domingo, 18 de junio de 2017

Solitarios, serpientes y trineos: los sueños más geniales de la historia

Esquema de la molécula de benceno
 

Solitarios, serpientes y trineos: los sueños más geniales de la historia


De entre todos los golpes de genio que jalonan la historia de la ciencia, quizá la categoría más extraña sea la de aquellos científicos que han dado con la clave de un enigma mientras se echaban en los brazos de Morfeo.
 
Tal vez el más conocido de estos incidentes oníricos sea el de Dmitri Mendeléyev, un apóstata de la teoría atómica que tenía un gran conocimiento de los elementos químicos pero que se encontraba desesperado intentando ordenarlos. Según él, el 14 de febrero de 1869, después de desayunar, decidió retrasar un viaje y se entregó al curioso juego de escribir sobre tarjetas el nombre de todos ellos, junto con sus principales propiedades, para a continuación hacer un solitario. Así, reflexionando sobre por qué algunos grupos de elementos parecían desplegarse como los palos de la baraja, el genio ruso se durmió. Más tarde escribiría:
 
Durante un sueño, vi una tabla en la que todos los elementos encajaban en su lugar. Al despertar, tomé nota de todo en un papel”.
 
Lo que Mendeléyev había intuido durante su corto descanso era que las propiedades de los elementos ordenados por su peso atómico se repetían con una determinada regularidad, lo que permitía ordenarlos en una tabla constituida por filas (“períodos”) y columnas (“grupos”). Por eso, bautizó su hallazgo como “tabla periódica”, ese instrumento que revolucionó la química de finales del siglo XIX, dotándola de la potencia y el alcance que tiene en la actualidad.
 
El segundo caso, casi tan célebre como el primero,es el que tuvo como protagonista al químico alemán August Kekulé, una especie de “soñador reincidente” que hacia 1860 ya se había hecho famoso por haber intuido la forma en la que los átomos de carbono se enlazan con los de hidrógeno dentro de las moléculas orgánicas. Cuenta la leyenda que, durante su estancia en Londres, Kekulé se quedó dormido en el carruaje que lo llevaba a la pensión en la que vivía. Entonces, y siempre según él, “los átomos retozaron delante de mis ojos”, lo que le permitió más tarde desarrollar una teoría para la estructura de las moléculas. Pero ahí no terminaron los sueños del alemán. Años después, mientras sus colegas se hallaban desconcertados ante la molécula de benceno, un compuesto formado por 6 átomos de carbono y otros 6 de hidrógeno cuya estructura era un misterio que no había forma de desentrañar, el químico alemán se quedó dormido en su sillón, cerca de la chimenea. De pronto,
 
“…largas hileras, a veces muy bien encajadas, se emparejaban y retorcían en un movimiento parecido a una serpiente. Pero ¡mira! ¿Qué era eso? Una de las serpientes se había unido a su propia cola y la forma giraba con sorna ante mis ojos. Como invadido por un destello de iluminación me desperté…”.
 
Kekulé se despertó y describió el benceno como una molécula en forma de hexágono, con los átomos de hidrógeno unidos a los vértices. En lo que posiblemente se tratase de la intuición más importante de toda la historia de esta rama de la ciencia, el avezado soñador se había topado con una química completamente nueva, la de los anillos de átomos de carbono. Con el tiempo, a su célebre sueño se le atribuyeron connotaciones sexuales, muy al estilo de Freud, pues por aquel entonces se encontraba físicamente alejado de su mujer, a la que veía con poca frecuencia. Estuviese inspirado por ella (en forma de serpiente) o no, lo cierto es que el sueño de August ha quedado inmortalizado para siempre.
 
Aunque las visiones de Mendeléyev y Kekulé son ciertamente las más famosas, existen muchos otros ejemplos de científicos e inventores de los que se dice (o dijeron ellos mismos) que alcanzaron algunos de sus mayores logros en sueños. Entre ellos se encuentran Niels Bohr, cuyo modelo atómico habría sido fruto de un sueño en el que el gran científico se encontraba sentado en el Sol, viendo como los planetas se movían alrededor, y Albert Einstein, cuyo interés por la luz se habría despertado por causa de un sueño de su adolescencia, en el que descendía en un trineo por una pendiente pronunciada en la que llegaba a alcanzar dicha velocidad.
 
Sean del todo ciertos o no, puede que estos casos pongan de manifiesto una extraña capacidad de nuestra mente, la de tratar un problema intrincado en un contexto onírico y surrealista que le permite cristalizar la auténtica, y a veces revolucionaria, solución.
 
¡Hasta pronto!