sábado, 21 de noviembre de 2015

El extraño grabado de un cometa renacentista

El grabado de la página 494 del Chronicon

El extraño grabado de un cometa renacentista


En 1557, el humanista alsaciano Conrad Lycosthenes publicaba su Prodigiorum ac ostentorum chronicon(*), uno de los libros de maravillas más famosos de todo el Renacimiento. Demostrando un conocimiento enciclopédico sobre todo tipo de curiosidades, Lycosthenes ilustró su obra con infinidad de hermosos grabados, que se extienden a lo largo de un texto repleto de prodigios, donde seres monstruosos se dan la mano con supuestos sucesos extraordinarios acaecidos desde la antigüedad. Entre ellos, se cuentan numerosos fenómenos en el cielo, incluyendo cometas, soles dobles o triples, eclipses, parhelios, cruces luminosas, columnas de fuego, e incluso “batallas” entre ejércitos de las nubes. Lycosthenes consultaba todas las fuentes disponibles, ya fuesen las Sagradas Escrituras o los panfletos de la época, y por eso la mayor parte del contenido del libro carece de credibilidad.
De entre todos los sucesos descritos en el libro, quizá el más curioso sea el que aparece en la página 494, en la que se relata como en Arabia, en 1479, se pudo observar “un cometa en forma de haz agudísimo, y como con diversos puntos distintos”, en el que podía verse “una guadaña”. La peculiaridad no está tanto en el texto en latín como en el grabado que lo acompaña, que muestra un extraño objeto parecido a la punta de un cohete o a un proyectil dividido en dos mitades, con la parte inferior sombreada y cubierta de pequeños círculos, además de la “guadaña”. Así, el cometa tiene toda la pinta de un objeto artificial, en lo que constituye una representación única y muy alejada de la que el autor utiliza habitualmente en el resto del libro para describir este tipo de fenómenos, que siempre son dibujados como estrellas con la típica cola o, en su defecto, como bolas llameantes.
¿Es el extraño grabado de la página 494 del Chronicon la representación de una nave aérea en pleno siglo XVI, tal y como muchos partidarios de que nos han visitado los extraterrestres sugieren? Casi seguro que no. Tal y como el propio escritor afirma, la imagen representa tan solo un cometa (o quizá un meteorito), por lo que la semejanza con un cohete o un proyectil no sería más que otra paraeidolia. Además, se trata de un libro que está atiborrado de sucesos distorsionados o simplemente inexistentes. En la época en la que vivió Lycosthenes, Europa seguía siendo un lugar dominado por la superstición, en el que las noticias de los nuevos descubrimientos geográficos, adornados con la descripción de lugares maravillosos y animales fabulosos hacían que se disparase la imaginación de la gente. Los editores renacentistas, que lo sabían perfectamente, aprovechaban las nuevas técnicas de impresión para ilustrar los textos con figuras espectaculares de seres imposibles y señales prodigiosas, que invariablemente iban seguidas de calamidades expuestas con todo lujo de detalles.
Entonces, ¿hubo, o no, algo inusual en los cielos de Arabia en 1479? Es difícil de decir, sobre todo teniendo en cuenta que el texto señala una supuesta observación que habría tenido lugar casi cien años antes de la edición del libro y a miles de kilómetros de distancia. Además, no se conserva ninguna referencia independiente de este fenómeno, por lo que resulta imposible comprobar qué parte del dibujo representa la descripción que pudiesen haber proporcionado los testigos y qué parte es de la propia cosecha del autor. Por este motivo, el “cohete de Lycosthenes” ha quedado, tal vez para siempre, como un curioso ejemplo de la imaginación de las gentes del Renacimiento a la hora de representar lo que con toda probabilidad no sea más que un simple cometa.
¡Hasta la semana que viene!
(*) Lykosthenes, K.: Prodigiorum ac ostentorum chronicon quae praeter naturae ordinem, motum, et operationem, et in superioribus & his inferioribus mundi regionibus, ab exordio mundi usque ad haec nostra tempora, acciderunt. Ed. H. Petrl. Basilea, 1557.

