Cristo con la adúltera, el cuadro que casi le cuesta la horca a Van Meegeren
Cuando la química puso patas arriba el arte
Han Van Meegeren siempre se sintió incomprendido
por sus padres. Él quería ser artista y su padre no le apoyaba. Sin embargo, en la escuela
conoció a un profesor que también era pintor, que le mostró las maravillosas
obras de Johannes Vermeer, y que le habló de los hermosos colores que utilizaban
aquellos artistas de la llamada Edad de Oro neerlandesa. Quizá por eso, el joven Han desarrolló cierta
animadversión por el impresionismo que dominaba la escena artística a
principios del siglo XX. Era bueno en arquitectura, dibujo y pintura, y tras
casarse consiguió un trabajo de profesor de dibujo. Para completar sus
ingresos, dibujaba carteles e ilustraciones, y pintaba bellos retratos que
impresionaban por su parecido con las técnicas de los viejos maestros. Quizás
por capricho, e influido por falsificadores como Theo van Wijngaarden, el bueno
de Meegeren empezó también a pintar imitaciones.
Pero hacia 1928, tras separarse y volverse a
casar, se encontró con la oposición creciente de la crítica, que le consideraba
falto de originalidad, en un tiempo en el que el cubismo y el surrealismo
campaban a sus anchas. Entonces, Han se enfadó y decidió demostrar al mundo que
el no solo los imitaba, sino que podía pintar mejor que Vermeer y compañía. Así,
en 1932 comenzó a prepararse para la falsificación perfecta. Compró lienzos
auténticos del siglo XVII y, utilizando materiales como el lapislázuli
(silicato de alúmina, cal y sosa, de color azul intenso), el albayalde
(carbonato de plomo, blanco) o el cinabrio (sulfuro de mercurio, de tono rojo
oscuro), preparó sus colores mediante las antiguas fórmulas que había estudiado.
Usaba pinceles similares a los de los maestros holandeses y, una vez terminadas, calentaba las pinturas
al horno y las sometía a tratamientos químicos que las envejecían. Después las
enrollaba para aumentar las grietas y las bañaba en tinta china.
Tras varios años perfeccionando sus métodos, el
intrépido falsificador se lanzó a conquistar el
mercado. Sus trabajos incluían imitaciones perfectas de los mejores
maestros clásicos flamencos, tales como Vermeer, Frans Hals, Pieter de Hooch y Gerard ter
Borch. En 1936, pintó Los discípulos de
Emaus, consiguiendo que un famoso experto de arte lo aceptase como un
original perdido de Vermeer. A continuación el cuadro fue vendido a la Rembrandt Society por el equivalente a
varios millones de dólares de hoy, y llegó a ser orgullosamente exhibido en
varias exposiciones. Con el dinero recaudado, Han se compró una mansión cerca
de Niza, pero al comenzar la Segunda Guerra Mundial regresó a Holanda, donde
amasó una inmensa fortuna con sus maravillosas falsificaciones. En 1942, y a
pesar de haber entrado en decadencia a causa de sus adicciones, le colocó un
Vermeer falsificado a un comerciante de arte quien, a su vez, se lo vendió a uno
de los jerarcas nazis, Hermann Göring. Este lo ocultó, junto con muchas otras obras
de arte robadas por él y por sus colegas, en una vieja mina de sal, lo que, a la
postre, resultó ser fatal para el viejo estafador. Cuando al final de la guerra los aliados se
incautaron del tesoro expoliado, siguieron la pista del “Vermeer” y detuvieron a
Han, acusándole de colaboracionista y saqueador de la propiedad cultural holandesa,
algo que podía llevarle a la horca. Ante semejante panorama, a Van Meegeren no
le quedó otra que confesar. Al principio no le creyeron, pero cuando pidió que
le llevaran a la celda un lienzo y comenzó a duplicar el cuadro de Vermeer
titulado Jesús entre los doctores, sus
captores cambiaron de opinión. Durante el juicio, los expertos fueron capaces
de encontrar en las pinturas restos de algunos agentes químicos que no existían
trescientos años atrás, notablemente la resina de formaldehido, con lo
que consiguieron demostrar el engaño. El gran estafador fue condenado a un año
de prisión, aunque falleció de un infarto a finales de 1947, por lo que nunca
llegó a cumplir la condena.
Tan impresionantes eran las falsificaciones de Van
Meegeren, que durante décadas ha existido cierta polémica acerca de si algunas
no serían en realidad auténticas obras de Vermeer. El que sin duda llegó a ser
el mejor falsificador de todo el siglo XX, obligó a los expertos del mundo del
arte a echarse en brazos de los químicos con objeto de poder discriminar la
autenticidad de las pinturas, marcando un antes y un después de las obras de
este gran embaucador, que convirtió la imitación en un arte y condujo a la química
a un papel protagonista en la peritación. A los expertos, la lección les sirvió
para comprobar que cerca del 40% de las pinturas que circulan por el mundo son
falsas. A él, sin embargo, le quedo un consuelo. Después de todo, había
demostrado que pintaba tan bien como el legendario Vermeer (*)
¡Hasta pronto!
(*) A fecha de hoy, los cuadros de
Van Meegelen que se encuentran en el Rijksmuseum de Amsterdam reciben tantas
visitas como los auténticos.
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química