jueves, 19 de febrero de 2015


Entrada trasera del Führerbunker, en el jardín de la Cancillería del Reich, en 1947 
(Bundesarchiv)
 

Los nazis, la “Verdad Suprema” y las moléculas del juicio final


Si tienes más de treinta años, seguro que recordarás como el 19 de abril de 1995 unos miembros de la extraña secta japonesa de la “Verdad Suprema” esparcieron gas sarín por el metro de Tokyo durante la hora punta, asesinando a doce personas e intoxicando a unas cinco mil, en lo que ha sido el ataque terrorista con armas químicas más mortífero hasta la fecha. El sarín, cuya denominación en nomenclatura química es metilfosfonofluoridato de O-isopropilo, es un compuesto organofosforado descubierto por cuatro químicos alemanes durante los años treinta del pasado siglo, siendo la voz “sarín” un acrónimo de sus apellidos.
Los organofosforados son muy útiles como insecticidas, ya que bloquean el metabolismo de la acetilcolina, un neurotransmisor cuya acumulación en exceso provoca el colapso del sistema nervioso de los insectos, pero resultan tóxicos para el hombre porque la acetilcolina la usamos nosotros también. Algunos organofosforados son de hecho tan terriblemente venenosos que han pasado a denominarse como “agentes nerviosos”, siendo los protagonistas principales de los arsenales de armas químicas, consideradas de destrucción masiva y cuya producción y almacenamiento está prohibida a nivel global desde 1993. Algunos de estos gases, tales como el temible VX, son de lo más simpático, ya que unos pocos gramos de esta sustancia son capaces de arrasar poblaciones enteras, matando a sus habitantes entre espantosos espasmos musculares.
Los organofosforados, cuyo control es la pesadilla de los servicios secretos de medio planeta debido a que los componentes necesarios para fabricarlos son relativamente sencillos y están disponibles comercialmente, fueron desarrollados por primera vez en la Alemania nazi como pesticidas, pero cuando los jerarcas de aquel régimen maligno se dieron cuenta de su terrible poder destructivo, dieron orden de acumular enormes reservas capaces de aniquilar toda la vida sobre el planeta*. Como estas sustancias carecían entonces de antídoto (el más conocido para la opinión público es la atropina), es fácil adivinar que los nazis habrían ganado la Segunda Guerra Mundial con facilidad. Aunque poca gente es consciente de ello, fue el miedo de los alemanes a que los aliados dispusiesen también de los organofosforados (un temor equivocado, ya que los aliados apenas habían desarrollado los gases nerviosos) lo que impidió que los utilizasen por miedo a las represalias. Así, al terminar la guerra los vencedores confiscaron el tenebroso arsenal de los vencidos, poniéndolo a buen recaudo. Desde 1945, ninguna gran potencia se ha planteado en serio el empleo de los gases nerviosos, aunque gobiernos criminales como el de Saddam Hussein o el de Bashar al-Asad no han tenido escrúpulos en emplearlos a diestro y siniestro, incluso contra la población civil.
Sin embargo, la primera ocasión en la que el mundo estuvo cerca de ver en acción a los temibles organofosforados pudo acabar nada menos que con el asesinato de Hitler, quien, como es sabido, hacia el final de la guerra fue objeto de varios atentados. En concreto, el que fuera ministro de armamento de Alemania durante aquellos años, Albert Speer, cuenta en sus memorias que en 1945 pensó en matar al Führer introduciendo gas nervioso sarín por los respiraderos del búnker subterráneo en el que Hitler residía en Berlín. Parece ser que la operación estuvo a punto de ponerse en marcha, pero según Speer una filtración hizo que los respiraderos del búnker fueran modificados convenientemente, desbaratando la intentona.
Medio siglo después de que Hitler se librase de semejante atentado, los terroristas japoneses utilizaron el mismo gas para sembrar el pánico en Tokyo, alertando a la opinión pública de todo el mundo del mortífero peligro que se esconde detrás de unas sustancias que son útiles como insecticidas pero algunas de las cuales encierran en sus moléculas el poder para acabar con toda la especie humana.

