Hans Hörbiger con su barba característica
El profeta del fuego y el hielo
Además de un buen ingeniero, el austríaco Hans Hörbiger fue un curioso
pseudocientífico mesiánico que opinaba que “la ciencia objetiva es un invento pernicioso”
o que “las matemáticas son una mentira sin ningún valor”. Luciendo una inmensa
barba blanca que le daba el aspecto de un profeta furioso, en la década de los
20 del siglo pasado desató una auténtica yihad para defender su extravagante “cosmogonía glacial”, una rara
mezcla de ciencia y misticismo que, en una época donde la cosmología no estaba
plenamente desarrollada, consiguió atraer la atención de millones de personas,
incluyendo a lo más granado del movimiento nazi.
Al ser consecuencia de supuestas “visiones” y no de experimentos
rigurosos, la teoría de Hörbiger era un
compendio de disparates. Según ella, el hielo es la sustancia básica
responsable de todos los procesos del universo, encontrándose en lucha perpetua
con el fuego. Esta lucha regiría no solo la física, sino también la vida y la
historia de la humanidad. En el espacio, enormes bloques de hielo forman lo que
llamamos Vía Láctea. El sistema solar se formó cuando uno de estos gigantescos
bloques chocó contra nuestra estrella. La Luna es un bloque de hielo y nuestro
planeta ha tenido antes otros satélites del mismo material, todos los cuales se
han terminado estrellando contra él, dando lugar a catástrofes como el fin de
la Atlántida y el Diluvio universal. Los movimientos de estos astros de hielo
provocan mutaciones y nuevas razas, unas superiores y otras “inferiores” que se
disputan la supremacía.
Por extraño que pueda parecer, muchos de los principales miembros del
incipiente partido nazi abrazaron esta extravagante doctrina con entusiasmo, en
parte porque concordaba con sus postulados racistas y en parte porque
proporcionaba una alternativa a las teorías de lo que ellos consideraban como
“ciencia judeo-liberal”. Hombres como Houston S. Chamberlain, que tuvo una
enorme influencia sobre Alfred Rosenberg, Adolf Hitler y otros ideólogos
tempranos del nazismo, la apoyaban con entusiasmo. Está documentado que Hitler
sentía por Hörbiger una especie de veneración, y que muchos de los jerarcas
nazis se referían a él abiertamente como “el Copérnico del siglo XX”.
Contando con el respaldo de sus peligrosos amigos, el barbado profeta se
embarcó en una política muy agresiva hacia la ciencia oficial. A los panfletos,
libros y conferencias se unieron presiones y amenazas a los científicos
ortodoxos, que se intensificaron después de la muerte de Hörbiger en 1931.
Himmler, el jefe de las SS cuyo pensamiento estaba plagado de ocultismo, promocionó
la doctrina del hielo de muy buen grado, y existen pruebas documentales de que la
Oficina del Reich para el Servicio Meteorológico la utilizó sin reservas. En el
colmo del desvarío, en pleno siglo XX y en un país desarrollado que supuestamente
disfrutaba de una ciencia de vanguardia, los responsables de la sección de meteorología de la Ahnenerbe (*) opinaban que la “cosmogonía glacial”
podía emplearse para hacer predicciones meteorológicas de largo alcance. De
hecho, algunos estudiosos heterodoxos creen que cuando las tropas alemanas invadieron la
URSS, la razón por la que no llevaban ropa de abrigo adecuada tenía que ver no
solo con la confianza del Führer en
que se alcanzaría una rápida victoria durante el verano sino también con la convicción,
por parte de los jerarcas nazis, de que, llegado el caso, el invierno de 1941 sería muy suave, en
línea con las predicciones Hörbigerianas. Por desgracia para ellos, ese
invierno resultó ser uno de los más fríos que se habían registrado nunca en
Rusia, por lo que, sea cual fuese el motivo de la negligencia, la falta de ropa
de abrigo adecuada contribuyó en gran medida a una grave derrota de la Wehrmacht.
Aunque parezca increíble, las extrañas ideas de Hörbiger siguieron fascinando
al mundo mucho después de terminar la Segunda Guerra Mundial. A raíz de una famosa encuesta llevada a cabo en 1953, el gran
divulgador norteamericano Martin Gardner calculó que en esa fecha aún había más de un millón de
discípulos del profeta austríaco en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Con
el paso del tiempo, esa cifra se ha reducido hasta un nivel residual, de modo
que, afortunadamente, hoy en día la “cosmogonía glacial” no es más que otro recuerdo
de una época en la que unos psicópatas iluminados hicieron dormir la razón y
abrieron las puertas del infierno.
(*) Creada para el estudio de la
historia de la raza aria, esta institución pseudocientífica adscrita a la Orden
Negra se dedicaba a extravagantes actividades a lo largo del planeta. En una
ocasión, se llegó a planificar una expedición a Bolivia para examinar ruinas
que los estudiosos nazis atribuían a una raza de emigrantes nórdicos con
millones de años de antigüedad…