viernes, 26 de septiembre de 2014


El mapa de Henricus Martellus de 1489
 

Un mapa que ¿cambió el mundo?


En 1489, en plena era de los descubrimientos y tres años antes de que Colón llegase a las Indias, un oscuro cartógrafo alemán del que poco se sabe dibujó en Florencia un extraño mapa del mundo que se cree tuvo una asombrosa influencia en los acontecimientos que siguieron, estando recubierto desde entonces por una aureola de intriga y misterio en la que se mezclan nuevos descubrimientos, prácticas de desinformación y secretos de estado del siglo XV.
Basado en los antiguos mapas de Claudio Ptolomeo que se habían convertido en la base de la cartografía renacentista en Occidente, el mapamundi de Heinrich Hammer, que usaba el nombre latinizado de Henricus Martellus Germanus, incorporaba tanto los descubrimientos de Marco Polo como detalles revelados de fuentes africanas, así como los hallazgos más recientes de los navegantes portugueses, mostrándose especialmente detallado en lo referente a la red fluvial y a las costas africanas. Pero, al igual que las obras anteriores del cardenal D’Ailly y de Paolo Toscanelli, el mapa mostraba la isla de Cipango (Japón) a tan solo 3.500 millas al oeste de la Península Ibérica, extendiendo de forma exagerada el tamaño del continente euroasiático. Un error de bulto que resulta de lo más sospechoso, ya que a partir del examen de mapas anteriores resulta evidente que la extensión más o menos correcta de la masa continental era bien conocida en esa época. Asimismo, el tamaño de África está también muy exagerado, extendiéndose la friolera de 11º más de la cuenta hacia el sur, algo extraño si tenemos en cuenta que cuando el año anterior Bartolomeu Dias circunnavegó el Cabo de Buena Esperanza ya era posible determinar la latitud con bastante exactitud. Dejando al margen que el detalle de las costas africanas ofrecido en el mapa evidencia la filtración de información secreta desde Portugal,  parece claro que alguien involucrado en el diseño del mapa quiso confundir a sus destinatarios mostrando que la ruta oriental hacia las Indias resultaba más dificultosa de lo que en realidad era. Para terminar de arreglarlo, el mapa incluye por primera vez una inexistente y gigantesca península en extremo oriente, la llamada “cola de tigre” o “Península de Catigara”, que parece una reminiscencia de la línea costera continua que unía Asia con el sur de África en los antiguos mapas de Ptolomeo, y que de haber estado verdaderamente allí habría dificultado enormemente el viajar por mar hacia el Este hasta las islas de las especias (las Molucas).
Pero, ¿quién podía estar interesado en semejante engaño? Muchos estudiosos piensan que el hermano de Colón, Bartolomé, introdujo estos señuelos en 1488 o 1489 mientras trabajaba para el rey de Portugal. De hecho existen muchos indicios de que el mapa fue confeccionado allí originalmente y Martellus simplemente hizo una copia, que fue la que trascendió. Los hermanos Colón habrían intentado convencer a los monarcas ibéricos, especialmente a los Reyes Católicos, de que financiasen su viaje hacia el Oeste utilizando este mapa manipulado, así como otros posteriores que no eran sino copias o desarrollos del mismo. Dado el éxito de la empresa, puede considerarse el mapa de Martellus como uno de los trabajos de intoxicación más exitosos de la historia, bien pudiendo decirse que contribuyó a cambiar el mundo para siempre. Tal fue su influencia que detalles como el de la inexistente “cola de tigre” fueron incorporados a muchos de los mapas que se confeccionaron en Occidente durante décadas.
Pero no acaban aquí las curiosidades de este asombroso mapa. Utilizando una red de distorsión, el cartógrafo e historiador belga (nacionalizado argentino) Paul Gallez, informó en la década de los 90 de las extrañas coincidencias entre el contorno costero y el sistema fluvial mostrados en la “cola de tigre” tal como aparece en el mapa, y la auténtica longitud y posición relativa de los ríos y otros accidentes geográficos de la vertiente oriental de Sudamérica, lo cual, a su juicio, respalda la hipótesis de que alguien exploró el continente americano mucho antes que el genovés. Aunque esta teoría no cuenta con el respaldo de la mayoría de la comunidad científica, supone una intriga más a añadir a aquellas que desde hace 500 años rodean a este legendario y enigmático mapa.
¡Hasta la semana que viene!