Nota- Una adaptación de este artículo aparecerá en el texto del próximo libro del autor: "Los vikingos de Marte y otras historias sobre la búsqueda de vida extraterrestre".

sábado, 7 de noviembre de 2015

“Wow”, la señal más extraña del firmamento


Impresión original de la señal Wow con la anotación al margen
 
 

“Wow”, la señal más extraña del firmamento


Como es bien sabido, en los años 70 del siglo XX la NASA comenzó el patrocinio de los programas de investigación SETI (*), destinados a la posible detección de emisiones procedentes de civilizaciones extraterrestres. La mayoría de estos programas analizan señales electromagnéticas recibidas por radiotelescopios, con la esperanza de encontrar alguna que muestre las características propias de un mensaje alienígena. A día de hoy, de entre el ingente número de señales recibidas tan solo unas pocas han llegado a ser candidatas, pero ninguna de ellas ha sido observada más de una vez, por lo que su origen artificial no ha podido comprobarse. La más enigmática de estas sospechosas fue la llamada señal “Wow”, detectada el 15 de agosto de 1977, a las 23:16, por el radiotelescopio Big Ear, en Ohio.
Procedente de la zona oriental de la constelación de Sagitario, cerca del cúmulo globular M55, la señal duró 72 segundos y fue registrada en papel por la computadora del laboratorio. Días después, cuando el joven profesor Jerry R. Ehman descubrió la insólita secuencia, no pudo por menos que anotar, preso de la excitación, la célebre expresión al lado de la señal. En efecto, durante el rastreo las señales se traducían a una secuencia de letras y números, cada uno de los cuales indicaba su intensidad. En el caso de Wow, la secuencia "6EQUJ5" en el segundo canal de la computadora implicaba que la señal había alcanzado una intensidad treinta veces superior a la del ruido de fondo, algo que nunca volvería a ser experimentado, ni antes ni después, por el radiotelescopio.
Pero, ¿qué es lo que hacía de Wow una señal tan particular? En primer lugar, la frecuencia utilizada para la escucha era la del hidrógeno neutro, considerada como de utilización probable por parte de una supuesta cultura alienígena para las comunicaciones interestelares, y estaba dentro del espectro donde está prohibida la emisión de radio por las leyes internacionales, lo que casi descartaba una posible contaminación. En segundo lugar, la onda detectada era de un tipo conocido como continua (CW), muy apropiada para ser enviada a largas distancias porque puede ser escuchada a niveles de intensidad muy bajos. Además, la duración de 72 segundos era exactamente la esperada de una señal de origen extraterrestre captada por el Big Ear, ya que coincidía con el período durante el que este radiotelescopio fijo podía observar un punto cualquiera del espacio dada su ventana de observación y el efecto de la rotación de la Tierra. Por último, la señal había sido emitida en un rango de frecuencias mucho más estrecho que el habitual en las fuentes naturales de radiación.
Sin embargo, y a pesar de haberla vuelto a buscar docenas de veces, la misteriosa señal no ha vuelto a ser escuchada, lo que reduce en gran medida las posibilidades de que fuese de origen artificial. Las posibles alternativas, todas ellas sin comprobar, incluyen una emisión de radio de un satélite artificial que atravesase esa órbita en ese instante, el reflejo en la basura espacial de una señal de origen terrestre o un evento astronómico de origen natural y de gran potencia. Las dos primeras posibilidades son poco creíbles, ya que la señal de un satélite se habría detectado repetidamente y ya hemos comentado que no había emisiones de origen terrestre a esa frecuencia.
¿Fue Wow el lejano rescoldo de un acontecimiento catastrófico de origen galáctico, el resultado de una extraordinaria coincidencia de origen artificial terrestre, o la primera llamada de una civilización alienígena, enviada quizás hace eones desde un remoto lugar del cosmos? Puede que nunca lo sepamos. La ausencia de una señal repetida parece apuntar hacia hipótesis alternativas, aunque todas ellas están pendientes de comprobar. Mientras tanto, Wow sigue siendo, y es probable que lo sea durante mucho tiempo, uno de los enigmas no resueltos más conocidos de toda la historia de la ciencia, y quizá lo más cerca que hemos estado hasta ahora de toparnos fuera de nuestro mundo con algo de origen artificial.
¡Hasta la semana que viene!

