viernes, 31 de enero de 2014

Corte del piso de mica tal como se halló originalmente
 

Destellos de mica en la “ciudad de los dioses”

A unos 50 kilómetros de Ciudad de México se encuentran las ruinas de la gigantesca ciudad prehispánica de Teotihuacán (en náhuatl: “el lugar donde fueron hechos los dioses”), que en sus tiempos de gloria, allá por el siglo V de nuestra era, pudo tener más de cien mil habitantes. Este extraordinario yacimiento arqueológico impresiona al visitante por el tamaño y magnificencia de sus edificaciones, que incluyen, entre otras, la enorme “Pirámide del Sol”, con un perímetro muy parecido al de la Gran Pirámide de Egipto (aunque menos de la mitad de alta), o la denominada “Calzada de los Muertos”, a cuyos lados se alinean los edificios.
 
Sin embargo, menos conocida es la presencia entre estas ruinas de cantidades ingentes de mica, esa clase de filosilicatos que forma láminas finas y flexibles, con un brillo nacarado intenso. Al parecer, este mineral era muy apreciado por las clases dirigentes de Teotihuacán, que lo importaban, a tenor de su composición química, de minas situadas en Monte Albán, a unos 10 kilómetros de Oaxaca. Se cree que la mica era transportada desde allí hasta la gran ciudad, donde se la almacenaba en grandes láminas, siendo después empleada en multitud de aplicaciones decorativas, desde fachadas o cenefas en edificios y rellenos en las pirámides hasta pinturas brillantes, estatuillas o incensarios, así como también en ofrendas rituales y ajuares de enterramientos.
 
Esta profusión en la utilización de la mica como material decorativo es ya curiosa de por sí, pues si bien en la antigüedad se ha descrito su uso por diversas culturas para la elaboración de cosméticos, medicamentos y otros propósitos, se han encontrado pocos lugares donde se emplease este material de modo frecuente, incluido el resto de México. Pero, además, en Teotihuacán existe un lugar, denominado “Grupo Viking” (*) o “Templo de la Mica”, donde en 1942 se encontraron unas enormes láminas de este mineral que cubrían cerca de 30 metros cuadrados de superficie. En palabras del arqueólogo Pedro Armillas: “En un patio interior del edificio, debajo de un piso y una capa de grava de 20 cm. de espesor se encontró una capa de láminas de mica en toda la extensión del patio mencionado (...) Un corte practicado en un ángulo mostró que existen dos capas semejantes superpuestas, separadas por otra de tierra de 6 cm. de espesor. El grueso de cada uno de las capas de mica es igualmente de 6 cm (...)”.
 
¿Para qué servían estas placas de mica? No pueden haber sido utilizadas a modo de suelo, ya que se encontraban debajo del mismo y no estaban adheridas a él, sino apiladas una sobre otra. Además la mica es muy delicada y no soportaría el tránsito de personas. Por otra parte, al estar ocultas en un patio interior, es obvio que las láminas de mica no tenían una función decorativa. Se ha propuesto la posibilidad de que se tratase de un almacén, pero ello suscita la cuestión de por qué entonces las placas estaban escondidas debajo de un piso de piedra cubriendo la totalidad de la superficie. También se ha sugerido que pudieron ser utilizadas a modo de aislante, dada la resistencia de la mica al calor, pero esta explicación es dudosa porque la piedra con la que está construida el recinto es de por si un aislante excelente, de modo que la mica no es necesaria en absoluto, sin contar con que no se han encontrado indicios de ninguna actividad que pudiese requerir un aislamiento especial.
 
Entonces, ¿cuál es la respuesta? Tal vez nunca la sepamos. Sea como fuere, con el colapso de  Teotihuacán el uso de la mica declinó hasta desvanecerse en las brumas de la historia. Otro ejemplo de una tecnología perdida, que en un tiempo y un lugar concretos tuvo gran importancia, pero de la que hoy en día tan solo quedan los mudos rescoldos que de vez en cuando brillan en algún museo o en las ruinas milenarias de la mítica “ciudad de los dioses”.
 
