Entrada trasera del Führerbunker, en el jardín de la Cancillería del Reich, en 1947
(Bundesarchiv)
Los nazis, la “Verdad Suprema” y las moléculas del juicio final
Si tienes más de treinta años, seguro que recordarás como el 19 de abril de
1995 unos miembros de la extraña secta japonesa de la “Verdad Suprema”
esparcieron gas sarín por el metro de Tokyo durante la hora punta, asesinando a
doce personas e intoxicando a unas cinco mil, en lo que ha sido el ataque
terrorista con armas químicas más mortífero hasta la fecha. El sarín, cuya
denominación en nomenclatura química es metilfosfonofluoridato de O-isopropilo,
es un compuesto organofosforado descubierto por cuatro químicos alemanes
durante los años treinta del pasado siglo, siendo la voz “sarín” un acrónimo de
sus apellidos.
Los organofosforados son muy útiles como insecticidas, ya que bloquean el
metabolismo de la acetilcolina, un neurotransmisor cuya acumulación en exceso
provoca el colapso del sistema nervioso de los insectos, pero resultan tóxicos
para el hombre porque la acetilcolina la usamos nosotros también. Algunos
organofosforados son de hecho tan terriblemente venenosos que han pasado a
denominarse como “agentes nerviosos”, siendo los protagonistas principales de
los arsenales de armas químicas, consideradas de destrucción masiva y cuya
producción y almacenamiento está prohibida a nivel global desde 1993. Algunos
de estos gases, tales como el temible VX, son de lo más simpático, ya que unos
pocos gramos de esta sustancia son capaces de arrasar poblaciones enteras, matando
a sus habitantes entre espantosos espasmos musculares.
Los organofosforados, cuyo control es la pesadilla de los servicios
secretos de medio planeta debido a que los componentes necesarios para
fabricarlos son relativamente sencillos y están disponibles comercialmente,
fueron desarrollados por primera vez en la Alemania nazi como pesticidas, pero
cuando los jerarcas de aquel régimen maligno se dieron cuenta de su terrible
poder destructivo, dieron orden de acumular enormes reservas capaces de
aniquilar toda la vida sobre el planeta*. Como estas sustancias carecían
entonces de antídoto (el más conocido para la opinión público es la atropina),
es fácil adivinar que los nazis habrían ganado la Segunda Guerra Mundial con
facilidad. Aunque poca gente es consciente de ello, fue el miedo de los
alemanes a que los aliados dispusiesen también de los organofosforados (un
temor equivocado, ya que los aliados apenas habían desarrollado los gases
nerviosos) lo que impidió que los utilizasen por miedo a las represalias. Así,
al terminar la guerra los vencedores confiscaron el tenebroso arsenal de los
vencidos, poniéndolo a buen recaudo. Desde 1945, ninguna gran potencia se ha
planteado en serio el empleo de los gases nerviosos, aunque gobiernos
criminales como el de Saddam Hussein o el de Bashar al-Asad no han tenido
escrúpulos en emplearlos a diestro y siniestro, incluso contra la población
civil.
Sin embargo, la primera ocasión en la que el mundo estuvo cerca de ver en
acción a los temibles organofosforados pudo acabar nada menos que con el
asesinato de Hitler, quien, como es sabido, hacia el final de la guerra fue
objeto de varios atentados. En concreto, el que fuera ministro de armamento de Alemania
durante aquellos años, Albert Speer, cuenta en sus memorias que en 1945 pensó
en matar al Führer introduciendo gas nervioso sarín por los respiraderos del
búnker subterráneo en el que Hitler residía en Berlín. Parece ser que la
operación estuvo a punto de ponerse en marcha, pero según Speer una filtración hizo
que los respiraderos del búnker fueran modificados convenientemente,
desbaratando la intentona.
Medio siglo después de que Hitler se librase de semejante atentado, los
terroristas japoneses utilizaron el mismo gas para sembrar el pánico en Tokyo,
alertando a la opinión pública de todo el mundo del mortífero peligro que se
esconde detrás de unas sustancias que son útiles como insecticidas pero algunas de las cuales
encierran en sus moléculas el poder para acabar con toda la especie humana.
¡Hasta pronto!
¡Hasta pronto!
* Se calcula que ya en 1939 disponían de 12.000 toneladas de agentes
nerviosos, que pudieron llegar a una cifra cercana a las 65.000 a finales de la
guerra. Las existencias incluían tabún, sarín y soman.
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