(*) Siglas en inglés de Search for ExtraTerrestrial Intelligence. Este artículo es una ampliación de parte del material que aparece en nuestro nuevo libro sobre astrobiología y búsqueda de la vida extraterrestre.

viernes, 23 de octubre de 2015

Imagen medieval donde un boticario entrega un remedio en un recipiente

Polvo de oro y remedios medievales

Sobre los curiosos procedimientos medievales para curar enfermedades y sanar a los enfermos, se han escrito auténticos ríos de tinta. En Occidente, en concreto, algunos de los detalles de los pintorescos y a menudo lamentables métodos utilizados por los médicos de la época (llamados “físicos” por aquel entonces) han quedado registrados en multitud de documentos donde se muestra el predominio de la superstición y el pensamiento mágico en los métodos de aquellos que supuestamente deberían ser depositarios de la ciencia. De entre todos los tratamientos propuestos por estos galenos, uno de los más extraños quizá haya sido el empleo del oro como remedio para las enfermedades.
Para la mayoría de los médicos medievales, los metales poseían propiedades curativas, y siendo considerado el oro el más perfecto y noble de ellos, no es de extrañar que lo viesen como un remedio muy eficaz. Así, por ejemplo, en el siglo XI Constantino el Africano escribía desde Sicilia que el oro tiene la propiedad de aliviar un estómago dañado y reconforta a los temerosos y a aquellos que sufren de dolencias del corazón... es eficaz contra la melancolía y la calvicie”. Por supuesto, el oro tenía que ser suministrado en trocitos muy pequeños para que el cuerpo pudiese asimilarlo, y además debía mezclarse con otros componentes para dar lugar a lo que se consideraba como un buen medicamento. Así, en el siglo X el cordobés Abulcasis explicaba cómo obtener polvo de oro para uso terapéutico frotando una pieza grande con un paño de lino y lavándolo en agua dulce. Esta costumbre medieval perduró durante el Renacimiento, ya que se conservan varias recetas de los siglos XV y XVI, una de las cuales es especialmente pintoresca. Dice así:
Toma las presentaciones de plata, cobre, hierro, plomo, acero, oro, calamina de plata y de oro, estoraque, de acuerdo con la actividad o inactividad del paciente. Ponlos en la orina de una niña virgen el primer día, el segundo día en vino blanco caliente, el tercer día en jugo de hinojo, el cuarto día en claras de huevo, el quinto día en la leche de una mujer que esté amamantando a una niña, el sexto día en vino tinto, el séptimo día en claras de huevo. Y ponlo todo en una retorta en forma de campana y destílalo a fuego lento. Y guarda el destilado en un recipiente de oro o plata”.
Esta receta se suponía que era eficaz contra la lepra, las manchas de la piel, las enfermedades oculares, e incluso para prevenir el envejecimiento, pero había otras destinadas a cauterizar las heridas, donde el oro se consideraba que contribuía a que la curación fuese más rápida y completa. Asimismo, durante los siglos XVI y XVII se empleó el oro para recubrir píldoras de medicamentos con la esperanza de enmascarar su mal olor o sabor.
A medida que la ciencia médica progresaba, la utilización de los metales preciosos en medicina decayó hasta prácticamente desaparecer, aunque hoy en día parece estar resucitando de la mano de medicamentos contra la artritis reumatoide, la malaria, el SIDA o la enfermedad de Chagas. También podría usarse para la detección y tratamiento del cáncer en forma de nanopartículas, que en teoría podrían calentarse lo suficiente como para destruir las células cancerosas, aunque esta última aplicación todavía requiere el encontrar un revestimiento adecuado que permita al organismo asimilar correctamente el medicamento. En cualquier caso, las nuevas aplicaciones del oro en la medicina son tan solo un pálido reflejo de una época pasada en la que curar a los enfermos era un ejercicio que tenía mucho más de magia que de ciencia.
¡Hasta la próxima!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

domingo, 11 de octubre de 2015


Grabado con la imagen del "autómata"


El increíble fraude de “el Turco”