sábado, 13 de septiembre de 2014


El USS Eldridge en 1944
 

El bulo del destructor “teletransportado”

Si hay una leyenda urbana grabada a fuego en los corazones de los partidarios de las teorías de la conspiración, es la del “Experimento Filadelfia” (también llamado “Proyecto Rainbow”), el supuesto intento, por parte de la marina norteamericana, de dotar de invisibilidad a los destructores de escolta con vistas a protegerlos de los submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
 
La historia es hoy en día célebre. Sometido a la acción de potentes campos electromagnéticos producidos por unas enormes bobinas instaladas siguiendo las supuestas investigaciones secretas de Albert Einstein, Nikola Tesla y otros destacados científicos, a finales de octubre de 1943 el destructor USS Eldridge (DE-173) y los escasos tripulantes destacados a bordo no solo se habrían vuelto completamente invisibles durante unos minutos, sino que habrían sido teletransportados  desde el puerto de Filadelfia en el que se encontraban hasta el de Norfolk, situado a más de 350 kilometros de distancia, para también desvanecerse allí y volver a aparecer en Filadelfia poco después. Según la leyenda, el resultado del experimento habría sido catastrófico para la tripulación, con varios de los hombres literalmente “fundidos” con la estructura del barco, otros enloquecidos, o posteriormente desmaterializados durante una trifulca en un bar. Como consecuencia de las aterradoras consecuencias, la marina habría decidido suspender el proyecto.
 
A pesar de que la única fuente original conocida que describe el suceso fue la carta que un supuesto testigo, Carlos Miguel Allende, hizo llegar en 1955 a Morris K. Jessup, un astrónomo y escritor aficionado a los ovnis, la leyenda del experimento se extendió como la pólvora, pasando a convertirse en uno de los relatos más divulgados de la segunda mitad del siglo XX. A ello contribuyeron la sorprendente reacción de la Oficina de Investigación Naval en Washington D.C., al decidir interrogar a Jessup tras recibir por correo una copia de uno de sus libros sobre ovnis con unas delirantes anotaciones hechas a mano por Allende u otras personas, y la posterior muerte del astrónomo, que se suicidó en extrañas circunstancias.
Sin embargo, todo el asunto quedó pronto en evidencia. En primer lugar (y muy fundamentalmente), aunque es cierto que Einstein colaboró con su gobierno en varios proyectos, la supuesta aplicación en el experimento de la "teoría del campo unificado" en la que trabajaba es completamente falsa, ya que dicha teoría no ha sido desarrollada con éxito todavía ni existe ninguna ley física conocida que permita utilizar campos de fuerza para volver invisibles o teletransportar a las personas o a las cosas. Asimismo, en 1943 Nikola Tesla era ya tan solo un anciano de 87 años a punto de fallecer, por lo que su supuesta intervención en el proyecto no resulta creíble.
En segundo lugar, los archivos de la marina donde se conserva la hoja de servicios del Eldridge muestran que el destructor nunca estuvo en Filadelfia en 1943. Todos los que sirvieron en él durante la Segunda Guerra han declarado que jamás participaron en un asunto semejante, ni oyeron hablar de él. Lo mismo han declarado los tripulantes del Andrew Furuseth, el mercante desde el que, según la leyenda, Allende fue testigo de la desmaterialización temporal del Eldridge.
Por último, Allende resultó ser Carl M. Allen, un aficionado a los ovnis bastante trastornado y que en alguna ocasión confesó haberse inventado la historia. Jessup, por su parte, se suicidó probablemente como consecuencia de su reciente divorcio y de sus constantes depresiones, tal y como su propia hija ha declarado. En cuanto a la peculiar reacción de la Oficina de Investigación Naval, resulta menos extraña si tenemos en cuenta que a mediados de los 50 el gobierno norteamericano investigaba de forma rutinaria cualquier rumor sobre tecnologías avanzadas, incluyendo los ovnis o la alquimia (*)
Para muchos investigadores, Allen simplemente sacó la idea del “barco invisible” del proceso de desmagnetización al que se sometía a los navíos para volverlos inmunes a las minas magnéticas, lo mezcló todo con algunos recuerdos personales (hay testigos de la pelea del bar que relatan que, por supuesto, nadie desapareció) e intentó darle credibilidad al asunto recurriendo a Einstein. Después, otras personas han continuado alimentando el mito con falsas declaraciones. Sin embargo, y a pesar de sus evidentes inconsistencias, lo sugestivo del relato y los extraños detalles que rodearon su divulgación han hecho que, casi 60 años después de salir a la luz, el bulo del “experimento Filadelfia” siga teniendo una significativa legión de seguidores, habiéndose convertido en una de las leyendas urbanas de más éxito de toda la historia de la ciencia. La que ha convertido a un oscuro destructor de escolta que nunca llegó a entrar en combate en el protagonista de una extraña y terrorífica historia de viajes por el tiempo y el espacio.
¡Hasta pronto!
(*) Aunque parezca increíble, existen algunos indicios de que a mediados de los años 40  militares norteamericanos llegaron a emplear tiempo y dinero en rastrear posibles indicios de tecnología atómica en documentos sobre alquimia.

