jueves, 19 de diciembre de 2013


Publicidad del  "Revigator"
 

Beba usted agua radiactiva

 
Lejos de ser una práctica moderna, la costumbre de aprovechar los descubrimientos científicos  para tratar de venderle a la gente remedios o cosméticos más o menos milagrosos es tan vieja como la propia ciencia. Aunque hay muchos ejemplos de ello, quizás el caso más extravagante fue la distribución industrial de productos radiactivos supuestamente beneficiosos para la salud durante las primeras décadas del siglo XX
Al poco tiempo de descubrirse el fenómeno de la radiactividad, comenzaron las especulaciones acerca de sus supuestos efectos beneficiosos para todo tipo de dolencias e inconvenientes. De esta forma, y sin esperar a que la actividad investigadora esclareciese cuales eran los verdaderos efectos de la radiación sobre el cuerpo humano, comenzó a desarrollarse una floreciente industria de productos radiactivos “milagrosos”, sobre todo en los Estados Unidos. Esta línea de productos incluía desde pastas de dientes, cremas de belleza, jabón, servilletas, pendientes o pisapapeles, hasta chocolate y botellas de agua irradiada. En este último caso, la idea era que el agua normal que bebemos estaría “desnaturalizada”, faltándole un componente esencial que no era otro que la radiación natural. Al asociar esta idea con la muy arraigada creencia en los beneficios para la salud asociados al consumo de agua procedente de determinados manantiales, los vendedores de humo consiguieron arrasar en el mercado.
Los anunciados beneficios de la radiactividad  parecían incontables: Podría curar la gota y el  reumatismo,  la diarrea y el dolor de estómago o la impotencia, la artritis y las lesiones de la piel. Según la carta que un tal Dr.Davis envió al “American Journal of Clinical Medicine”,  "la radioactividad previene la locura, despierta nobles emociones, retrasa el envejecimiento y da lugar a una vida espléndida, juvenil y dichosa."  Las marcas de productos radiactivos comenzaron a extenderse, con componentes tan peligrosos como las sales de uranio, de radio o de torio. Un producto llamado “Radioendocrinator”, con el equivalente a 250 microcurios de radiactividad, estaba diseñado nada menos que para ser colocado sobre el cuerpo, en la vecindad de diversas glándulas endocrinas. Otro, denominado “Revigator”, consistía en un carísimo dispensador  de agua irradiada del que se vendieron miles de ejemplares en las décadas de los 20 y los 30. La compañía propietaria de la patente, “Radium Ore Revigator Company”, abrió sucursales a lo largo y ancho de los Estados Unidos mientras las instrucciones del producto recomendaban el beberse un promedio de 6 o más vasos diarios y su publicidad aseguraba que “…la familia dispone de dos galones de auténtica, saludable agua radiactiva… la vía natural hacia la salud.”

Aunque estudios recientes han demostrado que el agua del “Revigator” era más peligrosa por su contenido de metales tóxicos (arsénico y plomo, sobre todo) que por su nivel de radiactividad, no puede decirse lo mismo de alguno de sus competidores. En concreto, el agua de cada una de las botellas de otro producto llamado “Radithor”, del que se vendieron  cientos de miles de unidades entre la clase pudiente norteamericana, contenía como mínimo un microcurio de radio 226 y otro de radio 228. Anunciado como “una cura para los muertos vivientes” y para la impotencia masculina,  el producto sacudió a la opinión pública en la primavera de 1932 al provocar la espantosa muerte de Eben Byers, un famoso millonario y deportista que consumía varias botellas de “Radithor” al día y que, en contraste con la publicidad, se convirtió en un auténtico muerto en vida antes de fallecer con los huesos destrozados por la radiación.
A partir de dicho incidente, la administración norteamericana se tomó en serio el asunto, prohibiendo el consumo incontrolado de productos radiactivos. Una decisión de lo más juiciosa pues, tal y como tituló el Wall Street Journal su artículo sobre el incidente Byers, "The Radium Water Worked Fine Until His Jaw Came Off" (*)
(*) “El agua de radio funcionó bien hasta que se le cayó la mandíbula”.
¡Hasta la semana que viene!

domingo, 8 de diciembre de 2013

La polémica de la "pila" de Bagdad

La vasija, el cilindro y la varilla, por ese orden.

