Zona portuaria de Nashville en diciembre de 1862
Guerra, plagas y el caso
del “burdel flotante”
A principios del siglo XIX, las enfermedades venéreas se habían
transformado en uno de los mayores problemas de salud pública en el mundo. En
el ámbito militar causaban habitualmente muchas más bajas que los combates,
incapacitando a miles de soldados y convirtiéndose en un verdadero quebradero
de cabeza. Sin embargo, no fue sino hacia mediados de siglo cuando las
autoridades comenzaron a tomarse en serio la posibilidad de tomar las riendas del
problema introduciendo técnicas de prevención y controles en los burdeles.
Uno de los incidentes menos conocidos y que más contribuyeron a despertar
esta conciencia tuvo lugar en 1863, durante la Guerra Civil norteamericana,
después de la captura de Nashville, en Tennessee, por parte de las fuerzas de
la Unión. En esta localidad había un “barrio rojo”, conocido como Smokey Row por causa del humo de opio
que lo envolvía, donde legiones de prostitutas ejercían el oficio más antiguo
del mundo provocando que por cada soldado de la Unión que caía en combate
docenas lo hiciesen por culpa de la sífilis o la gonorrea. Aterrado por lo que
estaba presenciando, al comandante de Nashville, Robert S. Granger, no se le
ocurrió otra idea que detener a todas las chicas, meterlas en un barco, y
mandarlas por el rio a otra parte, en este caso a Louisville, en Kentucky. Lo
que siguió fue uno de los episodios más pintorescos de la guerra y, de paso, de
toda la historia de la lucha contra las enfermedades.
En una caótica operación en la que se vio a las chicas saltando por las
ventanas medio desnudas, escapando de los guardias que las perseguían a punta
de bayoneta y mezclándose con damas de buena reputación (muchas de las cuales
acabaron también en el barco), 150 mujeres fueron subidas a bordo del Idaho, un pequeño vapor que
habitualmente transportaba pasajeros, a las órdenes de su co-propietario, el
capitán John Newcomb, quien se preguntó consternado como iba a llevar a las
chicas por sus propios medios, con pocas provisiones, sin servicios médicos ni de
seguridad y una tripulación de tan solo una decena de hombres(*). Lo que no
sabía es que, además, nadie había avisado a Louisville de la próxima llegada
del alegre cargamento.
Durante una semana, el Idaho
cubrió 150 km a lo largo de los ríos Cumberland y Ohio sin poder atracar en
ningún sitio, ya que todas las autoridades locales rechazaban cualquier intento
de desembarco de las prostitutas. Newcomb, que se las veía y deseaba para controlar
a sus pasajeras, se encontró con que la mitad de ellas estaban enfermas.
Compadecido, decidió pagarles la comida
y las medicinas de su propio bolsillo, convirtiendo parte de su pequeño barco
en un improvisado hospital. Como al llegar a Louisville también le dieron
calabazas, se vio obligado a seguir hacia Cincinatti. Convertido en un nuevo
“holandés errante”, el ya conocido como “burdel flotante” continuó hasta su
nuevo puerto de destino, donde se encontró a un auténtico pelotón en orden de
batalla con órdenes estrictas de impedir semejante invasión desde el sur y a un
ejército similar de ciudadanos intentando subir al barco por todos los medios con
objeto de pasar un buen rato. Con su mezcla de burdel-hospital flotante
destrozado por las continuas peleas entre las chicas y harto de lo que estaba
sucediendo, Newcomb se saltó todas las jerarquías y le envió un telegrama al mismísimo
Secretario de Guerra en Washington preguntándole que debía hacer. Enfurecido, el
secretario culpó del fiasco a Granger, obligándole a recibir “el cargamento” de
vuelta bajo amenaza de despido. Obligado por las circunstancias, a Granger no
le quedó otra que buscar una alternativa. La que encontró fue tan genial como sencilla. Ya que no podía quitarse de encima a las prostitutas de Smokey Row, las obligaría a presentar un
certificado médico para poder ejercer.
La hazaña de Newcomb, uno de esos héroes anónimos de los que la historia
casi no registra el rastro, no cayó en saco roto. Como no podía ser de otro
modo, el escándalo llamó la atención de la prensa y de la opinión pública
norteamericana. El gobierno de Estados Unidos, presionado por el colectivo de
médicos y cirujanos, adoptó la única decisión posible en tiempo de guerra: Legalizar los burdeles bajo supervisión médica estricta, lo que redujo la tasa
de enfermedades venéreas en el ejército de la Unión de forma inmediata y
apreciable. Otros ejércitos pronto copiaron la medida.
El incidente de Nashville fue uno de esos oscuros sucesos que, por extraño
que pueda parecer, contribuyeron decisivamente a la extensión de las medidas de
prevención y salud pública a finales del siglo XIX y principios del siglo XX,
con consecuencias de largo recorrido para toda la especie humana. Para Newcomb,
el héroe de esta historia, no hubo sin embargo mucho consuelo. El gobierno tardó
años en devolverle el dinero que gastó en cuidar de las prostitutas y en
arreglar el barco y, lo que es peor, se
convirtió en la rechifla del río, siendo conocido a partir de entonces como el
“capitán del burdel flotante”, un título poco honroso para un hombre tan
valiente como sensato.
(*) Los militares acabaron pidiéndole a Newcomb que se buscase la vida y le
negaron una dotación de guardias. En Louisville le ofrecieron una, pero fue
casi peor, ya los guardias pasaban más tiempo entreteniéndose con las chicas
que controlándolas.
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