viernes, 11 de julio de 2014

La estatuilla, en una vitrina del Museo Nacional del Cairo
 

El "pájaro de Sakkara"


En 1.898, en una tumba de la necrópolis de Sakkara, no lejos del Cairo, se encontró una estatuilla hecha con madera de sicomoro que data de finales del siglo III Ac. El objeto, que parece representar un halcón o algún otro tipo de pájaro, llama inmediatamente la atención por su sorprendente forma y por sus contornos aerodinámicos. Con 18,3 cm. de envergadura y una longitud de 14,2 cm., dispone de un ala superior recta, muy diferente a la de las aves y similar a la de muchos planeadores, además de una cola vertical más parecida al timón de una aeronave que a la cola de un pájaro. 
 
La estatuilla, de unos 40 gramos de peso, se diferencia de todas las representaciones usuales de aves procedentes del antiguo Egipto precisamente en aquellos detalles que más distinguen una aeronave de un pájaro. Por ejemplo, el objeto de Sakkara no tiene patas, ni plumas esculpidas o pintadas. De hecho, la extraña estatuilla apenas está decorada, mostrando tan solo unos pequeños ojos y algunas líneas en la parte inferior. Otra diferencia muy llamativa  es la presencia del timón vertical de cola. Las aves siempre tienen la cola “horizontal”, ya que no necesitan estabilizar su dirección porque pueden corregirla fácilmente. Los aviones, sin embargo, necesitan un timón vertical para poder mantener el rumbo. Por último, y quizás sea lo más extraordinario de todo, la sección transversal del ala muestra un diseño aerodinámico muy parecido al de un avión moderno. En la antigüedad, las representaciones de los pájaros raramente mostraban las alas con un perfil semejante.
 
Aunque en un principio pasó desapercibido (*), en el transcurso de los últimos 40 años se han llevado a cabo muchas investigaciones sobre el extraño objeto, algunas ampliamente difundidas entre el gran público por investigadores más o menos rigurosos, así como por medios de comunicación especializados, tales como el “History Channel”. La mayoría han sido realizadas por ingenieros aeronáuticos, y han incluido pruebas de vuelo y ensayos en túneles de viento sobre réplicas de la estatuilla, así como la utilización de simuladores. Todos los ensayos han mostrado resultados cuando menos sorprendentes. El “pájaro de Sakkara” no puede volar porque carece de estabilidad y presenta defectos estructurales, pero si se le añade un estabilizador horizontal en la cola se convierte en muchos aspectos en el modelo de un auténtico planeador. Es decir, aunque no vuela incluye la mayoría de los principios necesarios para hacerlo, algo sorprendente en un artefacto de más de 2000 años de antigüedad.
 
Pero, ¿para qué servía realmente esta curiosa estatuilla? Muchos arqueólogos apuntan a que se trataba de un objeto ceremonial o decorativo, o bien tan solo de un juguete. Otros estudiosos han indicado la posibilidad de que se tratase de una veleta, o incluso de una especie de “boomerang”. Sin embargo, sus características aerodinámicas han hecho pensar a algunos ingenieros en la posibilidad de que se tratase de una maqueta de un modelo de mayor tamaño.
 
