viernes, 13 de mayo de 2016

La fugitiva, su sobrino y el amanecer de la era Atómica


Representación de la fisión del núcleo del átomo de uranio-235


La fugitiva, su sobrino, y el amanecer de la Era Atómica

 
Nacida en Austria, Lise Meitner fue una auténtica lumbrera que llevaba varias décadas trabajando en Alemania con su colega Otto Hahn cuando tras el Anschluss  de 1938 se vio obligada a salir corriendo para evitar que los nazis la detuviesen por ser de ascendencia judía. Por suerte, consiguió escapar cruzando la frontera holandesa equipada con un anillo de la madre de Hahn que éste le regaló para que pudiese sobornar a los guardias fronterizos, y llegar hasta Suecia, donde entró a trabajar en un inhóspito laboratorio de un instituto adjunto a la Universidad de Estocolmo. Desde allí se carteaba con Hahn, quien procuraba ponerle al tanto de las investigaciones que había iniciado con ella y que ahora llevaba a cabo junto a Fritz Strassman, y que consistían en bombardear uranio con neutrones para ver lo que pasaba.
En diciembre de aquel año, la brillante fugitiva llevaba meses intrigada por los extraños resultados de los alemanes, que creían haber identificado isótopos de radio como consecuencia del bombardeo. Esto era muy raro, porque el átomo de radio tiene cinco protones menos que el de uranio y tanto las predicciones teóricas como los experimentos llevados a cabo hasta la fecha indicaban que en las colisiones de partículas fundamentales con núcleos atómicos solo podían producirse elementos con dos protones menos o bien con uno más. Entonces la exiliada Lise recibió una nueva carta de Hahn en la que este le explicaba que lo que en realidad habían encontrado era bario, un elemento químicamente parecido al radio pero con la mitad de tamaño del átomo de uranio. Esto ya era el colmo. ¿Podía tratarse de un error? Meitner lo dudaba, porque sus colegas alemanes eran dos químicos excelentes, pero los resultados eran tan extravagantes que el propio Hahn le rogaba a la genial austriaca «... quizá tú puedas sugerir alguna explicación fantástica. Nosotros nos damos cuenta de que esto no puede realmente producir bario».
A Meitner no se le ocurría nada, pero tenía un sobrino, Otto Robert, de apellido Frisch, que era muy inteligente y también se dedicaba a la física. Robert tenía la costumbre de pasar las navidades con su tía, y aunque estaba a punto de trasladarse a Inglaterra, trabajaba todavía en Copenhague, por lo que no le costó gran cosa visitarla en la pequeña ciudad de Kungälv, donde estaba descansando con unos amigos. Allí la encontró reflexionando sobre la carta de Hahn, y se sintió intrigado de inmediato. Meitner, por su parte, agradeció de veras el poder charlar con alguien que pudiese  entender el problema. Un día, caminando por el bosque nevado (Frisch equipado con sus esquíes), los dos familiares se pusieron a especular sobre el tema hasta que, estimulados el uno por el otro, se les ocurrió la por aquel entonces totalmente descartada posibilidad de que un núcleo atómico pudiera partirse. Entonces, se sentaron en un tronco y, por increíble que pueda parecer, calcularon rápidamente que uno de los isótopos del uranio podía ser lo suficientemente inestable como para que su núcleo se rompiese en dos pedazos al recibir el impacto de un neutrón. Lise también calculó la masa de los hipotéticos productos de la rotura, encontrando con asombro que había una diferencia de masa con respecto al átomo original que, de acuerdo con la célebre ecuación de Einstein, equivalía a la energía que adquirían los primeros al separarse.
Preso de la excitación que todo científico experimenta cuando presiente que ha descubierto algo verdaderamente extraordinario, el inquieto sobrino regresó a Copenhague y habló de sus especulaciones al gran físico Niels Böhr, quien al escucharle no pudo menos que exclamar: «¡Qué idiotas hemos sido todos! ¡Esto es maravilloso!»
Antes de escribir el artículo que les haría célebres tanto a él como, sobre todo, a su tía, Frisch también le preguntó a un biólogo del laboratorio cómo se llamaba el proceso por el que una célula se dividía en dos. A los pocos segundos, el sobrino más listo de Lise Meitner había bautizado el mecanismo descubierto por los dos químicos alemanes con el nombre de fisión nuclear, cambiando el mundo para siempre e inaugurando una nueva etapa en la historia de la humanidad.
¡Hasta pronto!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