La polémica de la "pila" de Bagdad


De entre todos los descubrimientos enigmáticos relacionados con la historia de la tecnología, quizás uno de los que ha hecho correr más ríos de tinta es el de la así llamada “pila (o batería) de Bagdad”. Para algunos, se trata de una prueba de que la electricidad era mejor conocida en la antigüedad de lo que se suponía. Para la mayoría, estamos únicamente ante un curioso objeto cuya utilidad real se desconoce, pudiendo ser desde una representación de Shiva a un contenedor de documentos. Ejemplo paradigmático de lo que se ha venido a denominar como “objeto fuera de su tiempo” (1), su estudio no ha dejado a nadie indiferente.

El objeto en cuestión es un pequeño jarrón de barro, de unos 15 cm de altura, que contiene en su interior un cilindro de cobre y una varilla de hierro. La boca del jarrón está unida al cilindro a través de un tapón de brea, y el cilindro está tapado en su base por un disco de cobre con los bordes doblados que sostiene otro tapón bituminoso. La costura del cilindro está soldada con una aleación de estaño. A su vez, la varilla de hierro parece haber estado revestida de una capa de aleación de plomo, y presenta muestras evidentes de corrosión.

El extraño artefacto, datado entre los años 248 a.C. y 226 d.C., cuando el actual Irak formaba parte del reino de los partos, fue examinado en 1957 por el arqueólogo alemán Wilhelm König, quién llamó la atención acerca de que el objeto tenía la apariencia de una pila electrolítica. Años más tarde, Willard F.M. Gray, un ingeniero norteamericano que trabajaba para la General Electric, construyó una réplica de la supuesta pila y experimentó con diversos electrólitos, hasta conseguir que el aparato generase una corriente de unos 0,5 Voltios empleando una disolución de sulfato de cobre. Por su parte, el egiptólogo alemán Arne Eggebrecht repitió el experimento en los años 70 utilizando zumo de uva, un electrólito mucho más accesible para los antiguos partos. En esta ocasión, el experimentador obtuvo una corriente de 0,87 V. Otros investigadores han obtenido voltajes cercanos a 1,5 V.

Estos experimentos han levantado una considerable controversia. Por un lado, algunos investigadores sospechan que el proceso de dorado y plateado al que han sido sometidas algunas joyas y otros objetos antiguos encontrados en la región podría haberse llevado a cabo utilizando electrólisis, en lugar de mediante martilleo y posterior calentamiento, por lo menos en algunos casos. Por otra parte, los escépticos argumentan que no hay prueba alguna de lo anterior, y que resultaría tan sorprendente que los antiguos partos hubiesen descubierto y utilizado el principio de la pila eléctrica unos 2,000 años antes de Volta que es preciso valorar otras alternativas.  De hecho, no se ha encontrado resto alguno del conductor de corriente que hubiese servido para cerrar el circuito, ni tampoco del electrólito original, lo que prácticamente descarta  que  la vasija haya sido empleada como pila. Además, lo cierto es que muchos dispositivos en dónde se utilizan dos metales diferentes son perfectamente capaces de generar una corriente eléctrica en determinadas condiciones, aunque no sea ese en absoluto su propósito. Por lo demás, la escasa potencia del aparato no parece que hubiese permitido obtener buenos resultados en un tratamiento de galvanizado, a no ser que el proceso hubiese durado largo tiempo, en cuyo caso la corrosión del aparato debería haber sido mayor.

Pero si no se utilizaba para la electrólisis, ¿para qué servía semejante objeto? No tenemos respuesta para eso, y es posible que nunca la tengamos. Al igual que muchas otras piezas valiosas, la curiosa “pila” de Bagdad fue robada en el año 2003 durante el saqueo del Museo Nacional de Irak y desde entonces no ha vuelto a aparecer.

¡Hasta la semana que viene!

(1)  Un “objeto fuera de su tiempo” desafía supuestamente la cronología establecida para el desarrollo de la ciencia y la tecnología. La mayoría de ellos son muy controvertidos, siendo considerados como sujeto de malas interpretaciones por parte de personas con pocos conocimientos científicos, cuando no simplemente como fraudulentos. 

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

jueves, 21 de noviembre de 2013

Pons (izda.) y Fleischmann (dcha.)
 

