jueves, 26 de septiembre de 2013

Estatua de Ramón Llull

El "agua de vida" de Arnau y Ramón

Por curioso que pueda resultar, el alcohol etílico, que había sido descubierto por los alquimistas árabes al destilarlo en el siglo XI (*), no fue utilizado para preparar bebidas alcohólicas  hasta mucho más tarde. Las primeras aplicaciones de esta sustancia, denominada como “aqua ardens” o “aqua vitae” según el grado de alcohol obtenido en la destilación, fueron principalmente medicinales, tal y como atestiguan los escritos de la época.
La tradición occidental atribuye al aragonés Arnau de Vilanova y al catalán Ramón Llull el origen de la destilación del alcohol con fines de consumo, a finales del siglo XIII o en los albores del siglo XIV. En concreto, y aunque con el tiempo se ha discutido la autoría de muchas de las obras que se le atribuyen, de Vilanova habría conseguido destilar alcohol prácticamente puro, habiendo sido, asimismo, el primero en publicar en Occidente un tratado detallado acerca de la destilación del vino. Por su parte, Llull, o quizá alguien que escribía bajo su nombre (el llamado "pseudo-Llull") y que andaba buscando el famoso "elixir" de los alquimistas, habría sido pionero en fomentar la utilización del “aqua ardens” para la preparación de bebidas alcohólicas de alta graduación.
Por supuesto, tanto el vino como la cerveza y otras bebidas con contenido alcohólico eran conocidos desde tiempo inmemorial, pero se trataba de bebidas fermentadas, por lo general con un contenido de alcohol relativamente bajo, raramente superior al 15%. Ocasionalmente, ya desde la antigüedad se habían destilado bebidas fermentadas procedentes de cereales, frutas, leche o miel, pero siempre con carácter limitado y sin un conocimiento adecuado del papel del alcohol. Sin embargo, como consecuencia de la publicación y difusión de los primeros tratados sobre el tema, a finales de la Edad Media se comenzó a utilizar la destilación en gran escala para obtener bebidas impregnadas de “aqua vitae”.
Como el alcohol era muy volátil, los alquimistas medievales lo incluían dentro de la lista de los vapores y las sustancias gaseosas que ellos consideraban como una suerte de “espíritus” encerrados en la materia. Por este motivo, a las bebidas mezcladas con “aqua vitae” se las pasó a llamar “bebidas espirituosas”.
En España pronto se popularizó la voz “aguardiente” para referirse de forma genérica a cualquier bebida destilada. En la misma línea, en las Islas Británicas, la expresión “aqua vitae” fue traducida al gaélico “"usquebaugh", que fonéticamente se convirtió en “usky” y después en el inglés “whisky”.  En la Europa continental, la expresión holandesa “brandewijn”, que significa “vino quemado”, pasó a convertirse en “brandy” y en Rusia, a partir del siglo XVII, al compuesto de etanol y agua comenzó a llamársele “vodca”, que significa “agüita”.
De modo que, a fin de cuentas, no es tan raro que en España haya tantos bares, dado que es muy probable que la industria de bebidas de alta graduación la inventásemos nosotros.
¡Hasta la semana que viene!
(*) La palabra “alcohol” procede del vocablo árabe “Al Kohl”, que designaba al producto de la destilación del vino por analogía con el sistema de obtención del “Kohl”, un tipo de maquillaje de origen mineral y color negro que todavía se utiliza hoy en día.
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Carta de navegación de las Islas Marshall
 

Navegantes de leyenda

 
Cuando, en el año 1769 y durante el transcurso de sus legendarias exploraciones,  el capitán británico James Cook se topó en el archipiélago de Tahití con un navegante polinesio llamado Tupaia, apenas pudo creer lo que estaba viendo. Tupaia era capaz de alejarse cientos de kilómetros de tierra firme sin perder la orientación y sin ayuda técnica aparente. Además, cuando los oficiales del Endeavour pudieron comprobar la información suministrada por su interlocutor, se dieron cuenta de que, de forma increíble, éste disponía de un conocimiento preciso de la situación relativa de casi todas las islas que se encontraban extendidas a lo largo de una zona del océano mayor que los Estados Unidos.