¿Descubrieron los egipcios de la época helenística los principios que dan paso a la construcción de aeronaves 2,300 años antes de los hermanos Wright? Lo más seguro es que no. Puesto que no se ha encontrado ningún otro indicio de la presencia de tecnología aeronáutica en el antiguo Egipto, el extraño objeto podría no ser más que un extraordinario ejemplo de intuición por parte de alguno de los genios que proliferaban en aquella época en Alejandría, hombres que como Euclides, Ctesibio, Hiparco, Eratóstenes o Herón se encuentran detrás de descubrimientos que parecen adelantarse dos mil años a su tiempo. O tal vez las enigmáticas características del “pájaro” no sean sino fruto de la casualidad. Sin embargo, no todos piensan igual. En Washington, en el Museo Smithsonian del Aire y el Espacio, se exhibe una copia de la célebre estatuilla. El letrero que la acompaña reza así: “...los aspectos funcionales del diseño han hecho que algunos investigadores sugieran que el objeto había sido hecho con la intención de volar...” 
 
(*) A comienzos de la década de los 70 del pasado siglo, el gobierno de Anuar el-Sadat se esforzaba en ganar prestigio en el concierto internacional, y casi cualquier cosa era excusa para promocionar el país a bombo y platillo. Animado por la perspectiva de mostrar al extranjero que Egipto había sido nada menos que la patria de la aeronáutica, el entonces Ministro de Educación, Mohammed Gamal El-Din Mujtar, inauguraba en el Museo Nacional la primera "exposición de aeromodelismo" del antiguo Egipto. La muestra reunía un total de 13 antigüedades de la época de los faraones,  todas ellas más o menos relacionadas por su aspecto con el "pájaro de Sakkara".

viernes, 20 de junio de 2014

Zona portuaria de Nashville en diciembre de 1862
 

Guerra, plagas y el caso del “burdel flotante”