El fiasco de la energía barata

 
Hambrienta de energía y acosada por el cambio climático, la humanidad lleva décadas esperando el advenimiento de la fusión nuclear, la fuente de energía definitiva, inagotable y limpia, que nos libre para siempre del temor al agotamiento de los recursos naturales. Los innumerables problemas técnicos y la gigantesca inversión necesaria para confinar el deuterio a temperaturas similares a las del sol hacen que la espera resulte larga y difícil de asumir. Por eso, cuando ocasionalmente sale a la palestra alguna noticia sobre la “fusión fría” una supuesta forma de obtener la conversión del deuterio en helio a bajas temperaturas, a los devotos de las pseudociencias se les hace la boca agua, al menos durante el tiempo que dura la, por descontado, falsa alarma.
 
El más famoso incidente relacionado con la llamada “fusión fría” tuvo lugar en 1989, cuando los electroquímicos de la Universidad de Utah, Martin Fleischmann y Stanley Pons, creyeron genuinamente haberla encontrado. Mientras trabajaban en su laboratorio,  Fleischman y Pons detectaron una misteriosa emisión de energía en forma de calor, que incluso llegó a agujerear  la mesa, cuando se llevaba a cabo la electrólisis del agua pesada en presencia de electrodos de paladio. Espoleados por la perspectiva de hacerse ricos y pasar a la posteridad, y sin haber sometido sus resultados a revisión alguna, los dos intrépidos científicos anunciaron imprudentemente que habían encontrado un procedimiento mediante el que el deuterio se convertía en helio nada menos que a temperatura ambiente. La prensa mundial, siempre ávida de descubrimientos sensacionales, recogió la noticia, y Fleischmann y Pons se convirtieron de la noche a la mañana en celebridades.
 
Sin embargo, los descubrimientos “sensacionales” suelen mosquear bastante a los científicos más rigurosos. Desconcertados por el increíble resultado, varios grupos intentaron repetirlo con resultados nulos. Al poco tiempo, se organizó un congreso extraordinario en donde los dos electroquímicos quedaron desacreditados, al demostrarse que habían cometido todo un cúmulo de errores tanto en el desarrollo del experimento como en las técnicas de medición. A la misma conclusión llegó una comisión del gobierno estadounidense tras más de 5 meses de trabajo. En realidad, lo que sucede es que el paladio tiene una asombrosa capacidad para absorber el hidrógeno, en un proceso que todavía no se entiende del todo, pero que en modo alguno genera helio. Al parecer de la comunidad científica, las misteriosas emisiones de energía detectadas por Fleischmann y Pons no eran otra cosa que pequeñas explosiones químicas ocasionadas por la acumulación de hidrógeno, tal y como le había sucedido, por ejemplo, a los globos dirigibles tiempo atrás, o bien consecuencia de reacciones químicas provocadas por impurezas. Los dos electroquímicos simplemente se habían dejado llevar por sus sueños de gloria.
 
El inmediato descrédito de la “fusión fría”(*), un ejemplo paradigmático de “ciencia patológica”, no es más que otro recordatorio de lo importante que es el rigor para la mayor aventura de nuestra especie. Por lo demás, tendremos que esperar un poco más a que la auténtica fusión termonuclear llegue a tiempo de solucionar nuestros muchos problemas.
 
¡Hasta pronto!
 
(*) Desde el incidente descrito, se han producido y se siguen produciendo otros intentos de llevar a cabo la "fusión fría", aunque con el nuevo nombre de LENR (reacción nuclear de baja energía) con objeto de sortear la mala fama del nombre original. De momento, ninguno de ellos ha funcionado, aunque la utilización de láseres de alta potencia para provocar la ignición del deuterio podría resultar viable.