¡Hasta la semana que viene!
 
(*) El nombre procede de la Fundación Viking, que costeó las excavaciones en esta zona de la ciudad, a unos 300 metros al suroeste de la Pirámide del Sol, en la “Calzada de los Muertos”.

viernes, 17 de enero de 2014

Un meteorito célebre (**)

El meteorito marciano (c Nasa-Caltech)
 

Un meteorito célebre

 
El 7 de Agosto de 1996, el mundo se desayunaba con el siguiente titular en primera página del periódico New York Times: “Pruebas en un meteorito parecen mostrar antiguos indicios de vida en Marte”. Esta afirmación, junto con la correspondiente rueda de prensa organizada por la NASA y unas declaraciones de apoyo al descubrimiento por parte del mismísimo presidente Bill Clinton, convirtieron a una humilde roca procedente de Marte en el meteorito más famoso de la historia, el célebre ALH84001.

Encontrado en las colinas Alan Hills, en la Antártida (de ahí las iniciales ALH), este meteorito lleva más de 17 años siendo objeto de estudio por parte de laboratorios de todo el mundo, ha hecho fluir auténticos ríos de tinta y ha sido uno de los catalizadores principales del moderno auge de la astrobiología, la ciencia que intenta responder a la pregunta de si estamos o no solos en este gigantesco universo.
 
Que el ALH84001 procede de Marte está casi fuera de toda duda, ya que la composición de las trazas de gas atrapadas en la roca es idéntica a la de la atmósfera del  planeta rojo. Los estudios mediante radioisótopos han determinado que ALH se formó en Marte hace unos 4,500 millones de años, siendo impulsado al espacio por el impacto de un asteroide hace 16 millones de años y habiendo llegado a la Tierra hace unos 13,000.
Pero lo que hace extraordinario a este meteorito son las características de su interior. En primer lugar, contiene glóbulos de calcita (algo que revela que la roca ha sido expuesta en algún momento a la acción del agua) cuya composición en patrones de capas sucesivas es un rasgo que podría delatar un origen biológico. Además, estos glóbulos incluyen granos de magnetita y pirrotina, algo muy poco habitual en el caso de procesos no biológicos puesto que estos compuestos no se forman bajo las mismas circunstancias. En segundo lugar, hay cantidades apreciables de moléculas orgánicas complejas, tales como hidrocarburos aromáticos policíclicos y aminoácidos, que en la Tierra se producen a menudo como consecuencia de la degradación de moléculas biológicas, aunque no exclusivamente. En tercer lugar, se observan al microscopio unas estructuras con forma de salchicha muy parecidas a los fósiles de bacterias terrestres, aunque de un tamaño mucho más pequeño y que podrían ser otra cosa.
 
Los escépticos siempre han argumentado que cada una de estas características puede explicarse mediante mecanismos no biológicos, lo cual es totalmente cierto, y que el aceptar la existencia de vida extraterrestre requiere pruebas mucho más contundentes, pero los defensores de la hipótesis biológica aducen que la coincidencia de tantas propiedades inusuales es un magnífico ejemplo de la “navaja de Ockham” (*). Además, en los últimos años se han detectado otras extrañas características en la roca, como la presencia de cristales de magnetita en forma de collares cuya configuración es casi idéntica a la que producen ciertas bacterias sin que exista un mecanismo alternativo para explicarlo, aunque contienen defectos poco habituales en caso de haberse formado dentro de una célula.
 
¿Quién tiene razón? Es difícil de decir. La tecnología actual no permite llevar a cabo un  análisis a nivel molecular con el grado de precisión que permitiría dilucidar si las peculiaridades de ALH84001 son de origen biológico o, por el contrario, se trata de otra falsa alarma, por lo que todavía habrá que esperar. Entretanto, la comunidad científica se divide entre escépticos y creyentes (mayoritariamente los primeros), mientras que no cabe duda de que el famoso meteorito marciano ha proporcionado a la astrobiología un impulso solo comparable al del descubrimiento de los planetas extrasolares.
¡Hasta la semana que viene!
 
