron poco en demostrar que el
colorante se transformaba en el organismo en una molécula farmacológicamente
activa, la sulfanilamida, lo cual explicaba por qué el prontosil no tenía
efecto alguno sobre las bacterias en los ensayos de laboratorio “in vitro”, introduciendo
de paso en la bioquímica el concepto crucial de “bioactivación”. Además de
eludir la patente del prontosil en poder de la poderosa IG Farben (*), los
franceses abrieron con ello la puerta al desarrollo de las sulfamidas, las
primeras drogas de la historia verdaderamente eficaces contra las infecciones
bacterianas, responsables del salvamento de millones de vidas, incluidas la de
Winston Churchill y la de un hijo de Franklin Delano Roosevelt.
Tras el dramático episodio, y a pesar de haberse convertido de la noche a
la mañana en una celebridad, a Domagk no le marcharon del todo bien las cosas.
Los nazis, que abominaban del Premio Nobel por considerarlo el epítome de la
“ciencia burguesa”, le obligaron a devolver el que le concedieron en 1939, no pudiendo
recuperarlo hasta 1947. El temerario microbiólogo no quiso, o no pudo, salir de
su país, donde a pesar de todo consiguió convencer a su fanático gobierno de
que las sulfamidas podían evitar la gangrena a decenas de miles de soldados
heridos en combate, algo que los aliados también comprendieron en seguida,
haciendo que el fármaco fuese parte del botiquín de primeros auxilios de sus
tropas.
Para cuando Domagk pudo recuperar el premio ya había amainado la fiebre de
las sulfamidas, cuyo uso indiscriminado
como panacea para combatir cualquier tipo de problema de salud había
desembocado en el desastre del “elixir sulfanilamida”, una mezcla del
medicamento con anticongelante que se distribuyó en Estados Unidos, matando a
más de 100 personas y desembocando en la famosa ley que da poder desde entonces
a la FDA (y por mimetismo a las agencias gubernamentales de alimentación y
medicamentos de medio mundo) para examinar todos los medicamentos antes de que
puedan ser comercializados.
Por lo demás, el desarrollo de los antibióticos, mucho más eficaces para
combatir las infecciones bacterianas, terminó con el breve reinado de las sulfamidas, que
no obstante han seguido salvando innumerables vidas desde aquel lejano día en que un
atormentado padre decidió someter a su hija a un tratamiento suicida.
¡Hasta pronto!
(*) La poderosa empresa química que fabricaba el colorante extendió de
inmediato la patente del prontosil como fármaco, pero el descubrimiento de los
franceses acabó con el que podía haber sido uno de los negocios más lucrativos
de la historia.
Nota: Una adaptación de este artículo aparece dentro del texto del libro "El secreto de Prometeo y otras historias sobre la tabla periódica de los elementos", obra del autor.
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