¡Hasta pronto!
* Se calcula que ya en 1939 disponían de 12.000 toneladas de agentes nerviosos, que pudieron llegar a una cifra cercana a las 65.000 a finales de la guerra. Las existencias incluían tabún, sarín y soman.

jueves, 29 de enero de 2015

El vidrio irrompible que hizo enfedar a Tiberio


Busto del emperador Tiberio

El vidrio irrompible que hizo enfadar a Tiberio


El emperador romano Tiberio (el “divino”, según sus contemporáneos), era conocido por su capacidad como comandante, pero también por sus perversiones sexuales y por  la dejación de funciones de la que hizo gala a medida que avanzaba su gestión, hasta el punto de retirarse a Capri delegando el gobierno en personajes como Macro o el detestable Sejano. En palabras de Plinio el Viejo, “fue el más triste de los hombres”, un oscuro gobernante refugiado en sí mismo que nunca quiso realmente ser emperador.

Quizás la progresiva falta de interés de Tiberio por el buen gobierno y su obsesión por proteger su entorno inmediato puedan explicar su comportamiento en la anécdota que tanto Plinio como Petronio relatan al respecto de un genial artesano que había descubierto la forma de elaborar un vidrio casi irrompible, en la línea del Duralex® moderno. Según ambos escritores, este emprendedor de nombre desconocido estaba tan orgulloso de su invento que las noticias llegaron a la corte del emperador, quién hizo llamarle para que hiciese una demostración. Una vez allí, delante de todos, el artesano dejó caer un hermoso jarrón de cristal que transportaba, sin que el choque con el duro suelo de mármol le ocasionara el menor daño. A los murmullos de asombro de la concurrencia siguió la tranquila pregunta de Tiberio: ¿Alguien más conocía el secreto de la elaboración? El orgulloso artesano contestó que no, seguramente buscando el reconocimiento y la gloria, pero el despiadado emperador ordenó su ejecución de inmediato. ¿El motivo? Tiberio contaba con una de las mejores colecciones privadas de cristal de toda Roma, en una época en la que se producían maravillosas obras maestras, tales como el célebre “vaso de Portland”. Temeroso de que su colección de quebradizo cristal perdiese todo su valor, el retraído emperador quiso que el artesano se llevase el secreto del vidrio irrompible a la tumba.

A priori, podría parecer que la historia es de dudosa veracidad, sobre todo teniendo en cuenta lo mal que les caía Tiberio a Plinio y a Petronio. Sin embargo, los detalles que proporcionan ambos historiadores hacen pensar que el artesano, quizá por casualidad, llegó a utilizar arena u otro tipo de sedimentos con un alto contenido de borato sódico, más conocido como bórax, el componente fundamental de los vidrios irrompibles. En efecto, según estos escritores se trataba de un vitrium flexible hecho de martiolum, un material que para nosotros es desconocido, pero cuyo nombre puede derivarse de Maremma, una región de la Toscana donde había grandes depósitos de bórax. Estos depósitos fueron explotados durante el siglo XIX, dando como resultado que Italia fuese el primer productor mundial de esta sustancia durante más de treinta años. Por tanto, el vidriero pudo haber recogido material que estuviese alrededor de las aguas estancadas o fuentes de vapor de la región y cuya adición al vidrio habría producido el efecto relatado.

Sea cual sea la verdad, el secreto del desdichado artesano murió con él, y el vidrio irrompible desapareció de la faz de la Tierra y de la memoria de los hombres durante más de dieciocho siglos, hasta que hacia 1880 fue descubierto (o más bien “redescubierto”, si la historia de Tiberio es cierta) por tres alemanes, comenzando a ser comercializado con el nombre de Pyrex. Así, finalmente, resucitó el vidrio irrompible, esa sustancia milagrosa resistente a los golpes y a los cambios bruscos de temperatura que un buen día llegase a crear un humilde artesano romano y que el mundo se perdió durante siglos por culpa del carácter amargado de un sombrío emperador celoso de preservar su fortuna.
¡Hasta pronto!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

