Gulliver descubre la isla voladora. Ilustración de J.J.Grandville
La información "imposible" de Los viajes de Gulliver
A
consecuencia de los continuos avances de la astronomía, a mediados
del siglo XVIII había mucha gente que creía en la posibilidad real
de que existiese vida inteligente en otros lugares del Sistema Solar,
y no nos referimos únicamente al gran público sino también a
eminencias como Voltaire, Laplace o Kant. El mismísimo William
Herschel, el célebre descubridor del planeta Urano, opinaba no solo
que existían los selenitas sino que incluso el Sol debía estar
habitado, siendo las manchas solares unas «ventanas» en la
superficie del Astro Rey que podían permitirnos ver un interior
desde donde los seres solares quizá también nos observasen a
nosotros.
Es
en este contexto en el que comenzaron a publicarse importantes obras
de ficción como el Micromegas
de
Voltaire, en el que se nos cuenta como un gigante exiliado de un
planeta que orbita la estrella Sirio y un habitante de Saturno llegan
montados en un cometa hasta la Tierra, poniéndose a charlar sobre
filosofía y ciencia con un pequeño grupo de sabios. Además,
en su pequeño libro el gran escritor francés adjudica al planeta
Marte dos satélites que nadie había visto nunca, aunque, en
realidad, Voltaire no era el primero en imaginar que el planeta rojo
dispusiese de esta compañía, pues ya un cuarto de siglo antes
Jonathan Swift había hecho mención a lo mismo en su célebre
novela, Los
viajes de Gulliver. Lo
más probable es, por tanto, que Voltaire simplemente adoptase la
idea sugerida por el irlandés.
Ahora
bien, como
resulta que Fobos (del griego Φóβoς, «miedo») y Deimos (de
Δείμος, «terror») son reales pero no serían descubiertos
hasta 1877, muchos partidarios de que los extraterrestres nos visitan
vienen advirtiendo desde hace décadas de que estamos ante la prueba
incontestable de que Swift tuvo que recibir esta información de
alguna fuente desconocida, quizá a partir de un contacto directo o
bien de un documento perdido que narrase una auténtica visita
alienígena a nuestro planeta. Como evidencia adicional, apuntan a
que en la obra los habitantes de la isla imaginaria de Laputa
proporcionan al protagonista información acerca de la distancia y el
período orbital de ambos satélites con respecto al planeta, algo
que, aseguran, Swift no habría sido capaz de inventar.
Sin
embargo, un sencillo examen de los detalles
proporcionados
en Los
viajes de Gulliver muestra
que los aparentemente extraños datos en realidad carecen de
precisión. Fobos está situado a 9.377 km de Marte y completa su
órbita en 7 horas y 39 minutos, mientras que Deimos se encuentra
a 23.459 km
y tarda poco más de 30 horas y media. Sin embargo, en la novela se
dice que el primero está a 20.000 km del planeta y tarda 10 horas en
rodearlo y que el
segundo se aleja hasta los 34.000 Km, tardando 21 horas. Por tanto,
la disparidad es tan grande que no permite pensar en una información
fidedigna, sino más bien en una extraordinaria intuición acompañada
de unos datos ideados por el propio autor.
¿Cuál
es, por tanto, la explicación del misterio? Sin duda, una bastante
menos excitante que la del supuesto contacto alienígena. Como Venus
no tiene satélites, la Tierra tiene uno, y en aquella época se
pensaba que Júpiter tenía cuatro, Swift habría adjudicado dos a
Marte para mantener la progresión. Esta conjetura
estaba
basada en algunas ideas de Kepler que partían de una teoría
relacionada con los sólidos perfectos entroncada, a su vez, con la
vieja idea pitagórica de la «música de las esferas». Por otra
parte, y como no podían verse con el telescopio, el autor estimó
correctamente que ambos satélites debían ser pequeños y
encontrarse cerca del planeta, por lo que sus períodos orbitales
serían cortos. Por el contrario, las distancias que indicó fueron
totalmente especulativas, aunque a partir de ellas probablemente
utilizase las ya conocidas leyes de Kepler para calcular el periodo
de las órbitas.
Como
suele suceder en estos casos, un simple análisis superficial de un
pretendido enigma permite descartar de inmediato las hipótesis
extravagantes, aunque siempre quedarán personas que sigan pensando
que hay algo raro detrás de todo esto. En el caso que nos ocupa, y
por extraño que pueda parecer, la imaginación de dos grandes
escritores del Siglo de las Luces ha desembocado en pleno siglo XXI
en una miríada de páginas en internet en donde se especula con la
naturaleza de la misteriosa fuente que habría informado a Swift de
los detalles de los satélites de Marte muchas décadas antes de que
se descubriesen. Y es que, a fin de cuentas, ¿a quién le interesa
una explicación prosaica si tal vez pueda existir otra sensacional?
¡Hasta
pronto!
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