viernes, 29 de abril de 2016

El bombardeo que fundó la quimioterapia


Soldados equipados con máscaras antigás


El bombardeo que fundó

la quimioterapia



Durante la Segunda Guerra Mundial, ninguno de los bandos en conflicto llegó a desplegar armas químicas, aunque ello se debió más al temor a las represalias del enemigo que a cualquier otra cosa. Por ejemplo, los alemanes acumularon ingentes cantidades de organofosforados que nunca utilizaron, mientras que los aliados dispusieron de grandes reservas de sustancias como el gas mostaza. Por extraño que pueda parecer, un incidente relacionado con este último se convirtió, por una de esas curiosas carambolas del destino, en el acta fundacional de la quimioterapia contra las células cancerosas.
A principios de diciembre de 1943, el USS Liberty, un carguero americano repleto de explosivos y de gas mostaza, se encontraba en el puerto italiano de Bari junto con otros barcos que transportaban suministros a las tropas aliadas cuando en la tarde del día 3 un puñado de bombarderos alemanes atacaron por sorpresa, alcanzando al Liberty y haciéndolo explotar. Como consecuencia, se desprendió una nube de gas mostaza que envolvió todo el puerto, provocando el envenenamiento de un buen número de personas. Entre los presentes, se encontraba el doctor Cornelius Rhoads, un destacado investigador norteamericano en el campo de la anemia y de la leucemia que formaba parte de la División de Armas Químicas del Ejército de Estados Unidos y que participó en la tarea de prestar atención a los intoxicados.
Al analizar las células de la sangre de los afectados, a Rhoads le llamó la atención el hecho de que a los pocos días de la exposición al gas todos los tipos de glóbulos blancos quedaban prácticamente aniquilados, dando un recuento que se acercaba a cero, en tanto en cuanto el resto de las células y tejidos no parecían estar dañados. ¿No sería el gas mostaza un tóxico específico para los glóbulos blancos? De ser así, tal vez se pudiera estar frente a un tratamiento eficaz contra la leucemia, una enfermedad caracterizada por una producción excesiva de este tipo de células.
Puesto manos a la obra, el oncólogo norteamericano llevó a cabo una serie de ensayos clínicos secretos con la mecloretamina, un derivado de la mortal sustancia que utilizaban los militares. A los pocos meses, tanto él como otros colegas demostraron la eficacia del tratamiento con este fármaco en enfermos con linfoma de Hodgkin y otros tipos de leucemia. Era la primera vez en la historia de la medicina que un compuesto químico se mostraba efectivo para combatir el cáncer, de manera que cuando los resultados de los ensayos se hicieron públicos dieron lugar al comienzo del desarrollo de lo que más tarde sería conocido como quimioterapia.
Durante el resto de su vida, Rhoads se convirtió en una eminencia en la lucha contra el cáncer, siendo también un pionero de la radioterapia y acumulando honores y distinciones. Sin embargo, cierto incidente relacionado con varias cartas desafortunadas de tintes racistas que envió en 1931 mientras trabajaba en Puerto Rico dio lugar a una polémica que, con ciertos altibajos, le acompañó durante el resto de su vida. Aunque las investigaciones que se llevaron a cabo exoneraron al oncólogo de las sospechas de haber cometido crímenes durante sus tratamientos de aquella época, nada pudo evitar que la American Association for Cancer Research cambiase la denominación de un premio que llevaba su nombre.
Sin duda toda una mancha en la reputación del hombre que convirtió un oscuro bombardeo de la Segunda Guerra Mundial en el amanecer de una especialidad que ha salvado millones de vidas desde aquella lejana tarde de 1943.
¡Hasta pronto!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