jueves, 15 de enero de 2015


Retrato del emperador, obra de Tiziano


La amalgama que salvó a Carlos

Es bien sabido que Carlos I de España y V de Alemania, el poderoso emperador que protagonizó gran parte del siglo XVI, pasó toda su vida guerreando contra sus numerosos enemigos, notablemente el rey de Francia, Francisco I, el sultán otomano, Suleimán “El Magnífico” y los príncipes electores alemanes. También son célebres sus problemas para financiar las interminables guerras que llevaron a España al borde de la quiebra a finales de su reinado. Es menos conocido, sin embargo, como la amalgama de mercurio salvó al emperador de un desastre todavía mayor pocos años antes de su fallecimiento.
Hacia 1550, la extracción de plata en las colonias de América, concretamente en el Virreinato de Nueva España, estaba literalmente en las últimas ya que las mejores explotaciones estaban agotadas y muchas de las menas disponibles gozaban de una ley tan escasa que no eran adecuadas para la fundición. La escasez correspondiente en el suministro de plata hacia la metrópoli estaba poniendo contra las cuerdas al emperador, que necesitaba un flujo creciente del mineral procedente del Nuevo Mundo para pagar sus cuantiosas deudas. La situación estaba llegando al límite cuando Bartolomé de Medina, un próspero comerciante sevillano, decidió viajar a América para poner en marcha un procedimiento secreto para extraer la plata que, al parecer, le había transmitido un misterioso artesano alemán.
Como era de esperar, el ansioso emperador mostró de inmediato el máximo interés por el viaje del comerciante quien, tras mucho experimentar, en 1555 dio con el método que llegó a conocerse como “beneficio del patio”, en el cual el mineral de plata pulverizado se mezclaba durante semanas con salmuera y mercurio en grandes patios con ayuda de caballos y otros animales. Después, la amalgama resultante se calentaba en hornos que separaban el mercurio de la plata. El  éxito del nuevo procedimiento resultó espectacular, extendiéndose su aplicación por todo el virreinato, así como más tarde sobre el Perú. Como resultado de ello, la producción anual de plata en las colonias se disparó, multiplicándose por 15 en el transcurso de los siguientes cuarenta años. Como los españoles tenían el cuasi-monopolio del mercurio debido a la posesión de las minas de Almadén, que en aquella época producían la práctica totalidad del metal líquido que se obtenía en el planeta, el nuevo método de extracción de la plata permitió a los españoles continuar financiando sus guerras europeas.
Carlos V, que ya estaba viejo, pudo por fin respirar un poco, aunque se vio obligado a transferir el control de la gran mina de cinabrio a los banqueros alemanes Fugger durante algún tiempo, ya que como efecto secundario, y al margen de provocar una inflación monetaria galopante en el continente, la que fuese una de las innovaciones tecnológicas más trascendentales de aquel siglo ocasionó que se disparase la demanda de mercurio. En cualquier caso, el emperador pudo salvar la cara durante algún tiempo, aunque falleció un par de años después dejándole a su hijo Felipe una herencia envenenada, plagada de deudas y donde todos los ingresos previstos de la corona se encontraban comprometidos de antemano. En cuanto al “beneficio del patio”, siguió utilizándose durante siglos, contribuyendo a sostener las maltrechas finanzas de la corona mientras mantenía a legiones de trabajadores en régimen de semiesclavitud. A pesar de todos los avances tecnológicos, el procedimiento se ha perpetuado hasta nuestros días, siendo utilizado habitualmente en la Amazonia, con el consiguiente perjuicio para el medio ambiente debido a la toxicidad inherente al mercurio, un elemento químico que salvó a un imperio y permitió a un viejo gobernante seguir pagando sus deudas.
¡Hasta la próxima!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

viernes, 12 de diciembre de 2014

Pongamos un transuránido y que vuelen los OVNI

Capa electrónica del elemento 115 (ununpentio)
 

Pongamos un transuránido y que vuelen los OVNI

 
El elemento químico número 115, más conocido por ununpentio, el nombre sistemático que da la IUPAC a los nuevos elementos cuya identificación está pendiente de confirmación, sería de interés tan solo para el reducido grupo de científicos que trastean con elementos transuránidos de no ser por el pequeño detalle de que la mitad de los partidarios de que los extraterrestres nos visitan están convencidos de que estamos ante el secreto definitivo de cómo funcionan sus naves espaciales.
 