Pero el magnífico navegante polinesio no hacía magia. Tan solo continuaba con una tradición marinera que desde hacía milenios había permitido a sus ancestros descubrir y colonizar la mayor parte de los archipiélagos que jalonan el inmenso Océano Pacífico, guiándose únicamente por las señales del cielo, del mar y por el movimiento de las olas. Unos conocimientos tan asombrosos que los primeros españoles que cartografiaron Oceanía creyeron que los indígenas habían sido creados directamente en aquellas islas, puesto que no entendían como podían haber sido capaces de llegar hasta ellas.
Los antiguos navegantes polinesios disponían de grandes canoas de doble casco que podían transportar docenas de pasajeros junto con sus provisiones durante largos viajes. Estas embarcaciones portaban velas para la navegación por alta mar, e incluso disponían de estructuras cerradas, a modo de cabañas. Podían mantener velocidades medias de hasta 8 nudos. Para orientarse, y por extraordinario que pueda parecer, aquellos intrépidos exploradores calculaban la distancia recorrida únicamente observando el sol, las estrellas, el mar de fondo y el régimen del oleaje, además de utilizar como referencia las islas que iban dejando atrás. Los viajes podían llegar a durar semanas, y como consecuencia de ellos los navegantes construían auténticos mapas “mentales” que cubrían sectores enormes.
Las hazañas técnicas de los navegantes polinesios desafían a la imaginación. En sus mentes, creaban una especie de “brújulas estelares” utilizando la posición de estrellas fácilmente reconocibles para mantener el rumbo. Conocían perfectamente los diferentes regímenes de vientos que soplaban según qué zona y, lo más asombroso de todo, eran capaces de distinguir las características del mar de fondo, compuesto por corrientes combinadas provocadas por vientos que soplaban a cientos o incluso miles de kilómetros de distancia, mediante la observación de los movimientos de la embarcación, algo difícil de entender para los navegantes occidentales. Las alteraciones casi imperceptibles del mar de fondo delataban incluso la presencia de islas relativamente cercanas cuando estas todavía no resultaban visibles. Tan importante era este sistema para estos extraordinarios marinos, que los “mapas” que utilizaban, fabricados con nervios de hojas de palmera, fibra de coco y conchas, no mostraban la posición relativa de las islas, sino las de los nodos de las corrientes oceánicas, así como los modelos típicos de las olas.
Increíble, ¿verdad? Pues así es como llegaron  a colonizar medio planeta.
¡Hasta la semana que viene!

 

 

 

miércoles, 24 de julio de 2013


 

El sismómetro de Zhang Heng


Los anales recopilados en el “Hou Hanshu” (“El libro de la dinastía Han Posterior”), aseguran que, hacia 132 d.C., el científico, ingeniero y artista chino Zhang Heng (78-140 d.C.), una especie de Leonardo del celeste imperio, inventó un detector de terremotos que, según la tradición, era capaz de detectar movimientos sísmicos que tenían lugar a gran distancia.
Al parecer, y a diferencia de la mayoría de sus coetáneos a lo largo y ancho del planeta, Zhang Heng opinaba que los terremotos no eran obra de unos dioses enfadados, ni de turbulencias entre el “yin” y el “yang”, sino que tenían un origen natural. Para intentar detectarlos, diseñó un aparato consistente en una especie de jarrón de unos 2,5 mts. de alto con ocho dragones pegados boca abajo en el exterior a intervalos regulares y en los que se colocaba una bola. En su interior, un péndulo vertical sujeto a una barra estaba conectado a los dragones a través de un juego de brazos horizontales, de forma que podía oscilar en cualquier dirección. En la base del aparato, enfrente de cada dragón, había un sapo con la boca abierta. Al parecer, todo el conjunto estaba hecho de bronce.
 
El aparato, conocido como “Houfeng didong yi”, se colocaba orientado al norte, de modo que cada uno de los dragones apuntaba aproximadamente hacía cada uno de los puntos cardinales, incluyendo los cuatro principales más el nordeste, el noroeste, el sudeste y el sudoeste. Cuando se producía un seísmo, el dragón que se encontraba en la dirección aproximada del terremoto dejaba supuestamente caer la bola en la boca del sapo correspondiente. Según la tradición, se trataba de un aparato muy sensible, capaz de detectar incluso temblores muy lejanos (hay referencias que hablan de cientos de kilómetros), aunque no servía para medir la intensidad del seísmo, por lo que en realidad no se trataba de un auténtico sismógrafo.
Aunque ninguna de las réplicas que hasta la fecha se han construido del ingenioso instrumento son verdaderamente funcionales (*), la mayor parte de los expertos está de acuerdo en que el objeto era real, faltando únicamente algunos detalles específicos del sistema de funcionamiento interno. Sea como fuere, la mera descripción del aparato en los textos antiguos (el “Hou Hanshu” fue escrito en el siglo V a partir de documentos anteriores) atestigua cuando menos una forma de pensar que se adelantó en casi 1800 años a los esfuerzos de John Milne y el resto de los científicos que desarrollaron el primer sismógrafo de péndulo horizontal a finales del siglo XIX.
 