A principios del siglo XIX, las enfermedades venéreas se habían transformado en uno de los mayores problemas de salud pública en el mundo. En el ámbito militar causaban habitualmente muchas más bajas que los combates, incapacitando a miles de soldados y convirtiéndose en un verdadero quebradero de cabeza. Sin embargo, no fue sino hacia mediados de siglo cuando las autoridades comenzaron a tomarse en serio la posibilidad de tomar las riendas del problema introduciendo técnicas de prevención y controles en los burdeles.
Uno de los incidentes menos conocidos y que más contribuyeron a despertar esta conciencia tuvo lugar en 1863, durante la Guerra Civil norteamericana, después de la captura de Nashville, en Tennessee, por parte de las fuerzas de la Unión. En esta localidad había un “barrio rojo”, conocido como Smokey Row por causa del humo de opio que lo envolvía, donde legiones de prostitutas ejercían el oficio más antiguo del mundo provocando que por cada soldado de la Unión que caía en combate docenas lo hiciesen por culpa de la sífilis o la gonorrea. Aterrado por lo que estaba presenciando, al comandante de Nashville, Robert S. Granger, no se le ocurrió otra idea que detener a todas las chicas, meterlas en un barco, y mandarlas por el rio a otra parte, en este caso a Louisville, en Kentucky. Lo que siguió fue uno de los episodios más pintorescos de la guerra y, de paso, de toda la historia de la lucha contra las enfermedades.
En una caótica operación en la que se vio a las chicas saltando por las ventanas medio desnudas, escapando de los guardias que las perseguían a punta de bayoneta y mezclándose con damas de buena reputación (muchas de las cuales acabaron también en el barco), 150 mujeres fueron subidas a bordo del Idaho, un pequeño vapor que habitualmente transportaba pasajeros, a las órdenes de su co-propietario, el capitán John Newcomb, quien se preguntó consternado como iba a llevar a las chicas por sus propios medios, con pocas provisiones, sin servicios médicos ni de seguridad y una tripulación de tan solo una decena de hombres(*). Lo que no sabía es que, además, nadie había avisado a Louisville de la próxima llegada del alegre cargamento.
Durante una semana, el Idaho cubrió 150 km a lo largo de los ríos Cumberland y Ohio sin poder atracar en ningún sitio, ya que todas las autoridades locales rechazaban cualquier intento de desembarco de las prostitutas. Newcomb, que se las veía y deseaba para controlar a sus pasajeras, se encontró con que la mitad de ellas estaban enfermas. Compadecido,  decidió pagarles la comida y las medicinas de su propio bolsillo, convirtiendo parte de su pequeño barco en un improvisado hospital. Como al llegar a Louisville también le dieron calabazas, se vio obligado a seguir hacia Cincinatti. Convertido en un nuevo “holandés errante”, el ya conocido como “burdel flotante” continuó hasta su nuevo puerto de destino, donde se encontró a un auténtico pelotón en orden de batalla con órdenes estrictas de impedir semejante invasión desde el sur y a un ejército similar de ciudadanos intentando subir al barco por todos los medios con objeto de pasar un buen rato. Con su mezcla de burdel-hospital flotante destrozado por las continuas peleas entre las chicas y harto de lo que estaba sucediendo, Newcomb se saltó todas las jerarquías y le envió un telegrama al mismísimo Secretario de Guerra en Washington preguntándole que debía hacer. Enfurecido, el secretario culpó del fiasco a Granger, obligándole a recibir “el cargamento” de vuelta bajo amenaza de despido. Obligado por las circunstancias, a Granger no le quedó otra que buscar una alternativa. La que encontró fue tan genial como sencilla. Ya que no podía quitarse de encima a las prostitutas de Smokey Row, las obligaría a presentar un certificado médico para poder ejercer.
La hazaña de Newcomb, uno de esos héroes anónimos de los que la historia casi no registra el rastro, no cayó en saco roto. Como no podía ser de otro modo, el escándalo llamó la atención de la prensa y de la opinión pública norteamericana. El gobierno de Estados Unidos, presionado por el colectivo de médicos y cirujanos, adoptó la única decisión posible en tiempo de guerra: Legalizar los burdeles bajo supervisión médica estricta, lo que redujo la tasa de enfermedades venéreas en el ejército de la Unión de forma inmediata y apreciable. Otros ejércitos pronto copiaron la medida.
El incidente de Nashville fue uno de esos oscuros sucesos que, por extraño que pueda parecer, contribuyeron decisivamente a la extensión de las medidas de prevención y salud pública a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, con consecuencias de largo recorrido para toda la especie humana. Para Newcomb, el héroe de esta historia, no hubo sin embargo mucho consuelo. El gobierno tardó años en devolverle el dinero que gastó en cuidar de las prostitutas y en arreglar el barco y, lo que es peor,  se convirtió en la rechifla del río, siendo conocido a partir de entonces como el “capitán del burdel flotante”, un título poco honroso para un hombre tan valiente como sensato.
(*) Los militares acabaron pidiéndole a Newcomb que se buscase la vida y le negaron una dotación de guardias. En Louisville le ofrecieron una, pero fue casi peor, ya los guardias pasaban más tiempo entreteniéndose con las chicas que controlándolas.

jueves, 5 de junio de 2014

Publicidad del prontosil

El colorante que evitaba gangrenas

 