(*) Criterio según el cual, a igualdad de condiciones es más probable que sea cierta la hipótesis más sencilla para explicar un fenómeno. En el caso que nos ocupa, la hipótesis biológica explicaría todas las extrañas características del ALH84001, lo cual no sucede en el caso contrario, que requiere de la intervención de varios procesos diferentes para justificar todas sus peculiaridades.

(**) Esta entrada es una adaptación de parte de nuestro nuevo libro acerca de la búsqueda de vida extraterrestre. 

jueves, 19 de diciembre de 2013


Publicidad del  "Revigator"
 

Beba usted agua radiactiva

 
Lejos de ser una práctica moderna, la costumbre de aprovechar los descubrimientos científicos  para tratar de venderle a la gente remedios o cosméticos más o menos milagrosos es tan vieja como la propia ciencia. Aunque hay muchos ejemplos de ello, quizás el caso más extravagante fue la distribución industrial de productos radiactivos supuestamente beneficiosos para la salud durante las primeras décadas del siglo XX
Al poco tiempo de descubrirse el fenómeno de la radiactividad, comenzaron las especulaciones acerca de sus supuestos efectos beneficiosos para todo tipo de dolencias e inconvenientes. De esta forma, y sin esperar a que la actividad investigadora esclareciese cuales eran los verdaderos efectos de la radiación sobre el cuerpo humano, comenzó a desarrollarse una floreciente industria de productos radiactivos “milagrosos”, sobre todo en los Estados Unidos. Esta línea de productos incluía desde pastas de dientes, cremas de belleza, jabón, servilletas, pendientes o pisapapeles, hasta chocolate y botellas de agua irradiada. En este último caso, la idea era que el agua normal que bebemos estaría “desnaturalizada”, faltándole un componente esencial que no era otro que la radiación natural. Al asociar esta idea con la muy arraigada creencia en los beneficios para la salud asociados al consumo de agua procedente de determinados manantiales, los vendedores de humo consiguieron arrasar en el mercado.
Los anunciados beneficios de la radiactividad  parecían incontables: Podría curar la gota y el  reumatismo,  la diarrea y el dolor de estómago o la impotencia, la artritis y las lesiones de la piel. Según la carta que un tal Dr.Davis envió al “American Journal of Clinical Medicine”,  "la radioactividad previene la locura, despierta nobles emociones, retrasa el envejecimiento y da lugar a una vida espléndida, juvenil y dichosa."  Las marcas de productos radiactivos comenzaron a extenderse, con componentes tan peligrosos como las sales de uranio, de radio o de torio. Un producto llamado “Radioendocrinator”, con el equivalente a 250 microcurios de radiactividad, estaba diseñado nada menos que para ser colocado sobre el cuerpo, en la vecindad de diversas glándulas endocrinas. Otro, denominado “Revigator”, consistía en un carísimo dispensador  de agua irradiada del que se vendieron miles de ejemplares en las décadas de los 20 y los 30. La compañía propietaria de la patente, “Radium Ore Revigator Company”, abrió sucursales a lo largo y ancho de los Estados Unidos mientras las instrucciones del producto recomendaban el beberse un promedio de 6 o más vasos diarios y su publicidad aseguraba que “…la familia dispone de dos galones de auténtica, saludable agua radiactiva… la vía natural hacia la salud.”