jueves, 7 de noviembre de 2013


Henry Cavendish

Cavendish, el científico excéntrico


Henry Cavendish (1731-1810) fue, probablemente, uno de los mejores científicos del siglo XVIII, conocido sobre todo por el descubrimiento del hidrógeno y por su famoso experimento de la balanza de torsión, que le sirvió para medir con gran precisión la densidad de la Tierra.
Sin embargo, la otra faceta por la que se ha hecho célebre tiene que ver con su extraña personalidad, caracterizada por una mezcla de excentricismo,  timidez y misoginia casi sin parangón en la historia de la ciencia y que ha llevado a pensar a muchos que el genial investigador británico era un autista de libro.
Cavendish, que era de familia noble, disponía de grandes recursos económicos que le permitían dedicar su tiempo a la ciencia. Vivía casi solo en una enorme mansión a las afueras de Londres, y, sin embargo, su vida social era prácticamente inexistente. Tenía un terror casi patológico al contacto humano, hasta el punto de entrar y salir por una puerta lateral e instalar una escalera privada por la que no permitía transitar a nadie, con objeto de no tener que encontrarse con ninguno de sus sirvientes cara a cara. Su ama de llaves tenía prohibido verle, recibiendo las instrucciones diarias por escrito. Dueño de una voz de timbre desagradable, evitaba por todos los medios a las mujeres, siendo un misógino irredento que, por supuesto, nunca se casó. En las raras ocasiones en que salía de casa, se vestía con ropas heredadas, la mayor parte pasadas de moda desde hacía casi un siglo.
Las únicas personas con las que Cavendish se sentía algo más cómodo eran otros científicos, pero su relación con ellos también estaba llena de rarezas y excentricidades. Aunque asistía regularmente a las sesiones de la “Royal Society”, nunca decía nada. Junto con hombres de la talla de Joseph Priestley, James Watt o William Herschel, formó parte de un curioso club denominado “Sociedad Lunar de Birmingham”, cuyos miembros se tachaban a sí mismos de “lunáticos” y se reunían, cual si de licántropos se tratase, únicamente en las noches de luna llena. Al margen de ello, el excéntrico científico experimentaba con la electricidad casi en secreto, aplicándose corrientes a sí mismo para estudiar cuales eran sus efectos.
El eminente astrónomo William Herschel nos ha dejado una muestra de primera mano del extraño carácter de Cavendish a través de una anécdota que le contó a su hijo y que se encuentra recogida en el excelente libro de Walter Gratzer, “Eurekas y Euforias” (*). Según ella, en una cena que tuvo lugar en 1786, Herschel estaba sentado al lado de Cavendish. Por aquel entonces, Herschel acababa de descubrir que las estrellas eran redondas, y toda la comunidad científica británica hablaba de ello. Sin embargo, su retraído vecino permaneció callado durante un buen rato, al cabo del cual le dijo repentinamente: “Me han dicho que usted ve las estrellas redondas, doctor Herschel”. “Redondas como un botón”, fue la respuesta del astrónomo. Siguió un largo silencio hasta que, hacia el final de la cena, Cavendish volvió a abrir sus labios para preguntar, con voz dubitativa: “¿Redondas como un botón?”. ”Exactamente, redondas como un botón”, repitió Herschel, y así terminó toda la conversación.
¡Hasta la semana que viene!
(*) Editorial Crítica.
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

jueves, 24 de octubre de 2013

Infantería australiana en Ypres, 1917

El científico que descendió al infierno

Fritz Haber (1868-1934) fue un científico muy peculiar. Pudo haber pasado a la historia únicamente como un gran benefactor de la humanidad. Sin embargo, y por razones psicológicas que parecen difíciles de comprender, Haber decidió poner todo su talento al servicio de la muerte, hasta el punto de haberse ganado a pulso el dudoso honor de ostentar el título de “padre de la guerra química”.
Hasta 1910, la única manera de obtener los codiciados nitratos para fabricar fertilizantes y explosivos era extraerlos de depósitos naturales, como el famoso “nitrato de chile”. Junto con su colega Carl Bosh, sobre esa fecha Haber desarrolló la síntesis catalítica del amoníaco a partir del nitrógeno atmosférico, un logro extraordinario por el que recibiría el Premio Nobel de Química en 1918. Los abonos nitrogenados desarrollados a partir del descubrimiento de Haber supusieron una revolución en la agricultura que está detrás de gran parte del crecimiento demográfico de la humanidad en el último siglo.
Sin embargo, y por mucho que dijera lo contrario, a Haber le importaban un bledo los fertilizantes. Era un fanático nacionalista con rasgos psicopáticos que únicamente intentaba dotar al Imperio Alemán con la capacidad de fabricar explosivos de nitrógeno de alta potencia. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se puso al frente del programa experimental de armas químicas del ejército, buscando por todos los medios como saltarse la Convención de La Haya de 1899 para la prohibición de las armas químicas que su gobierno había firmado.
Después de comprobar que los compuestos a base de bromo que venían utilizándose hasta la fecha producían poco más que la irritación de las mucosas, el grupo liderado por Haber experimentó con el cloro, hasta producir los terroríficos gases de los que nos hablan los libros de historia, en especial el fosgeno y el simpático “gas mostaza”, un agente vesicante que destruye las mucosas ocasionando espantosas lesiones y quemaduras. En ocasiones, el malvado químico llegó a dirigir personalmente los ataques en el campo de batalla con objeto de comprobar sus resultados. Aterrada al ver a lo que se dedicaba su marido, Clara, la primera mujer de Haber, se suicidó en el jardín de su casa pegándose un tiro.
Al acabar la contienda, y tras recibir el Nobel de Química por la síntesis del amoníaco, Haber fue acusado por las potencias aliadas de haber cometido crímenes de guerra (aunque ni que decir tiene que los aliados también habían utilizado gases), permaneciendo en Alemania hasta 1933, cuando se tuvo que exiliar por ser judío de origen. Murió al año siguiente, mientras buscaba refugio en Inglaterra, antes de poder comprobar como los nazis utilizaban un derivado de otro maléfico gas inventado por él, el Zyklón B, para asesinar a millones de personas en los campos de concentración, incluyendo a algunos de sus parientes.
Es lo que tiene el llevar a la ciencia hacia el lado oscuro. Pasas en poco tiempo del cielo al infierno.
¡Hasta la semana que viene!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

