Imagen medieval donde un boticario entrega un remedio en un recipiente
Polvo de oro y remedios medievales
Sobre los curiosos procedimientos medievales para curar enfermedades y
sanar a los enfermos, se han escrito auténticos ríos de tinta. En Occidente, en
concreto, algunos de los detalles de los pintorescos y a menudo lamentables
métodos utilizados por los médicos de la época (llamados “físicos” por aquel
entonces) han quedado registrados en multitud de documentos donde se muestra el predominio de la superstición y el pensamiento mágico en los métodos de aquellos que
supuestamente deberían ser depositarios de la ciencia. De entre todos los
tratamientos propuestos por estos galenos, uno de los más extraños quizá haya
sido el empleo del oro como remedio para las enfermedades.
Para la mayoría de los médicos medievales, los metales poseían propiedades
curativas, y siendo considerado el oro el más perfecto y noble de ellos, no es
de extrañar que lo viesen como un remedio muy eficaz. Así, por ejemplo, en el
siglo XI Constantino el Africano escribía desde Sicilia que “el oro tiene la propiedad de aliviar un
estómago dañado y reconforta a los temerosos y a aquellos que sufren de
dolencias del corazón... es eficaz contra la melancolía y la
calvicie”. Por supuesto, el oro tenía que ser suministrado en trocitos muy
pequeños para que el cuerpo pudiese asimilarlo, y además debía mezclarse con
otros componentes para dar lugar a lo que se consideraba como un buen
medicamento. Así, en el siglo X el cordobés Abulcasis explicaba cómo obtener
polvo de oro para uso terapéutico frotando una pieza grande con un paño de lino
y lavándolo en agua dulce. Esta costumbre medieval perduró durante el
Renacimiento, ya que se conservan varias recetas de los siglos XV y XVI, una de
las cuales es especialmente pintoresca. Dice así:
“Toma las presentaciones de plata,
cobre, hierro, plomo, acero, oro, calamina de plata y de oro, estoraque, de
acuerdo con la actividad o inactividad del paciente. Ponlos en la orina de una
niña virgen el primer día, el segundo día en vino blanco caliente, el tercer
día en jugo de hinojo, el cuarto día en claras de huevo, el quinto día en la
leche de una mujer que esté amamantando a una niña, el sexto día en vino tinto,
el séptimo día en claras de huevo. Y ponlo todo en una retorta en forma de
campana y destílalo a fuego lento. Y guarda el destilado en un recipiente de
oro o plata”.
Esta receta se suponía que era eficaz contra la lepra, las manchas de la
piel, las enfermedades oculares, e incluso para prevenir el envejecimiento,
pero había otras destinadas a cauterizar las heridas, donde el oro
se consideraba que contribuía a que la curación fuese más rápida y completa.
Asimismo, durante los siglos XVI y XVII se empleó el oro para recubrir píldoras
de medicamentos con la esperanza de enmascarar su mal olor o sabor.
A medida que la ciencia médica progresaba, la utilización de los metales
preciosos en medicina decayó hasta prácticamente desaparecer, aunque hoy en día
parece estar resucitando de la mano de medicamentos contra la artritis
reumatoide, la malaria, el SIDA o la enfermedad de Chagas. También podría usarse para la
detección y tratamiento del cáncer en forma de nanopartículas, que en teoría
podrían calentarse lo suficiente como para destruir las células cancerosas,
aunque esta última aplicación todavía requiere el encontrar un revestimiento
adecuado que permita al organismo asimilar correctamente el medicamento. En
cualquier caso, las nuevas aplicaciones del oro en la medicina son tan solo un
pálido reflejo de una época pasada en la que curar a los enfermos era un
ejercicio que tenía mucho más de magia que de ciencia.
¡Hasta la próxima!
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química
Nota- Texto adaptado del libro del autor: Esto no estaba en mi libro de historia de la química