Aunque estudios recientes han demostrado que el agua del “Revigator” era más peligrosa por su contenido de metales tóxicos (arsénico y plomo, sobre todo) que por su nivel de radiactividad, no puede decirse lo mismo de alguno de sus competidores. En concreto, el agua de cada una de las botellas de otro producto llamado “Radithor”, del que se vendieron  cientos de miles de unidades entre la clase pudiente norteamericana, contenía como mínimo un microcurio de radio 226 y otro de radio 228. Anunciado como “una cura para los muertos vivientes” y para la impotencia masculina,  el producto sacudió a la opinión pública en la primavera de 1932 al provocar la espantosa muerte de Eben Byers, un famoso millonario y deportista que consumía varias botellas de “Radithor” al día y que, en contraste con la publicidad, se convirtió en un auténtico muerto en vida antes de fallecer con los huesos destrozados por la radiación.
A partir de dicho incidente, la administración norteamericana se tomó en serio el asunto, prohibiendo el consumo incontrolado de productos radiactivos. Una decisión de lo más juiciosa pues, tal y como tituló el Wall Street Journal su artículo sobre el incidente Byers, "The Radium Water Worked Fine Until His Jaw Came Off" (*)
(*) “El agua de radio funcionó bien hasta que se le cayó la mandíbula”.
¡Hasta la semana que viene!

domingo, 8 de diciembre de 2013

La polémica de la "pila" de Bagdad

La vasija, el cilindro y la varilla, por ese orden.

La polémica de la "pila" de Bagdad


De entre todos los descubrimientos enigmáticos relacionados con la historia de la tecnología, quizás uno de los que ha hecho correr más ríos de tinta es el de la así llamada “pila (o batería) de Bagdad”. Para algunos, se trata de una prueba de que la electricidad era mejor conocida en la antigüedad de lo que se suponía. Para la mayoría, estamos únicamente ante un curioso objeto cuya utilidad real se desconoce, pudiendo ser desde una representación de Shiva a un contenedor de documentos. Ejemplo paradigmático de lo que se ha venido a denominar como “objeto fuera de su tiempo” (1), su estudio no ha dejado a nadie indiferente.

El objeto en cuestión es un pequeño jarrón de barro, de unos 15 cm de altura, que contiene en su interior un cilindro de cobre y una varilla de hierro. La boca del jarrón está unida al cilindro a través de un tapón de brea, y el cilindro está tapado en su base por un disco de cobre con los bordes doblados que sostiene otro tapón bituminoso. La costura del cilindro está soldada con una aleación de estaño. A su vez, la varilla de hierro parece haber estado revestida de una capa de aleación de plomo, y presenta muestras evidentes de corrosión.

El extraño artefacto, datado entre los años 248 a.C. y 226 d.C., cuando el actual Irak formaba parte del reino de los partos, fue examinado en 1957 por el arqueólogo alemán Wilhelm König, quién llamó la atención acerca de que el objeto tenía la apariencia de una pila electrolítica. Años más tarde, Willard F.M. Gray, un ingeniero norteamericano que trabajaba para la General Electric, construyó una réplica de la supuesta pila y experimentó con diversos electrólitos, hasta conseguir que el aparato generase una corriente de unos 0,5 Voltios empleando una disolución de sulfato de cobre. Por su parte, el egiptólogo alemán Arne Eggebrecht repitió el experimento en los años 70 utilizando zumo de uva, un electrólito mucho más accesible para los antiguos partos. En esta ocasión, el experimentador obtuvo una corriente de 0,87 V. Otros investigadores han obtenido voltajes cercanos a 1,5 V.