Lejos de ser algo exclusivo de nuestros días, la fascinación por los autómatas y la inteligencia artificial ha acompañado a nuestra especie desde los tiempos de Herón de Alejandría (ver “una camarera automática” en este mismo blog), e incluso con anterioridad. La costumbre de engañar a los incautos con supuestas maravillas, también. Por eso no es de extrañar que la historia de la ciencia esté jalonada de fraudes. Uno de los más descarados, y a la vez de mayor éxito, fue la del supuesto autómata-ajedrecista conocido como “el turco”.
“El turco” era una cabina de madera con un tablero de ajedrez y un mecanismo de relojería en su interior, que incorporaba un maniquí vestido con túnica y turbante (de ahí el nombre) y que había sido construido por el ingeniero e inventor húngaro Wolfgang von Kempelen en 1770 como consecuencia de una especie de apuesta con la archiduquesa María Teresa de Austria. Desde el momento en que vio la luz por primera vez hasta que fue destruido por un incendio en 1854, el “turco” recorrió Europa durante más de ocho décadas, derrotando uno tras otro a casi todos sus oponentes, incluyendo a algunos de los mejores jugadores de ajedrez de la época y a muchos personajes famosos, como Napoleón Bonaparte o Benjamín Franklin. Durante las actuaciones, se mostraba el interior de la cabina para que los espectadores pudiesen comprobar que no había nada más que engranajes y espacio vacío. Todo apuntaba a que se trataba de una auténtica maravilla de la técnica, pero en realidad se trataba de un truco de magia.
Tal y como reveló el hijo de su último propietario, el “turco” era manipulado por una persona escondida en su interior, siempre un excelente jugador de ajedrez. El jugador se ubicaba en el espacio oculto comprendido entre la zona donde estaban los engranajes y la parte posterior de la cabina, y se desplazaba en una silla montada sobre rieles. Siguiendo los movimientos en el tablero gracias a unos indicadores magnéticos situados debajo del mismo, jugaba en un pequeño tablero secundario que había en el interior. Para mover el brazo del autómata, utilizaba lo que era en esencia un pantógrafo(*), y contaba también con controles para mover la cabeza, los ojos, e incluso para hacer ruido con el mecanismo de relojería, con objeto de disimular sonidos como el de la tos. Asimismo, disponía de un sistema para comunicarse con la persona que coordinaba el espectáculo.
Aunque hoy en día pueda parecer increíble que, a pesar de los cientos de exhibiciones públicas, nadie se diese cuenta del truco y no se filtrase el secreto de alguna manera, la verdad es que el pseudo-autómata se mantuvo en activo durante ochenta y cinco años, pasando al menos por las manos de cuatro propietarios y unos quince operadores ocultos, en lo que es un ejemplo impresionante del poder del ilusionismo. Su constructor, un auténtico genio olvidado de finales del siglo XVIII, tuvo la suficiente habilidad como para completar un ingenioso mecanismo de manipulación oculta, complementado con una minuciosa puesta en escena, donde las puertas de la cabina se abrían en un orden preciso y todos los movimientos del maestro de ceremonias estaban pensados para despistar a la audiencia.
Sin embargo, y aunque "el turco" es la más famosa de sus obras, von Kempelen fue, más allá de un brillante estafador, un inventor e ingeniero de primera fila entre cuyas producciones se encuentran varias asombrosas máquinas parlantes, una de las cuales fue más tarde adquirida por uno de los propietarios de “el turco” para que pudiera decir “jaque”… ien la lengua deseada!
¡Hasta pronto!

(*) Un pantógrafo es un mecanismo articulado en el que unas varillas están conectadas de tal manera que se pueden mover desde un pivote.