jueves, 31 de marzo de 2016

La medicina de los frany


Caballeros de la quinta cruzada llegan al fuerte de Damieta

La medicina de los frany

Tomando en consideración el nivel de la medicina occidental en el siglo XXI resulta sorprendente contemplar el desastroso nivel de conocimientos existente en la cristiandad hace unos mil años, en plena época de las cruzadas. Es sabido que por aquel entonces la medicina y, en general, la ciencia y la tecnología, estaban infinitamente más avanzadas en el mundo árabe, una zona donde, a diferencia de lo que sucedía en el bando cristiano, el ardor guerrero y el fanatismo religioso convivían con un nivel intelectual relativamente alto por parte de las élites y de los ambientes académicos.
Así, mientras los sabios musulmanes se esforzaban por estudiar la naturaleza con un criterio que podríamos calificar de pre-científico, utilizando como base los antiguos escritos de griegos y romanos que habían sido traducidos al árabe desde hacía siglos y haciendo gala de una observación cuidadosa y unos diagnósticos a menudo sorprendentemente precisos, los cristianos de los siglos XI y XII navegaban todavía entre las sombras de la brujería y la superstición, encomendándose a Dios y a los santos para que curasen sus enfermedades y empleando prácticas tan ridículas como a veces espantosas con vistas a lograr la sanación.
Entre los innumerables ejemplos de la lamentable situación de la medicina occidental en la época de las cruzadas, ninguno mejor que la anécdota narrada en su día por Usama Ibn Munqidh, el perspicaz emir sirio que nos legó inolvidables testimonios de la época de los frany (francos), así llamados por los musulmanes en referencia al país de origen del que procedían la mayoría de los invasores cristianos, y que recoge el gran escritor libanés Amin Maalouf en su excelente obra de imprescindible lectura, Las cruzadas vistas por los árabes. En ella, Usama nos cuenta cómo un galeno de la zona estaba curando con cierto éxito a un caballero que tenía un absceso en una pierna y a una mujer que se encontraba enferma, cuando apareció un médico franco que le acusó de no saber tratarlos, tras lo cual,
<<…dirigiéndose al caballero le preguntó: “¿Qué prefieres, vivir con una sola pierna o morir con las dos?” Como el paciente contestó que prefería vivir con una sola pierna, el médico ordenó: “Traedme un caballero fuerte con un hacha bien afilada.” Pronto vi llegar al caballero con el hacha. El médico franco colocó la pierna en un taco de madera, diciéndole al que acababa de llegar: “¡Dale un buen hachazo para cortársela de un tajo!” Ante mi vista, el hombre le asestó a la pierna un primer hachazo y, luego, como la pierna seguía unida, le dio un segundo tajo. La médula de la pierna salió fuera y el herido murió en el acto. En cuanto a la mujer, el médico franco la examinó y dijo: “Tiene un demonio en la cabeza que está enamorado de ella. ¡Cortadle el pelo!” Se lo cortaron. La mujer volvió a empezar entonces a tomar las comidas de los francos con ajo y mostaza, lo que agravó su estado. “Eso quiere decir que se ha metido el demonio en la cabeza”, afirmó el médico. Y, tomando una navaja barbera, le hizo una incisión en forma de cruz, dejó al descubierto en hueso de la cabeza y lo frotó con sal. La mujer murió en el acto. Entonces yo pregunté: "¿Ya no me necesitáis?” Me dijeron que no y regresé tras haber aprendido muchas cosas que ignoraba de la medicina de los frany>>
Sin comentarios.
¡Hasta pronto!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

miércoles, 16 de marzo de 2016

La "teoría" de la correlación de Orión

A la izquierda las estrellas del Cinturón. A la derecha las pirámides de Gizeh
 
 