Estos experimentos han levantado una considerable controversia. Por un lado, algunos investigadores sospechan que el proceso de dorado y plateado al que han sido sometidas algunas joyas y otros objetos antiguos encontrados en la región podría haberse llevado a cabo utilizando electrólisis, en lugar de mediante martilleo y posterior calentamiento, por lo menos en algunos casos. Por otra parte, los escépticos argumentan que no hay prueba alguna de lo anterior, y que resultaría tan sorprendente que los antiguos partos hubiesen descubierto y utilizado el principio de la pila eléctrica unos 2,000 años antes de Volta que es preciso valorar otras alternativas.  De hecho, no se ha encontrado resto alguno del conductor de corriente que hubiese servido para cerrar el circuito, ni tampoco del electrólito original, lo que prácticamente descarta  que  la vasija haya sido empleada como pila. Además, lo cierto es que muchos dispositivos en dónde se utilizan dos metales diferentes son perfectamente capaces de generar una corriente eléctrica en determinadas condiciones, aunque no sea ese en absoluto su propósito. Por lo demás, la escasa potencia del aparato no parece que hubiese permitido obtener buenos resultados en un tratamiento de galvanizado, a no ser que el proceso hubiese durado largo tiempo, en cuyo caso la corrosión del aparato debería haber sido mayor.

Pero si no se utilizaba para la electrólisis, ¿para qué servía semejante objeto? No tenemos respuesta para eso, y es posible que nunca la tengamos. Al igual que muchas otras piezas valiosas, la curiosa “pila” de Bagdad fue robada en el año 2003 durante el saqueo del Museo Nacional de Irak y desde entonces no ha vuelto a aparecer.

¡Hasta la semana que viene!

(1)  Un “objeto fuera de su tiempo” desafía supuestamente la cronología establecida para el desarrollo de la ciencia y la tecnología. La mayoría de ellos son muy controvertidos, siendo considerados como sujeto de malas interpretaciones por parte de personas con pocos conocimientos científicos, cuando no simplemente como fraudulentos. 

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

jueves, 21 de noviembre de 2013

Pons (izda.) y Fleischmann (dcha.)
 

El fiasco de la energía barata

 
Hambrienta de energía y acosada por el cambio climático, la humanidad lleva décadas esperando el advenimiento de la fusión nuclear, la fuente de energía definitiva, inagotable y limpia, que nos libre para siempre del temor al agotamiento de los recursos naturales. Los innumerables problemas técnicos y la gigantesca inversión necesaria para confinar el deuterio a temperaturas similares a las del sol hacen que la espera resulte larga y difícil de asumir. Por eso, cuando ocasionalmente sale a la palestra alguna noticia sobre la “fusión fría” una supuesta forma de obtener la conversión del deuterio en helio a bajas temperaturas, a los devotos de las pseudociencias se les hace la boca agua, al menos durante el tiempo que dura la, por descontado, falsa alarma.
 
El más famoso incidente relacionado con la llamada “fusión fría” tuvo lugar en 1989, cuando los electroquímicos de la Universidad de Utah, Martin Fleischmann y Stanley Pons, creyeron genuinamente haberla encontrado. Mientras trabajaban en su laboratorio,  Fleischman y Pons detectaron una misteriosa emisión de energía en forma de calor, que incluso llegó a agujerear  la mesa, cuando se llevaba a cabo la electrólisis del agua pesada en presencia de electrodos de paladio. Espoleados por la perspectiva de hacerse ricos y pasar a la posteridad, y sin haber sometido sus resultados a revisión alguna, los dos intrépidos científicos anunciaron imprudentemente que habían encontrado un procedimiento mediante el que el deuterio se convertía en helio nada menos que a temperatura ambiente. La prensa mundial, siempre ávida de descubrimientos sensacionales, recogió la noticia, y Fleischmann y Pons se convirtieron de la noche a la mañana en celebridades.
 
Sin embargo, los descubrimientos “sensacionales” suelen mosquear bastante a los científicos más rigurosos. Desconcertados por el increíble resultado, varios grupos intentaron repetirlo con resultados nulos. Al poco tiempo, se organizó un congreso extraordinario en donde los dos electroquímicos quedaron desacreditados, al demostrarse que habían cometido todo un cúmulo de errores tanto en el desarrollo del experimento como en las técnicas de medición. A la misma conclusión llegó una comisión del gobierno estadounidense tras más de 5 meses de trabajo. En realidad, lo que sucede es que el paladio tiene una asombrosa capacidad para absorber el hidrógeno, en un proceso que todavía no se entiende del todo, pero que en modo alguno genera helio. Al parecer de la comunidad científica, las misteriosas emisiones de energía detectadas por Fleischmann y Pons no eran otra cosa que pequeñas explosiones químicas ocasionadas por la acumulación de hidrógeno, tal y como le había sucedido, por ejemplo, a los globos dirigibles tiempo atrás, o bien consecuencia de reacciones químicas provocadas por impurezas. Los dos electroquímicos simplemente se habían dejado llevar por sus sueños de gloria.
 