jueves, 10 de octubre de 2013



Catedral de San Carlos de Bariloche
 

Perón, la fusión atómica

y los nazis de la Patagonia

Envuelta en un aura de misterio, la localidad de San Carlos de Bariloche, en la Patagonia argentina, siempre ha estado ligada a leyendas relativas a nazis escondidos (*) que han derivado en todo tipo de fantasías y especulaciones acerca del desarrollo de tecnologías revolucionarias (ovnis, propulsión anti-gravedad, etc…) en secretos laboratorios ubicados tanto en la misma Patagonia como en la vecina Antártida. Sin embargo, muchos de estos delirios tienen su origen en un pintoresco suceso que, por increíble que pueda parecer, es absolutamente verídico.
 
En la isla Huemul, situada en el lago Nahuel Huapi, al lado de esta famosa localidad, hay unas curiosas ruinas que todos los años atraen a cientos de turistas. Se trata de los restos del muy secreto “Proyecto Huemul”, en el que el gobierno de Juan Domingo Perón despilfarró el equivalente a 300 millones de dólares americanos durante la década de los 50 del pasado siglo intentando obtener energía barata mediante la fusión nuclear.
 
A finales de la II Guerra Mundial, algunos científicos alemanes habían llevado a cabo experimentos para estudiar la posibilidad de inducir reacciones termonucleares mediante el empleo de ondas de choque. De entre todos ellos, quizás el  más heterodoxo fuese Ronald Richter, de origen austriaco, quien propuso como método para conseguirlo el lanzamiento de partículas de alta velocidad sobre un plasma de deuterio, sin que ni el gobierno alemán ni sus colegas le hiciesen demasiado caso.
 
Pero, al acabar la guerra, entre los muchos nazis que se exiliaron a Argentina se encontraban tanto Richter como Kurt Tank, el prestigioso diseñador de aviones de la Luftwaffe. Por alguna razón, Tank creyó las afirmaciones de Richter acerca de la viabilidad de la fusión, y se lo recomendó al general Perón, quien creía a cierra ojos que cualquier científico procedente de Alemania debía ser una lumbrera, tipo Heisenberg o Von Braun. De esta forma, el populista presidente aprobó los fondos para la construcción, a partir de 1949, de un reactor experimental de fusión en la isla, en la confianza de que Richter le proporcionaría en breve una fuente de energía barata e inagotable con la que Argentina se pondría a la cabeza del mundo en materia de tecnología nuclear.  Por lo demás, el proyecto se desarrolló bajo un ocultismo absoluto, no pudiendo los científicos argentinos tener acceso a ningún aspecto del mismo.
 
Por desgracia, Richter no tenía ni mucho menos el genio que se le suponía. De hecho,  era poco más que un científico extravagante con delirios de grandeza. Los conceptos, métodos y tecnologías que utilizaba no podían en modo alguno proporcionarle las temperaturas necesarias para alcanzar la ignición del deuterio, lo cual no fue obstáculo para que, en Marzo de 1951, informase al gobierno de que había alcanzado el éxito. Entusiasmado, el crédulo Perón comunicó a la opinión pública mundial que pronto distribuiría al pueblo argentino energía de fusión dentro del equivalente a las botellas del reparto de la leche.
 