En diciembre de 1935, el microbiólogo alemán Gerhard Domagk estaba completamente desesperado. Hacía unos días que la vida de su hijita Hildegard corría un grave riesgo como consecuencia de una brutal infección bacteriana adquirida al clavarse una aguja por accidente. Los médicos decían que a la pobre niña de 6 años había que amputarle el brazo. Sufriendo esa agonía que tan solo los padres que están viendo consumirse a sus hijos son capaces de experimentar, Domagk tomó la decisión más importante de su vida: Inyectar a su hija una muestra de prontosil rubrum, un colorante rojo del que sospechaba que tenía acción bactericida desde que tres años atrás comprobase cómo unos ratones a los que se les había suministrado habían sobrevivido a una infección. El tratamiento era enormemente arriesgado, ya que los ensayos con prontosil hacía poco que habían comenzado y nadie sabía qué efectos podía tener en el organismo humano. Además, el colorante no parecía tener efecto alguno sobre las bacterias en los tubos de ensayo, lo que arrojaba dudas sobre los experimentos. Pero a Domagk le daba igual. A su hija no le quedaba alternativa y él iba a saltarse todas las normas.
Como forma de consuelo, no era la primera vez que alguien intentaba utilizar un colorante como fármaco. Paul Ehrlich ya había curado hacía décadas la enfermedad del sueño con rojo de trípano y algunos médicos alemanes llevaban tiempo sobre la pista del prontosil, habiendo llegado a curar con él a un bebé. Sin embargo, fuera de Alemania la mayoría de los facultativos e investigadores veían con  escepticismo estas prácticas, que en algunos ensayos habían provocado graves efectos secundarios, al margen de convertir a los sujetos de las pruebas en auténticos “pieles rojas”.
Al principio, Hildegard no mejoraba, pero después se recobró por completo, evitando la amputación. A los pocos días, el resultado del temerario tratamiento corrió como la pólvora, primero por Alemania y después por el mundo entero. Aunque Domagk no era médico, las infecciones se estaban cobrando tantas vidas que el mundo abrazó rápidamente las promesas del nuevo fármaco, de modo que los franceses del Instituto Pasteur tardaron poco en demostrar que el colorante se transformaba en el organismo en una molécula farmacológicamente activa, la sulfanilamida, lo cual explicaba por qué el prontosil no tenía efecto alguno sobre las bacterias en los ensayos de laboratorio “in vitro”, introduciendo de paso en la bioquímica el concepto crucial de “bioactivación”. Además de eludir la patente del prontosil en poder de la poderosa IG Farben (*), los franceses abrieron con ello la puerta al desarrollo de las sulfamidas, las primeras drogas de la historia verdaderamente eficaces contra las infecciones bacterianas, responsables del salvamento de millones de vidas, incluidas la de Winston Churchill y la de un hijo de Franklin Delano Roosevelt.
Tras el dramático episodio, y a pesar de haberse convertido de la noche a la mañana en una celebridad, a Domagk no le marcharon del todo bien las cosas. Los nazis, que abominaban del Premio Nobel por considerarlo el epítome de la “ciencia burguesa”, le obligaron a devolver el que le concedieron en 1939, no pudiendo recuperarlo hasta 1947. El temerario microbiólogo no quiso, o no pudo, salir de su país, donde a pesar de todo consiguió convencer a su fanático gobierno de que las sulfamidas podían evitar la gangrena a decenas de miles de soldados heridos en combate, algo que los aliados también comprendieron en seguida, haciendo que el fármaco fuese parte del botiquín de primeros auxilios de sus tropas.
Para cuando Domagk pudo recuperar el premio ya había amainado la fiebre de las sulfamidas,  cuyo uso indiscriminado como panacea para combatir cualquier tipo de problema de salud había desembocado en el desastre del “elixir sulfanilamida”, una mezcla del medicamento con anticongelante que se distribuyó en Estados Unidos, matando a más de 100 personas y desembocando en la famosa ley que da poder desde entonces a la FDA (y por mimetismo a las agencias gubernamentales de alimentación y medicamentos de medio mundo) para examinar todos los medicamentos antes de que puedan ser comercializados.
Por lo demás, el desarrollo de los antibióticos, mucho más eficaces para combatir las infecciones bacterianas, terminó con el breve reinado de las sulfamidas, que no obstante han seguido salvando innumerables vidas desde aquel lejano día en que un atormentado padre decidió someter a su hija a un tratamiento suicida.
¡Hasta pronto!
(*) La poderosa empresa química que fabricaba el colorante extendió de inmediato la patente del prontosil como fármaco, pero el descubrimiento de los franceses acabó con el que podía haber sido uno de los negocios más lucrativos de la historia.