El inmediato descrédito de la “fusión fría”(*), un ejemplo paradigmático de “ciencia patológica”, no es más que otro recordatorio de lo importante que es el rigor para la mayor aventura de nuestra especie. Por lo demás, tendremos que esperar un poco más a que la auténtica fusión termonuclear llegue a tiempo de solucionar nuestros muchos problemas.
 
¡Hasta pronto!
 
(*) Desde el incidente descrito, se han producido y se siguen produciendo otros intentos de llevar a cabo la "fusión fría", aunque con el nuevo nombre de LENR (reacción nuclear de baja energía) con objeto de sortear la mala fama del nombre original. De momento, ninguno de ellos ha funcionado, aunque la utilización de láseres de alta potencia para provocar la ignición del deuterio podría resultar viable.

jueves, 7 de noviembre de 2013


Henry Cavendish

Cavendish, el científico excéntrico


Henry Cavendish (1731-1810) fue, probablemente, uno de los mejores científicos del siglo XVIII, conocido sobre todo por el descubrimiento del hidrógeno y por su famoso experimento de la balanza de torsión, que le sirvió para medir con gran precisión la densidad de la Tierra.
Sin embargo, la otra faceta por la que se ha hecho célebre tiene que ver con su extraña personalidad, caracterizada por una mezcla de excentricismo,  timidez y misoginia casi sin parangón en la historia de la ciencia y que ha llevado a pensar a muchos que el genial investigador británico era un autista de libro.
Cavendish, que era de familia noble, disponía de grandes recursos económicos que le permitían dedicar su tiempo a la ciencia. Vivía casi solo en una enorme mansión a las afueras de Londres, y, sin embargo, su vida social era prácticamente inexistente. Tenía un terror casi patológico al contacto humano, hasta el punto de entrar y salir por una puerta lateral e instalar una escalera privada por la que no permitía transitar a nadie, con objeto de no tener que encontrarse con ninguno de sus sirvientes cara a cara. Su ama de llaves tenía prohibido verle, recibiendo las instrucciones diarias por escrito. Dueño de una voz de timbre desagradable, evitaba por todos los medios a las mujeres, siendo un misógino irredento que, por supuesto, nunca se casó. En las raras ocasiones en que salía de casa, se vestía con ropas heredadas, la mayor parte pasadas de moda desde hacía casi un siglo.
Las únicas personas con las que Cavendish se sentía algo más cómodo eran otros científicos, pero su relación con ellos también estaba llena de rarezas y excentricidades. Aunque asistía regularmente a las sesiones de la “Royal Society”, nunca decía nada. Junto con hombres de la talla de Joseph Priestley, James Watt o William Herschel, formó parte de un curioso club denominado “Sociedad Lunar de Birmingham”, cuyos miembros se tachaban a sí mismos de “lunáticos” y se reunían, cual si de licántropos se tratase, únicamente en las noches de luna llena. Al margen de ello, el excéntrico científico experimentaba con la electricidad casi en secreto, aplicándose corrientes a sí mismo para estudiar cuales eran sus efectos.
El eminente astrónomo William Herschel nos ha dejado una muestra de primera mano del extraño carácter de Cavendish a través de una anécdota que le contó a su hijo y que se encuentra recogida en el excelente libro de Walter Gratzer, “Eurekas y Euforias” (*). Según ella, en una cena que tuvo lugar en 1786, Herschel estaba sentado al lado de Cavendish. Por aquel entonces, Herschel acababa de descubrir que las estrellas eran redondas, y toda la comunidad científica británica hablaba de ello. Sin embargo, su retraído vecino permaneció callado durante un buen rato, al cabo del cual le dijo repentinamente: “Me han dicho que usted ve las estrellas redondas, doctor Herschel”. “Redondas como un botón”, fue la respuesta del astrónomo. Siguió un largo silencio hasta que, hacia el final de la cena, Cavendish volvió a abrir sus labios para preguntar, con voz dubitativa: “¿Redondas como un botón?”. ”Exactamente, redondas como un botón”, repitió Herschel, y así terminó toda la conversación.
¡Hasta la semana que viene!
(*) Editorial Crítica.
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química