Sin embargo, al ver que el tiempo pasaba y la prometida energía no llegaba, Perón comenzó a preocuparse y envió a la isla una comisión fiscalizadora que destapó el fiasco, mostrando la inviabilidad del proyecto y el fraude al que había sido sometido el gobierno de la nación. El proyecto fue inmediatamente cancelado, con Richter y Perón convirtiéndose en el hazmerreir de la comunidad científica internacional, no obstante lo cual hay que decir que parte de la maquinaria utilizada por el alemán fue posteriormente empleada por los físicos argentinos para trabajar de forma más seria en el desarrollo de reactores nucleares.
 
Curioso, ¿verdad?
 
¡Hasta la semana que viene!
 
(*) El antiguo Hauptsturmführer de las SS, Erich Priebke, tristemente célebre por su participación en la Masacre de las Fosas Ardeatinas, residió en esta localidad desde el final de la guerra y hasta 1994, fecha en la que fue detenido. Otros supuestos casos de nazis ocultos en la zona han sido muy controvertidos, habiéndose llegado a afirmar que el lugar sirvió de refugio... ¡al mismísimo Hitler!.

viernes, 4 de octubre de 2013

 

El enigmático “disco de Sabu”


En Enero de 1936, el eminente egiptólogo británico Walter Bryan Emery descubrió, en una mastaba al norte de la necrópolis de Saqqara, a unos 30 kmts del Cairo, un curioso objeto que reposaba al lado de los restos de Sabu, un alto funcionario egipcio a quien Emery consideraba como posible hijo de Adyib, sexto faraón de la I Dinastía egipcia, allá por 2900 a.c.
El objeto en cuestión es un extraño disco de esquisto metamórfico pulido, tallado a partir de un único bloque de piedra, que tiene el aspecto de un volante cóncavo, con tres segmentos en forma de solapa o pala curva en los que la piedra da la impresión de haber sido doblada sobre sí misma, apuntando hacia un saliente central horadado. Con poco más de 60 cm. de diámetro y 10 de grosor, la enigmática pieza de unos 5000 años de antigüedad presenta varias características cuando menos sorprendentes.
Al margen de su extraño diseño, muy diferente de cualquier otra cosa que se haya encontrado procedente de la I Dinastía, lo primero que llama la atención es la primorosa calidad del trabajo de talla lítica, especialmente en lo relativo a las asombrosas palas curvadas. Pero, sobre todo, el misterio se centra en cual pudo ser el propósito de este objeto. La presencia del orificio interior en forma de tubo sugiere que el disco se montaba sobre un eje, tal vez formando parte de un candelabro, una lámpara o un incensario, aunque también podría pertenecer a algún tipo de bandeja o herramienta, ya que no se ha encontrado en él resto alguno de ceniza. De hecho, la fragilidad del esquisto apuntaría más bien hacia un uso ornamental. Sin embargo, algunos investigadores heterodoxos han mencionado la posibilidad de que se tratase de la copia en piedra de un artefacto metálico, tal vez de cobre, o incluso de que estuviésemos ante el remedo de una pieza perteneciente a una máquina compleja, tal como una hélice o un mezclador de palas, algo de lo que no existe el menor indicio hasta la fecha.
El hecho de que el objeto se encontrase justo al lado del cadáver parece indicar que se trataba de algo muy querido por Sabu, o que quizás pensase que podría utilizar de alguna forma en el más allá. Por lo demás, el resto de los objetos encontrados en la tumba no tienen nada de particular, tratándose de vasijas de piedra o cerámica, huesos y fragmentos de cobre, marfil y pedernal, formando parte del típico ajuar funerario de un alto dignatario de la I Dinastía. En este entorno, la enigmática “vasija”  con palas curvadas y eje parece totalmente fuera de lugar.
¿Qué es realmente el “disco de Sabu” (también llamado “disco de Saqqara”) y para que servía? ¿Se trata de parte de un objeto ornamental, de uno de carácter religioso o, tal vez, de una herramienta?  Tal vez nunca lo sepamos. En cualquier caso, si pasáis por el Museo del Cairo, no dejéis de visitar la urna de cristal en la que está expuesto, en la primera planta, no lejos de la sala de las momias. Merece la pena verlo.
¡Hasta la semana que viene!