El motivo de ello son las impactantes declaraciones que realizó en 1989 para la televisión norteamericana Bob Lazar, quien sostiene haber trabajado para el gobierno durante los años 1988 y 1989 en una base aérea del desierto de Nevada, concretamente en la zona llamada “Sector 4”, anexa a la célebre Área 51, en un proyecto que tenía por objeto el intentar comprender el funcionamiento de nueve artefactos en forma de disco volador que estarían guardados en secreto en los hangares de la base. Según él, las naves serían de origen extraterrestre, concretamente procedentes del sistema Zeta Reticuli, y funcionarían mediante un sistema generador de ondas de “antigravedad” que distorsionaría el espacio-tiempo y que obtendría la energía a partir de una producción masiva de antimateria en la desintegración del entonces desconocido elemento 115.
 
Aunque veinticinco años después de esas declaraciones Lazar sigue defendiendo lo mismo, toda la historia ha estado sembrada de dudas desde el principio. En primer lugar, las dos universidades de élite en las que declara haberse graduado (MIT y Caltech) no conservan registro alguno de su paso por ellas,  cosa que el supuesto físico y sus seguidores achacan a la voluntad del gobierno de borrar todo rastro de sus andanzas. De hecho, Lazar dice haber sido amenazado en varias ocasiones, incluso de muerte. Sin embargo, y a pesar de que George Knapp, el periodista que le entrevistó en 1989, cree que la falta de colaboración de las instituciones en sus pesquisas puede ser un indicio de que el relato contiene al menos parte de verdad, el único registro encontrado hasta la fecha que prueba la relación de Lazar  con el Laboratorio nacional de Los Álamos es una guía telefónica de la que se desprende que en algún momento trabajó para un contratista.
 
El ununpentio, por su parte, fue creado por primera vez en 2003 por investigadores rusos en el Instituto Conjunto para la Investigación Nuclear en Dubna y, hasta la fecha, se han fabricado cuatro isótopos del mismo con vidas medias de entre 16 y 220 milisegundos, algo muy alejado del supuesto isótopo estable con el que Lazar dice que trabajó. Además, todos estos isótopos se desintegran emitiendo una partícula alfa, no un positrón ni ningún otro tipo de antimateria. De hecho, varios físicos han señalado que un dispositivo como el descrito por el controvertido testigo violaría un buen número de leyes físicas bien establecidas, por no mencionar que nadie sabe qué es la “amplificación de ondas gravitacionales” con la que Lazar parece estar familiarizado.
 
A pesar de ésta y otras muchas inconsistencias en su historia, algunos extraños detalles de la biografía del supuesto científico (notablemente la curiosa falta de referencias acerca de sus actividades de juventud y la mención de Knapp de haber hallado un artículo de 1982 en una revista de Los Álamos donde se hace referencia a Lazar como un físico de Los Álamos Meson Physics Facility) han hecho pensar a muchos que no todo es una superchería. Además, el secretismo que rodea todo lo relacionado con el Área 51, donde sin duda se hacen pruebas con tecnología y equipamiento militar de vanguardia, así como el recuerdo del célebre “incidente de Roswell”, abonan la longevidad del relato. Sin embargo, la mayoría de los periodistas e investigadores del fenómeno OVNI opinan que Lazar simplemente buscaba notoriedad, utilizando el concepto real de “islas de estabilidad”(*) de los elementos transuránidos para intentar darle credibilidad a la historia.
 
En cualquier caso, y sea cual sea la verdad acerca del Área 51, lo cierto es que no hay nada en el ununpentio que nos permita sospechar, al menos por el momento, que los extraterrestres lo empleen para pasearse por el firmamento en veloces naves que distorsionan el espacio-tiempo.
 
¡Hasta la próxima!
 
(*) Se trata de configuraciones especiales de protones y neutrones que proporcionan a elementos pesados una estabilidad superior a la de sus vecinos.