viernes, 25 de septiembre de 2015


Una espada con señales de corrosión tan solo en la empuñadura

El misterio de las espadas del ejército de terracota

Desde que en 1974 saliese a la luz el fantástico ejército de terracota, cerca de Xi’an, en China, se han escrito ríos de tinta sobre esta auténtica maravilla de la antigüedad, catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde finales de los años ochenta del pasado siglo. Sin embargo, y a pesar de las décadas transcurridas desde el descubrimiento, hay rompecabezas que todavía los científicos no han sido capaces de resolver. Uno de los más enigmáticos es el de las espadas de bronce que forman parte del equipamiento de los guerreros.
Pero, ¿qué tienen de enigmáticas unas vulgares espadas de bronce? Pues que, después de más de dos milenios, lejos de estar completamente corroídas y cubiertas de la típica pátina de color verdoso, las espadas de los soldados de terracota están fundamentalmente intactas, conservando tanto su filo como el gris metalizado del metal original. ¿El motivo? La presencia de un revestimiento de óxido de cromo de entre 10 y 15 micrones que ha protegido el bronce a través de los siglos. Si tenemos en cuenta que las propiedades del cromo como aditivo protector contra la corrosión no se descubrieron hasta finales del s XIX (el propio elemento no fue identificado como tal hasta 1798), la cuestión de la procedencia del que se encuentra en las célebres espadas no es en absoluto baladí.
Una posible explicación es que el cromo provenga de la contaminación accidental del bronce durante el proceso de forjado. En efecto, algunos investigadores piensan que la fundición del metal pudo llevarse a cabo en presencia o en la cercanía de minerales con un cierto contenido de cromo, cuyos átomos habrían emigrado a la superficie de las espadas en el ambiente reductor de las fraguas. Una vez en su sitio, y como es sabido, el cromo captura todo el oxígeno que entra en contacto con la superficie del metal, formando una capa protectora de óxido. El problema de esta explicación es que no da cuenta de por qué la empuñadura de las armas está corroída. ¿Cómo podrían migrar los átomos de cromo solamente hasta el cuerpo de la espada, eludiendo el mango? ¿Quizás las empuñaduras se forjaron en un ambiente diferente?
Ante estas cuestiones, un sector todavía minoritario de expertos, entre los que se encuentran los propios encargados de cuidar y restaurar al ejército de terracota, opina que tal vez los antiguos metalúrgicos chinos desarrollaron algún tipo de técnica de cromado, al descubrir, puede que por casualidad, que al mezclar ciertos minerales con el bronce los objetos metálicos quedaban protegidos contra la corrosión. Por último, hay quien piensa que el porcentaje de cromo es demasiado bajo como para proporcionar una protección tan efectiva, de modo que el motivo por el que las espadas se han conservado de la forma en que lo han hecho hay que buscarlo en otra parte.
¿Cuál es el secreto que se esconde detrás de este misterio? Probablemente aun tardaremos tiempo en saberlo, y es posible que nunca lo averigüemos con certeza. La hipótesis de la contaminación accidental parece factible, pero la ausencia de cromo en las empuñaduras apunta hacia un tratamiento deliberado, algo que de confirmarse implicaría que unos desconocidos pioneros de la metalurgia descubrieron un formidable  tratamiento anticorrosión más de dos mil años antes que sus colegas occidentales.
¡Hasta pronto!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