jueves, 24 de octubre de 2013

Infantería australiana en Ypres, 1917

El científico que descendió al infierno

Fritz Haber (1868-1934) fue un científico muy peculiar. Pudo haber pasado a la historia únicamente como un gran benefactor de la humanidad. Sin embargo, y por razones psicológicas que parecen difíciles de comprender, Haber decidió poner todo su talento al servicio de la muerte, hasta el punto de haberse ganado a pulso el dudoso honor de ostentar el título de “padre de la guerra química”.
Hasta 1910, la única manera de obtener los codiciados nitratos para fabricar fertilizantes y explosivos era extraerlos de depósitos naturales, como el famoso “nitrato de chile”. Junto con su colega Carl Bosh, sobre esa fecha Haber desarrolló la síntesis catalítica del amoníaco a partir del nitrógeno atmosférico, un logro extraordinario por el que recibiría el Premio Nobel de Química en 1918. Los abonos nitrogenados desarrollados a partir del descubrimiento de Haber supusieron una revolución en la agricultura que está detrás de gran parte del crecimiento demográfico de la humanidad en el último siglo.
Sin embargo, y por mucho que dijera lo contrario, a Haber le importaban un bledo los fertilizantes. Era un fanático nacionalista con rasgos psicopáticos que únicamente intentaba dotar al Imperio Alemán con la capacidad de fabricar explosivos de nitrógeno de alta potencia. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se puso al frente del programa experimental de armas químicas del ejército, buscando por todos los medios como saltarse la Convención de La Haya de 1899 para la prohibición de las armas químicas que su gobierno había firmado.
Después de comprobar que los compuestos a base de bromo que venían utilizándose hasta la fecha producían poco más que la irritación de las mucosas, el grupo liderado por Haber experimentó con el cloro, hasta producir los terroríficos gases de los que nos hablan los libros de historia, en especial el fosgeno y el simpático “gas mostaza”, un agente vesicante que destruye las mucosas ocasionando espantosas lesiones y quemaduras. En ocasiones, el malvado químico llegó a dirigir personalmente los ataques en el campo de batalla con objeto de comprobar sus resultados. Aterrada al ver a lo que se dedicaba su marido, Clara, la primera mujer de Haber, se suicidó en el jardín de su casa pegándose un tiro.
Al acabar la contienda, y tras recibir el Nobel de Química por la síntesis del amoníaco, Haber fue acusado por las potencias aliadas de haber cometido crímenes de guerra (aunque ni que decir tiene que los aliados también habían utilizado gases), permaneciendo en Alemania hasta 1933, cuando se tuvo que exiliar por ser judío de origen. Murió al año siguiente, mientras buscaba refugio en Inglaterra, antes de poder comprobar como los nazis utilizaban un derivado de otro maléfico gas inventado por él, el Zyklón B, para asesinar a millones de personas en los campos de concentración, incluyendo a algunos de sus parientes.
Es lo que tiene el llevar a la ciencia hacia el lado oscuro. Pasas en poco tiempo del cielo al infierno.
¡Hasta la semana que viene!

Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química