Nota: Una adaptación de este artículo aparece dentro del texto del libro "El secreto de Prometeo y otras historias sobre la tabla periódica de los elementos", obra del autor.

jueves, 22 de mayo de 2014


Estela de Necao II, en el museo del Louvre
 
 

El extraño viaje de los fenicios del faraón


Necao II fue un notable faraón de la dinastía XXVI que gobernó en el antiguo Egipto durante unos 15 años, hacia el 600 a.c. Tomó partido por los asirios en su guerra contra Babilonia, y cuando sus aliados fueron aplastados se las vio y se las deseó para evitar la invasión de su país. Finalmente, salió victorioso y consiguió asegurar la zona de influencia de Egipto sobre las provincias fenicias al menos durante algún tiempo. Era un hombre emprendedor, que ordenó construir un canal para comunicar el brazo oriental del rio Nilo con el mar Rojo  y que creó una gran flota utilizando para ello los servicios de artesanos griegos.
Pero si se recuerda a Necao no es tanto por las vicisitudes de su reinado como por el extraño viaje que, a decir del célebre historiador Heródoto, fue ordenado por el faraón con el fin de conectar el mar Rojo con occidente. Al parecer, las obras para construir el canal fracasaron, ya que hay evidencias de que fue terminado más tarde por los persas. Entonces, según Heródoto, al faraón se le ocurrió la idea de conectar el mar Rojo con el Mediterráneo recorriendo la costa africana y regresando a través de las Columnas de Hércules, para lo que utilizó naves y tripulaciones fenicias bajo el mando de oficiales egipcios.
De acuerdo con el relato del padre de la historia, varias naves fenicias salieron por el Mar de Eritrea y circunnavegaron el continente africano tras un penoso viaje de casi tres años en el que tuvieron que desembarcar al menos en dos ocasiones para hacerse con provisiones a través de la siembra y la cosecha. El relato de Heródoto no menciona si el faraón le dio continuidad al viaje o qué otras consecuencias tuvo, pero el autor insiste en su relato en que este fue el momento en que se descubrió que África (entonces llamada Libia) estaba rodeada por el mar.
La supuesta hazaña de los fenicios de Necao ha sido cuestionada durante siglos, sobre la base de la gran dificultad de la empresa y de que no existen documentos contemporáneos que la mencionen. Cuando Heródoto describió el viaje en Los nueve libros de la Historia, habían transcurrido unos 150 años desde los hechos que se relatan, y es bien sabido que las fuentes del historiador de Halicarnaso no siempre eran fiables. De hecho, el propio escritor deja entrever sus dudas de que semejante hazaña sea cierta. Sin embargo, Heródoto menciona algo verdaderamente insólito que le da credibilidad a la historia. Según el escritor griego, los fenicios “referían lo que a mí no se me hará creíble, aunque acaso lo sea para algún otro, a saber, que navegando alrededor de la Libia tenían el sol a mano derecha”, lo que puede interpretarse como que al cruzar el cabo de Buena Esperanza veían el sol del mediodía al norte, tal y como sucede en realidad.
Aunque muchos filósofos griegos creían que la tierra era redonda, e incluso algunos, como Aristarco de Samos, estaban convencidos de que giraba alrededor del sol, la mayoría de ellos vivieron siglos después de Heródoto, de forma que en su época es difícil de imaginar que alguien interpretase de forma correcta la posición aparente del sol en el hemisferio austral. Tampoco parece verosímil que el escritor acertase por casualidad. Por otro lado, recorrer los 26,000 kmts de costa del enorme continente negro en menos de tres años y asumiendo dos largas paradas de varios meses requiere cubrir unos 50 kmts de media diaria, eso sin contar con los efectos del viento, las corrientes y las tormentas que dificultan enormemente la circunnavegación, tal y como los portugueses tuvieron la ocasión de comprobar 2,000 años después. A modo de ejemplo, los vientos alisios que soplan en sentido contrario al de la supuesta expedición probablemente impedirían que los fenicios pudiesen llegar más allá del cabo Bojador, casi a la altura de las Canarias, aunque se ha propuesto como alternativa que los expedicionarios podrían haber continuado desde allí por tierra, a través de las rutas comerciales saharianas que llegaban hasta las colonias fenicias del norte de África.
¿Circunnavegaron África los navegantes fenicios seiscientos años antes de nuestra era? ¿Fué la insólita expedición del faraón Necao la primera exploración a gran escala del globo terrestre? Hay argumentos a favor y en contra. A pesar de la enorme dificultad de acometer semejante empresa con la tecnología disponible a mediados del primer milenio antes de Cristo, la referencia al “sol a la derecha” en el viejo texto de Heródoto permanece como uno de esos enigmas de la historia de la ciencia que carecen totalmente de respuesta.
¡Hasta pronto!