 

viernes, 21 de noviembre de 2014


Eric Welsh (segundo por la derecha) en una reunión

 Si envenenamos calcio con boro los rusos se quedan sin bomba

El comandante británico Eric Welsh fue uno de esos personajes fabulosos que produjo la Segunda Guerra Mundial.  Químico de profesión y afincado en Noruega, al comienzo de la guerra ingresó en el mítico SIS (*), precursor del célebre MI-6, para encargarse de la rama noruega de dicha organización. Entre sus actividades, que incluyeron más de cien acciones de inteligencia en la Noruega ocupada, destacan hazañas como el haber sacado de Dinamarca en 1940 al gran físico atómico Niels Böhr, poniéndolo fuera del alcance de los alemanes, o el haber sido el cerebro de la operación de sabotaje que tuvo lugar en 1943 en la fábrica de agua pesada Norsk Hydro, en Noruega, que supuso el golpe de gracia para el ya maltrecho programa nuclear alemán. Pero, por encima de todo, fue el principal impulsor de la Operación Spanner, una de las acciones fallidas de sabotaje más extraordinarias de la historia.
En el otoño de 1945, alarmados por el éxito del Proyecto Manhattan y la subsiguiente explosión de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, los soviéticos aceleraron su propio programa nuclear con objeto de equilibrar la balanza con los americanos en el terreno militar. Para ello, entre otras cosas, se hicieron con los servicios de ilustres científicos alemanes que habían participado en el fracasado proyecto nazi y con las instalaciones que se encontraban distribuidas por toda la zona oriental de la Alemania ocupada. Así, desde finales de 1946 tanto el OSS (desde 1947 la CIA) como el MI-6 empezaron a recibir noticias de que en la fábrica alemana de Bitterfeld se estaban produciendo grandes cantidades de calcio metálico que se exportaban a la URSS para la obtención de uranio de gran calidad mediante la reducción de fluoruro de uranio con calcio.
Pero químico como era, Welsh sabía que bastaba una pequeñísima cantidad de boro (por encima de una parte por millón) para detener una reacción nuclear ya que el isótopo de boro-10 tiende a absorber los neutrones para convertirse en boro-11. Los americanos habían producido en secreto boro-10 de gran pureza en el contexto del Proyecto Manhattan, y el legendario espía disponía de un agente en Bitterfeld que podía contaminar el calcio. A pesar de arrostrar diversas dificultades, el proyecto anglo-americano se puso en marcha a mediados de 1948, pues los aliados opinaban que los soviéticos no disponían de la tecnología necesaria para detectar cantidades ínfimas de boro en el calcio. Sin embargo, el proyecto se malogró. El misterioso hombre de Welsh que trabajaba en la factoría empezó a temer por su futuro al darse cuenta de que un simple test de absorción de neutrones mostraría a los rusos que una partida entera de uranio había sido inutilizada, lo que les haría sospechar inmediatamente de los trabajadores de la fábrica alemana. Además, la producción se detuvo durante meses, pues los rusos ya tenían suficiente. Finalmente, en Agosto de 1949 los soviéticos hicieron explotar en secreto su primer artefacto de prueba, adelantándose en casi un año a las estimaciones de los americanos, que habían infravalorado claramente la capacidad tecnológica del Imperio soviético y el estatus de su proyecto nuclear.
Como carecía ya de sentido, la Operación Spanner fue cancelada y el boro devuelto a Estados Unidos vía Londres, donde fue reciclado en secreto. Los rusos jamás tuvieron noticia alguna de la operación, a pesar de la presencia de los famosos espías inmortalizados en las novelas de John LeCarré, Donald McLean, por aquel entonces secretario del  U.S.-UK Atomic Policy Committee, y "Kim" Philby, el representante del MI-6 en la CIA, ya que Welsh prefería despachar directamente con el jefe del MI-6, el famoso “M” de las películas de James Bond.
Así terminó uno de los más ingeniosos y audaces intentos de sabotaje que registra la historia, del que el mundo no supo nada durante décadas, hasta que la CIA decidió desclasificar la documentación al respecto. La que revela que un buen día de 1948, a un legendario agente secreto con 20 años de experiencia como químico se le ocurrió estropear el programa nuclear ruso con tan solo un poquito de boro.
¡Hasta la próxima!
(*) Secret Intelligence Service