La "teoría" de la correlación de Orión


En 1989, en la revista Discussions in Egyptology, el ingeniero Robert Bauval adelantaba por primera vez una hipótesis que en la década siguiente levantaría una gran polémica en el mundo de la arqueología.  Desarrollada ampliamente por Bauval y su amigo Alan Gilbert en el best seller The Orion Mystery, Unlocking the Secrets of the Pyramids ("El Misterio de Orión, descubriendo los secretos de las pirámides"), la llamada Teoría de la Correlación de Orión afirmaba la existencia de una relación directa entre el emplazamiento de las tres grandes pirámides de la meseta de Gizeh y la posición relativa de las tres estrellas principales del cinturón de Orión: Alnitak, Alnilam y Mintaka.
Según Bauval y Gilbert, los constructores de las pirámides intentaron deliberadamente  plasmar sobre la Tierra una imagen de las estrellas a las que el alma inmortal del faraón debía viajar. Para sustentar su teoría, los heterodoxos autores aportaban como prueba principal el evidente parecido visual entre la disposición de las pirámides respecto a la de las estrellas pero, siendo conscientes de algunas ligeras diferencias, aseguraron que la coincidencia perfecta se producía nada menos que en 10.500 a.C., momento en que según Bauval las tres estrellas estuvieron alineadas en relación a la Vía Láctea exactamente igual que las pirámides con respecto al Nilo. En su libro, el ingeniero especulaba con que pudo ser en esa época cuando se concibió el proyecto de las pirámides, que además formaría parte de un plan más ambicioso que prácticamente incluía a todas las principales construcciones del antiguo Egipto.
La "Teoría" de la Correlación de Orión alcanzó gran repercusión en 1994, cuando la BBC emitió el documental The Great Pyramid: Gateway to the Stars, pero fue casi unánimemente rechazada por los especialistas. Ciertamente Orión era una constelación bien conocida en el antiguo Egipto, que ya aparece mencionada en los Textos de las Pirámides con el nombre de Sha y que estaba relacionada con el dios Osiris, pero el problema no era únicamente la extravagante fecha propuesta por Bauval y Gilbert, sino el hecho de que la posición de las pirámides tiene otra explicación mucho mejor. Resulta que las pirámides están construidas a lo largo del borde de un acantilado que va del noreste al sudoeste y cada una de ellas está orientada hacia el norte, lo cual explica su disposición. Además, el trabajo del famoso egiptólogo Mark Lehner sugiere que la ligera compensación de la tercera pirámide (la de Micerinos) se debe a la alineación de las esquinas que miran al sudoeste con el borde del acantilado.
Esto no desvirtúa el hecho de que la orientación estelar era realmente importante para los constructores de la meseta de Gizeh. De hecho, las tres pirámides están orientadas hacia los puntos cardinales con mucha precisión, y cada vez hay más egiptólogos que aceptan que los llamados “canales de ventilación” de la Gran Pirámide, cuatro pequeños huecos de unos 20 cm que parten de las paredes de la Cámara del Rey y de la llamada “Cámara de la Reina”, apuntan directamente a las estrellas, algo que Bauval también señala como argumento a su favor.  En concreto, las pequeñas aberturas estarían alineadas con los puntos de culminación de las estrellas Sirio, Alnitak, Thuban (en la constelación del Dragón, la estrella más cercana al polo norte en la época del faraón Kéops) y Kochab, en la Osa Menor.
Pero el mayor inconveniente de la hipótesis de Bauval, por atractiva que resulte, es que para que la correlación encaje con cierta precisión (aunque no del todo, entre otras cosas porque no está clara cuál era la posición del Nilo hace doce mil años) tiene que retrasar el diseño de las pirámides hasta una fecha en la que no solo faltaban milenios para que la civilización egipcia apareciese, sino que el mundo se encontraba todavía en plena Edad de Piedra. Si los primitivos habitantes de la zona soñaron con construir las pirámides ya en 10.500 a.C., ¿cómo consiguieron mantener vivo el proyecto durante más de ocho mil años hasta que a los faraones les dio por ejecutarlo? Más probable parece que los arquitectos de la IV dinastía se congratulasen al comprobar que una vez terminadas las tres pirámides de la meseta, junto con todo el complejo que las rodea (no olvidemos las pequeñas pirámides, los templos y la esfinge) el conjunto guardaba cierto parecido con la disposición de uno de sus grupos favoritos de estrellas imperecederas. Esas a las que el faraón se marcharía una vez se viese obligado a abandonar la Tierra.
¡Hasta pronto!

