jueves, 21 de mayo de 2015

La tumba líquida de Qín Shi


El primer emperador según una representación del s XIX
 
 

La tumba líquida de Qín Shǐ


Si hay un descubrimiento arqueológico que ha alimentado la imaginación del gran público ese es, sin duda, el del llamado “ejército de terracota”, una impresionante colección de más de seis mil estatuas diferentes de guerreros, caballos y carros de combate que protegían el tránsito al otro mundo de Qín Shǐ Huáng Dì, el legendario primer emperador de China. Las figuras ocupan una parte del gigantesco mausoleo de dos kilómetros cuadrados de superficie, que según las crónicas tardó 38 años en ser construido por cientos de miles de obreros y en cuyo interior se oculta todavía la tumba con los restos mortales del emperador.
 
Sin embargo, y aunque fue localizado desde hace décadas, el gobierno chino no autoriza todavía a los arqueólogos la entrada al interior del recinto, a pesar de las inimaginables riquezas que se supone contiene. ¿El motivo? Las trampas mortales que según los escritos antiguos se encuentran por doquier, dispuestas a liquidar al primero que se aventure a entrar en la tumba, así como la presencia en ella de elevados niveles de mercurio, ese tóxico metal líquido con el que se dice que el emperador ordenó rellenar el cauce de los ríos que atravesaban un enorme mapa de sus dominios, situado bajo una simulación del cielo nocturno en el que relucientes piedras preciosas hacían las veces de estrellas.
 
Qín, que vivió en el siglo tercero antes de nuestra era, fue un gran militar y estadista, pero también un megalómano donde los hubiera. Tras derrotar a todos sus rivales, terminando con el llamado “Período de los Reinos Combatientes”, hacia 221 a.C. unificó un enorme territorio bajo su control y comenzó a llevar a cabo una serie de obras faraónicas por las que debía ser recordado para toda la eternidad, incluyendo entre ellas una gigantesca red de carreteras, la célebre Gran Muralla y el mausoleo. Pero además, y a medida que envejecía, Qin se obsesionó con la inmortalidad, buscando por todos los medios la forma de conseguirla. Entre otras muchas intentonas, en una ocasión envió una expedición a una mítica montaña en la que supuestamente residía un mago con más de mil años de edad, y se dice que mandó quemar cualquier libro que no estuviese enfocado en los secretos de la alquimia y el elixir de la inmortalidad. Enormes recursos del reino fueron desviados a la insensata búsqueda y muchos sabios murieron simplemente para que Qín comprobase si eran capaces de resucitar.
 
Tras comprobar que nada de esto funcionaba, el anciano emperador volcó sus esperanzas en el mercurio, la brillante “plata líquida” a la que los chinos atribuían propiedades curativas para heridas y fracturas, además de para mejorar la salud y, por supuesto, alargar la vida. Tan fascinado como desesperado, Qín exigió a sus médicos y alquimistas que le aplicasen un tratamiento a base de mercurio que le volviese inmortal. Bajo la amenaza de una muerte segura en caso de no complacerle, los galenos de la corte suministraron a Qín píldoras de mercurio y polvo de jade que acabaron por matarle, dándose la paradoja de que un guerrero que sobrevivió a innumerables batallas y varios intentos de asesinato acabó sucumbiendo a su propia obsesión por no dejar de vivir.
 
En cualquier caso, en descargo de Qín hay que decir que no fue el único monarca de la antigüedad obsesionado con el mercurio. Los faraones se lo aplicaban en forma de ungüento y los griegos y los romanos hacían cosméticos con él. Por su parte, los gobernantes mayas y árabes construían piscinas de este metal líquido y la creencia en sus propiedades milagrosas se extendió a lo largo de la Edad Media por toda la Cristiandad. Por tanto, no juzguemos con demasiada dureza al bueno de Qín Shǐ Huáng. Después de todo, no hizo más que emplear el mercurio para buscar aquello que tantos humanos hemos anhelado a través de las religiones; trascender esta vida terrenal y asegurarnos el futuro en el “más allá”.
 
¡ Hasta pronto!

No hay comentarios:

Publicar un comentario