¡Felices vacaciones!
 
 (*) En 2005 un equipo de investigadores chinos afirmó haber construido una réplica plenamente funcional del aparato.

martes, 9 de julio de 2013


Bertoldo el Negro: ¿El monje alquimista que nunca existió?

En un principio, la pólvora, introducida en Europa por los árabes y los bizantinos durante el siglo XIII, solamente se usaba para disparar metralla mediante tubos de madera, de un modo parecido al que se utiliza hoy en día para los fuegos artificiales. Entonces, según la tradición alemana, a principios o mediados del siglo XIV Bertoldo el Negro (Bertholdus Niger o Berthold Schwarz), un monje alemán originario de Colonia o Friburgo que practicaba la alquimia, habría experimentado con ella como impelente para armas de mayor calibre y potencia, dando de esta forma el último paso decisivo para el desarrollo de las armas de la artillería.
Bertoldo habría intentado obtener oro a partir de salitre, azufre, plomo  y aceite, pero al no conseguirlo habría sustituido el plomo por carbón vegetal, pasando a experimentar con los explosivos. Lo cierto es que los anales de la ciudad de Gante mencionan el empleo de armas de fuego en Alemania en 1313, mientras que el primer relato fidedigno de su utilización en combate por parte de militares de origen germano procede de un asedio que tuvo lugar en el noreste de Italia en 1331, todo lo cual daría credibilidad a la responsabilidad del monje-alquimista.
Sin embargo, cuando se bucea un poco en el tema todo resulta confuso. En primer lugar, los primeros escritos conservados que atribuyen a Bertoldo el descubrimiento y aplicación de la pólvora de forma independiente son ya del siglo XV, es decir, posteriores al menos en varias décadas al supuesto monje alemán, no existiendo ninguna fuente contemporánea al mismo. En segundo lugar, hay muchas discrepancias en las fechas que se han sugerido para el supuesto descubrimiento, y que se extienden a lo largo de casi todo el siglo XIV. Por otra parte, si bien algunos investigadores identifican a Bertoldo con personajes históricos, como Bertold von Lützelstetten o Konstantin Angeleisen (ejecutado en Praga por alquimista en 1388), otros muchos consideran que se trata de un personaje totalmente ficticio. En este sentido, apuntan a que el sobrenombre “el negro” es una referencia bien al color de su hábito, bien a la pólvora negra o a la práctica de las “artes negras”, cuando no un símbolo de la llamada “preparación de las tinieblas”, un legendario procedimiento empleado por los alquimistas medievales.
Sea cual sea la verdad, conviene recordar que el empleo de armas de fuego en combate por parte de los andalusíes también está documentado en España desde mediados del siglo XIV, habiendo quien sugiere que hay indicios de su presencia desde finales del siglo anterior.

¡Hasta la semana que viene!

 Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

viernes, 28 de junio de 2013


Dicen que el mundo es plano

 
¿Pensáis que a estas alturas queda alguien que crea que la Tierra no es redonda? Pues sí. Según la información que proporciona su propia página web (*), en Agosto del año pasado la “Sociedad de la Tierra Plana”, con sede en Lancaster, California, contaba con 421 miembros en activo. Según ellos, nuestro planeta no tendría forma esférica, sino plana, con el centro en lo que llamamos el Polo Norte y los continentes alrededor. Además, estaría rodeado por un muro de hielo de unos 45 metros de altura que es lo que llamamos la Antártida.
 
Las creencias de este grupo desafían muchos de los conceptos aceptados por el común de los mortales. Según ellos, el Sol giraría alrededor de la Tierra y distaría tan solo unos pocos miles de kilómetros de ella, al igual que la Luna y las estrellas. Además, estos astros serían muy pequeños, del orden de tan solo unas decenas de kilómetros. Con respecto a las exploraciones llevadas a cabo durante siglos, la sociedad afirma que la humanidad está siendo objeto de uno de los mayores engaños de todos los tiempos. En este sentido, los viajes espaciales serían un montaje, al igual que las fotos de la Tierra tomadas desde el exterior. En cuanto a la Antártida, nunca habría sido cruzada en realidad, sino que los exploradores habrían recorrido simplemente un arco glacial dentro del cinturón que rodearía el planeta. La Tierra sería plana y sus dirigentes lo sabrían. La bandera de la ONU sería prueba de ello.

