Carta de navegación de las Islas Marshall
Navegantes de leyenda
Cuando, en el año 1769 y durante
el transcurso de sus legendarias exploraciones, el capitán británico James Cook se topó en el
archipiélago de Tahití con un navegante polinesio llamado Tupaia, apenas pudo
creer lo que estaba viendo. Tupaia era capaz de alejarse cientos de kilómetros de
tierra firme sin perder la orientación y sin ayuda técnica aparente. Además, cuando
los oficiales del Endeavour pudieron
comprobar la información suministrada por su interlocutor, se dieron cuenta de
que, de forma increíble, éste disponía de un conocimiento preciso de la
situación relativa de casi todas las islas que se encontraban extendidas a lo
largo de una zona del océano mayor que los Estados Unidos.
Pero el magnífico navegante
polinesio no hacía magia. Tan solo continuaba con una tradición marinera que
desde hacía milenios había permitido a sus ancestros descubrir y colonizar la
mayor parte de los archipiélagos que jalonan el inmenso Océano Pacífico, guiándose
únicamente por las señales del cielo, del mar y por el movimiento de las olas.
Unos conocimientos tan asombrosos que los primeros españoles que cartografiaron
Oceanía creyeron que los indígenas habían sido creados directamente en aquellas
islas, puesto que no entendían como podían haber sido capaces de llegar hasta
ellas.
Los antiguos navegantes
polinesios disponían de grandes canoas de doble casco que podían transportar
docenas de pasajeros junto con sus provisiones durante largos viajes. Estas
embarcaciones portaban velas para la navegación por alta mar, e incluso
disponían de estructuras cerradas, a modo de cabañas. Podían mantener
velocidades medias de hasta 8 nudos. Para orientarse, y por extraordinario que
pueda parecer, aquellos intrépidos exploradores calculaban la distancia recorrida únicamente observando el sol,
las estrellas, el mar de fondo y el régimen del oleaje, además de utilizar como
referencia las islas que iban dejando atrás. Los viajes podían llegar a durar
semanas, y como consecuencia de ellos los navegantes construían auténticos
mapas “mentales” que cubrían sectores enormes.
Las hazañas técnicas de los
navegantes polinesios desafían a la imaginación. En sus mentes, creaban una
especie de “brújulas estelares” utilizando la posición de estrellas fácilmente
reconocibles para mantener el rumbo. Conocían perfectamente los diferentes
regímenes de vientos que soplaban según qué zona y, lo más asombroso de todo,
eran capaces de distinguir las características del mar de fondo, compuesto por
corrientes combinadas provocadas por vientos que soplaban a cientos o incluso
miles de kilómetros de distancia, mediante la observación de los movimientos de
la embarcación, algo difícil de entender para los navegantes occidentales. Las
alteraciones casi imperceptibles del mar de fondo delataban incluso la
presencia de islas relativamente cercanas cuando estas todavía no resultaban
visibles. Tan importante era este sistema para estos extraordinarios marinos,
que los “mapas” que utilizaban, fabricados con nervios de hojas de palmera,
fibra de coco y conchas, no mostraban la posición relativa de las islas, sino
las de los nodos de las corrientes oceánicas, así como los modelos típicos de
las olas.
Increíble, ¿verdad? Pues así es
como llegaron a colonizar medio planeta.
¡Hasta la semana que viene!
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