Relieve de la Catedral de Amiens con supuesta simbología alquímica
El alquimista de la Era Atómica
En 1926, el editor Jean Schemit recibía la visita de un enigmático
individuo de corta estatura que le hablaba de la existencia de un misterioso
lenguaje escondido en las catedrales góticas que él estaba dispuesto a revelar.
Semanas más tarde, Eugène Canseliet, un joven escritor y alquimista, entregaba
a Schemit un manuscrito supuestamente obra de un extraño personaje que respondía
al seudónimo de Fulcanelli. Así, ese mismo año se publicaba en Paris El misterio de las catedrales, un libro
que a pesar de una tirada inicial de tan solo 300 ejemplares produjo una
impresión tan profunda en ciertos medios intelectuales franceses que terminó
convirtiéndose en una de las obras ocultistas más famosas de todo el siglo XX.
A este siguió, tres años más tarde, Las
moradas filosofales, otra de las obras sobre alquimia más leídas de todos
los tiempos.
En estos dos libros, Fulcanelli defiende con innegable maestría y una buena
dosis de datos enigmáticos que el simbolismo de la alquimia juega un papel muy
relevante en las esculturas y las vidrieras que adornan las enormes catedrales
góticas que se extienden por toda Europa. Para sus seguidores, y muy
principalmente para Canseliet, Fulcanelli sería un hombre elegante y culto que
habría llegado a desentrañar los secretos de la materia hasta el punto de
lograr auténticas transmutaciones y haberse convertido en poco menos que
inmortal. Sin embargo, la fama de Fulcanelli no adquirió dimensión global hasta
que Jacques Bergier, un ingeniero químico de origen ruso que fue también
alquimista y espía y que había trabajado con el físico nuclear francés André
Helbronner antes de la Segunda Guerra Mundial, desveló en El retorno de los brujos, el best-seller
que escribió con Louis Pauwels en 1960, una supuesta conversación que habría
tenido lugar con alguien que podría ser Fulcanelli en un laboratorio de la
Sociedad del Gas, en Paris, en el transcurso de la cual, años antes del
descubrimiento de la fisión nuclear, el misterioso alquimista habría intentado
alertar a los investigadores franceses acerca de los peligros de manipular la
energía del átomo, dando a entender que los alquimistas conocían el secreto
desde hacía mucho tiempo.
La extraña conversación, que se produjo en ausencia de testigos y cuya veracidad
no puede comprobarse, despertó el interés de muchos ocultistas a lo largo y
ancho del planeta que intentaron seguir el rastro de este hombre que
supuestamente habría desaparecido al final de la guerra para evitar que el
gobierno norteamericano le interrogase acerca de sus conocimientos. En 2002
apareció una nueva obra firmada por el autor, siendo esta la última referencia
que se tiene de él, aunque a todas luces se trata de una obra apócrifa.
Pero, ¿quién se escondía en realidad detrás del seudónimo de Fulcanelli? Se
ha especulado con muchos nombres, empezando por el del propio Canseliet, pero
las pruebas apuntan más bien hacia el pintor francés Julien Champagne, otro ocultista
a quien Canseliet admiraba profundamente y que no era otro que el misterioso
visitante que fue a ver al editor en 1926. Resulta que la caligrafía de algunos
fragmentos atribuidos a Fulcanelli es prácticamente idéntica a la de Champagne
y además existen otras pistas en las obras del legendario alquimista que
apuntan hacia la autoría del pintor. Champagne y Canseliet, que junto a otros
formaban la “Fraternidad de Heliópolis”, habrían construido el mito de
Fulcanelli por vanidad y quizás para granjearse un prestigio dentro de los
ambientes esotéricos que proliferaban en la Francia de entreguerras.
En cuanto a El misterio de las
catedrales y Las moradas filosofales,
se sospecha que son probablemente obras inspiradas en los escritos de los
eruditos y ocultistas franceses Pierre Dujols y René Adolphe Schwaller de
Lubicz, de quienes el pintor habría obtenido las ideas y los datos necesarios
para completar ambos libros. En cualquier caso, Champagne murió en 1932
llevándose a la tumba el secreto de quien era Fulcanelli, y nosotros nunca
sabremos la verdad acerca de la célebre conversación de Bergier en aquel
laboratorio de la Sociedad del Gas en Paris, aunque seguimos estando razonablemente
seguros de que los alquimistas nunca llegaron a sospechar los auténticos
secretos que se esconden en el corazón de la materia.
¡Hasta pronto!
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