El USS Cowpens (CVL-25), muy escorado mientras atraviesa el tifón Cobra
El día que Halsey se quedó sin portaaviones
Es bien sabido
que las tempestades y otros fenómenos meteorológicos adversos han tenido una
gran influencia en la navegación en general y, muy particularmente, en el
devenir de los conflictos bélicos en el mar. Así, desastres como el de la
Armada Invencible o el catastrófico intento de Gengis Khan de llevar su
ejército hasta el Japón fueron consecuencia de la furia implacable de los
elementos. Pero, ¿podría una tormenta poner contra las cuerdas a una moderna y
poderosa flota de portaaviones? Tal vez una simple tempestad no pueda, pero
desde luego un huracán sí que es perfectamente capaz de hacerlo. Y si no, que
se lo cuenten al almirante William “Bull” Halsey, responsable de la Task Force 38 de la marina de Estados Unidos en diciembre de 1944.
La TF 38 venía
operando a unos 500 km al este de la isla de Luzón, en el Mar de Filipinas,
llevando a cabo ataques contra los aeródromos japoneses de la zona. Durante las
maniobras de aprovisionamiento, el tiempo había comenzado a empeorar, a pesar
de lo cual los barcos permanecieron en el mismo sitio. Mientras tanto, de manera
inadvertida y ominosa, el ciclón Cobra
se acercaba lentamente a la escuadra norteamericana. Y lo que era peor, debido
al deficiente sistema de avisos de los servicios metereológicos de la época, la
información que le llegó a Halsey acerca de la situación y la dirección del
tifón era incorrecta. De esta forma, completamente ciego ante lo que se le
avecinaba, el 17 de diciembre el almirante americano dirigió a la totalidad de
la enorme Tercera Flota hacia el centro de la tormenta.
Con vientos
sostenidos de hasta 160 km/h, mar montañosa y lluvia torrencial, Cobra golpeó a la TF 38 con una
violencia descomunal, provocando un desastre solo comparable al que hubiese
producido un devastador ataque enemigo que hubiese pillado a la escuadra
norteamericana sin cobertura aérea. En efecto, cuando la tempestad hubo
amainado, los destructores Spence, Monaghan y Hull se habían hundido, los portaaviones
Cowpens, Monterrey, Langley, Cabot, San Jacinto, Altamaha, Anzio, Nehenta, Cape Esperance y Kwajalein habían sufrido averías de consideración, y
otros 17 barcos estaban dañados, incluyendo a un acorazado y a dos cruceros. En total, se perdieron 146 aviones y 790 vidas. Sólo gracias al
poderío de la marina norteamericana este desastre no resultó irreparable.
Naturalmente,
la primera consecuencia de lo sucedido fue la apertura de una investigación
para depurar responsabilidades. A la luz de los hechos, pronto quedó claro que,
a pesar del empeoramiento del tiempo la Tercera Flota nunca llegó a buscar refugio
y que Halsey, un comandante muy controvertido que ya había sido criticado por
su actuación en la Batalla del Golfo de Leyte, había cometido un grave
"error de juicio" al dirigir la flota hasta el centro de la tormenta.
Halsey se libró finalmente de ser sancionado, pero en enero de 1945 se vio obligado a abandonar el mando de la Tercera Flota. Sin embargo, a todo el mundo le resultó
evidente que el verdadero motivo del fiasco no era otro que la rudimentaria infraestructura
meteorológica de la U.S. Navy, algo que
llevó a invertir de veras en su desarrollo. Con el tiempo, ello desembocó en la
creación del Joint Typhoon Warning Center, el actual organismo responsable del
mecanismo de alerta de ciclones tanto en el Océano Pacífico como en el Océano Índico
para todas las ramas del Departamento de Defensa y otras agencias
gubernamentales estadounidenses.
Y es que la
meteorología es una cosa muy seria. No en vano ha decidido el desenlace de
muchas batallas a lo largo de la historia.
¡Hasta pronto!