jueves, 8 de mayo de 2014


Retrato de Robert Grosseteste
 

Profetas del mañana en la Inglaterra medieval


«Las máquinas para navegar pueden ser hechas sin remeros, de manera que los grandes barcos serán movidos por un solo hombre con mayor velocidad que si estuvieran llenos de hombres. También se pueden fabricar carros de modo que, sin animales, puedan moverse con increíble rapidez…; también pueden construirse máquinas voladoras de forma que un hombre sentado en la mitad de la máquina maneje algún motor que accione alas artificiales que batan el aire como un pájaro volador. También una máquina de tamaño pequeño para levantar o bajar pesos enormes…También se pueden hacer máquinas para pasear por el mar y los ríos, incluso por el fondo, sin ningún peligro…Y tales cosas pueden ser fabricadas casi sin límites, por ejemplo, puentes sobre los ríos sin columnas o soportes, y mecanismos y máquinas inauditas».

El autor de esta extraña profecía, en la que se deja entrever el advenimiento del automóvil, del avión, de las grúas modernas, del submarino y del puente colgante, no es otro que Roger Bacon, el enigmático filósofo y teólogo de la orden franciscana que vivió en el siglo XIII y que rechazó la corriente principal escolástica, proponiendo el uso de las matemáticas y el empirismo como las mejores formas de acceder al conocimiento. Bacon, que trasteó con la pólvora y con la óptica y de quién se dice que fabricaba autómatas, se enfrentó al establishment de la época, siendo acusado varias veces de herejía y de brujería. Según él, «la matemática es la puerta y la llave de toda ciencia».

Unos años antes, el erudito inglés Robert Grosseteste, amigo y protector de Bacon, había escrito en su obra De Luce que el universo se originó a partir de un solo punto de luz, y que «Al principio, la materia y la luz estaban vinculados entre sí. Pero la rápida expansión llevó finalmente a un 'estado perfecto', con la cristalización de la luz-materia y la formación de la esfera exterior -el llamado 'firmamento'- del cosmos», lo que resulta ser una descripción asombrosamente aproximada de lo que los científicos creen que sucedió inmediatamente después del  Big Bang. Grosseteste, obispo de Lincoln de la orden franciscana, no dudaba en considerar a las matemáticas como el código con el que Dios había escrito el universo pues, en palabras suyas, «es muy importante la utilidad de considerar el estudio de las líneas, de los ángulos y de las figuras, porque es imposible conocer la filosofía natural sin ellas: valen absolutamente para todo el universo y sus partes».

¿Fue la Inglaterra del siglo XIII el momento y el lugar en los que despertó el método científico, de la mano de grandes visionarios que, cual viajeros del tiempo, fueron capaces de vislumbrar el futuro? ¿Estuvieron algunas escuelas inglesas de la orden franciscana detrás de la corriente de pensamiento que con el tiempo desembocó en la llamada Revolución científica? Quizás se trate de una simplificación. Sin duda hubo otros personajes dentro y fuera de Inglaterra ajenos a la orden que tuvieron un papel relevante en el desarrollo del empirismo y del dominio de las matemáticas sobre el estudio de la naturaleza, pero la lectura de estos fragmentos no deja de sorprender por la completa ausencia, en textos escritos por sacerdotes cristianos, del enfoque teológico que durante la Alta Edad Media había impregnado todas las áreas del saber y según el cual el conocimiento de las cosas naturales solo tenía sentido en cuanto que mostraba las verdades ocultas que tenían que ver con Dios.

En cualquier caso, estos son dos de los ejemplos más impactantes de ideas que, surgidas en la mente de personas que vivieron en una época supuestamente oscura, anticipaban conocimientos o desarrollos tecnológicos increíblemente adelantados a su tiempo, indicándonos que, después de todo, quizás la Edad Media fuese una época bastante más luminosa de lo que puede parecer.

¡Hasta la semana que viene!