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

sábado, 8 de noviembre de 2014

Calavera conservada en el Museo Británico
 

El fraude de las calaveras de cristal

 
Conocidas desde hace ciento cincuenta años, las llamadas calaveras de cristal han sido popularizadas en novelas, series y películas de ciencia ficción, tales como la última entrega de la saga de Indiana Jones. Para muchos de los miembros del movimiento New Age o de la teoría de los antiguos astronautas estas esculturas talladas en cristal de cuarzo proceden sin duda de alguna civilización desaparecida, cuando no directamente de los extraterrestres, poseyendo incluso poderes extraordinarios que hacen palidecer de asombro a la ciencia moderna. Sin embargo, un examen atento de su historia y características muestra que se trata de objetos manufacturados, al menos en su mayoría, poco antes de ser aparentemente descubiertos, careciendo por completo de extraños poderes y no siendo, por tanto, nada misteriosos.
 
El más famoso de estos cráneos es el llamado Mitchell-Hedges, supuestamente encontrado en 1924 por la adolescente Anna Le Guillon Mitchell-Hedges mientras acompañaba a su padre adoptivo en una excavación en la antigua ciudad maya de Lubaantun, en Belice, donde el aventurero esperaba encontrar nada menos que las ruinas de la Atlántida. Sin embargo, y al margen de las evidencias que apuntan a que los detalles de la historia son en su mayoría inventados, existen pruebas documentales de que Mitchell-Hedges padre adquirió la pieza en Londres a mediados de la década de los cuarenta. Asimismo, las pruebas realizadas en los últimos años han demostrado que el cristal del que esta hecha la escultura ha sido tallado con una herramienta moderna, siendo probablemente una copia efectuada en los años treinta de la calavera que se exhibe en el Museo Británico desde 1898.
 
Esta última pieza, al igual que otra que se encuentra en París, en el Museo del muelle Branly, obraba originalmente en poder de Eugène Boban, un anticuario que comerciaba con artefactos precolombinos durante la segunda mitad del siglo XIX. Al igual que en el caso del Mitchell-Hedges, los exámenes realizados con microscopio electrónico y tomografía computerizada en la Institución Smithsonian delatan la utilización de herramientas comunes en la época mencionada. El año pasado, nuevos estudios sobre el cráneo de Paris han encontrado en él la presencia de carburo de silicio, un abrasivo que no empezó a utilizarse en los talleres hasta el siglo XX. Hoy en día, todas las pruebas disponibles apuntan a que varias de las calaveras fueron fabricadas en Alemania, probablemente entre 1867 y 1886, fechas que coinciden con las polémicas actividades de Boban, mientras que otras parecen ser copias posteriores de los originales decimonónicos.
Lo cierto es que, a finales del siglo XIX, el gran interés que suscitaban los sensacionales descubrimientos de las antiguas ruinas precolombinas en las selvas del Yucatán y otros lugares dieron pie a la proliferación de todo tipo de falsificaciones. Por un lado, los auténticos cráneos y máscaras de piedra de las antiguas civilizaciones de Mesoamérica son mucho más estilizados que las calaveras modernas y presentan evidencias claras del uso de herramientas más o menos primitivas. Asimismo, ninguno de los antiguos mitos y leyendas que se han conservado desde la época precolombina hace referencia a las calaveras de cristal. Es casi seguro que Boban ideó el fraude para obtener notoriedad, haciéndolo formar parte de su más que lucrativo negocio de tráfico de piezas arqueológicas, en el que se mezclaban auténticas antigüedades con falsificaciones más o menos descaradas. Algunas de tales piezas acabaron en los museos en una época en donde todas las instituciones competían por hacerse con los mejores ejemplares y no se hacían demasiadas preguntas, alimentando la leyenda de que las extrañas calaveras habían sido confeccionadas empleando una técnica asombrosa y desconocida. Una técnica que, sin embargo, solo cobra vida en los sueños de los seguidores de la teoría de los antiguos astronautas y en su indomable capacidad para negar toda evidencia.
¡Hasta pronto!