Aunque la idea original es tan vieja como el linaje humano, la moderna teoría de la tierra plana fue creada en el siglo XIX por un seguidor acérrimo de la interpretación literal de la Biblia, el inventor inglés Samuel Birley Rowbotham, quien después de unos experimentos mal realizados llego a la conclusión de que la ciencia estaba equivocada. Durante más de cien años la teoría se mantuvo más o menos en el candelero, en forma de sociedades cuyas actividades eran más propias de una secta. Finalmente, en 1956 el norteamericano Samuel Shenton creó la “International Flat Earth Society”, que bajo la batuta de su sucesor, Charles K. Johnson, llegó a tener más de 3000 miembros oficiales. Después de los años setenta su actividad decayó, siendo oficialmente relanzada a finales de 2009.
La sociedad acepta nuevos miembros desde hace más de 3 años, así que cuando queráis podéis afiliaros. Eso sí, debéis tener cuidado con vuestra reputación. En inglés, “flat-earther” significa algo así como “fanático obtuso anticientífico”, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que algunos de los panfletos publicados por esta sociedad se titulan: “Galileo era un mentiroso”, “El mundo es PLANO, y punto” o “La tierra no es una pelota; la gravedad no existe”. Eso sí, la página web de la organización da acceso a la mayor colección de literatura y otros recursos acerca de la teoría de la tierra plana que hay en el mundo.
¡Hasta la semana que viene!
(*) http://theflatearthsociety.org/cms/



martes, 18 de junio de 2013


La "Estela del Hambre"

Durante el V Congreso Internacional de Egiptología, celebrado en Octubre de 1988 en El Cairo, Joseph Davidovits, un reconocido científico francés especialista en química de geopolímeros, presentó un famoso y polémico trabajo según el cual la llamada “Estela del Hambre”, un antiguo texto jeroglífico grabado en una roca al norte de Assuan, en Egipto, mostraba el nombre de minerales y productos químicos utilizados por los antiguos egipcios para preparar una especie de cemento que utilizaban en sus construcciones de piedra.
Davidovits opina que para moldear, por ejemplo, muchos de los enormes bloques de las pirámides, los egipcios disolvían cierto tipo de piedra caliza con otros compuestos de calcio y natrón (*), que al evaporarse formaban una especie de arcilla húmeda con las características del cemento actual. Además de llevar una década experimentando con cierto éxito en su laboratorio con materiales similares, el francés argumentaba en su ponencia que la “Estela del Hambre” estaba mal traducida, conteniendo evidencias de que los egipcios conocían métodos de procesar los minerales con ciertos compuestos químicos.
 Descubierta en 1889, la “Estela del Hambre” fue grabada en época ptolemaica (alrededor del 200 a.c.), pero hace referencia a sucesos supuestamente acaecidos durante el decimoctavo año del reinado del faraón Djoser, hacia 2,670 a.c. En ella se narra cómo, afligido por la terrible hambruna que azota el país, Djoser habla con su consejero, el enigmático Imhotep, quien le recomienda restablecer el culto del dios Knhum en la isla Elefantina. El texto, complejo de leer, incluye una descripción de los minerales y piedras preciosas que se podían encontrar en la zona, así como un sueño durante el cual el dios se aparece a Djoser, prometiéndole, entre otras cosas, proporcionarle los materiales necesarios para seguir construyendo y reparando templos.

