Entrada del puerto de Balaclava durante la Guerra de Crimea
El pronóstico del tiempo y el desastre de Balaclava
Que el tiempo atmosférico ha influido
en algunos de los acontecimientos más relevantes de la historia es una realidad
bien conocida por todos, baste para ello mencionar el episodio de la Armada
Invencible o los intentos de los franceses de Napoleón y los alemanes de Hitler
para sobrevivir al terrible invierno ruso, por no hablar de la fracasada
invasión del Japón en 1281 por parte de las huestes de Kublai Kan (con una
flota entera de cientos de barcos y miles de hombres destrozada en el
transcurso de una espantosa tormenta). Sin embargo, menos conocido es el episodio
que se encuentra detrás de los modernos esfuerzos por generalizar las
predicciones meteorológicas.
Durante milenios, resultó muy costoso
tratar de predecir en serio los vaivenes en las inclemencias del tiempo,
primero porque se consideraban obra del capricho de los dioses y más tarde
porque resultaba francamente difícil el estudiarlos, no existiendo ningún
seguimiento sistemático de las tormentas, las sequías o los tifones. Los
intentos llevados a cabo habían dado resultados muy limitados, e incluso los
progresos de la Edad Moderna se veían frenados por la falta de medios adecuados
para trasmitir los resultados de las observaciones meteorológicas con cierta
rapidez. La invención del telégrafo en 1832 supuso una esperanza a este
respecto, pero los avances en la materia se producían con bastante lentitud.
Este era el estado de cosas cuando, a
mediados del siglo XIX, las potencias occidentales, con Francia e Inglaterra a
la cabeza, se involucraron en la Guerra de Crimea, un conflicto centrado en el
intento de detener las ambiciones territoriales del Imperio ruso en detrimento
del cada vez más frágil Imperio otomano. Así, en septiembre de 1854 los aliados
desembarcaron en Crimea, viéndose obligados a pasar el invierno en la zona.
Pero, tras unos días de descenso continuado de las temperaturas, el 14 de
noviembre se desencadenó una espectacular y violenta tormenta que arrasó el
puerto de Balaclava, provocando el hundimiento de varios buques de la armada
franco-británica y dañando de paso a muchos otros. Entre otras consecuencias,
el desastre privó a los ingleses de los suministros de uniformes de abrigo que
necesitaban para pasar el invierno, lo que causó enormes inconvenientes y
entorpeció considerablemente las operaciones.
Entonces, el enojado emperador
Napoleón III volvió sus ojos hacia la ciencia, esa cuya capacidad de predicción
acababa de localizar pocos años antes nada menos que un nuevo planeta, Neptuno.
Si la los científicos habían sido capaces de semejante hazaña, ¿cómo era
posible que el ejército y la flota de dos de las mayores potencias del planeta
se mantuviesen a merced de los elementos? Ni corto ni perezoso, Napoleón
encargó a Urbain Le Verrier, director del Observatorio de París y uno de los principales
científicos involucrados en el descubrimiento del octavo planeta del Sistema Solar,
que averiguase si el desastre pudo de alguna forma haberse prevenido.
Puesto manos a la obra, Le Verrier
recopiló los informes de diversos observatorios europeos y pronto puso en
evidencia que la tormenta no solo había viajado por el continente en los días
anteriores a la catástrofe, sino que su trayectoria podía haberse predicho. El
subsiguiente aviso a la flota fondeada en Balaclava podría haber permitido a
las naves prepararse para afrontar el temporal y, de esta forma, haber
minimizado los daños. A la vista de esto, y con el beneplácito del emperador, Le
Verrier estableció en Francia el primer servicio nacional de aviso de tormentas
del mundo, utilizando informes meteorológicos comunicados a través del
telégrafo, algo que pronto fue copiado por las otras potencias militares de la
época y que desató el interés por el estudio sinóptico y el desarrollo de
pronósticos relacionados con los sistemas meteorológicos, cambiando la ciencia
de la meteorología para siempre.
Por lo demás, la Guerra de Crimea, a
la que muchos consideran como la primera conflagración verdaderamente “moderna”,
fue testigo de cosas como la introducción de la fotografía en los conflictos
militares o el desarrollo de nuevos métodos para la higiene y tratamiento de
los heridos en los hospitales de campaña, algo que supuso un hito en la
reducción del número de bajas por enfermedad. Y es que no hay nada como
pasarlas canutas para que se produzcan importantes avances con impacto a largo
plazo sobre la sociedad.
¡Hasta pronto!