Grabado que representa a Van Helmont y a su hijo en Ortus Medicinae
Gases misteriosos y recetas para
fabricar ratones
Nacido
en 1580, el flamenco Jan Baptist Van Helmont fue una de las figuras
más extraordinarias de las décadas que precedieron al advenimiento
de la Revolución científica. Químico, fisiólogo y médico, es
considerado como uno de los padres fundadores de la «química
neumática», no en vano fue el primero en utilizar la palabra «gas»
(del griego Χάος). Aunque
era médico de formación y practicó dicha
disciplina durante mucho
tiempo, su verdadera pasión era la química, a la cual pudo
dedicarse por completo tras jubilarse a temprana edad, gracias al
hecho de que tanto sus padres como su esposa eran de noble linaje y
su posición era, por tanto, acomodada. Combinando
sus conocimientos de medicina y fisiología con las ideas de
Paracelso, aplicó
los principios de la química a la investigación de procesos como la respiración o la digestión, llegando a intuir incluso el concepto de enzima, razón
por la cual también se le tiene por el
gran precursor
de los
bioquímicos.
Algunos de los experimentos de Van Helmont fueron muy avanzados para la época. A partir de la observación de la combustión del carbón vegetal y de la fermentación del vino fue capaz de identificar lo que él llamó el gas sylvestre, que no era otro que el dióxido de carbono, uno de los compuestos más importantes de la naturaleza. Se cree que el gran estudioso nacido en Bruselas era consciente de las grandes cantidades de gas que se desprenden al quemar la materia orgánica, aunque no llegó a darse cuenta de todas las implicaciones que eso tenía. De hecho, como consecuencia de uno de sus experimentos más famosos, consistente en cultivar un sauce llorón durante cinco años suministrándole únicamente agua, llegó a la errónea conclusión de que el árbol había ganado toda su masa gracias al líquido elemento, sin percatarse del papel que jugaba el gas que había descubierto.
Sin embargo, al igual que sucedía con otros investigadores de su época, el pensamiento de Van Helmont era en realidad una desconcertante mezcla de ciencia con misticismo y magia, una especie de via de transición entre la vieja tradición de supersticiones medievales y la nueva filosofía natural de carácter experimental y positivista. De hecho, parte de la razón de que se equivocase en el experimento del árbol tuvo que ver con su adhesión a cierta versión de la trasnochada teoría de los cuatro elementos de Aristóteles, según la cual el agua siempre jugaba un papel primordial. Incluso para algunos ilustres contemporáneos, como el célebre químico Robert Boyle, Van Helmont combinaba de manera irritante un gran número de descubrimientos relevantes con toda una sarta de tonterías. Por ejemplo, en sus escritos a menudo divagaba sobre oscuros conceptos metafísicos de naturaleza religiosa que después aplicaba a la cosmología. También era un profundo creyente en la naturaleza real de la piedra filosofal, herencia de los alquimistas que la habían puesto de moda durante el Renacimiento, así como en otras ideas aún más extrañas. Una de las más extravagantes era su convicción de que aplicar un ungüento a un cañón ayudaba a curar las heridas que producía.
Pero, adepto como era de la antiquísima teoría de la generación espontánea, que hundía sus raíces más allá de los tiempos de la Grecia clásica, y según la cual los seres vivos podían surgir espontáneamente de lugares tales como las charcas o el barro, quizá la actividad más pintoresca que nos haya legado el genio de Flandes es una delirante receta para producir ratones a partir de unos granos de trigo mezclados con ropa sucia. En muchos sitios de internet pueden encontrase referencias simplificadas al espectacular texto de Van Helmont, pero la traducción completa más difundida del original reza así (van Helmont, Ortus Medicinae, p 92, 1667):
Algunos de los experimentos de Van Helmont fueron muy avanzados para la época. A partir de la observación de la combustión del carbón vegetal y de la fermentación del vino fue capaz de identificar lo que él llamó el gas sylvestre, que no era otro que el dióxido de carbono, uno de los compuestos más importantes de la naturaleza. Se cree que el gran estudioso nacido en Bruselas era consciente de las grandes cantidades de gas que se desprenden al quemar la materia orgánica, aunque no llegó a darse cuenta de todas las implicaciones que eso tenía. De hecho, como consecuencia de uno de sus experimentos más famosos, consistente en cultivar un sauce llorón durante cinco años suministrándole únicamente agua, llegó a la errónea conclusión de que el árbol había ganado toda su masa gracias al líquido elemento, sin percatarse del papel que jugaba el gas que había descubierto.
Sin embargo, al igual que sucedía con otros investigadores de su época, el pensamiento de Van Helmont era en realidad una desconcertante mezcla de ciencia con misticismo y magia, una especie de via de transición entre la vieja tradición de supersticiones medievales y la nueva filosofía natural de carácter experimental y positivista. De hecho, parte de la razón de que se equivocase en el experimento del árbol tuvo que ver con su adhesión a cierta versión de la trasnochada teoría de los cuatro elementos de Aristóteles, según la cual el agua siempre jugaba un papel primordial. Incluso para algunos ilustres contemporáneos, como el célebre químico Robert Boyle, Van Helmont combinaba de manera irritante un gran número de descubrimientos relevantes con toda una sarta de tonterías. Por ejemplo, en sus escritos a menudo divagaba sobre oscuros conceptos metafísicos de naturaleza religiosa que después aplicaba a la cosmología. También era un profundo creyente en la naturaleza real de la piedra filosofal, herencia de los alquimistas que la habían puesto de moda durante el Renacimiento, así como en otras ideas aún más extrañas. Una de las más extravagantes era su convicción de que aplicar un ungüento a un cañón ayudaba a curar las heridas que producía.
Pero, adepto como era de la antiquísima teoría de la generación espontánea, que hundía sus raíces más allá de los tiempos de la Grecia clásica, y según la cual los seres vivos podían surgir espontáneamente de lugares tales como las charcas o el barro, quizá la actividad más pintoresca que nos haya legado el genio de Flandes es una delirante receta para producir ratones a partir de unos granos de trigo mezclados con ropa sucia. En muchos sitios de internet pueden encontrase referencias simplificadas al espectacular texto de Van Helmont, pero la traducción completa más difundida del original reza así (van Helmont, Ortus Medicinae, p 92, 1667):
"…Las criaturas tales como los piojos, garrapatas, pulgas
y gusanos son nuestros miserables huéspedes y vecinos, pero nacen de
nuestras entrañas y excrementos. Porque si colocamos ropa interior
llena de sudor, con trigo, en un recipiente de boca ancha, al cabo de
veintiún días el olor cambia y el fermento, surgiendo de la ropa
interior y penetrando a través de las cáscaras de trigo, transforma
el trigo en ratones; pero lo que es más notable aún
es que se forman ratones de ambos sexos, y que éstos se pueden
cruzar con ratones que hayan nacido de manera normal… Pero lo que
es verdaderamente increíble es que los ratones que han surgido del
trigo y la ropa intima sudada no son pequeñitos ni
deformes, ni defectuosos, sino que son adultos perfectos..."
Por
qué al bueno de Van Helmont no se le ocurrió que los ratones no
salieron del recipiente, sino que entraron en él
desde fuera, dice
mucho de la peculiar forma de pensar del por otra parte gran pionero
de la ciencia moderna.
¡Hasta la próxima!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química
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