Para ilustrar la polémica, mostramos a continuación el pasaje donde se detallan los minerales, según la traducción al inglés que hizo Lichtheim en 1973 (los minerales identificados aparecen con su nombre en castellano, mientras que los no identificados están en egipcio, en el original. Recordad que los egipcios no escribían las vocales):
“Aprende los nombres de las piedras que se encuentran allí en la frontera: ... bhn, mthy, mhtbtb, r’gs, wtsy, prdn, tsy. Aprende los nombres de las piedras preciosas de las canteras que están en la región superior:... oro, cobre, hierro, lapislázuli, turquesa, thnt, jaspe rojo, k’, mnw, esmeralda, tm-ikr, nsmt, t-mhy, hmgt, ibht, bks-’nh, maquillaje verde, maquillaje negro, cornalina, shrt, mm y ocre,...”
Davidovits opina que, por ejemplo, “mthy” puede traducirse como “granito muerto” (una forma de granito desagregado), “wtsy” como “piedra que huele a cebolla” (un reactivo químico), “k´” como “piedra que huele a rábano” (otro reactivo), “tm-ikr” como “piedra que huele a ajo” (un tercer reactivo), y que en otras partes del texto la palabra “ari-kat”  debe traducirse como “manufacturar”, en lugar de “trabajar”, que la expresión "rwdt uteshui" significa "piedras agregadas" y que un determinado ideograma debe ser identificado con “producto reactivo”.
¡Fascinante!, ¿verdad? Sin embargo, aunque algunos investigadores apoyan las tesis del francés, la mayoría no lo hacen, sobre la base de que la composición de los bloques utilizados en las pirámides presenta muchas diferencias con respecto a los materiales hasta ahora fabricados por el equipo de Davidovits, mientras que es perfectamente consistente con la piedra de origen natural. Además, y con respecto a la “Estela del Hambre”, argumentan que Davidovits fuerza una interpretación muy discutible de los jeroglíficos, valiéndose, entre otras cosas, de la dificultad de identificar muchos de los materiales mencionados en el texto.
¡Hasta la semana que viene!
(*) El natrón es una mezcla natural de carbonato de sodio hidratado y bicarbonato, con pequeñas cantidades de otras sales. Fue profusamente utilizado por los egipcios, en particular en el tratamiento de los cadáveres.

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

jueves, 6 de junio de 2013

Equipo expedicionario de Marsh en 1870. Marsh es el del centro, con barba.

A tortas por los dinosaurios


Edward Drinker Cope (1840-1897) y Othniel Charles Marsh (1831-1899) fueron dos extraordinarios naturalistas. Pero también dos auténticos desaprensivos. En la segunda mitad del siglo XIX, llevaron su profunda animadversión personal al extremo de desencadenar una auténtica guerra que duró más de 30 años y que tuvo graves consecuencias para el desarrollo de la paleontología.
Su trayectoria profesional está íntimamente ligada a la “edad de oro” de dicha disciplina,  una época en la que en los Estados Unidos  se descubrieron y catalogaron la mayoría de las familias de dinosaurio conocidas, incluyendo los famosos Estegosaurio, Brontosaurio (ahora llamado Apatosaurio) y Alosaurio. Cope y Marsh tuvieron mucho que ver en este esfuerzo, ya que entre los dos catalogaron 136 especies de  dinosaurio, una cifra impresionante si tenemos en cuenta que con anterioridad  a su particular disputa se conocían menos de 10.
 
El problema es que ambos eruditos se odiaban terriblemente, entregándose a interminables peleas con objeto de desprestigiarse mutuamente. En su afán por superar y ningunear al contrario, no solamente criticaban ferozmente la calidad de los trabajos de su rival sino que intentaban entorpecerlos por todos los medios, incluyendo el robo, el soborno y la destrucción de materiales de gran valor científico. Por ejemplo, si uno de los dos se enteraba de que el otro estaba recibiendo materiales de un yacimiento, inmediatamente interfería enviando agentes que intentaban comprar a los trabajadores para su causa y no les importaba acumular huesos que no tenían tiempo de estudiar, o incluso eliminarlos, con tal de que no le llegasen a su enemigo.

Para ilustrar el odio que se profesaban, valga la siguiente anécdota: Una noche que Marsh pernoctaba en Fort Laramie (Wyoming) durante un viaje en el que transportaba una de las colecciones que había conseguido, un intruso entro en la pensión donde se encontraba y registró cuidadosamente las cajas. Después se marchó sin darse cuenta de que un testigo le estaba observando. A la mañana siguiente, el testigo fue a contarle a Marsh el incidente, a lo que este respondió: “Oh, lo había previsto. Ese era Cope. A él le gustan los cráneos, y todos los buenos cráneos que he conseguido esta temporada los he escondido en la estufa”.

Cuando la guerra de los dinosaurios, conocida en el mundo anglosajón como “The Bone Wars”, finalizó debido a la muerte natural de Cope, ambos paleontólogos se habían quedado completamente arruinados y, lo que es peor, a pesar de todas sus contribuciones habían conseguido enmarañar esta rama de la ciencia con conceptos y conclusiones erróneas que generaron confusión durante décadas.

¡Hasta la semana que viene!