sábado, 27 de febrero de 2016

Anclas atrapadas y hombres flotadores

Página del Konungs skuggsjá
 

Anclas atrapadas y hombres flotadores (*)


Pocas historias despiertan tanto interés y han sido objeto de tanta polémica como las que narran posibles avistamientos de objetos volantes no identificados en alguna época de nuestro lejano pasado. No obstante, si os da por investigar el asunto, andaos con ojo, ya que por internet circulan muchas referencias incorrectas, cuando no completamente falsas.
Sin embargo, una cuya autenticidad está fuera de duda es la que aparece en el capítulo XIII de la Otia Imperialia, la principal obra de Gervasio de Tilbury, en donde se relata un extraño incidente en el que se habría visto involucrada una nave aérea cuya ancla habría quedado atrapada. De acuerdo con el relato, el ocupante del barco que habría descendido para intentar liberar el ancla se habría asfixiado al respirar el aire de nuestra atmósfera. Por desgracia, y más allá de indicar que se produjo en un día festivo en Inglaterra, el autor no hace referencia ni al momento ni al lugar en el que se produjo el suceso. Sin embargo, otra versión de esta historia, que aparece en el Konungs skuggsjá (“Espejo del rey”), un texto educativo noruego de mediados de del siglo XIII, afirma que el incidente tuvo lugar en Irlanda, en un lugar identificado con las ruinas de la abadía de Clonmacnoise, en domingo. Allí, según el texto, la muchedumbre pudo observar atónita “…un barco con hombres a bordo flotando delante del cable del ancla…”, del cual descendió un hombre cuyos movimientos “…parecían los de un hombre nadando en el agua…” En esta versión la aventura termina felizmente,  ya que el obispo impide que los lugareños retengan al intruso, advirtiéndoles de que “…eso podría resultar fatal, como si a uno le mantuviesen bajo el agua…” Para no olvidar el prodigio, y al igual que se relata en el Otia imperialia, parece ser que los congregados se quedan con el ancla.
Pero sobre este curioso relato hay todavía una tercera versión, más antigua que las otras, que puede encontrarse en el Irish nennius, una de las versiones de la célebre Historia brittonum, escrita alrededor de 1100 y que tanta influencia tuvo en el desarrollo de las leyendas artúricas. En este caso, el evento habría tenido lugar en Teltown, también en Irlanda, y el principal testigo habría sido el rey Congalach, quien gobernó entre 944 y 956. Aquí no hay un ancla que se queda atrapada, sino un marinero que dispara un dardo contra un salmón desde el “barco volante”. Cuando uno de los ocupantes del navío baja a por el dardo, se encuentra con la oposición de un lugareño y se ve obligado a advertirle de que se está ahogando. Entonces el rey ordena que se le deje marchar, lo que el intruso hace nadando.
Parece probable que las versiones alemana y noruega de la historia, separadas por pocas décadas, se deriven de la primera versión británica, según la cual el suceso tuvo lugar en el siglo IX. En cualquier caso, todas ellas narran algo que habría tenido lugar cientos de años atrás, y difieren bastante en los detalles. Además, tanto el Konungs skuggsjá como la Otia Imperialia, sobre todo este último, recogen todo tipo de historias acerca de prodigios y otras maravillas, por lo que no conviene, ni mucho menos, tomarse las cosas al pie de la letra. De hecho, la obra de Tilbury, también conocida como el Libro de las maravillas del mundo, es una miscelánea enciclopédica que incluye desde apariciones de fantasmas a milagros, pasando por sirenas y hombres lobo, pues no en vano se trata de un libro destinado al entretenimiento del emperador Otón IV.
En cualquier caso, la verdadera relevancia de esta curiosa historia, que en muchos aspectos recuerda al célebre relato de Agobardo y los “magonianos”, es que muestra, una vez más, cómo la idea de la existencia de seres procedentes de “más allá de las nubes” estuvo presente en el imaginario de Occidente durante toda la Edad Media.
¡Hasta pronto!
(*) Esta entrada es un extracto de uno de los capítulos de nuestro próximo libro sobre la historia de la búsqueda de vida extraterrestre.

viernes, 12 de febrero de 2016

¿Mapas de los antíguos reyes del mar?