viernes, 11 de septiembre de 2015

El "platillo volante" que apenas llegó a volar

El Avrocar S/N 58-7055
 

El "platillo volante" que apenas llegó a volar

 
Para asombrarnos con historias extraordinarias, no hace falta recurrir a las pseudociencias, sino que basta con echarle un vistazo a la realidad. Y como ejemplo de ello, nada más adecuado que recordar el frustrado alumbramiento del  Avrocar, el ultrasecreto “platillo volante” proyectado por la US Air Force al comienzo de la Guerra Fría.
Los “platillos volantes” forman parte de la mitología colectiva de la humanidad desde que la prensa norteamericana bautizase de esta forma a los objetos no identificados avistados por el piloto Kenneth A. Arnold cerca del Mount Rainier, el 24 de junio de 1947. Para el gran público, estos “platillos” siempre han estado asociados a supuestas visitas de extraterrestres, por lo que muchos se sorprenderían al comprobar que las grandes potencias llegaron a experimentar muy en serio durante décadas con naves de forma discoidal, un diseño que fue finalmente abandonado debido a sus problemas de estabilidad y gobernabilidad. De entre todos estos proyectos, el más célebre es el del VZ-9 Avrocar.
El Avrocar fue desarrollado por la compañía canadiense Avro Aircraft Limited, como parte de un proyecto secreto del ejército del aire de Estados Unidos cuya finalidad era la fabricación de un caza que pudiese alcanzar velocidades y altitudes hasta entonces inimaginables. El hecho de que su diseñador original, Jack Frost, concibiese la idea poco después de unirse a la firma también en junio de 1947, ha hecho pensar a muchos que Frost se vio influido de alguna manera por el relato de Arnold. Frost, que había trabajado para los ingleses durante la Segunda Guerra Mundial en el diseño de los primeros aviones supersónicos, pensó en utilizar el llamado “efecto Coandă” para generar el despegue vertical de un vehículo en forma de disco, en el que el empuje lo proporcionaría un nuevo motor de forma también discoidal que el ingeniero británico había desarrollado.
Desde muy pronto, el ejército norteamericano se mostró interesado por las ideas de Frost, ya que los aviones con despegue vertical podían ser muy útiles en el contexto de una entonces previsible guerra nuclear, en la que era de esperar que las bases aéreas convencionales quedasen pronto inutilizadas. Además, los diseños más avanzados de Frost parecían prometer un buen rendimiento tanto a velocidades supersónicas como subsónicas, algo que hasta entonces no ofrecía ninguna de las ideas alternativas. Si bien al principio los costes del proyecto crecieron tan rápidamente que el gobierno llegó a desvelar el secreto a la prensa con objeto de recaudar fondos adicionales, tanto la empresa canadiense como el gobierno norteamericano terminaron por financiarlo con grandes cantidades de dinero. Se llegaron a estudiar una gran variedad de diseños y se pusieron en marcha prototipos cuyos detalles se filtraron a la prensa, que llegó a decir que los OVNIs eran, en realidad, "platillos" fabricados por los rusos.
Tras varios incidentes de gravedad en las pruebas con los motores, en 1958 se abandonó la idea del “gran platillo volante” y Frost propuso diseñar un vehículo más pequeño, una especie de “jeep volador” que podría sustituir eventualmente a los helicópteros, al que bautizó como Avrocar. El ejército norteamericano volvió a comprar la idea y ordenó la fabricación de dos prototipos. Sin embargo, el proyecto afrontó un sinfín de problemas de índole tanto burocrática como técnica, estos últimos debidos fundamentalmente a la imposibilidad práctica de hacer despegar correctamente y después gobernar a los prototipos en vuelo. Los aparatos mostraban defectos aerodinámicos y problemas técnicos de toda índole, de modo que el más avanzado de ellos apenas se levantaba del suelo, era muy lento y, además desprendía cantidades inaceptables de calor y de ruido. Finalmente, el proyecto fue cancelado en diciembre de 1961 y los dos célebres prototipos terminaron en museos. Así terminó la historia de uno de los más extraordinarios proyectos de ingeniería aeronáutica de todos los tiempos, un costoso fiasco cuyos detalles técnicos, sin embargo, inspiraron a los ingenieros para la posteridad. Con el tiempo, los aviones convencionales de despegue vertical (VTOL en siglas) se convirtieron en un hecho, y la NASA ha retomado la vieja idea de Frost para desarrollar algunos prototipos con vistas a un futuro aterrizaje en Marte aunque, de momento, parece que siguen sin resolverse los muchos problemas técnicos asociados al vuelo de aparatos con forma circular.
¿Será que los extraterrestres lo saben hacer mejor? (*)
¡Hasta pronto!
(*)La historia del Avrocar es una prueba más de lo inconsistentes que resultan las teorías de la conspiración según las cuales los gobiernos conservan desde hace décadas restos de platillos volantes estrellados de origen extraterrestre. Si fuese así, ¿no veríamos platillos americanos y rusos por todas partes? ¿O es que acaso los ingenieros humanos son tontos?

domingo, 5 de julio de 2015

Representación de Pushpaka, el vimana del rey-demonio Ravana.