viernes, 24 de octubre de 2014


El HMS Invincible, uno de los cruceros de batalla que se hundieron en Jutlandia
 
 

Acetona, biotecnología y el origen legendario del estado de Israel

 

La cordita, o “pólvora sin humo”, es una mezcla de nitrocelulosa, nitroglicerina y vaselina que requiere de una pequeña cantidad de acetona (menos de un 1%) como disolvente.  A principios del siglo XX, el gobierno británico la adoptó como propelente estándar para la munición de sus barcos de guerra, a pesar de que la acetona se obtenía de la madera con un ridículo rendimiento del 1%. Pero, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el suministro de cordita para la Royal Navy adquirió un carácter estratégico y la tradicional escasez de acetona pasó a amenazar seriamente el ritmo de producción del explosivo. Hay incluso una teoría que intenta explicar el desastre que sufrieron los cruceros de batalla británicos durante la Batalla de Jutlandia por el empleo de la vieja cordita MK.I., de alto contenido en nitroglicerina, en lugar de la más moderna y segura variedad M.D. debido a la falta de acetona.
Fue entonces cuando Jaim Weizmann, un brillante judío originario del Imperio ruso que había emigrado a Occidente y trabajaba en el Departamento de Química Orgánica de la Universidad Victoria de Manchester, descubrió, mientras ponía algunas de las bases de la moderna biotecnología intentando encontrar bacterias que transformasen el butanol en almidón, que la bacteria Clostridium acetobutylicum era capaz de obtener acetona a partir de la miel de caña (melaza) con un rendimiento superior al 10%. Weizmann, que más tarde sería conocido como el “padre de la fermentación industrial”, cedió los derechos de la fabricación de acetona al gobierno y fue inmediatamente nombrado director científico de los Laboratorios del Almirantazgo. A partir de entonces, la historia se transforma en leyenda.
Según algunos testimonios de la época, incluyendo las Memorias de guerra publicadas en 1933 por el que fue primer ministro británico, David Lloyd George, Weizmann, que además de un genio de la incipiente biotecnología era un sionista convencido y el principal agente del lobby judío en Inglaterra, solicitó al agradecido gobierno británico su apoyo al establecimiento de un "hogar nacional judío" en lo que entonces era todavía territorio perteneciente al Imperio otomano. Con posterioridad, Weizmann desmintió en su autobiografía que las cosas sucediesen de esta manera, pero lo cierto es que, el 2 de noviembre de 1917, el Secretario del Foreign Office, Arthur James Balfour, firmaba la célebre declaración que lleva su nombre, la primera en la que una potencia mundial se mostró favorable al derecho del pueblo judío a establecerse en la antigua tierra de Israel. La Declaración Balfour, considerada por muchos como el acta de fundación del moderno estado hebreo, está detrás de gran parte de la historia de Oriente Medio en el siglo XX y lo que llevamos del XXI.
Weizmann, quien en 1918 había cofundado la Universidad hebrea de Jerusalén, utilizó la diplomacia durante años para obtener apoyo y financiación en favor de la causa del estado judío, siendo uno de los principales diseñadores de la estrategia sionista. Finalmente, fue elegido en 1949 como el primer presidente de Israel, cargo que desempeñó hasta el día de su muerte, el 9 de noviembre de 1952.
¿Fue la trascendental Declaración Balfour un regalo del gobierno británico a Weizmann por los servicios prestados a la causa británica a través de una bacteria? Tal vez nunca lo sepamos a ciencia cierta. Es obvio que en la posición británica influyeron otros condicionantes geopolíticos, pero no es fácil desdeñar la aportación del hombre que permitió a los ingleses mantener el suministro vital de cordita durante los últimos años de la Gran Guerra. Un hombre cuya trayectoria se convirtió en un mito que combina los albores de la biotecnología con los del moderno Estado de Israel.
¡Hasta la próxima!