Portada del libro de Hapgood
 
 

¿Mapas de los antiguos reyes del mar?


 
En 1966, salía a la luz en los Estados Unidos un curioso libro firmado por Charles H. Hapgood, con el llamativo título Maps of the Ancient Sea Kings: Evidence of Advanced Civilization in the Ice Age (*) en el que este profesor universitario defendía que varios de los mapas más famosos de la historia, incluyendo, entre otros, los portulanos medievales, el mapa de 1531 de Oronce Finé,  el de 1559 de Hadji Ahmed,  el de De Caneiro de 1502, el de Zeno de 1308 y, sobre todo, el de Piri Reis de 1513, eran copia de uno o varios mapas perdidos de la época helenística que a su vez habrían estado inspirados en otros confeccionados por una civilización desaparecida al final de la Edad del Hielo, lo suficientemente avanzada como para cartografiar todo el planeta.
 
Hapgood basaba su hipótesis en que, según él, estos mapas mostraban, a menudo de forma distorsionada, detalles que no podían ser conocidos por los cartógrafos y exploradores de la época. Por ejemplo,  los mapas de Piri Reis, Oronce Finé y Zeno mostrarían las costas de la Antártida y de Groenlandia aparentemente libres de hielos, mientras que el de Ahmed señalaría detalles de la costa Oeste de Norteamérica completamente desconocidos por aquel entonces en Europa y en la zona del Mediterráneo. De igual forma, Hapgood argumentaba que la precisión alcanzada en la representación de las longitudes geográficas en los portulanos, en el mapa de De Caneiro y en el de Piri Reis, era sencillamente imposible sin ayuda de instrumentos sofisticados.
 
El heterodoxo profesor, que negaba la deriva continental, afirmaba que los polos habían sufrido un dramático desplazamiento de 15 grados hacia 9600 a.C. que habría terminado de golpe con la Edad de Hielo, acabando de paso con una civilización que pervivía en la memoria de los hombres con nombres como la Atlántida y Mú, y cuyas herederas habrían sido las primeras culturas de la historia. Fundamentaba además sus conclusiones en que los conocimientos de la época apoyaban que la Antártida y otras zonas polares habrían estado libres de hielos hace 10000 años y en que el análisis detallado de mapas como el de Piri Reis apuntaba a que habían sido confeccionados utilizando trigonometría esférica y utilizando como centro la ciudad de Alejandría.
 
Sin embargo, en los años que siguieron a la publicación del insólito best seller, casi todos los argumentos de Hapgood se vinieron abajo. Los estudios científicos demostraron, más allá de toda duda, que la Antártida nunca estuvo libre de hielos en una época tan tardía, que los supuestos conocimientos geográficos no pasaban de ser meras coincidencias, y que los análisis trigonométricos de Hapgood estaban sesgados para forzar la conclusión. De igual modo, la precisión (francamente chocante) en las longitudes de los portulanos era compatible con el trabajo cuidadoso y metódico de los cartógrafos y marineros de la época.
 
Hapgood, por lo demás un buen académico que dio clases de historia, antropología y economía, continuó toda su vida enganchado a las pseudociencias. Apoyó las fraudulentas figuras de Acambaro (en las que se muestra a los hombres manejando tecnología punta y conviviendo con dinosaurios) como auténticas, y trabajó con el médium Elwood Babbit, quien decía contactar con Jesús, Marc Twain y Vishnú. Sin embargo, su trabajo no cayó en saco roto. Maps of the Ancient Sea Kings se convirtió por derecho propio en una de las obras más emblemáticas de la pseudociencia del siglo XX, una cuyos argumentos y conclusiones han sido repetidos hasta la saciedad en libros, artículos y páginas web a lo largo y ancho del planeta durante los últimos cincuenta años.

¡Hasta pronto!
 