La guerra atómica que nunca

existió


Si hay una convicción arraigada entre los partidarios de la teoría (por llamarla de alguna manera) de los antiguos astronautas, es la de la existencia de indicios de una guerra nuclear que habría tenido lugar en la India hace miles de años.
El mito, desarrollado en los años sesenta y setenta del siglo XX, parte de tres supuestas evidencias que han sido repetidas hasta la saciedad y que pueden encontrase en cientos de páginas web. La primera consiste en la mención que se haría en el Mahabhárata, el célebre poema épico del subcontinente, a armas de gran potencia disparadas desde astronaves denominadas vimanas, cuyos efectos serían muy similares a los de las explosiones nucleares. La segunda tiene que ver con el supuesto hallazgo, en las ruinas de la antigua ciudad de Mohenjo Daro, en Pakistán, de indicios que apuntarían a que la ciudad sufrió un ataque con armas nucleares. Estos hallazgos incluirían una especie de epicentro con bloques de roca vitrificada, niveles de radiación por encima de lo normal y esqueletos dispuestos como si sus dueños hubiesen sido sorprendidos por una catástrofe repentina. Por último, según ciertos relatos, algunos exploradores del siglo XIX y comienzos del XX se habrían topado, en ruinas sin edad perdidas en las intrincadas selvas de la India, con extraños restos de construcciones fundidas por un calor abrasador y hasta con espeluznantes cadáveres envueltos en una especie de vidrio. Todo apuntaría pues a que en el remoto pasado de la India sucedió algo verdaderamente extraordinario. El problema es que, por desgracia (o por suerte para los antiguos  habitantes del subcontinente) todo es falso.
Resulta que, en realidad, no existe ningún lugar en el Mahabhárata ni en los demás escritos antiguos de la India donde se hable de nada parecido a las armas nucleares, como puede comprobar cualquiera que se moleste en leerlos. Las famosas referencias que manejan los partidarios de la teoría de los antiguos astronautas proceden de traducciones incorrectas o alteradas, ya sea de forma genuina o intencionada, de los textos clásicos. En cuanto a los célebres vimanas, son originalmente descritos como palacios volantes de los dioses, en muchos casos enormes y llenos de lujosas estancias, provistos de ruedas y tirados por animales, a modo de carros, no siendo hasta una época muy tardía cuando empiezan a perder el tiro de los animales. De hecho, la mayoría de las descripciones de vimanas utilizadas por los partidarios de la teoría de los antiguos astronautas proceden de la traducción inglesa de 1952 de un libro, el Vymaanika-Shaastra, supuestamente escrito en 1918 por un autor al que, según él, el texto le fue revelado por un espíritu(*).
Pasando a las ruinas de Mohenjo Daro, su excelente estado de conservación ya de por si nos dice que no parece muy creíble que sufriesen una explosión atómica, cuya onda de choque tendría que haber barrido unas estructuras hechas a base de ladrillos de barro. El grupo de esqueletos encontrados juntos perteneces a épocas muy diferentes, separadas en algún caso por unos mil años, y no muestran ninguna señal de muerte repentina, sino que fueron enterrados deliberadamente, siendo su buen estado de conservación consecuencia de la sequedad del clima en la zona. Por otra parte, los niveles de radiación en la localidad son normales y los supuestos bloques de “roca vitrificada” no son más que cerámica sometida a la acción del fuego.
Con respecto a los relatos de exploradores, casi todas las referencias proceden de No es terrestre, un best seller publicado en los años setenta por un escritor y periodista italiano. En su obra, el autor se refiere a dos exploradores y un oficial británico que resultan completamente inidentificables, salvo por el parecido de su apellido con el de ciertos escritores de relatos de ciencia-ficción. En cualquier caso, no parecen existir menciones anteriores o independientes de estos relatos, ni los supuestos hallazgos han sido corroborados hasta la fecha por ningún arqueólogo.
En resumen, la historia de los vimanas y su guerra nuclear prehistórica no es más que otra leyenda urbana alimentada por ciertos escritores del siglo XX, que sin embargo lleva décadas de repercusión mediática, como demuestra el bulo que circuló hace unos años acerca de un supuesto viaje de los líderes mundiales a Afganistán por causa de… ¡un auténtico vimana encontrado en una cueva!
¡Hasta pronto!
(*) Escrito en forma de manual técnico, el contenido es una sarta de disparates.