(*) Para aquellos que estéis interesados en echarle un vistazo a este más que curioso libro, se puede adquirir en internet en la edición revisada de 1997 de Adventure Unlimited (en inglés).

viernes, 29 de enero de 2016

El segundo ataúd de la serie. Foto cortesía del Human Provincial Museum

La momia a la que le hicieron la autopsia


En 1971, los trabajadores chinos que cavaban un refugio antiaéreo en la región de Changsha se toparon con un gigantesco mausoleo de la época de los Han (190-168 a.C.), en el que los arqueólogos encontraron los restos del gobernador de Dai y de los miembros de su familia. El recinto estaba repleto de hermosos objetos que delataban la privilegiada posición social de sus ocupantes y que ampliaban nuestros conocimientos sobre la dinastía de los Han de una forma totalmente inesperada, pero nada llamó más la atención de los investigadores que la extraordinaria tumba de Xin Zhui, la esposa del gobernador.
A doce metros de profundidad, dentro del último de cuatro ataúdes rectangulares de madera sellados con laca, colocados uno dentro de otro a la manera de las muñecas rusas y enterrados bajo varias capas de carbón y de arcilla blanca, se encontraba el cuerpo embalsamado de la dama Dai, envuelto en veinte capas de tejido unidas por cintas de seda. Pero lo que allí había no era un esqueleto, ni siquiera una momia normal. Se trataba de un fantasmal cadáver que mantenía la piel elástica y húmeda, músculos casi intactos que permitían flexionar los brazos y las piernas por las articulaciones, y ¡abundantes restos de sangre todavía en las venas! Tan increíble era el estado de conservación de Xin Zhui que fue posible hacerle la autopsia, comprobándose con asombro que el estado de su cuerpo se correspondía casi con el de una persona que acababa de morir. Todos sus órganos estaban virtualmente intactos, y se encontraron semillas de melón dentro de su aparato digestivo. Como consecuencia de la autopsia, los forenses descubrieron que la mujer había fallecido con 50 años como consecuencia de un ataque al corazón, y que sufría del hígado, tenía diabetes, hipertensión, obesidad, cálculos biliares y un elevado nivel de colesterol.
¿Cómo pudieron los antiguos chinos conseguir un grado de conservación semejante, muy superior a lo mejor que pudieron ofrecer los mismísimos egipcios? Además del envoltorio de seda, el cuerpo había estado sumergido en una misteriosa disolución que contenía magnesio, ligeramente ácida y probablemente capaz de esterilizar en parte la piel y las mucosas del cadáver, aunque es improbable que por sí sola pudiese mantener el cuerpo sin pudrirse durante tanto tiempo. Los ataúdes habían sido colocados en una bóveda en forma de embudo forrada de arcilla, rodeados de cinco toneladas de carbón que absorbían la humedad. La tumba se encontraba doce metros bajo tierra, recubierta de más de medio metro de arcilla y capas adicionales de tierra apisonada. De esta forma, mientras que el cuerpo se mantenía en un ambiente húmedo, ni el aire ni el agua podían filtrarse desde el exterior. Quizá por ello, las bacterias capaces de soportar la acidez de la disolución salina no habían sobrevivido mucho tiempo a la falta de oxígeno y, por tanto, el cuerpo se mantuvo prácticamente intacto durante milenios.
El descubrimiento de la increíble momia de Xin Zhui, uno de los más importantes de todo el siglo XX, no solo enseñó al mundo que también los antiguos chinos sabían conservar cadáveres, sino que también ha servido para mejorar lo que sabemos de cómo cuidar las momias. Por ejemplo, en 2003 los científicos introdujeron una solución especial en los vasos sanguíneos de la dama Dai con objeto de ayudar a preservarla, y desde entonces continúan con sus experimentos. Con el tiempo, los arqueólogos han encontrado otros cuerpos de la misma época conservados de la misma forma y con los mismos métodos, con resultados igual de impresionantes. Pero la verdad es que, a día de hoy, nadie sabe a ciencia cierta cómo las técnicas utilizadas en la China de los Han pudieron garantizar que algunos ricos dignatarios y sus familias pudieran acercarse tanto a su propio concepto de la inmortalidad.
¡Hasta pronto!
Nota- Una versión de este artículo aparece en el texto del libro "La ciencia de la inmortalidad", obra del autor.